Tres días que no cambiaron el mundo. O el Jubileo de la reina.
Tres días de fiesta y celebraciones que no han cambiado el mundo, sino que lo han perpetuado. Tres días en que centenares de miles de británicos, ciudadanos de otros países de la Commonwealth e incluso extranjeros sin vínculo especial con el Reino Unido han participado de una manera u otra en los tres días de fastos. Miles de personas aguantaron horas de espera bajo una lluvia, intensa a ratos, acompañada de frío y viento como fue el caso el domingo, el día de la flotilla de mil embarcaciones por el Támesis. Oficialmente esos tres días de fiesta y fastos han sido para agradecerle a la reina sus sesenta años de servicio.
Forma y fondo. El outsider, el observador ajeno, una misma, cuando quiere entender la relación de los británicos con su monarquía, y en especial con esta reina, lo primero que advierte, y le advierten, es que la forma no tiene por qué corresponderse con el fondo.
La forma dice que el gobierno y todos sus organismos los son "de su Majestad", pero a la hora de la verdad, el fondo, el gobierno sale del parlamento que, a su vez, sale de los votos. Un parlamentario por circunscripción y cada elector sabe quién es "su" parlamentario (su MP, Member of Parliament).
La forma dice que son súbditos y que la justicia está administrada por "Dieu et mon droit" (Dios y mi derecho, en francés, oui), pero el fondo es que éste es un Estado de derecho y los británicos son ciudadanos.
La forma dice que este es un país aún tremendamente clasista, con corte y aristocracia. Donde las contribuciones a la sociedad se premian otorgando un título nobiliario o una condecoración del Imperio Británico. Yes, del Imperio, se llaman aún. Pero el fondo es que cuando hablas, por ejemplo, con españoles que llevan tiempo trabajando aquí la mayoría, por lo menos la mayoría de aquellos con quien he hablado, te cuentan que es una sociedad mucho más meritocrática en el ámbito laboral.
La forma ha dicho que estos tres largos días de celebraciones lo han sido para agradecerle sus sesenta años de reinado a Isabel II, pero el fondo es, que cualquier celebración de la familia real -y esta ha sido excepcional, sólo la reina Victoria estuvo más de 60 años en el trono- es una ocasión para salir a la calle con la Union Jack, la bandera británica, y sentirse orgulloso de ser británico. Me lo repitieron varias veces el año pasado cuando la boda real, me lo han repetido aún más en esta ocasión. No se trata tanto de la reina, como de nosotros.
El Reino Unido (el conjunto, no las partes) no tiene un día de Fiesta Nacional. No tiene su 4 o 14 de julio. Las celebraciones de la reina y la familia real se convierten así en la ocasión de sacar pecho festivo patriótico. Y ahí salen, a decorar sus casas y jardines, a tocarse la cabeza con sombreros imposibles, pintarse las uñas o la cara, teñirse el pelo, vestise de los pies a la cabeza, lo que sea, con los colores de la Union Jack. Y si llueve, se aguanta, que para esos somos British. ¿Qué parecemos excéntricos? Es parte de nuestro ADN. Así es el tópico, así lo han repetido ellos hasta la saciedad estos tres días y por eso me permito repetirlo yo aquí.
Además del patriotismo, la mayoría de los británicos señalan la ejemplaridad con que Isabel II ha desempeñado sus funciones en estas seis décadas. Y que eso destaca especialmente en un momento en que otras instituciones (los políticos, las prensa, la banca) están seriamente desprestigiadas. El monarca es históricamente la encarnación del país y en este caso la gran mayoría de los británicos se sienten digna y orgullosamente representados por Isabel II. Parte del acierto ha sido que nadie sabe qué pasa por su cabeza. La reina, a diferencia de su hijo el heredero, nunca ha dado una entrevista, no se le conocen opiniones.
Desde una perspectiva más crítica el escritor Jon Temple nos comentaba en una entrevista para Informe Semanal que los británicos han perdido el imperio y aún no han encontrado su papel y que eso marca sus relaciones con Europa, los Estados Unidos y el resto del mundo, y que mantener esta monarquía pomposa es en parte para perpetuar su propia ilusión de grandeza.
"Los británicos -me comentó un periodista británico en una ocasión- criticamos a menudo lo que nos cuesta la monarquía, pero al mismo tiempo nunca aceptaríamos una monarquía barata". "Sí, nos cuesta dinero, pero el entretenimiento que nos dan se lo merece", me dijo otro periodista. "Seamos sinceros -me decía un monárquico- si tuviésemos hoy que inventar un sistema partiendo de cero, no inventaríamos una monarquía, pero ¿por qué lo cambiamos? ¿por Presidente Blair?"
Sobre lo excesivo que pueden llegar a ser tres días de fastos y ensalzamiento de la monarquía, de una familia privilegiada, en momentos de crisis, más de uno subraya que precisamente por las circunstancias ha sido un éxito porque a la gente le venía bien una dosis de celebración y optimismo en plena crisis. Un efecto parecido -pero no equiparable- al de la coronación en 1953, durante las penurias que dejó la segunda guerra mundial.
¿Qué dicen las encuestas? Que en el Reino Unido los republicanos pocas veces han pasado del 20%, y que a ese debate los británicos aplican -además de su monarquismo más o menos militante- una máxima, un lema que explica su conservadurismo en tantos otros aspectos de su sociedad, if it's not broke(n) don't fix it. Si no está roto, no lo arregles.
@annabosch