3 posts de junio 2011

Testigos de un suicidio

Muchos telespectadores de la BBC fuimos testigos de un suicidio el lunes por la noche. El suicidio de Peter Smedley, un empresario de 71 años que sufría un dolencia neuronal en el sistema motor y viajo a Suiza, a la clínica  Dignitas de Zurich, para que lo ayudaran a suicidarse. Como él, y según cifras que publican los medios británicos, lo han hecho unos 160 ciudadanos británicos en los últimos nueve años.

Vimos como Peter se tomaba el vaso que contenía la dosis de veneno sentado en un sofá. Su mujer, a un lado acariciándole la mano, en el otro, una asistente de la clínica sosteniéndole la cabeza mientras se dormía entre toses y pidiendo un vaso de agua que no le dieron. Imposible ver esa escena sin inmutarse.

La muerte es lo más absoluto e irreversible de nuestras vidas.  

El autor y conductor del documental (Choosing to die) de la BBC (la televisión pública británica) fue un conocido escritor, Sir Terry Pratchett, a quien le han diagnosticado la enfermedad de Alzheimer y, en parte, planteó el documental como un ejercicio de introspección sobre una posible futura decisión propia.

El debate sobre el suicidio asistido está muy vivo en el Reino Unido desde hace tiempo y el de la BBC no ha sido el primer documental sobre la cuestión, ni el primero en que se ha visto morir a alguien en esa clínica suiza. Es dificil que nadie cambiara su opinión a raíz del programa, como no lo hicieron los seis participantes en el debate que le siguió en BBC2.

Una de las cosas que impresionó del documental es que Peter no era un enfermo terminal y, aparentemente, viéndolo y escuchándolo, el único problema que tenía, aparentemente, era la casi imposibilidad, de caminar. La médico suiza que lo atendió y asesoró hasta morir contó que empezaba a tener problemas internos para digerir, pero que, si se hubiese tratado de un paciente (y cliente) suizo, lo habría mandado a casa y le habría recomendado que retrasara el suicidio unos meses, pero que al ser extranjero no lo hizo porque  sabía que una de las cosas que aterraban a Peter era esperar demasiado y no poder ser capaz de hacer ese viaje a Suiza.

Y ése es uno de los argumentos de quienes piden la legalización del suicidio asistido aquí en el Reino Unido. Que puedan recurrir a ello aquí apurando la autonomía de sus cuerpos y sus mentes. Y sus bolsillos. Argumentan que en estos momentos ese suicidio asistido está sólo al alcance de quien está aún capacitado para viajar hasta Suiza y costearse ese viaje y que lo primero hace que muchos decidan suicidarse antes de lo que quisieran.

El argumento de quienes se oponen está bastante desprovisto públicamente de contenido religioso porque no lo consideran eficaz, a pesar de que muchos de los activistas son sacerdotes o creyentes. No suelen apelar a la "santidad de la vida" o a que la vida no pertenece al individuo. Su argumento fundamental es que quienes quieren acceder a un suicidio asistido (cuando no puedan hacerlo por si mismos) son una minoría, y que legalizar esa reivindicación pondría en peligro a un número mayor de personas vulnerables que se sentirían presionadas para "quitarse de enmedio" para evitar ser una carga para sus familias y la sociedad. Y más en tiempos de crisis y de recortes en los presupuestos y prestaciones públicas. Obviamente quienes luchan por la legalización reclaman ambas cosas. Que a ellos les dejen elegir morir, sin peligro de cárcel para quien les ayude, y que la sociedad, el Estado, vele por ayudar, asistir, sostener a quienes quieran seguir viviendo.

Una de las cosas que me ha sorprendido viviendo en el Reino Unido es la relativa frecuencia con que se habla del suicido como una opción del individuo. Cuando se lo comenté a uno de los activistas en contra de la legalización me dijo que era una visión distorsionada por los medios de comunicación, a los que acusan, si no de una conspiración, sí de una campaña muy fuerte a favor de la eutanasia y cuyo principal agente es, según ellos, la BBC.

Con motivo de la emisión del documental la BBC encargó un sondeo de opinión sobre la posible legalización del suicidio asistido y, de acuerdo con las respuestas, los británicos distinguen entre ayudar a morir a alguien que tiene una enfermedad terminal y a alguien cuya enfermedad, en principio, no es mortal. En el primer caso la mayoría lo aprueba, en el segundo, están divididos a partes iguales.

 Los activistas de cada lado coinciden en reivindicar vivir sus vidas con la mayor dignidad posible, pero discrepan en lo que esa dignidad significa para ellos.

 

@annabosch

 

El arzobispo de Canterbury

No es, ni de lejos, lo de Thomas Becket y Enrique II (Henry II), pero la polémica del día en la política británica es la crítica que ha hecho el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams, a las reformas (y recortes) del gobierno Cameron-Clegg.  En una frase el arzobispo llega a cuestionar la legitimidad del gobierno de conservadores y liberaldemócratas para emprender semejantes reformas en la sanidad, educación y estado del bienestar. Escribe Williams "con una velocidad notable se nos compromete a unas políticas radicales a largo plazo por las que nadie votó". El arzobispo acusa al gobierno de aplicar unas reformas profundas sin que haya habido el debido debate público previo, y de hacer oídos sordos al miedo que tienen los ciudadanos a las consecuencias de esas reformas en el sector público.

El arzobispo de Canterbury es la máxima autoridad religiosa de la Iglesia de Inglaterra (el Gobernador Supremo de la Iglesia de Inglaterra, recordemos, es el monarca británico) y ha escrito esa crítica en el editorial de la revista News Statesman. Una publicación de izquierdas que, siguendo una moda reciente, invita a personalidades de la sociedad a editar uno de los números de la revista.

 

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 El arzobispo podía haber expresado sus críticas en el parlamento, en la Cámara de los Lores (Lords) que sigue siendo por designación o herencia, donde él es uno de los 26 obispos con "escaño", pero lo ha hecho en una revista de izquierdas y todo indica que la repercusión ha sido mayor que si lo hubiese hecho en la Cámara.

La polémica la ha generado la crítica al gobierno y, sobre todo, el hecho de que cuestione su legitimidad para tomar esas medidas, pero el arzobispo en dos páginas de editorial va más allá. Critica también a la oposición laborista por lo que considera falta de propuestas alternativas. Y critica los fallos de la democracia actual.

"Muchos en la izquierda y la derecha sienten que las placas tectónicas de la política británica -¿y europea?- se están moviendo. Una política de gestión, que intenta con éxito menguante negociar vida a la sombra de las grandes finanzas, no es atractiva, ya sea bajo la etiqueda del (Nuevo) Laborismo o de los Conservadores. Hay, en medio de mucha confusión, un clamor cada vez más alto por una reflexión sobre la democracia misma, y su urgencia la subraya lo que está ocurrriendo en Oriente Próximo y el Norte de África".  

Sobre la propuesta de la "gran sociedad" (big society) el arzobispo comparte en parte la crítica de que son ganas del gobierno de deshacerse de la reponsabilidad de algunos servicios y delegarlos en la sociedad civil por motivos económicos, pero adminte que sí hace falta algo en ese sentido, aunque critica la precipitación. "El viejo sindicalismo y las tradiciones cooperativas no pueden reinventarse de la noche a la mañana y, en algunas áreas, hay que inventarlas por primera vez. Y no ayuda el resurgir del lenguaje seductor del 'pobre que se lo merece' y el 'pobre que no se lo merece'."

El primer ministro, el conservador David Cameron, ha contestado al arzobispo diciendo que tiene todo el derecho a opinar, pero que él discrepa profundamente de su opinión. 

 

@annabosch

A toro pasado

A toro pasado voy a contar una anécdota vivida hace una semana. El fin de semana pasado, el sábado 28 de mayo, fui al fútbol. A ver una final en Wembley. En el viaje de ida, con el metro repleto de aficionados de los dos equipos, pero, así, a ojo, más del Manchester United que del Barcelona, pedía yo desde mi desapasionamiento futbolero -pero acompañada de dos culés con camiseta y bufanda- que el partido fuera limpio, sin expulsiones (sobre todo del Man Utd) y sin penalties (sobre todo contra el Man Utd). Y, por encima de todo, que ganara quien ganara lo hiciera claramente, que nadie pudiera discutir lo justo del resultado. Más que nada lo pedía yo por tener  la fiesta del viaje de vuelta en paz, sin altercados.

Para cuando  nos tocó volver en metro ya no se veían camisetas, ni bufandas del Manchester United en el estadio de Wembley, ni en sus aledaños, pero en mi vagón del metro, de bote en bote, había dos rezagados junto a quienes tuvimos que apretujarnos. Yo y los dos parientes que me acompañaban.  "Vaya, también es mala suerte que para dos rezagados que quedan me toquen a mí" pensé yo, que en esto de ir a estadios de fútbol estoy un poco verde. Y aquí empezaron las sorpresas agradables.

Eran dos hombres de mediana edad, cuarentones o cincuentones, y desde el primer momento entablaron conversación amable y con sentido de humor. Pidieron un "souvenir" del Barça y mi hermano les regaló uno de los banderines que había en los asientos del estadio. Uno de ellos, lata de cerveza en mano -y era evidente que no era la primera, ni la tercera del día- empezó a decir cosas del tipo que era una bendición haber visto jugar al Barcelona (con la derrota 3-1 en caliente) y, muy especialmente, a Messi. Que era Dios, que era mejor que Maradona y que Pelé. Y que le dejaría esa bandera del Barça en herencia a sus nietos como testigo de que había visto jugar a ese equipo... Ya he dicho que esa cerveza no era la primera del día. Por nuestra parte tuvimos que hacer la concesión de que Georgie Best fue casi tan bueno como Messi. Y, claro, callar lo que sabíamos de la cara oscura de su luna.

Del rato detenidos en la estación de Wembley Park a la de Baker Street fueron veinte o treinta minutos en que nos estuvieron deleitando con una amplia muestra de su repetorio de canciones, la mayoría con tanto ingenio poético y talento musical como groserías (sobre todo, machistas). Al final nos despedimos con besos y abrazos.

En unos asientos, alejados de la conversación, había un grupo de jóvenes aficionados del Barça desconcertados, si no molestos, porque no entendían que si su equipo era el que había ganado fuesen los ingleses quienes monopolizaran los cantos en ese vagón. Mi otro pariente, un primo, les decía algo así como "dejadlo, no cantéis. Nosotros tenemos mejor equipo, pero a cantar no hay manera de que les podamos ganar".

Cuento esta anécdota porque me dio por reflexionar y por pensar que tal vez, si en lugar de coincidir unas personas ya maduras y que hablábamos inglés y por encima de todo queríamos tener la fiesta en paz, se hubiesen juntado aficionados de otro perfil y con dificultades para comunicarse entre ellos, tal vez, ese viaje de vuelta en un vagón de metro abarrotado habría sido una experiencia desagradable en lugar de lo que para nosotros fue un rato de lo más ameno y divertido.

En los casi dos años que llevo en Londres he percibido que el Manchester United es uno de los equipos más detestados en Inglaterra. Es muy probable, pero  en ese trayecto en metro se ganaron un par, o tres, de simpatías.

Y tal vez todo fuera una anécdota intrascendente. Sin más.

PD A los habituales de este blog a quienes, como diría el gran Pepe Isbert, debo una explicación, se la voy a dar. O casi. Mi ausencia se ha debido a una serie de elementos que se han vuelta en contra. Y uno de ellos es que una vez más se cumple eso de que quien mucho abarca poco aprieta, y me he encontrado con que no podía seguir contribuyendo a este blog con la dedicación que quienes lo visitan se merecen.      

Miguel Ángel Idígoras


El título de este blog “London.es” no es más que una declaración de intenciones. La realidad de esta ciudad británica –que para muchos es la menos británica de las ciudades británicas- y de un país pero desde la perspectiva de un español.
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