4 posts de octubre 2012

Los Giants de San Francisco, campeones mundiales del deporte más aburrido

[Foto: Jose Ángel González]

Los Giants de San Francisco acaban de ganar la Serie Mundial de béisbol. Que la llamen mundial no quiere decir que se juegue en los cinco continentes: la disputan 29 equipos estadounidenses y uno canadiense. Ya sabemos la engañosa idea de geografía que ejercen por estos lares.

El béisbol es un deporte perfecto para la forma de afrontar la diversión de los EE UU: los partidos son eternos —el de anoche, el cuarto que ganaron los Giants consecutivamente para imponerse en una final al mejor de siete a los Tigers de Detroit, duró casi cinco horas— y el nivel de intensidad es episódico: sólo se torna explosivo, digamos, una vez cada hora.

Lo demás, es un radiante vacío para beber cerveza y comer cualquier proteina con alto nivel de lípidos envasada en bolsas. Las cadenas de televisión adoran el béisbol: hay más ventanas publicitarias en un sólo partido que en la parrilla del resto del día. Anuncian coches, comida en bolsas, más coches, teléfonos móviles y más comida en bolsas.

Este año la liga profesional, organizada por la MLB, celebró 2.400 partidos a los que asistieron casi 75 millones de espectadores. Es el evento que enloquece a los yanquis muy por encima del fútbol americano y el baloncesto, que no llegan a los 35 millones entre ambos. Si calculan las proteinas y lípidos consumidos en toda la temporada podrán entender con propiedad por qué los EE UU pierden todas las guerras que deciden unilateralmente iniciar: están fofos.

Los Giants, que parecían condenados a la medianía hace unos meses, renacieron de sus cenizas y redondearon unos playoffs casi perfectos gracias a su inteligente rotación de lanzadores, un gran juego en defensa y la fuerza bruta de Pablo Sandoval, un venezolano ultracatólico y de comportamiento infantil (le llaman Panda o Kung-Fu Panda y parece gustarle) al que, como al público del béisbol, le cuesta mantener un régimen alimenticio lógico —su peso, que llegó a ser de 120 kilos fue un problema para el equipo—.

Es el séptimo título del equipo y el segundo en tres años (en 2010 también ganaron). Mientras escribo esta entrada hay celebraciones espontáneas en el centro de la ciudad y en torno al estadio del equipo, el AT&T Park, pese a que la victoria definitiva se produjo en Detroit y fue seguida en San Francisco por televisión y en una pantalla gigante montada por el Ayuntamiento.

Vi parte del encuentro en casa y el agónico final —que se decidió en la primera entrada adicional, la décima— en el bar de la foto que abre la entrada. Digo agónico para recurrir a un fácil lugar común: el beísbol no es agónico en ningún caso, sino un deporte de escupir, mascar chicle, volver a escupir, tocarse el escroto, escupir otra vez, sacar un poco la lengua, hacer una seña y seguir escupiendo...

A no ser, claro, que la agonía venga dada porque a algún jugador le salgan de repente los esteroides por las orejas. La MLB ha sido repetidamente acusada de ser muy complaciente con el uso de sustancias prohibidas. No es necesario ser un experto ni esperar al análisis de orina: con una mirada basta para reconocer una presencia masiva de hormonas en los cuerpos inflados e imposibles de algunos jugadores dignos de un torneo de primer nivel de sumo.

Jugué al béisbol hasta los 17 años, mientras viví en Venezuela. Era bastante mediocre, pero me entretenía en la soledad esteparia de los tiempos muertos del juego pensando en las niñas que me gustaban y a las que mi timidez mantenía en un olimpo lejano. Entiendo las reglas: sé qué es una base por bolas, un robo, una curva hacia adentro y un sacrificio. Lo anoto para que no se diga que soy un europeo futbolero que no entiende la mística de ver a un hombre que parece una vaca blandiendo un palo para golpear una bola lanzada a 150 kilómetros por hora.

Los lanzadores de los Giants me gustan por razones extracurriculares: Brian Wilson, que está lesionado, porque todos los neuróticos me atraen; Tim Lincecum, por su aspecto desgarbado de rockero alternativo y porque tiene un Flickr absolutamente estúpido, y Sergio Romo porque parece un talibán afgano entre los infieles.

Los Giants celebran la victoria final [Foto: Photo: Lance Iversen, The Chronicle]

Tres notas y dudas de urgencia:

1. Las barbas. La abundancia de barbas entre los jugadores de los Giants nació de Brian Wilson y derivó en un eslogan que comparto: Fear the Beard (Teme a la barba). Se supone que pretende amedrentar a los contrarios, pero en una ciudad de hipsters neotradicionalistas tiene carácter existencial. Yo también temo a las barbas.

2. Los latin kings. Algunos colectivos que desean hacer de lo latino un lobby similar al judío, dieron la brasa con saña sobre el gran número de jugadores latinos en las plantillas de los equipos finalistas. Ninguno mencionó que el mejor pagado de ellos, el decepcionante Melky Cabrera —que fue hasta la temporada pasada de los Giants y ahora juega en Detroit— usó tetosterona y fue sancionado. Tampoco que organizó una campaña engañosa para intentar demostrar que era inocente mediante personas interpuestas a las que pagó para montar una web. El mensaje parece ser: si eres latino, lo demás no importa.

3. El dólar. El mayor paquete de acciones de propiedad de los Giants está en manos de los herederos de Sue Burns (1950-2009). Su fortuna procede de la empresa de servicios financieros Franklin Resources Inc, una firma de inversiones que juega en bolsa y administra fondos de pensiones. Ingresos en 2011: 5.500 millones de euros. Durante estas últimas semanas de fiebre por el equipo nunca escuché o leí mención alguna al respecto. Daba la impresión de que los Giants son propiedad popular o patrimonio de todos.

Como gritaban en el bar esta noche y pese a todo, let's go Giants!.

"En Colombia crecí escuchando rock alternativo y bebiendo Coca Cola. En los EE UU estoy como en casa"

Juan Leguizamón [Foto: The Bold Italic]

Juan Leguizamón (Bogotá-Colombia, 1981) acaba de dejar San Francisco para establecerse en Nueva York, llamado para incorporarse a la dirección creativa de la agencia Saatchi & Saatchi. Es un salto cualitativo de alcance y un cambio de escenario no menos drástico: de la lenta fluidez californiana a la exigencia frenética de la Costa Este.

"Desde que acabé la universidad, siempre quise vivir y trabajar en Nueva York. Acabo de cumplir 30 años y me parecía un buen momento para hacer realidad el sueño de experimentar una ciudad tan activa y llena de arte. Debes hacerlo antes de envejecer o tener hijos, porque Nueva York no es una ciudad fácil si tienes responsabilidades familiares o te falta energía", dice.

  Dibujos de la serie 'Moving to San Francisco' [Juan Leguizamon - The Bold Italic, 2012]

La primera vez que vi dibujos de Juan —cuyos trabajos pueden disfrutarse en sus dos páginas web: la dedicada a portfolio gráfico y la de creación artística multimedia— ni se me pasó por la cabeza que se tratase de un latino: ni rastro de ese culto a las raíces que lastra con frecuencia a los artistas hispanoamericanos, sobre todo a los residentes en los EE UU, y los acerca a la caricatura indigenista. Al contrario, todas las referencias culturales de este artista son estadounidenses y no tienden al llanto falso por la patria perdida.

"En Colombia era muy rebelde y en vez de estudiar matemáticas me dedicaba a dibujar, así que mi mamá decidió traerme con ella a Florida cuando se divorció de mi papá en 1997. No fue traumático. En Colombia crecí escuchando rock alternativo, bebiendo Coca Cola y viendo Regreso al futuro. Aquí me sentí como en casa. Pude disfrutar lo que veía en las películas", explica.

En la obra de Juan residen ecos del inevitable Chris Ware, uno de los padres de la historia gráfica contemporánea —diseñó un espectacular mural sobre el desarrollo de la humanidad por encargo del escritor Dave Eggers para su cuartel literario de la calle Valencia de San Francisco—; el rebelde Barry McGee, otro artista con raíces en San Francisco, y Margaret Kilgallen, mujer del anterior, fallecida en 2001, a los 33 años, tras negarse a recibir quimioterapia al serle diagnosticado un cáncer de mama durante el embarazo.

"No sé cómo definir mi estilo, pero odio que lo llamen cartoon o caricatura. Tengo muchas maneras de expresarme, pero ultimamente solo hago illustracion digital que parezca pintada a mano", dice.

Dibujos de la serie 'Moving to San Francisco' [Juan Leguizamon - The Bold Italic, 2012]

Una de las últimas series que dibujó Juan antes de hacer las maletas para irse a la costa atlántica es Moving to San Francisco (Mudándome a San Francisco), que publicó la web The Bold Italic en dos entregas [1 | 2]. Se trata de una visión del confuso panorama urbano de esta ciudad, segregada en barrios que funcionan como planetas de galaxias diferentes y despistan y magentizan al recién llegado. El texto es de Drew Hoolhorst y los dibujos, hilarantes y precisos, de Juan.

Con una sencillez que no tiene nada de cándida, el dibujante consigue con iconos de significado inequívoco, darnos una idea-resumen, que es también un fogonazo, un chiste y una reflexión, sobre la identidad de los muchos barrios de una ciudad donde la topografía ondulante de las colinas y los microclimas consiguientes crean pequeños mundos —cuando en la Misión luce el sol, en Inner Richmond puedes imaginarte en Londres merced a la densidad de la niebla—.

En los dibujos, elegantes y minimalistas, el Tenderloin es un filete con jeringa; la Marina, un par de entrepeneurs triunfantes con túnicas patricias; Castro, un pene viviente; la Misión, una diva hipster con aires de superioridad...

Dibujos de la serie 'Moving to San Francisco' [Juan Leguizamon - The Bold Italic, 2012]
"Yo no escogí San Francisco. Más bien San Francisco me escogió a mí. Me dieron una beca en el California College of the Arts y no tuve otra opción que aceptarla. Viné desde Florida con la intención de pasar poco tiempo y acabé viviendo en la ciudad diez años. Fueron geniales. San Francisco es una ciudad muy liberal y tranquila, con gente muy calorosa y muy loca al mismo tiempo", resume Juan. Coloca en el primer lugar del top local a las mujeres —"en San Francisco conocí a mi novia"— y en el último, al verano casi inexistente —"dura una semana"—.

¿Barrios? El que menos le gusta es el que eligen para vivir los pijos, la Marina —"demasiado pretencioso"—, y el que más la zona de Nob Hill y el Tenderloin, que "tienen una arquitectura muy nostálgica y me hacen sentir como en una película de serie negra".

Dibujos de la serie 'Moving to San Francisco' [Juan Leguizamon - The Bold Italic, 2012]
Dibujos de la serie 'Moving to San Francisco' [Juan Leguizamon - The Bold Italic, 2012]

¿Cómo te han tratado los EE UU? "Muy bien. He tenido las mejores oportunidades y conocido mucha gente maravillosa. Simpre sentiré mi condición de latino, pero ironicamente no me mezclo con muchos latinos aqui, no se por qué. Intento enseñarles a los americanos cosas de mi cultura, pero desafortunadamente el ser colombiano tiene sus connotaciones negativas: a veces creen que uno es un narcotraficante o que todos nos dedicamos a sintetizar drogas... Yo no me ofendo, simplemente los educo con un poco de humor".

Festival gratis y para todos

[Foto: Jose Ángel González]
Fotos de la última edición, celebrada el pasado fin de semana, del Hardly Strictly Bluegrass, el tremendo festival gratuito que se celebra desde hace doce años en el Golden Gate Park de San Francisco.

Varias líneas de poderosa intensidad emocional convergen en el evento-celebración: los seis escenarios están situados en el parque donde nació el flower-power, la entrada es libre y no hay patrocinio marquista de ningún tipo y los casi un millón de asistentes durante los tres días —de toda edad y condición: no se trata de un festival exclusivista para élites, etnias o nichos raciales— tenían la posibilidad de elegir entre casi un centenar de actuaciones  y no hablamos de un certamen de principiantes (el cartel de este año estaba lleno de tesoros  Patti Smith, Elvis Costello, Emmylou Harris, Steve Earle, Nick Lowe, Seasick Steve, Dirty Three...).

Fue la primera edición del Bluegrass sin la presencia física de su fundador y único pagador, el hillbilly milmillonario Warren Hellmanm, muerto hace casi un año. Su apasionado amor por la música country —tocaba el banjo como aficionado— y la ciudad en la que vivió buena parte de su vida llevó a este financiero altruista a regalar a San Francisco el festival gratuito de mayor dimensión del mundo. Ya podían aprender otros a elegir regalos.

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
Warren Ellis, líder del grupo Dirty Three [Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

Bebel no advierte como el viento depila los árboles

[Foto: Jose Ángel González]
Acaba de pasar por San Francisco Bebel Gilberto.

El apellido merece un respeto: es hija de João Gilberto, el cascarrabias con menos voz del mundo pero con las voces de todo el mundo contenidas en su voz, el primero en cantar en el anti-ritmo más sedoso, el mejor botiquín espiritual del siglo XX, el bossa nova, que inauguró con Chega de saudade (1958), una de las tres canciones más bellas de todos los tiempos —no sería exagerado adjudicarle también las otras dos: Desafinado y Águas de Março—. Todas las compuso otro loco sedoso, Antonio Carlos Tom Jobim, con quien João fantaseaba, whisky on the rocks en mano, sobre la cualidad melódica de las olas que se diluyen en la arena o el percusivo diapasón de las caderas de las muchachas.

Que hable del padre antes que de la hija revela lo suficiente como para eludir la crítica frontal con cierta elegancia. Seguiré por esa senda uno o dos párrafos más.

Cuando era aún un adolescente y, por razones legales, todavía estaba obligado a admitir órdenes, a João Gilberto lo llevaron al psiquiatra. La familia quería quitarle de la cabeza la idea de ser poeta y cantante de samba. No les parecía saludable que se encerrara ocho horas al día en el cuarto de baño para ensayar con la voz de un ahogado, buscando el blanco rebote del sonido en el alicatado.

En la consulta, asomado a la ventana, el joven João dijo al doctor: "Mire como el viento depila los árboles". Con el grado de imaginación propio del gremio, el bata blanca señaló: "Pero los árboles no tienen pelo, João". La réplica fue, además de certera, merecida:

— Y algunas personas no tienen poesía.

Dudo que Bebel Gilberto fuese capaz de emular a su santo padre. Su concierto en el teatro Herbst —fundado por los veteranos de guerra en 1945— fue correcto, con momentos de dulce tibieza y sonido perfecto (en el sentido mecánico: nada fuera de su sitio y la sensación perenne de que los músicos podrían ser sustituidos por androides sin que afectase al resultado), pero con muy poco espacio abierto para la poesía que anida en el error y los tropiezos.

El concierto, organizado por el Instituto Familiar de la Raza (una empresa sin ánimo de lucro dedicada a la ayuda a inmigrantes) y producido por la promotora La Bohemia, justificó por qué la cantante ha optado por residir en los EE UU —dondé nació, en Nueva York en 1966— y adoptar la muy apreciada por estos lares mística del loungue: ese filtro emocional que elimina todas las aristas de cualquier género y lo convierte en candidato a los Grammy.

Sea jazz, blues, pop o latino, el longue puede distinguirse según dos axiomas. Uno: toda aquella música que te permite bailar con una bebida en la mano en la mano y no derramar una sola gota sobre el traje caro y recién salido de la lavandería. Dos: canciones que quedan bien como fondo de cocktail parties, social gatherings, special events y cenas de postín, pero que jamás serán solicitadas como último deseo por un condenado a muerte.

Correcta, rumbosa, elegante y con el grado de picardía necesario para no parecer conservadora, la hija de João carece del don de advertir como el viento depila las hojas de los árboles.

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

Jose Ángel González


Crónicas vitales de un periodista español emigrado a la Bahía de San Francisco, en California, el estado con mayor presencia de latinos e hispanohablantes de los Estados Unidos.
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