6 posts de septiembre 2012

'Block party', la alegría de habitar la calle

[Foto: Jose Ángel González]

Sábado. Caminas todavía sin rumbo pero escorándote hacia el noroeste, poniendo rumbo de regreso a casa. La tarde es de una blancura de pañuelo limpio, la luna llena ya asoma, todavía llevas pegada a la piel la mansedumbre de la hierba del parque y firmas al pie del contrato: ha sido un buen día.

Antes de llegar a la parada del autobús, una estampida de decibelios llega desde el fondo de la calle y cambias de rumbo para dilatar un poco más el final de la jornada e investigar de dónde procede la algarabía. Sin solución de continuidad, el barrio apacible se convierte en una jungla: te has zambullido de cabeza en una block party.

Desde hace cinco años, los vecinos de la calle Abbey montan una revolución el último sábado de septiembre. Es una travesía de apenas cincuenta metros y una docena de edificios de dos plantas, pero durante unas horas se transforma en un revuelo.

No sabía nada de la fiesta de bloque (manzana) y llegué tarde: la de 2012 será la última o, al menos, eso dicen los vecinos de Abbey, que se encargan de financiar a escote y organizar comunitariamente la parranda y que ya han tenido bastante. El esfuerzo es de grado alto —papeleo, permisos, quejas, ya se pueden imaginar—, pero el resultado emociona por el grado de colaboración y el carácter desinteresado: todo el mundo es bienvenido.

Esta tarde había en el callejón varios centenares de personas, un maravilloso autobús de dos pisos que funcionaba como terraza para ver el espectáculo, un castillo hinchable para los niños, una máquina de espuma, letrinas para los necesitados —nada en San Francisco se organiza sin cabinas químicas: orinar en donde a uno le apriete es una descortesía y una falta de civismo—, cerveza, burbujas de jabón, globos, decoración facial, algunos disfraces, gente con poca ropa —otro símbolo de identidad local— y, como regalo, la actuación en un escenario situado en un extremo de Abbey del cuarteto local The Stone Foxes, que son bravos, eléctricos y tocan rock sólido de octanaje elevado.

Nunca había estado en una bloc party aunque había escuchado de las míticas de los años setenta en Nueva York, cuando los precursores del hip-hop robaban la energía eléctrica del tendido público para montar los sound system e incendiar las noches.

La de Abbey no pretende nada más —y nada menos— que llevar a la calle la alegría de habitarla y demostrar en público que entre  los habitantes de una misma vía urbana hay algo más que paredes medianeras y conflictos de vecindad.

Era la última edición, pero llegué a tiempo.

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]k
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

Cuero y fustas para una mañana de domingo

[Foto: Jose Ángel González]
Las fotos no permiten margen de duda sobre el lugar de celebración del evento: San Francisco. Creo que esta es la única ciudad del mundo que consiente con tolerancia y sin demasiado escándalo la exhibición de los gustos, placeres y técnicas de la sexualidad extrema o no convencional.

El último domingo de septiembre se celebra en el centro de la ciudad, desde 1984, la Folsom Street Fair (Feria de la Calle Folsom). Es una fiesta gratuita, al aire libre y a plena luz sobre la cultura sexual del cuero o BDSM y las cuatro cuatro grandes derivaciones de las que nace el acrónimo (bondage; dominación, sumisión y disciplina, y sadomasoquismo).

Los organizadores, la empresa Folsom Street Events, aseguran que el dinero recaudado por la feria —a la que asisten cada año varias decenas de miles de espectadores (los promotores dan una cifra a todas luces hinchada: 400.000 personas en 2011), muchos de otras ciudades de los EE UU y el mundo— es destinado a causas benéficas. "Queremos crear eventos de primer orden mundial en torno a la cultura de la piel y el fetichismo para las comunidades adultas de estilos de vida alternativos a través de espectáculos seguros para la autoexpresión y la diversión", dicen en la declaración de intenciones.

La feria, un espectáculo-desfile-parodia que deja cualquier desfile de orgullo gay a la altura de una misa de beatas, se celebró ayer, de 11 a 18 horas en un área de trece manzanas de la zona de Mid Market, al lado de los centros financiero, turístico y comercial de la ciudad. La entrada era gratuita, pero los promotores sugerían una donación de 10 dólares por persona (casi 8 euros), que daba derecho a un descuento en las bebidas alcohólicas de los muchos chiringuitos.

Cualquiera con más de 18 años de edad podía entrar entrar. La organización, basada en el trabajo de medio millar de voluntarios, estableció este año un "código de lascivia" para intentar contener el desenfreno sexual de algunos.  Basado, muy deportivamente, en la política de los tres avisos, establecía que, una vez agotados, el infractor sería entregado a la Policía. Todas las relaciones que se establecen durante el evento se entienden basadas en el código SSC: sensatas, seguras y consensuadas.

En la edición de este año había tres escenarios con actuaciones musicales y zonas de baile y más de 200 puestos comerciales y artísticos donde era posible comprar desde juguetes sexuales hasta máscaras de cuero, aprender técnicas de shibari (atado con cuerdas y colgado) o recibir latigazos y nalgadas. Como en los dos anteriores festivales, la empresa con mayor presencia fue Kink, la megacorporación dedicada a la producción de vídeos porno de la que ya hablé en este blog.

¿Mi impresión? Ya lo he repetido aquí: en San Francisco hay algo tóxico y no necesariamente malo en el aire o se ha producido una alteración genética derivada de la niebla casi diaria y el mucho LSD consumido en los años hippies. No de otra forma logro explicar tanto delirio y tamaño orgullo local por lo extravagante, la heterodoxia o el hágase mi voluntad.

He dejado fuera del reportaje fotográfico las imágenes más explícitas —no aparece, por ejemplo, ningún pene erecto, que los había en bastante cantidad—, pero creo las fotos hablan, gimen y gritan con suficiente intensidad para que ustedes se hagan una idea.

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

Treblinka Be-In

Póster del Human Be-In de 1967, del artista Michael Bowen
Póster del Human Be-In de 2012
Cuarenta y cinco años separan a estos dos carteles. El de arriba es del Human Be-In celebrado en el Golden Gate Park de San Francisco el 14 de enero de 1967 y organizado para protestar contra una ley del año anterior que enviaba al LSD, hasta entonces un químico psicoactivo de venta libre, a la lista de drogas ilegales.

El de abajo es del Human Be-In que se celebró este fin de semana en la misma ciudad y el mismo parque como respuesta a los planes de gestión de los espacios públicos de San Francisco y para revivir el espíritu del evento inicial. Lo organizó el colectivo Space TranSFormers, que se estrena en la escena de las revueltas.

Aún entendiendo la brecha estética entre uno y otro pósters —el de 1967 está realizado a mano y es todo un viaje; el de 2012 tiene el acabado limpio del grafismo digital y se asemaja a cualquier producto publicitario—, la comparación quizá sea más justa utilizando un par de fotos.

Human Be-In, 1967 [Foto: Robert Altman]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Para mi desgracia no estuve en 1967 en el Golden Gate Park junto a esos flamantes hippies de la primera imagen: tenía 12 años y permanecía bajo la tutela familiar. Sí estuve, ayer, en el Human Be-In de 2012. Para mi desgracia.

Mientras las calles de España se poblaban de una marea social contra los recortes económicos, demostrando la buena salud del movimiento de indignación del 15-M, los convocantes de la protesta de San Francisco, que se dicen herederos de Occupy, se redujeron a la caricatura del perroflautismo.

Space TranSFormers había prometido un programa abigarrado de actuaciones musicales y performances, talleres de jardinería urbana, meditación, yoga, alimentación alternativa, desobediencia civil, cerámica, instrucciones para "vivir sin dinero" y otras juergas. Todo se redujo a una inmersión acelerada en el nada sano hábito de tragar polvo.

La algarabía, que no tenía permiso administrativo, estaba anunciada en la zona este del Golden Gate Park, cerca de los Kezar Gardens, donde un centro de reciclaje y un vivero están a punto de ser cerrados por el Recreation and Park Department de la ciudad, objetivo de la protesta por su política de alquilar el parque para la celebración de eventos millonarios con ánimo de lucro —por ejemplo, el reciente festival de música Outside Lands, al que asisten centenares de miles de personas que pagan unas entradas de precio abusivo—.

Por exceso de inocencia —¿tiene sentido ser inocente si no pides permiso?, ¿no sería deseable ser pirata y pillo?—, el Human Be-In 2012 fue desplazado por los gestores del parque a un descampado yermo, repleto de escombros y restos de obras, situado en el lejano extremo oeste del Golden Gate y rodeado por una alambrada. Los organizadores aceptaron el cambio y comunicaron el cambio mediante Internet, redes sociales y un cartelito en la ubicación original.

¿Resultado? Mucho pienegrismo, casi más perros que seres humanos, dos o tres loros, una entregada muchacha dando un curso de cómo hacer pan, abundantes sustancias alcohólicas y una multitud de, digamos, cien personas.

Estas son algunas de las fotos que hice en el Treblinka Be-In de 2012. ¡A veces añoro tanto mis paseos por Las Barranquillas!

Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]
Human Be-In, 2012 [Foto: Jose Ángel González]


El último "indio salvaje" murió con la corbata puesta

Ishi [Photo: P.A. Hearst Museum of Anthropology, U.C. Berkeley]

Nunca una corbata fue tan grosera. Al hombre de la mirada opaca le llamaban Ishi y le presentaban como el último "indio salvaje" de los EE UU, pero en realidad su verdadero nombre no lo compartió con nadie porque en su tribu, los Yahi, del grupo de los Yana, los nombres propios sólo se mencionaban para insultar y revelarlos era como entregar tu intimidad.

Ishi significa hombre y así le llamaron los rostros pálidos que le encontraron, el 29 de agosto de 1911, cuando intentaba robar un trozo de carne en Oroville, en el norte montañoso de California. Se cubría con una piel, llevaba un cayado largo, estaba extremadamente desnutrido —luego se supo que llevaba tres años nomadeando sin rumbo y en solitario por la zona— y escapaba de una ola de incendios forestales que le había dejado sin refugio.

Ishi en el momento de su 'captura'
Como no sabían qué hacer con él, los vecinos le dieron cobijo en la cárcel del pueblo. Cientos de visitantes se acercaban a ver al "salvaje", cuya "captura" apareció en los diarios con la categoría de una gran noticia.

Hasta mucho después a nadie le pareció necesario indagar sobre la historia previa de Ishi, que no había sido precisamente edénica. Nacido en torno a 1860, cuando la comunidad yahi de California era de unas 400 personas y el pueblo Yana de entre 1.500 y 3.000, vivió en los bosques umbrosos del norte del estado, entre el llano pluvial de Central Valley y las montañas alpinas de Sierra Nevada.

Como todos los yahi, era buen cazador de ciervos, creía en una cosmogonía manejada por el equilibro entre el zorro (el viento) y el coyote (el fuego), moraba en cabañas de tipo wigwam en forma de domo y hablaba un idioma que tenía muy poco que ver con los patrones morfológicos de los otros dialectos indígenas de la región.

Lo lejano y escarpado del país cuidó de los yani hasta que alguien, en torno a 1848, descubrió en la zona grandes yacimientos auríferos. La Fiebre del Oro de California fue una época de gatillo fácil y limpieza étnica consentida por motivos económicos para permitir a los buscafortunas sacarse de encima a los indios sin temor a la ley, utilizar los acuíferos a su antojo e incendiar los bosques. La población nativa del estado, estimada en 150.000 habitantes en 1845, disminuyó a menos de 30.000 en 1870. Los poblados Yahi sufrieron varias masacres genocidas e Ishi fue el único superviente.

Desde el 4 de septiembre de 1911 todos los movimientos del "último salvaje" están tabulados. Dos profesores universitarios de antropología lo trajeron a San Francisco y lo convirtieron en objeto de estudio: grabaron su voz, lo entrevistaron con ayuda de indios de otras tribus, aplaudieron sus dotes artesanas y lo convirtieron en la gran atracción del Museo de Antropología, inagurado en octubre y visitado en los siguientes seis meses por 24.000 personas encantadas de ver a Ishi disparar con arco y gran precisión contra una diana situada a más de treinta metros.

Le trataron bien pero con la benevolencia paternal de un padre blanco. Tenía a su disposición un cuarto en el museo, pero Ishi prefería pasar las horas en una cueva, cerca de un bosquecillo. No le disgustaba la ciudad, aunque temía quedarse atrapado cuando estaba en una multitud y se mostraba especialmente receloso cuando había mujeres presentes.

[Ishi]
Sus benefactores, que viajaron con Ishi de regreso a las tierras altas donde había nacido para explorarlas, le ofrecieron dejarlo allí, pero se negó en redondo y pidió, sin dar explicaciones, que le llevasen de regreso a San Francisco.

El 25 de marzo de 1916, después de menos de cinco años entre los hombres blancos, Ishi murió de tuberculosis, una enfermedad que había viajado a América, como los colonizadores, desde Europa.

Pese a que las creencias de su pueblo establecían que los cadáveres debían realizar el tránsito hacia el otro mundo sin haber sido manipulados, los médicos le practicaron una autopsia y le extrajeron el cerebro, que fue enviado a un museo de Washington. Tras reclamaciones legales que se alargaron durante décadas, los colectivos de nativos americanos lograron la devolución de la masa encefálica en 2000. Finalmente, las cenizas íntegras del último indio salvaje fueron enterradas en un lugar no revelado del norte de California.

Ishi es recordado a menudo en ceremoniales políticamente correctos de esos que tanto abundan en los EE UU: nadie es culpable, hemos aprendido, todos somos héroes, etc. Bajo la superficie es fácil adivinar, por un lado, un miremos hacia otro lado colectivo y, por otro, el poderoso influjo de los american studies, esa disciplina universitaria dominada por el arribismo a la que nadie pone fronteras (un congreso de son jarocho o una degustación de comida angoleña-cajun son bienvenidos con el mismo entusiasmo y por el bien del melting pot) porque mueve millones en subvenciones públicas.

Mientras escribía esta entrada se difundieron los resultados de una encuesta de la National Hispanic Media Coaliton. El estudio establece que uno de cada tres estadounidenses equiparan la condición de "hispánico-latino" con la de "ilegal", cuando el porcentaje real de ilegales es del 18% sobre el conjunto de toda la población inmigrante.

El "indio salvaje" es ahora de otras tribus.

Un 'ministro' de los Pantera Negra era chivato del FBI

Richard Aoki [The Bay Citizen - Nikki Arai/Courtesy of Shoshana Arai]

Richard Aoki, retratado en los turbulentos años setenta durante un acto del grupo político en el que militaba, el Black Panther Party (Partido Pantera Negra), el colectivo radical de "autodefensa" que intentó oponerse a la dominación blanca en los EE UU mediante la misma táctica del felino que tomaron como modelo: "el objetivo de la pantera no es atacar a alguien en primer lugar; pero cuando es atacada y acorralada, responde ferozmente y sin piedad a su agresor".

El retratado, en cuyo gesto de lacónica seriedad y en la predilección por la negra boina guevarista pueden adivinarse algunos rasgos de un carácter intransigente, era el ministro de Educación del gobierno en la sombra que montaron los Pantera Negra para enfrentarse al sistema (copiando, por cierto, el mismo modelo que ponían en duda en la distribución de carteras ministeriales). Aoki, de ancestros japoneses, era el único dirigente no afroamericano y también se encargaba de tareas de menos limpias que las educativas: consiguió algunas de las primeras armas de fuego del grupo.

Saludado en el área de la Bahía de San Francisco casi como un santo patrón del activismo político durante toda su vida —incluso se ocultó el verdadero motivo de su muerte en 2009, un suicidio con un tiro en la cabeza, y se habló de una crisis renal—, ahora se ha sabido que Aoki fue un informante del FBI, un infiltrado que jugaba a dos bandas en todos los grupos en los que militaba.

La revelación es del prestigioso Center For Investigative Reporting (CIR), el colectivo sin ánimo de lucro que pretende reiventar el periodismo de investigación desde 1977. El CIR solicitó judicialmente la desclasificación de los ficheros del FBI sobre el dirigente del grupo de black power y logró acceso a 221 páginas, que sitúan a Aoki como un infiltrado que espió para la policía federal durante 16 años —entre 1961 y 1977— y aportó información "única" y de "extremo valor".

Aoki en una manifestación en Berkeley en 1969 [Foto: Oakland Tribune]

Activista de un puñado de grupos radicales desde que estudió en uno de los graneros de la contestación en los EE UU, la Universidad de Berkeley, donde se licenció en Sociología y obtuvo un doctorado en Trabajo Social, Aoki —que ya era informante del FBI cuando fue tomada la foto de arriba, en una manifestación en 1969— también pasó información sobre la Asian American Political Alliance (Alianza Política Asia Americana) y el Third World Liberation Front (Frente de Liberación del Tercer Mundo), dos colectivos para universitarios yanquis con conciencia.

Nacido en 1938 en San Leandro (California), en una familia de inmigrantes japoneses con tres generaciones de residencia en los EE UU, el futuro espía estuvo internado a los 4 años, junto con sus padres, en uno de los campos de recolocación donde el Ejército estadounidense retuvo a los japoneses residentes en el país durante la II Guerra Mundial.

La revelación de que los Pantera Negra, que nacieron en 1966 en Oakland, la ciudad separada de San Francisco por la bahía y una enorme brecha social y de clase, estuvieron inflitrados en su cúpula por los servicios secretos ha despertado el clamor de protesta habitual entre los radicales de la zona. Grupos de amigos de Aoki y los productores de un reciente documental sobre su vida han señalado que todo es un montaje.

Si se revisa el dossier colgado en la red y se tiene en cuenta la credibilidad informativa del CIR, cuya independencia y rigor nunca han sufrido mella, parece, al contrario, que estamos ante otro caso de militante radical incrustado y crédulos revolucionarios, una especie muy común en los EE UU, donde la palabra ha perdido todo su crédito y significado para empaparse de la egolatría etnocentrista del imperio.

Todavía me sube la vergüenza ajena a la cara al recordar las palabras de la ex Pantera Negra y radical indocumentada Angela Davis cuando visitó, en noviembre de 2011, medio año después del 15M español, el campamento de Occupy en Oakland: "Los ojos del mundo están en nuestra ciudad. Ahora hay movimientos de Occupy en Asia, Sudamérica y Europa". Poco le faltó para decir que también la primavera árabe había nacido en Oakland.

Inserto para acabar el vídeo del ICR sobre el ministro Pantera Negra que trabajaba para el FBI.

Lavan la cara al mítico mural del Edicifio de Mujeres de San Francisco

[Foto: Google Maps]

La street view de Googlemaps no hace justicia al abigarrado mural que decora dos de las fachadas del Women's Building (Edificio de Mujeres) de San Francisco. Alegoría sobre el "poder sanador de la sabiduría femenina a lo largo del tiempo" —dicen—, el enorme fresco exterior es también un recordatorio de la maternidad, el matriarcado en las culturas indígenas, la nobleza y la entrega de las mujeres.

Se parece demasiado a alguna carpeta afiebrada de Santana, al que es lícito imaginar correteando y faltando al colegio en el barrio (aquí se crió), y abunda en mazorcas de maíz, manos de ancianas, referencias históricas casi obligatorias (Rigoberta Menchú, por ejemplo), corrientes de agua y otros elementos de cierta poética popular.

Pintado en 1994 según el proyecto de siete artistas (Juana Alicia, Miranda Bergman, Edythe Boone, Susan Kelk Cervantes, Meera Desai, Yvonne Littleton e Irene Pérez) y ejecutado con la ayuda de casi un centenar de voluntarias, el mural se titula Maestra Peace, un lema que pretende sintetizar el poder de las mujeres como signo, guía y pacificadoras.

En una ciudad donde el muralismo callejero es una seña de identidad (lo que ha domesticado su raíz libertaria y convertido a los artistas y comisarios del género en recolectores de ayudas públicas y privadas, es decir, en decoradores de espacios acotados), el mural Maestra Peace es una obra de arte muy llamativa que aparece en todas las guías turísticas. Aunque no le falta dramatismo —al menos no el que va parejo con el tamaño—, en ocasiones peca de la idealización, frecuente en estos lares, de la arcadia indígena y el ejercicio del costumbrismo patriotero. Es decir, es un mural que queda bellísimo en un edificio pero, detalle a detalle, resulta de un folklorismo irritante digno de tiendecita de souvenirs de segunda categoría (si es que existen las de primera, que yo no las conozco).

El Women's Building, situado en la calle 18ª del barrio de La Misión, entre las calles Valencia, patria hipster, y Guerrero, fue construido en 1910. Antigua sede de un gimnasio y de logias masónicas —la calle 18ª se llamaba entonces de la Hermandad— y, desde 1935, centro de reuniones y bar de los Sons of Norway (Hijos de Noruega), una fraternidad de inmigrantes nórdicos con afán por convertirse en poder fáctico, en 1979 fue comprado por el San Francisco's Women's Centers, un colectivo feminista montado en 1971 por activistas que procedían de los rescoldos del hippismo y los movimientos de conciencia latina.

El grupo sigue llevando la gestión del tremendo edificio, por el que cada año pasan, según sus gestoras, 20.000 personas. Entre los servicios que prestan, algunos gratuitos y otros de pago, hay talleres de informática; asesoría fiscal, laboral y legal; reparto de alimentos, y clases de cocina, yoga y zumba —estamos en California: estás perdido si no sabes sintonizar los chakras y mover las caderas—.

También alquilan salones para todo tipo de actividades, desde charlas y reuniones, hasta fiestas bautismales, primeras comuniones y esas ceremonias tan escasamente liberadoras de los Quince, donde las niñas, obligadas a dejar de serlo por imperativos socio culturales, bailan un vals con sus papás, desechan el último juguete y cambian las zapatillas de guerra de la niñez por los zapatos de tacón del triunfo.

Al mural de Maestra Peace le habían deslucido la cara los elementos. Los desconchones y masas de pintura levantadas eran abundantes y, desde hace meses, la directiva del Women's Building lanzó una campaña para restaurarlo. El objetivo era reunir 130.000 dólares (algo más de 100.000 euros) y en la recolección del dinero colaboraba SF Beautiful, un grupo filantrópico y enmascarado —no dicen quiénes son ni de dónde sacan la financiación— dedicado a la cosmética urbana.

El Ayuntamiento de la ciudad puso a fondo perdido casi la mitad del dinero (55.000 dólares) y el resto ha salido de donaciones particulares. Los andamios ya están montados en torno al edificio y algunas de las siete artistas del proyecto original se han puesto manos a la obra con la restauración. Trabajarán tres días a la semana, han informado desde la gerencia del Women's Building. No ha trascendido si reducirán el número de mazorcas de maíz.

[Foto: Jose Ángel González]ok
[Foto: Jose Ángel González]ok
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

Jose Ángel González


Crónicas vitales de un periodista español emigrado a la Bahía de San Francisco, en California, el estado con mayor presencia de latinos e hispanohablantes de los Estados Unidos.
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