Bebel no advierte como el viento depila los árboles
Acaba de pasar por San Francisco Bebel Gilberto.
El apellido merece un respeto: es hija de João Gilberto, el cascarrabias con menos voz del mundo pero con las voces de todo el mundo contenidas en su voz, el primero en cantar en el anti-ritmo más sedoso, el mejor botiquín espiritual del siglo XX, el bossa nova, que inauguró con Chega de saudade (1958), una de las tres canciones más bellas de todos los tiempos —no sería exagerado adjudicarle también las otras dos: Desafinado y Águas de Março—. Todas las compuso otro loco sedoso, Antonio Carlos Tom Jobim, con quien João fantaseaba, whisky on the rocks en mano, sobre la cualidad melódica de las olas que se diluyen en la arena o el percusivo diapasón de las caderas de las muchachas.
Que hable del padre antes que de la hija revela lo suficiente como para eludir la crítica frontal con cierta elegancia. Seguiré por esa senda uno o dos párrafos más.
Cuando era aún un adolescente y, por razones legales, todavía estaba obligado a admitir órdenes, a João Gilberto lo llevaron al psiquiatra. La familia quería quitarle de la cabeza la idea de ser poeta y cantante de samba. No les parecía saludable que se encerrara ocho horas al día en el cuarto de baño para ensayar con la voz de un ahogado, buscando el blanco rebote del sonido en el alicatado.
En la consulta, asomado a la ventana, el joven João dijo al doctor: "Mire como el viento depila los árboles". Con el grado de imaginación propio del gremio, el bata blanca señaló: "Pero los árboles no tienen pelo, João". La réplica fue, además de certera, merecida:
— Y algunas personas no tienen poesía.
Dudo que Bebel Gilberto fuese capaz de emular a su santo padre. Su concierto en el teatro Herbst —fundado por los veteranos de guerra en 1945— fue correcto, con momentos de dulce tibieza y sonido perfecto (en el sentido mecánico: nada fuera de su sitio y la sensación perenne de que los músicos podrían ser sustituidos por androides sin que afectase al resultado), pero con muy poco espacio abierto para la poesía que anida en el error y los tropiezos.
El concierto, organizado por el Instituto Familiar de la Raza (una empresa sin ánimo de lucro dedicada a la ayuda a inmigrantes) y producido por la promotora La Bohemia, justificó por qué la cantante ha optado por residir en los EE UU —dondé nació, en Nueva York en 1966— y adoptar la muy apreciada por estos lares mística del loungue: ese filtro emocional que elimina todas las aristas de cualquier género y lo convierte en candidato a los Grammy.
Sea jazz, blues, pop o latino, el longue puede distinguirse según dos axiomas. Uno: toda aquella música que te permite bailar con una bebida en la mano en la mano y no derramar una sola gota sobre el traje caro y recién salido de la lavandería. Dos: canciones que quedan bien como fondo de cocktail parties, social gatherings, special events y cenas de postín, pero que jamás serán solicitadas como último deseo por un condenado a muerte.
Correcta, rumbosa, elegante y con el grado de picardía necesario para no parecer conservadora, la hija de João carece del don de advertir como el viento depila las hojas de los árboles.
0 Comentarios