Mijo de la Palma: "Mi mundo es de llorar"
Los conocí en una noche de chaparrón y truenos, en mayo de este año. Salían del local de actuaciones, como yo, a fumar en el imperio libre de la acera. Es fácil hablar cuando el agua te cala, el tabaco se moja y el clima parece diseñado para un drama.
Les hice una entrevista y algunas fotos unos días más tarde en un callejón. Volvimos a fumar sobre otra acera: en ésta habían impreso plantillas con la cara de Lou Reed.
Publicaron la pieza en una revista: Mijo de la Palma: la revolución de un grupo en metamorfosis. Creo que en algún párrafo alcancé a verbalizar lo que siento con sus canciones:
En directo la olita se mece sin bravura, como el compás de una hamaca, pero te deja en carne viva: tú solo y el balazo. No es música complaciente de salitre y flamboyán, jamás la escucharán en una coctelería de acceso restringido. Es una zozobra lenta que nunca entenderán quienes no se hayan roto el alma contra las piedras.
Melvin, Ada, José... Son mi mejor hallazgo desde que hace seis meses brinqué el salto vertiginoso Madrid-San Francisco.
Son mis amigos. Se hospedaron en casa hace unas semanas, cuando regresaron a California para tocar en el Mission Cultural Center for Latino Arts. Vivimos en estado de revolú puertorriqueña durante diez días.
Añoro el café bravo que Melvin me tendía al despertar; la deriva de carcajadas dinamiteras de Ada, muchacha-resorte, poeta sin saberlo; a José descubriendo de mi mano que Wilco también protege el mismo sagrario que Camarón y Paco de Lucía, la celda mística que encierra las canciones...
Creía que mi educación musical -perdón por la petulancia- tenía poco que ver con la música de plátano frito, piedras negras lavadas por el Caribe y soledad jíbara de Mijo de la Palma.
Me equivocaba: si el plátano fuese polenta y las piedras, brotes de algodón, el blues campesino del interior dorado de Puerto Rico no sería distinto al blues esclavo de los negros del Delta del Misisipi.
Recuerdo el instante de esta foto con la permanencia de una grapa en la piel. Unas horas antes del show, Melvin y Ada ensayaban armonías en el teatro vacío. Ningún acto público supera la verdad privada. Lo mejor del mundo siempre está tras las palabras.
Unos días después, con escasa maña, grabé el vídeo que encabeza esta entrada, el primero de los que iré goteando en el blog.
Era una tarde de viento y estábamos en el Golden Gate Park. También en el marco de ensueño del mayor parque del mundo construido por el hombre puede prender la tristeza de un campesino.
No se puede morir cuando todo se ve claro
Cuando una razón sirve de amparo
No hay forma de tropezar
Y es que mi mundo es de llorar
Y el tuyo de ojos cerrados
Manejé mal algunos controles en el software de edición del vídeo. La impericia hizo que la imagen quedase lavada, manchada de harina como las manos que hornean el pan, como el mundo de llorar para saber sentir proclamado por la canción Vi secarse el río. El guía del malhacer, casi siempre, suele ser algún tipo de dios. Que la imagen sea levemente pálida es un merecimiento nacido, como todo acierto, del vientre de un error.