Ciudad-exilio
Si el verdadero exilio de cada uno de nosotros, como sostenía Roberto Bolaño, es la biblioteca, esté en anaqueles o en la memoria, quiero que mi deportación final transcurra en el número 506 de la calle Clement de San Francisco, sede de Green Apple Books.
Esta tarde llovía en la ciudad y entré en la librería, el mejor refugio cuando te sujetan los grilletes húmedos del musgo de la nostalgia. En un primer momento, como siempre me sucede, me sentí desorientado en el laberinto, hermanado con el tipo perplejo y sin destino al que retraté en la sección de Arte, pero la sensación se disolvió pronto con los tranquilizadores crujidos del trajinado suelo de madera del local, que debes pisar con mimo para no despertar a los exiliados del pertinaz sueño del opio que atesora cada libro.
En alguno de los estantes tropecé con Bolaño, al que los yanquis adoran, porque, como alguien me explicó, están obsesionados por encontrar a un "nuevo Kerouac" que restablezca la sensación de que todavía restan carreteras por recorrer, muchachas inocentes a las que deslumbrar con botellas de vino barato y pamplinas y lugares a dónde ir.
En Green Apple los empleados escriben a mano, en fichitas de tamaño escolar, reseñas de los libros que el staff recomienda y ante Monsieur Pain la ficha habla de una "pesadilla surrealista". La tinta, por supuesto, es de color negro.
No hay casualidades cuando entras en una librería, sobre todo si afuera hace un tiempo de perros que te muerden los muslos y escapas para exiliarte de todas las jaurías, incluyendo la que tú mismo alimentas con el fruto de tus vergüenzas o tal vez contribuyes a mantener rabiosa escatimando el pienso.
Al lado de la novelita de Bolaño, ni por asomo una de las mejores de su obra, a mi izquierda, es decir, a la derecha si el libro fuese el punto de referencia, lo cual también tiene sentido, habían colocado The Buenos Aires Quintet, una novela, tampoco demasiado notable, de la saga de Pepe Carvalho (el "más metáfisico de los sabuesos", dijo el Time), el investigador privado de Manuel Vázquez Montalbán.
¿Saben estos californianos libreros que Vázquez Montalbán y Bolaño murieron con meses de diferencia, en 2003, año death row que debieron retirar del calendario en lo que mi respecta porque se llevó por delante, por si fuera poco tras el par de citados, a Johnny Cash, Nina Simone, Augusto Monterroso, Warren Zevon y Elliot Smith?
¿Saben que ambos escritores vivían en las orillas catalanas de un mar llamado Mediterráneo, bastante deteriorado a estas alturas del desastre, pero que hace unos cuantos siglos fue como la California del mundo, una Arcadia que ejercía un efecto llamada tan poderoso como la fiebre del oro?
¿Saben que a Vázquez Montalbán le sorprendió la muerte en la absurda localización de un aeropuerto tailandés y que Bolaño esperó en vano un transplante de hígado mientras redactaba, en sesiones enfebrecidas de quien cuenta los días restando, la híper novela 2666, una fábula atroz sobre la muerte hincada en el no muy lejano territorio de Ciudad Juárez, death row americano, donde con probabilidad han nacido algunos de los camareros latinos que preparan el café y las mimosas para los libreros y sus clientes?
¿Debe importarme lo que sepan o dejen de saber los gestores de mi librería favorita?
Green Apple, de la que dije en una entrada anterior del blog que es "acogedora como una posada y tentadora como un laberinto", fue fundada en 1967 por un joven con nombre de villano de cómic, Richard Savoy, un extécnico de radio de una aerolínea comercial. No se amilanó con la anorexia de la caja del primer día, 3,42 dólares, ni tampoco se comportó como un villano de la vida real subiendo los precios de los libros, pecado ignominioso que tantas veces es blasón de los mercachifles del papel impreso que terminan haciendo de sus librerías para exiliados una cloaca en nada diferente a un Wallmart de la pulpa de papel.
Richard Savoy siguió comprando y vendiendo libros usados, dedicándose con placer a las novedades, ampliando el local de los 70 metros cuadrados iniciales hasta 750, añadiendo discos y películas a las existencias y escuchando año tras año la sinfonía casi átona de los crujidos de los pies de los lectores sobre el entarimado de madera. En 2009 firmó un acuerdo con tres de sus empleados, Kevin Hunsanger, Kevin Ryan, and Pete Mulvihill, para traspasarles Green Apple y todo su inventario en un periodo de diez años.
Esta tarde me dediqué a vagar, olisquear y hacer tres o cuatro fotografías intentando camuflar el ruido del obturador con los chasquidos de mis pasos. Las imágenes no lograron retener el aire de celestial exilio, por retornar a Bolaño, que reina en la librería, cuyos dueños aplican con rigor el dictado de Herman Melville: "Existen empresas en las cuales el verdadero método lo constituye un cierto y cuidadoso desorden".
Sigo alucinado por el carácter multiplicador de San Francisco, donde cada faceta del capricho humano aparece exponencialmente enfrentada a la dimensión física de un lugar, que, en superficie (10 por 10 kilómetros) y población (menos de un millón de habitantes), no parece capaz de albergar tanto y tan numeroso especimen, prodigio o disparate.
La ciudad ha sido cobijo también de un número elevado de hazañas de escritores: Mark Twain dió aquí sus primeros pasos como cronista y literato, fundo un diario bilingüe chino-inglés y aseguró que se divirtió mucho experimentando un terremoto en 1865; amigo de Twain, Ambrose Bierce, conocido como "la persona más perversa de la ciudad" o simplemente Bitter Bierce, el Amargo Bierce, escribió uno de los libros básicos para la supervivencia, el Diccionario del Diablo, donde aportó a la humanidad la definición más duradera y fiel de la palabra 'político': "Anguila en el fango primigenio sobre el que se erige la superestructura de la sociedad organizada. Cuando agita la cola, suele confundirse y creer que tiembla el edificio. Comparado con el estadista, padece la desventaja de estar vivo"; Robert Louis Stevenson estuvo en San Francisco siguiendo a la mujer de su vida, Fanny Osbourne, y trabajó por 45 centavos al día para sobrevivir; Dashiel Hammet fraguó en las mal iluminadas calles de Nob Hill y Civic Center los escenarios para sus novelas de serie negra con conciencia de clase; Allen Ginsberg vivió durante años en North Beach, el barrio italiano; el dibujante Robert Crumb vendió sus primeros cómics en la ciudad; Philip K. Dick escribió sus fábulas de futuro negro o distopías de pasado aún peor; Hunter S. Thompson ejerció el periodismo-gonzo...
Resulta muy elocuente que ninguno de los citados haya nacido en San Francisco, que parece actuar como una ciudad para ejercer conscientemente el exilio y ser un elegante exiliado, aquel que, como escribió Bitter Bierce, "sirve a su país viviendo en el extranjero, sin ser un embajador".
delicia dijo
delicia de artículo. Hoy, especialmente. estoy asqueado del periodismo en españa. Quizá sea la bruma oscura que nos cubre del cantábrico.
youve made my day.
Gracias José.
03 abr 2012
(8) dijo
Suscribo a delicia.
Gracias. Canción para el blog de Jose.
Gracias ;)
http://www.youtube.com/watch?v=NynHVuxR0BY
03 abr 2012