Sorrentino puede rimar con…
viernes 22.may.2015 por Gerardo Sánchez 3 Comentarios
Alejo Moreno (Enviado especial a Cannes)
@zze_VILLANO
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Sorrentino puede rimar con…
Proviene del italiano staffare ‘sacar el pie del estribo’ porque la persona que ha sido estafada se queda sin apoyo, como el jinete que permanece sobre su montura, pero con el pie sin sostén.
Hace años tuve el placer de pasar unos quince días viajando por la Toscana. Me percaté de que prácticamente en cada pueblo importante era habitual toparse, entre monumentos de indiscutible importancia patrimonial, con alguna casona privada cargada de trabajados anuncios en sus portones que ofrecían el oro y el moro a los viandantes por el módico precio de entre doce y quince euros (lo mismo que pagamos en España por la Alhambra, el monumento más visitado del país o por El Prado, una de las mayores pinacotecas del Mundo) Una vez dentro de una de estas sugerentes casas antiguas (?) comprobé lo que intuía, que aquello era una estafa para incautos, americanos y japoneses.
Muñecas mohosas, cascos medio rotos, virgencitas de poco valor artístico y apenas unos doscientos años de antigüedad, todo muy bien puesto en vitrinas, con cierta gracia incluso, pero un camelo diseñado para ayudar a las pomposas familias italianas de turno a pagar el costoso mantenimiento estructural de casas heredada de tiempos mejores y rancios abolengos, cuya arquitectura tampoco era nada reseñable (cualquier hijo de vecino en España tiene una abuela en el pueblo con una casa de semejante solera) Lo importante de la anécdota no es que existiera la estafa, si no que uno se percataba de que los americanos y japoneses que cruzaban sus puertas experimentaban un orgasmo celestial ante el supuesto encuentro con un valor patrimonial inconmensurable.
Recordé aquello al final de la proyección de la última película de Paolo Sorrentino en Cannes: Youth.
La película no empezó mal porque Sorrentino, que es un gran creador de imágenes de gusto publicitario, sabe cómo colocar vistosos carteles y vitrinas simpáticas en “su casa”, apoyándose además en la categoría de dos actorazos como Harvey Keitel y Michael Caine.
Poco a poco se van sucediendo a trompicones (sin ton ni son, sin sentido de la fluidez en el montaje) lo que peor llevé de la película:
Situaciones y diálogos en los que los personajes desenrollan tomos de supuesta profundidad filosófica, aderezada por un continuo y cambiante hilo musical (dicen que el vino cuando lo dan con queso…)
A la quinta secuencia de “conversaciones profundas” y músicas intensas, daban ganas de pedir a gritos al proyeccionista que hiciera el favor de parar la proyección y repetir la secuencia, más que nada para que todos pudiéramos comprobar que debajo de esas voces cantoras de Silos tan espirituales, no había más que un engolado y pretencioso discurso, que leído sin la solvencia de Michael Caine o Harvey Keitel, no tenía más de un palmo de profundidad.
De pronto un alter ego de Maradona que mira a lontananza mientras su chica le hace un masaje en el pie, si mal no recuerdo. Música de fondo. Ella le mira lentamente (muy lentamente, a ritmo de psicólogo de autoayuda) y le pregunta con mirada entre absorbida y complaciente que en qué está pensando. Él se toma su tiempo y responde: “En el futuro”. Miradas. Sube la música. Cambio de secuencia. Ya. Eso es todo, amigos. Next!
Ya me estoy meneando de más en la butaca pero añade aún más tensión comprobar que copiar a Fellini sigue estando entre sus aspiraciones. Me preguntaba en el reportaje que hice sobre la Grande Bellezza si Sorrentino había hecho una mala copia de La Dolce Vita o si por el contrario resultaba que Fellini había devorado con su personalidad una ciudad que ya siempre nos iba a recordar a su obra de forma que era imposible retratar la vida nocturna sin esquivar su influencia.
Sin embargo no, ha quedado claro que es su guía oculta. Es como darle a un mono dos pistolas porque Sorrentino no es un gran y personal copiador como Haneke o Tarantino. Es una mona vestida de seda que juega a confundirnos y consigue que algunos olviden una importante máxima: Hace falta dinero para hacer cine, pero no se hace cine sólo a base de dinero… Despista tanto empaque grandilocuente, claro… despista al que se deja despistar.
Aunque Youth no trate el mismo tema que Ocho y medio, sí flirtea peligrosamente con ella en algunas secuencias de mucha importancia:
Cambia el sanatorio al que asiste un director en proceso de preparación de una nueva película (Mastroianni), por un hotel pijo en el que un viejo director prepara una nueva película (Keitel).
La aparición de la vaporosa Claudia Cardinale caminando descalza, delicioso y sugerente retrato del deseo carnal, por la obvia y despelotada supermodelo rumana Madalina Diana Ghenea, que sin duda está como un tren de mercancías y es lo más rotundo de la película.
Cambia el maravilloso encuentro de las mujeres de Guido/Fellini, por una secuencia sin gracia de encuentro entre Keitel y los personajes femeninos de sus películas en un monte, haciendo el chorra a lo que Sorrentino cree que es el “estilo feliniano”, es obvio.
Copia los maravillosos planos de personajes caricaturizados por el talento de Fellini (aquellas monjas, esos curas, esas señoras y señores que incluso en alguna ocasión miran a cámara) pero a cambio nos entrega una serie de planos huecos de los trabajadores del hotel, tan asépticos como una habitación de un NH.
Pues eso… más peligro que un mono con dos pistolas.
Muchos creen que conocen la obra de Fellini, pero en esta sociedad de amantes de lo sinóptico, la realidad es que lo que muchos conocen son los cuatro iconos explotados en vallas publicitarias, esos que son versionados en anuncios (tan odiados por el maestro de Rimini) y versiones de versiones, pero no los entresijos de su cine, ni su delicada humanidad, su sorna pero también su calidez. Sorrentino se aprovecha de eso y yo creo que lo sabe. Todo es superficie en sus películas, superficie con apariencia de sótano. Pero no tiene el talento para lo mínimo del autor de La dolce vita, ni su delicadeza. Necesita traer de Oriente ingentes cantidades de fuegos artificiales para escribir su ego en el cielo de Cannes, no sabe manejarse en las distancias cortas.
Me calienta aún un poco más que ponga en boca de un personaje algo así como que “los directores de antes lleváis treinta años sin hacer una buena película” afirmación que en realidad parece ser del propio Sorrentino y que encontró la complicidad de parte del público, transformada en risitas ordinarias. Más quisieras tú ser Coppola, Scorsese o Polanski, compadre Sorrentino.
Pero lo que realmente me saca de quicio es cuando la película acaba. Surge de la nada y para nada, una secuencia en la que Michael Cane dirige a una orquesta que toca una partitura de medio pelo que está planteada como el testimonio artístico de un genio. Títulos de crédito ad hoc. Me levanto y huyo, pero no puedo porque la sala entera está llena de gente parada, unos en sus butacas, otros delante de la puerta mirando arrobados y bovinamente la grandilocuente secuencia. Todos con cara de estar convencidos de ver la obra de un genio absoluto ¡Las mismas expresiones de aquellos americanos en los casones de cartonpiedra! ESTO SÍ ES FELINIANO. Se parece al asfixiante arranque de ocho y medio… Logro abrirme paso entre los convidados de piedra y aún me asalta un tipo de una tele con micro en mano: “¿Qué le ha parecido?” “No me parece buena. Es muy barroca y vacía” consigo decir sin pararme.
Me mosquea, claro que sí. Me mosquea asistir a la victoria de los farsantes. En el pasado, éste director hubiera sido un tipo con acceso a presupuesto porque sabe cómo rodar, pero le hubieran encargado romances o fotonovelas. Es decir que se parece más al pretencioso y risueño Jeque de El Jeque blanco caricaturizado por Fellini, que al Guido de Ocho y medio… como probablemente se vea a sí mismo.
Así que me cabreé, sí, y mandé a por hortalizas a Sorrentino en Twitter ante el pasmo de sus “polites” seguidores (no habría escandalizado nunca algo así a Marcello Rubini) Pero a veces hay que decir claro lo que uno piensa, aunque sea a costa del supuesto buen gusto, para intentar contrarrestar la oleada informativa que va a movilizar la maquinaria informativa para que “Youth” quede en el subconsciente como una referencia de culto. Vayan a las fuentes, no se queden con la copia de la copia de la copia, se lo pido encarecidamente.
Sorrentino puede rimar con muchas cosas… incluso si se tiene más sentido del humor y menos fanatismo e idolatría. Pero por encima de todo, Sorrentino rima con Estafa.