Teléfono Rojo ¿Un romance Washington-Moscú?
2016 fue un gran año para Vladimir Putin. Consolidó la influencia rusa en Siria, con el control de Alepo por parte de las fuerzas de Asad gracias a la ayuda militar de Moscú, y -de ser ciertas las conclusiones de la inteligencia estadounidense- contribuyó a aupar a la presidencia de Estados Unidos al candidato más conveniente para los intereses del Kremlin: Donald Trump. Haya interferido o no en el proceso electoral estadounidense, la victoria de Donald Trump es, potencialmente, un regalo para Moscú.
Durante la campaña electoral, Trump ha puesto en duda la relación entre Estados Unidos y sus aliados en materia de Defensa, ha sido ambiguo respecto a la anexión rusa de Crimea, se ha rodeado de colaboradores vinculados en mayor o menor medida al Kremlin (Flynn, Tillerson, Manafort), ha dedicado buenas palabras al presidente Putin y ha abogado por mejorar las relaciones con Rusia. Es difícil imaginar un candidato (y ahora presidente electo) más receptivo ante las posiciones del Kremlin.
Es posible que esas intenciones sean sinceras por ambas partes, e incluso que se den pasos hacia un mayor entendimiento en los próximos meses. Personalmente no confío en un idilio ruso-estadounidense a medio y largo plazo, por la fricción natural entre los intereses estratégicos de Washington y Moscú en distintas zonas sensibles.
Desde el punto de vista ruso, las buenas intenciones de Trump hacia Moscú son una buena noticia. Pero también lo es el factor de incertidumbre que acompaña al nuevo líder estadounidense. Habrá que esperar a ver cómo se desenvuelve en la escena internacional y doméstica, pero a priori tiene potencialmente más posibilidades de generar cambios drásticos, y por tanto ruptura y tensiones, que Hillary Clinton. Es sólo un pronóstico que puede estar equivocado, pero se basa en intenciones expresadas durante la campaña. Antes de su llegada a la Casa Blanca, Donald Trump ha logrado desconcertar a la clase política de EEUU y países aliados; a los grandes medios de comunicación occidentales, conscientes de una relevancia menguante ante el empuje de redes sociales y actores fuera de control con enorme impacto en la opinión pública; e incluso al aparato de seguridad estadounidense al que Trump ha desacreditado y ridiculizado en público. ¿Romperá Trump el consenso EEUU-UE acerca de las sanciones a Rusia? ¿Obligará a los miembros de la OTAN a un mayor gasto militar como en realidad exige la propia organización? ¿Romperá alianzas de defensa con aliados si considera que Washington no obtiene suficiente recompensa a cambio? Todos estos escenarios son sólo hipótesis basadas en sus mensajes de campaña, pero cualquiera de ellos sería beneficioso para Moscú, cuya agenda de propaganda lleva años centrada en resaltar las grietas de las democracias liberales. El Brexit, el auge de movimientos políticos anti-establishment y las iniciativas separatistas son sólo algunos ejemplos de los fenómenos que Moscú resalta en su cobertura mediática de los países occidentales, con impacto creciente en las audiencias de esos países gracias a sus canales internacionales y a una eficiente actividad en internet.
De cualquiera de las maneras, el Kremlin tiene buenas opciones sobre la mesa. Si se logra una reconciliación entre Washington y Moscú es probable que se alivien las sanciones, o incluso que se contemplen o pasen por alto algunas reivindicaciones de Moscú, territoriales (Crimea) o políticas (un trato de igual a igual como gran potencia). Si eso no ocurre, Rusia puede mantener la tensión actual con Estados Unidos que, al menos de momento, contribuye a alimentar el sentimiento nacionalista y el respaldo a Putin gracias a la figura de un enemigo poderoso. En medio, cuenta con la posibilidad de que Trump erosione la vida política estadounidense, con serias fricciones entre el presidente y sectores de su partido en el Congreso, o empeore las relaciones entre Washington y alguno de sus aliados. Cualquier debilitamiento de las posiciones comunes occidentales sería una buena noticia para Rusia.