Adobe Books: una librería menos para soñar
Si me fuera dado el privilegio dichoso de poder elegir residencia en la tierra, no tendría duda alguna: ningún lugar mejor que una librería de San Francisco para que mis huesos dejen de armar bulla y el ánimo se aquiete.
Desde que llegué a esta ciudad me han pasmado unas cuantas circunstancias. No son las menos notables la amabilidad y el civismo de los vecinos (un "have a good day" y una sonrisa son regalos gratuitos que todos merecemos); el enunciado colectivo de la divisa laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même ante cualquier exotismo, neurosis o rareza ajena; lo mal que manejan los autobuses los conductores del servicio público del Muni; la constancia, de dinamismo revolucionario, en el comer a toda hora y en cantidades que rozan la desmesura...
Y, sobre todo, la enorme belleza de las mejores librerías del mundo.
Me jacto de saber algo de librerías y en cada nueva ciudad o villa a la que me conduce la ebriedad de la vida no dejo de practicar una prueba de compatibilidad: visito una o dos librerías y, tras recorrerlas, sentirlas, olerlas, puedo saber si estoy en el lugar adecuado o debo salir pitando del antro.
Tranquilos, no voy a hablar de City Lights, una librería con fama pero sin alma, templete de turistas en busca del improbable fantasma borracho de Jack Kerouac y morada aséptica de novedades editoriales.
Vivo a la vuelta de la esquina de Green Apple Books, acogedora como una posada y tentadora como un laberinto.
Desde que pisé Green Apple Books por primera vez supe que sería mi morada secundaria en el barrio: añejos suelos de madera sin barnizar, escaleras a la planta de arriba que crujen con amabilidad hogareña, el aparente caos de un almacén, reseñas y recomendaciones escritas (¡a mano y en tinta, sin intervención electrónica!) por los empleados, una sección de segunda mano donde siempre encuentro remanso -también para el bolsillo- y, finalmente, tres cajones colocados a la entrada donde cada día depositan libros de regalo para quien los necesite (me he llevado de esa mágica cueva del tesoro a Carver, Vonnegut, DeLillo, Scott Fitzgerald, Vidal, Capote y hasta una edición en castellano del Tiempo de silencio de Martín-Santos)...
La primera librería que conocí en la Misión, el distrito latino de San Francisco, fue Adobe Books, en el número 3166 de la calle 16, casi enfrente del Roxie Theatre, uno de los cines independientes con mejor programación de la ciudad.
Adobe se dedica en exclusiva a los libros de segunda mano. Los precios son justos (ejemplo: en mi última visita compré esta edición de DogDogs, del fotógrafo Elliott Erwitt, por diez dólares, poco más de siete euros) y el local, amplio y tranquilo, con sofás y sillones en los que no es raro encontrar a los camareros de algún restaurante cercano aprovechando el descanso entre turnos para echar una cabezada.
Si no sucede un inesperado milagro, Adobe Books dejará de funcionar a finales de este año.
Cuando cierra una librería callan miles de bocas y la culpa es colectiva. Nada puede justificar la liquidación de un almacén de sueños, diatribas, teorías, églogas, epístolas, crónicas, diarios... El cierre de una librería sin lazos con los imperios de la compraventa de conciencias es casi siempre una tragedia.
Andrew McKinley (Ithaca-Nueva York, 1954) es uno de los dos propietarios de Adobe Books. Tiene los ojos muy azules, viste una camisa de leñador y es hijo de una chilena de Viña del Mar. Abrió la librería, el dos de enero de 1989, con un compañero de instituto. Le gustaba el barrio y la localización, al lado del Pícaro Café, regentado por españoles, frente al Roxie, en la cálida planicie de la Misión...
Antes de conocer a Andrew alguien me dijo que era "una especie de padrino del barrio", que a todos conocía y por todos era querido. No es un comerciante sino un vecino. Cada tarde, al cerrar Adobe, se acerca a la cercana panadería Tartine Bakery, donde le regalan los panes, donuts y pasteles que han quedado sin vender. Empujando un carrito de supermercado lleno de delicias, el librero recorre el barrio y reparte comida entre los homeless.
- Los tiempos están siendo muy duros para todos, dice.
El aumento del alquiler (4.000 dólares al mes, unos 3.000 euros), la gentrificación de la Misión y la caída "dramática" en las ventas de libros tienen la culpa del cierre.
- Quizá no he sabido llevar bien el negocio, pero es triste tener que cerrar la puerta de un lugar que se ha convertido casi en una institución.
En Adobe Books hay unos 20.000 libros en espera de lector. Siendo una de esas librerías donde no encuentras el libro que estás buscando sino el que te está esperando, se puede afirmar que 20.000 personas estarán un poco más solas a partir de fin de año.
segun dijo
cuando un tendero muere(cierra)más se estrecha nuestro círculo social.
By the way, un reportaje completo
11 nov 2011
laura dijo
i hope it makes it..
11 nov 2011