Los políticos abandonan 70 espacios protegidos de California
California. La palabra siempre tuvo poder de ensueño para mí. Mucho antes de atreverme a venir, intenté expresarlo en un libro, el único que he escrito.
En Bendita locura. La tormentosa epopeya de Brian Wilson y los Beach Boys (Editorial Milenio. Lleida, 2001) tuve el atrevimiento de bosquejar a distancia la tierra en la que finalmente he terminado. Voy a cometer ahora un segundo acto de osadía: citarme.
"Los californianos inventaron el concepto de estilo de vida. Sólo eso ya justifica su condena", dice sardónicamente el novelista Don DeLillo. Si el american way of life es la efigie más venerada en el altar de los mimetismos, California fue durante medio siglo el símbolo dentro del símbolo. Cada cual transportaba en su repertorio sensitivo una fotografía, por supuesto en rutilante Kodachrome, de un panorama de naranjales frente a la costa dorada, mecida por vientos tibios. California, Oeste Lejano, donde aún era posible el verano sin fin, donde, como decía la canción "Surf city", escrita por Brian Wilson, aguardaban "dos chicas para cada chico". Los códigos oficiales radiografían el ensueño. El lema que preside el escudo estatal es Eureka (en griego, lo encontré) y el animal que aparece en la bandera es un oso grizzly, dueño de grandes bosques para cultivar su indolente independencia, aunque solamente hasta que las balas de los cazadores extinguieron la especie hace unas décadas.
Tierra final de la peregrinación hacia el Pacífico de los pioneros y destino de millones de buscadores imantados por la fiebre del oro de mediados del siglo XIX; edén descrito por Jack London, Mark Twain, Ambrose Bierce, Dashiel Hammett, Raymond Chandler, John Steinbeck; paisaje coreografiado por Isadora Duncan; guarida de la generación beat y sus hijos bastardos, los hippies... California, maravilla y resumen de una nación que, ufana de sí misma, se considera también continente.
Todo suena a piedra preciosa. No es extraño que aparezca situada “muy cerca del Paraíso Terrestre” en la primera referencia literaria conocida, "Las Sergas de Esplandián", escrita en 1510 por el español Garci Rodríguez de Montalvo, que sitúa el origen de la palabra California en los vocablos latinos calida (calor) y fornax (horno). Cuando Hernán Cortés, en 1535, navegó la costa del Pacífico, creyó descubrir en este territorio la opulenta isla legendaria donde reinaba Califia, jefa de amazonas negras que sólo una vez al año, con afán meramente reproductor, recibían a los hombres.
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Estación término occidental cercada por el Pacífico, pero también vasto punto de fuga con suficiente amplitud para la aventura o la perdición (1.300 kilómetros de norte a sur y 400 de este a oeste, con una superficie de 411.049 kilómetros cuadrados, equiparable a la suma de Gran Bretaña, Cuba, Taiwan, Sicilia, Jamaica, las islas Canarias y las Baleares), California era un lugar exótico para el mundo, una especie de lejano patio de atrás. Hasta 1868, cuando se terminó la línea interoceánica de ferrocarril, el camino hacia el oeste estaba reservado a los bravos. Los infectados por la fiebre del oro preferían bajar en barco hasta Panamá, atravesar este angosto país por tierra, arriesgarse a morir de una fiebre más mortífera, la malaria tropical, y subir de nuevo por mar hasta San Francisco.
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Con una de las rentas per cápita más altas del mundo y un valor total de bienes y servicios sólo superado por la suma de todos los demás estados del país juntos. California es el granero de Estados Unidos, con la mayor producción agrícola de heno, almendras, brócoli, higos, flores, uvas (y vino, del que Robert Louis Stevenson habló, en 1879, como "poesía líquida"), limones, ciruelas, tomates, lechugas, nueces, naranjas, huevos y arroz. La floreciente industria forestal está en retroceso: antes de la llegada de los españoles había 607.000 hectáreas de secoyas (Sequoia sempervivens), pero sólo han sobrevivido a la voracidad de los madereros unas 40.000 hectáreas de estos árboles proteicos de hasta 90 metros de alto y 4.000 años de edad.
Sin embargo, a pesar de los males del progreso y la mundialización del paisaje, aquella percepción fabulosa del pasado, aquel río de sueños sobre un vergel abierto a los osados o los solitarios, sigue fluyendo por debajo del barniz de la identidad contemporánea. El escritor Richard Brautigan lo explicó de esta manera: "California nos necesita, por eso nos llama (…), haciéndonos dejar detrás de nosotros todo lo que sabíamos. Y aquí estamos, atraídos por California como si la energía misma,sombra de esa flor metálica y marfileña, nos hubiese llamado desde el fondo de otra vida. Aquí estamos para construir California hasta el final de los tiempos, como un Taj Mahal en forma de parquímetro".
El californiano John Steinbeck, autor de "Las uvas de la ira" (1939) y "Al este del Edén" (1952), también reflexionó sobre la esencia de su tierra, dominada por el "asombro y el respeto mágicos" ante el paisaje, con el océano balanceando las secoyas, transmisoras de "silencio y sobrecogimiento", y la llegada continuada de extranjeros hipnotizados por el jardín de la abundancia.
Les ahorro más sufrimiento autocitándome. Lo que quería insinuar ya queda explicado: edén, jardín en el patio de atrás, vergel desmedido colgando sobre el Pacífico... Eso imaginaba en mis sueños de papel hace ya una década.
El mapa que abre esta entrada demuestra como son tratados los sueños en estos tiempos de hiperrealismo. Cada una de las setenta aspas rojas es un espacio natural protegido que corre peligro inminente de dejar de ser vigilado, tutelado y cuidado por la Administración, que quiere cerrar parques estatales, algo que no había sucedido nunca en California, ni siquiera durante la Gran Depresión. Nada menos que 70 de los 279 que bendicen este territorio están en alerta roja.
¿Motivo? Creo que no hace falta responder a la pregunta. La respuesta empieza a ser la misma casi siempre y en cualquier parte: falta de fondos públicos. El gobernador del estado, el demócrata, según afirma, Jerry Brown, —si quieren decirle algo pueden escribirle a sus casas virtuales: Twitter, Facebook—, que ya no tiene edad ni porte para aparecer en la prensa rosa como el soltero de oro que solía ser, desveló en enero de 2011 que iba a talar los bosques. La figura léxica es bruta pero cierta: Brown dijo que para cuadrar las cuentas del estado para el bienio fiscal 2012-2013 era necesario cortar los 22 millones de dólares (17,5 millones de euros) destinados a los 70 espacios naturales protegidos que pretende dejar huérfanos.
Es verdad que las cuentas públicas son muy malas (20.000 millones de dólares de deuda, 16.000 millones de euros) y que nadie quiere buscar a los responsables y hacerles pagar —¿les suena?—, pero dejar al pairo a 70 playas, bosques, marismas, humedales, serranías, valles y rías parece un poco extremo dado que, por un lado, el ahorro es mínimo —el presupuesto estatal es de 140.000 millones de dólares— y, por otro, que el abandono de la tutela y vigilancia administrativas supondría la casi segura ruina de los parques en forma de incendios forestales, vandalismo, vertidos y demás tropelías que suelen llegar de la mano del hombre.
El anuncio del cierre de los parques, que en realidad supone su abandono y falta de mantenimiento, provocó la movilización inmediata de grupos ambientalistas, naturalistas y ecologistas. Save Our State Parks y la California State Parks Foundation son dos de los colectivos más activos. Los 279 espacios protegidos de California generan unos ingresos de 6.000 millones de dólares al año y dan empleo, directo o indirecto, a 56.000 personas en 48 condados (el estado tiene 58), señalan los promotores de las campañas en favor de los parques.
La movilización ha logrado salvar hasta ahora a 31 espacios naturales gracias a la recaudación de dinero y las aportaciones de particulares, incluso de los propios rangers que se encargan de la vigilancia de los parques. Algunas estimaciones consideran que la cifra puede llegar a 50 parques salvados antes del uno de julio, fecha límite establecida por el gobernador Brown para mandar a paseo a los santuarios verdes.
¿Buena noticia? Según como se mire. A corto plazo, sí lo es: algunos de los parques condenados por la Administración no corren un riesgo inmediato. Pero a medio plazo sólo se trata de aplazar el drama, porque el dinero recaudado sólo cubre el presupuesto hasta 2013 y no hay indicios de que el año próximo vaya a cambiar la política.
La solución, muy acorde con la veneración monoteísta del dólar que prima en los EE UU —y se exporta—, parece pasar por encontrar benefactores privados que se encarguen de mantener y cuidar lo que hasta ahora siempre había sido público.
El vídeo que inserto para terminar se titula The First 70 (Los primeros 70). Es un cortometraje recién estrenado dedicado a la riqueza natural de California que los políticos han decidido desatender. El "asombro y el respeto mágicos" no van con ellos.