12 posts de septiembre 2011

Mijo de la Palma: "Mi mundo es de llorar"

 

Los conocí en una noche de chaparrón y truenos, en mayo de este año. Salían del local de actuaciones, como yo, a fumar en el imperio libre de la acera. Es fácil hablar cuando el agua te cala, el tabaco se moja y el clima parece diseñado para un drama.

Les hice una entrevista y algunas fotos unos días más tarde en un callejón. Volvimos a fumar sobre otra acera: en ésta habían impreso plantillas con la cara de Lou Reed.

Publicaron la pieza en una revista: Mijo de la Palma: la revolución de un grupo en metamorfosis. Creo que en algún párrafo alcancé a verbalizar lo que siento con sus canciones:

En directo la olita se mece sin bravura, como el compás de una hamaca, pero te deja en carne viva: tú solo y el balazo. No es música complaciente de salitre y flamboyán, jamás la escucharán en una coctelería de acceso restringido. Es una zozobra lenta que nunca entenderán quienes no se hayan roto el alma contra las piedras.

Melvin, Ada, José... Son mi mejor hallazgo desde que hace seis meses brinqué el salto vertiginoso Madrid-San Francisco.

Son mis amigos. Se hospedaron en casa hace unas semanas, cuando regresaron a California para tocar en el Mission Cultural Center for Latino Arts. Vivimos en estado de revolú puertorriqueña durante diez días.

Añoro el café bravo que Melvin me tendía al despertar; la deriva de carcajadas dinamiteras de Ada, muchacha-resorte, poeta sin saberlo; a José descubriendo de mi mano que Wilco también protege el mismo sagrario que Camarón y Paco de Lucía, la celda mística que encierra las canciones...

Creía que mi educación musical -perdón por la petulancia- tenía poco que ver con la música de plátano frito, piedras negras lavadas por el Caribe y soledad jíbara de Mijo de la Palma.

Me equivocaba: si el plátano fuese polenta y las piedras, brotes de algodón, el blues campesino del interior dorado de Puerto Rico no sería distinto al blues esclavo de los negros del Delta del Misisipi.

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Recuerdo el instante de esta foto con la permanencia de una grapa en la piel. Unas horas antes del show, Melvin y Ada ensayaban armonías en el teatro vacío. Ningún acto público supera la verdad privada. Lo mejor del mundo siempre está tras las palabras.

Unos días después, con escasa maña, grabé el vídeo que encabeza esta entrada, el primero de los que iré goteando en el blog.

Era una tarde de viento y estábamos en el Golden Gate Park. También en el marco de ensueño del mayor parque del mundo construido por el hombre puede prender la tristeza de un campesino.

No se puede morir cuando todo se ve claro
Cuando una razón sirve de amparo
No hay forma de tropezar
Y es que mi mundo es de llorar
Y el tuyo de ojos cerrados

Manejé mal algunos controles en el software de edición del vídeo. La impericia hizo que la imagen quedase lavada, manchada de harina como las manos que hornean el pan, como el mundo de llorar para saber sentir proclamado por la canción Vi secarse el río. El guía del malhacer, casi siempre, suele ser algún tipo de dios. Que la imagen sea levemente pálida es un merecimiento nacido, como todo acierto, del vientre de un error.

"Armémonos los unos a los otros"

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Salvador Cortez
Nacido en Camaulipas (México)
Jubilado, 80 años

Como un pincel: traje ligero para el día soleado, un prendedor dorado en la solapa, sombrero beis de hojas de palmera trenzadas...

Lengua de fuego: "Este país se está llenando de vagos, neófitos y analfabetos. Los Estados Unidos nunca pensaron que serían invadidos por tanta pobreza".

A Salvador Cortez ("para servirle a usted") lo encuentro conversando con el heladero en la esquina de la calle 24 con Mission, una sartén donde se cocina la fritanga latina de San Francisco. Un barullo de 24 por 365.

"El barrio ya no es el mismo", dice Cortez con voz ronca de ex fumador y convencimiento de pionero. Lleva 65 años en los EE UU y 30 en San Francisco. Dice que ha visto de todo, pero está seguro de que la clase se ha ido al garete: "Antes la gente andaba de corbata, bien vestida, no todos desarrapados y enseñando las nalgas, con pinchos clavados en la cara, aquí y aquí y aquí".

- Pero usted lleva adornos en la chaqueta y un anillo en cada mano.

- Eso es otra cosa. Eso es bonito, se ve fino, se ve elegante...

Cortez disfruta de una buena jubilación ("me alcanza para vivir y me sobra"), pero no quiere cuantificarla cuando le preguntan por la cifra en dólares. "Eso me lo guardo para mí", advierte. Como buen "mexicano americano", es reservado en materia de plata.

 En repartir soluciones no es tan precavido. Su credo social lo resume con dos palabras: "rectitud y disciplina".

- Si estuviera en sus manos arreglar las cosas, ¿qué haría?

- Le voy a decir la verdad, la verdad... Yo, como soy un hombre viejo y viví con las normas de la revolución de Pancho Villa que me enseñaron mis abuelos, agarraría a todos los vagos, los empinaba con una vara de membrillo y le daba tres fuetazos en las asentaderas a cada uno... Para que le digan a sus amigos que hagan cosas malas, que les va a doler...

 - Lo del amor no va con usted.

- La Biblia dice: "Amémonos los unos a los otros". Parece que es: "Armémonos los unos a los otros".

El señor Cortez, pese a que reside en la trinchera, iba para pintor de altares. La vocación no cuajó y terminó emigrando con sus padres a Chicago ("cuando uno es chiquito se va a donde sus papás lo llevan, no a donde usted mande"). De joven "era un poco cholo", pero la edad le trajo la serenidad conservadora que reparte sin reparo y por doquier.

Su vida laboral de 35 años la dedicó a ser instructor de decoración en talleres ocupacionales para ex convictos jóvenes. Estaban financiados con fondos públicos federales para la reinserción de los presos. Todo eso se ha acabado.

"No hay dinero, no hay ayudas. El primero que empezó con la política de recortes sociales fue Nixon, que sacó a todos los enfermos mentales de los hospitales públicos y los puso en la calle. Después todos los presidentes hicieron lo mismo".

Cortez no tiene nacionalidad estadounidense. Le gustan los gringos, pero siente que no es parte de esa tribu ("soy puro mexicano, si viviera en Rusia seguiría siendo mexicano porque conservo mis raíces"). Tampoco quiere saber nada de los inmigrantes de las últimas dos décadas, a los que acusa de "rasguñar y rasguñar a los Estados Unidos sin amoldarse a sus hábitos de vida".

- ¿Tiene usted hijos?

- Sí, tengo siete.

- ¿Y nietos?

- También, unos 20.

- ¿Qué les ha enseñado?

- Mis hijos tienen la misma escuela que yo. Los enseño a pelear.

- ¿En qué sentido?

- En el sentido físico. Les enseño que obedezcan y si no lo hacen les meto un cinturonazo en las nalgas, delante de su madre y de su padre.

Jose Ángel González


Crónicas vitales de un periodista español emigrado a la Bahía de San Francisco, en California, el estado con mayor presencia de latinos e hispanohablantes de los Estados Unidos.
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