4 posts de noviembre 2012

Me gusta mi 'main street'


Ver Clement Street en un mapa más grande

Este es el barrio en el que vivo desde que llegué a San Francisco. No era mi intención encontrar casa aquí, pero el precio de los alquileres —desorbitado en esta ciudad, la 34ª más cara del mundo en vivienda y la 4ª de los EE UU— me condujo a Inner Richmond. Ahora no me trasladaría a ninguna otra zona de la ciudad.

Supongo que por una práctica de diseño urbano heredada de los primeros asentamientos de colonos de la frontera occidental estadounidense, mi barrio se estructura en torno a una main street (calle principal), donde se asientan los servicios y el comercio. En torno a ella, en perfectas retículas, están las viviendas. Es una forma lógica de estructura y resulta menos aburrida de lo que imaginamos los europeos, acostumbrados al encantador caos de callejas quebradas de nuestras vetustas ciudades.

[Foto: Jose Ángel González]

En el caso de Inner Richmond la calle central es Clement. Mide 4 kilómetros, recorre poco menos de 50 manzanas y llega casi hasta el borde del Pacífico. No tiene más que algunas ligeras pendientes.

Mi zona vital, que intenté resumir en el mapa que abre la entrada, sólo abarca la primera docena de bloques de Clement. Es un área muy tranquila —desde que llegué no hubo ninguna muerte violenta en el barrio y las denuncias policiales se limitan a esporádicos robos con amenazas—, mecida con frecuencia por el sonido profundo de las sirenas antiniebla del Golden Gate Bridge. La niebla es una de las críticas comunes que los esnobs de otras zonas, que pagan lo doble y soportan gresca y tiroteos, esgrimen contra Inner Richmond. No intento convencerlos, allá ellos.

Zona de ensanche urbano proyectada a principios del siglo XX sobre grandes terrenos arenosos, Richmond no tuvo nombre oficial hasta 1917 y era conocida por los vecinos endomingados del centro, la Misión y otros barrios de supuesta alcurnia con las despectivas denominaciones de Outside Lands (Las tierras de afuera) o, con aún peor mala leche, The Great Sand Waste (El gran baldío de arena).

Se atribuye el nombre actual a un próspero emigrante que quiso rendir tributo a su ciudad natal, Richmond (Australia), George Turner Marsh, que construyó una bellísima casa en la calle Clement a finales del siglo XIX, montó la primera galería de arte tradicional japonés de los EE UU y era rompedor y animoso: empleaba palomas mensajeras para comunicarse con la galería, situada en el centro de la ciudad, e incluso para que trajesen al barrio medicinas preparadas por el médico.

A medida que avanzaba el siglo XX, a Richmond llegaron progresivas oleadas de migrantes: franceses, italianos, irlandeses, judíos, rusos y, finalmente, asiáticos, sobre todo chinos. Los asiáticos son ahora más del 45% de la población del barrio —la media en la ciudad es del 36,6—. Obedece a una descripción objetiva que algunos se refieran a Richmond como "la nueva Chinatown".

  La calle Clemenet a la altura de la 6ª avenida en 1916 [Foto: WNP collection]

Mi casa está a menos de cincuenta metros de la esquina de la calle Clement que muestra esta postal de 1916. Con la salvedad de que las vías de tranvía ya no existen y los carruajes de caballos tampoco, el cambio no ha sido demasiado brusco y me gusta pensar que la atmósfera es tan suave como entonces.

En Clement, una calle trazada de este a oeste, es decir, en paralelo al recorrido solar, se puede pasear de la única forma que vale la pena hacerlo, sin prisa. La calle, flanqueada por casas de dos alturas sin demasiado mérito arquitectónico pero con cierto equilibrio, tiene buenos lugares para el goce (tortitas con blueberries en el Eats, de las mejores de la ciudad; ensalada de hojas de té en el Burma Superstar; pasteles en Schubert's; libros de segunda mano en Green Apple Books), para el exotismo y los choques sensitivos fuertes (un caótico supermercado chino donde el visitante puede sentirse transportado a Cantón) o incluso para los interrogantes (¿qué hacen con los caballitos de mar secos?)...

Las fotos de abajo pretenden conformar una deriva al azar por la main street de mi barrio.

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

Desnudos en el City Hall

[Foto: Jose Ángel González]

La propensión de algunos vecinos de San Francisco a practicar el naturismo urbano —digámoslo de una vez: se trata de una figura literaria para revestir de ideología las ganas de transitar en pelotas por la ciudad— está en peligro por una normativa municipal que prohibiría y multaría la exhibición de genitales en plazas, calles, aceras y transporte público.

Varias decenas de nudistas se concentraron hace unas horas ante la entrada principal del City Hall para oponerse a la restricción y reclamar el derecho individual a la desnudez. No eran demasiados —los periodistas y curiosos abultaban más—, pero lograron el objetivo de llamar la atención, recordar que el cuerpo humano es bello por sí mismo y llamar "fascista" al concejal impulsor de la propuesta, el supervisor Scott Wiener, de 42 años, abogado por Harvard, militante del partido demócrata, gay a las claras y representante de, entre otros barrios, Castro, el edén de la libertad sexual de San Francisco.

El pique entre Wiener y los nudistas urbanos viene de atrás —el año pasado, como ya conté en el blog, los obligó a llevar encima una toalla para que las nalgas y lo que hay entre ellas no entrasen en contacto directo con el mobiliario urbano—. Ahora cree que el municipio debe ir más lejos porque la desnudez pública en algunas zonas de la ciudad, sobre todo en Castro, se ha ido de las manos.

"La situación es alienante para los residentes y los visitantes. El nudismo no es ocasional y no resulta gracioso. Somos un barrio tolerante, pero hay límites", dijo el beligerante supervisor en una declaración oficial hace unos días.

Aunque Wiener (cuyo apellido que, por cierto, tiene un singular significado: salchica de Frankfurt) explicó que está dispuesto a no reprimir a los nudistas en "desfiles, playas y eventos especiales", entre ellos la carrera popular Bay to Breakers y el Folsom Street Fair, los enemigos a los que se enfrenta le han declarado la guerra abierta y no admiten recortes en el derecho a ir en bolas por la vida.

La militante lesbiana Gypsy Taub, coordinadora de la campaña en pro del nudismo libre, inició la batalla desnudándose durante su intervención, hace unos días, en el comité municipal que estudia la normativa de Wiener. Sí, han leído bien: antes de aprobar cualquier medida, el Ayuntamiento da voz a todo aquel ciudadano que se considere afectado por cualquier futura disposición legal o tenga ganas de aportar algo.

Para Taub es necesario demostrar a los munícipes que existe la "libertad del cuerpo" y que todo individuo es el único que debe decidir "qué llevar encima y cómo sentirse".

De ser aprobada, la normativa antinudismo castigará al infractor con una multa de cien dólares (casi 80 euros) la primera vez y doscientos por la segunda si se produce en el año siguiente. Si es pillado en una tercera infracción, la multa será de 500 y se podría acusar al infractor de un delito.

Durante la protesta en cueros de hoy, a la que asistieron algunos hijos menores de edad de los nudistas, cuatro o cinco agentes de la policía local se limitaron a pedir a los nudistas que no ocupasen las escaleras del City Hall. Los manifestantes se comportaron con civismo y no hubo contacto entre nalgas y granito.

Foto: Jose Ángel González]
Foto: Jose Ángel González]
Foto: Jose Ángel González]
Foto: Jose Ángel González]
Foto: Jose Ángel González]
Foto: Jose Ángel González]
Foto: Jose Ángel González]
Foto: Jose Ángel González]
Foto: Jose Ángel González]
Foto: Jose Ángel González]

El único carné que necesito

[Foto: Jose Ángel González]

De los pocos carnés que he acopiado desde que llegué a San Francisco —casi todos de mero consumidor: una cadena de tiendas de bebidas alcohólicas (no piensen mal, sólo busco vino español con vulgar nostalgia de migrante) y la botica para todo Wallgreens (una rara mezcla de farmacia, tienda de chucherías y proveedora de snacks)—, el primero que tramité fue el que sostengo en la mano en la foto, el de usuario de la San Francisco Public Library (SFPL).

También es el que más utilizo y el de diseño más pintón: en la tierra de la personalización obligatoria (culpable de que exista un completo glosario para matrículas de coche enloquecidas y que sea posible ejercer el protodelito de circular con una placa oficial con la palabra VAGINA o llevar en la tarjeta de débito una foto de tu bien amado bulldog francés), en la biblioteca me ofrecieron entre seis modelos para elegir —miles de personas han enviado propuestas a un reciente concurso para el diseño de nuevos carnés—.

El edificio que figura al fondo es la biblioteca de mi barrio, Richmond. La visito casi a diario y me ha ayudado bastante más que cualquier persona a la que haya conocido en este lugar de presunta promisión. En principio, me ahorra dinero en novelas, poesía, ensayos y entradas de cine. Además, me ofrece estímulos y, a diferencia de la mayoría de los sanfranciscanos, contesta siempre —costumbre de buenos modales que apenas nadie comparte en esta ciudad de malquedas y buzones de voz— y es puntual en un lugar donde se da por supuesto que empezar tarde es una contingencia asumible porque mientras esperas puedes tomarte un par de cervezas o comer cualquier preparado graso poliinsaturado.


En San Francisco hay 27 sedes de la red de bibliotecas públicas —el Ayuntamiento de Madrid, casi cinco veces más poblado, tiene 31 y bastantes de ellas están bajo mínimos o en peligro de extinción—.

Las de aquí atesoran, según sus estadísticas, 3,5 millones de títulos (libros, discos compactos y digitales y otros soportes), mueven cada año 11 millones de préstamos y los miembros registrados ascienden a 350.000.

  [Foto: Jose Ángel González]

El sistema, y es aquí donde la SFPL me ha sorprendido, funciona como la seda.

Las papeletas que asoman con mi nombre —el "Gonzalez Balsa, Jose", sin ninguna tilde, soy yo— son un par de películas en DVD de muy reciente edición. Las pedí online desde casa y las trajeron de otros barrios a la biblioteca del mío. Cuando llegaron, dos días después del pedido, me enviaron un email diciendo que estaban listas para ser recogidas.

Llegas, vas a los anaqueles por orden alfabético, buscas tu material, lo registras en un lector de código de barras y regresas a casa. Cuando debes devolver el ejemplar —dos semanas después, si es que no has ampliado el préstamo, opción a la que tienes derecho si no hay otras personas que pidan el mismo título—, te envían otro correo avisando de que el plazo está a punto de agotarse.

La SFPL es una de las agencias que depende enteramente del City and County of San Francisco, el organismo de administración local que gobierna el municipio-condado de la ciudad. La red de bibliotecas está dominada directamente por el alcalde, encargado de nombrar a dedo a los siete miembros de la comisión supervisora, que a su vez  seleccionan o dan el visto bueno a los representantes de los Friends of the SFPL, la organización sin ánimo de lucro que apoya a las bibliotecas social y económicamente buscando benefactores y organizando la red de voluntariado de apoyo. Como es norma en los EE UU, el maridaje entre lo público y lo privado tiene también en este caso una difusa línea fronteriza.

[Foto: Jose Ángel González]
¿Cuánto dinero necesita este sistema ágil y aquilatado para funcionar? El presupuesto anual del SFPL es de casi 90 millones de dólares anuales, unos 71 millones de euros. Más de la mitad se va en gastos de personal y un 13% en compra de libros.

¿Qué ofrece a cambio? Entre otros dones: 67.000 horas de bibliotecas abiertas siete días a la semana en toda la ciudad, un millar de ordenadores con acceso gratis a Internet, actos culturales a los que asistieron en 2011 más de 400.000 personas... Y dos veces al año, la traca festiva: inmensas liquidaciones de fondos sobrantes en los que venden tapa blanda, discos y películas a un dólar y tapa dura a dos. De la última regresé a casa, tras gastar 50 dólares, con más de 20 vinilos —nada de morralla: los Beatles, Creedence, Elvis Costello, Springsteen...— y otros tantos libros.

Un pero: en una sociedad tan acomodada a la corrección étnica, la SFPL, que tiene libros en muchos idiomas, no brilla precisamente por su fondo bibliográfico en español, un tanto anquilosado y dado al tipismo que se lleva por estos lares. Ejemplo: acabo de buscar libros de Antonio Gamoneda y no aparece ni un solo título. De Isabelita Allende, por supuesto, hay obras completas.

Pero no seré yo quien me queje. Nunca antes había usado con tanta frecuencia y tanta satisfacción el servicio de una biblioteca pública tan cercana, moderna y ágil. Una ciudad que me recibe con libros, discos y películas es dueña de mi corazón.

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

Bastante más que elegir entre Obama y Romney: 143 páginas de guía electoral

[Guía de información para el elector [Foto: Jose Ángel González]

¿Creén ustedes que se trata de acercarse al colegio electoral, elegir papeleta (o voto en blanco, que es una opción cada día más rigurosa en casi cualquier lugar del planeta), identificarse y dejar caer el sobre en la urna?

Nada más lejos de la realidad. Votar en las elecciones de los EE UU del martes que viene, al menos en el estado en el que vivo, California, requiere una preparación previa más aviesa que la necesaria para afrontar aquellos concursos-oposicion de los que, dada la eficacia con que están desmontando la cosa pública, quizá contemos batallitas a nuestros nietos.

Si creen que exagero echen un vistazo a la Guía de Información Oficial para el Elector que aparece en la foto: 143 páginas. Está editada por la Secretaría de Estado y se puede encontrar en Internet en inglés, español, chino, japonés, tagalo, tai, indi, coreano, vietnamita y jemer. En cada uno de los diez idiomas también está disponible en formato pdf, audio o con tipografía de gran tamaño para los que sufran alguna discapacidad visual. A mayores, podían solicitarse por correo copias en disco compacto o casete (sí, han leído bien, casete de cinta).

Con demasiada frecuencia la polarizada rivalidad de Obama contra Romney eclipsa al resto del decorado y, sobre todo desde el exterior, lleva a la falsa consideración de que la consulta del día 6 es una mera votación para elegir presidente. Considerando que hablamos del país más poderoso del mundo —por ahora y hasta dentro de poco dada la ajustada diferencia económica de los EE UU con China—, es razonable que ésa sea la imagen: interesa saber, sobre todo, quién ocupará la Casa Blanca, tendrá a sus pies a Occidente, dictará el discurso de este lado del mundo y manejará un ejército que devora 550.000 millones de euros al año, el 41 por ciento de todo el gasto mundial militar, según datos fiables.

Pero el martes los estadounidenses inscritos en el censo que hagan uso de su derecho al voto eligen algo más que un presidente para los próximos cuatro años. Son unos 200 millones, pero un cálculo del Center for the Study of the American Electorate estima que hasta 90 millones pueden ejercer la más popular de las opciones electorales en este país, la abstención, elegida casi siempre (según el 59% de los abstencionistas) porque los políticos se dedican a vender "promesas vacías" o el sistema "es corrupto" (54%).

Siempre que alguien me convenciese de que vale la pena votar y votase donde vivo (en el distrito electoral número 13 del Estado de California), tendría que hacer frente a la elección de:

1. El presidente de la nación.

2. Un senador nacional.

3. Un diputado estatal.

4. Un concejal.

5. Cuatro miembros del Community College Board, la organización sin ánimo de lucro que vela por la ecuanimidad de las pruebas académicas.

6. Otros cuatro del Board of Education, el comité de directores de centros educativos de la zona.

Por si fuera poco, los electores deben votar a favor o en contra de:

1. Once propuestas de ley del Estado de California sometidas a inicitiva popular.

2. Siete normativas locales del Ayuntamiento de San Francisco.

La extensión proteica del manual —5,3 megabytes de peso digital en español— viene dada por su carácter completista y por la necesidad casi neurótica de los estadounidenses de que otros cocinen por ellos. En este caso no se trata de una crítica: las 143 páginas de la guía son un vademeco que hace innecesario cualquier otro tipo de ayuda para enfrentarse al complejo proceso electoral del martes.

En lo que se refiere a la parte más farragosa de la consulta, las once propuestas de ley, las 143 páginas contienen, además de los textos completos, resúmenes sobre cada una; argumentos a favor y en contra, redactados por defensores y opositores; análisis "imparciales" de cada medida preparados por un analista legislativo, y, dado que a los estadounidenses se les convence por la cartera antes que por la conciencia, los "costos potenciales para los contribuyentes" que reportaría la aprobación.

¿Se imaginan una guía de este cariz en España, editada por la más alta autoridad electoral, con opiniones a favor y en contra y cuantificaciones dinerarias del coste para los electores de la aprobación o refutación de cada propuesta? Mejor no soñar.

Las once leyes sobre las que deben pronunciarse los electores de Califonia, el estado con más peso electoral de los EE UU —nada menos que 23,8 millones de votantes potenciales—, el más rico del país y, por ende, el más dadivoso en donaciones a los aspirantes a la presidencia —44,7 millones de dólares para la campaña de Obama y 28,2 para la de Romeny—, son de singular importancia y pueden tener consecuencias sociales, económicas y políticas que superarán los límites geográficos californianos.

Éstas son algunas de las leyes:

Propuesta 30. Impuestos temporales para financiar la Educación.
Dada la grave crisis del sistema educativo estatal —20.000 millones de dólares de recortes presupuestarios y 30.000 maestros y profesores menos en los últimos cuatro años—, la ley propone aumentar durante los próximos siete años el impuesto sobre las rentas personales y el IVA y destinar los ingresos extra exclusivamente a educación. Los detractores dicen que la norma incluye grietas para que el dinero sea derivado a fines menos nobles.

Propuesta 32. Contribuciones políticas y a candidatos.
La ley promete regular las contribuciones personales y corporativas a los candidatos políticos, pero deja la puerta abierta para las donaciones multimillonarias a través de los conocidos como Super PAC, comités opacos de apoyo electoral autorizados en 2010 —durante el mandato de Obama— que disparan a lo infinito la aportación de las grandes empresas, siempre que se trate, en teoría, de dinero destinado a la comunicación de ideas. Esto se traduce, por ejemplo, en el incremento exponencial, una verdadera inundación, de anuncios televisivos en contra del candidato rival.

Propuesta 34. Pena de muerte.
De ser aprobada, la ley derogaría la pena de muerte en el estado para los condenados por asesinato (reestablecida en 1976 y aplicada 13 veces desde entonces) y la reemplazaría por cadena perpetua sin libertad condicional. Las últimas encuestas dicen que el 55% de los adultos californianos son contrarios a la pena de muerte.

Propuesta 35. Trata de personas.
Aumentaría las penas por trata de personas hasta cadena perpetua y multas de 1,5 millones de dólares y establecería un registro de infractores sexuales. Puede parecer una medida correcta, pero tiene demasiadas lagunas e imprecisiones. Por ejemplo, consideraría proxenetas merecedores de castigo penal a los compañeros de piso, caseros e incluso familiares de personas que ejercen la prostitución.

Propuesta 36. Ley de los tres golpes.
Primero, disculpen la expresión equívoca de tres golpes (la pésima traducción es del legislador, por three strikes, tres faltas, tres delitos). Es una propuesta que modificaría una ley de 1994 que permitía condenar a prisión de por vida a quien acumulase tres delitos, sin que importe la consideración penal de los mismos, lo que se traducía en que el tercer hurto o la tenencia de una pequeña cantidad de droga te enviaba para siempre a la cárcel. Como resultado de esta locura legislativa, en las prisiones del estado hay 8.900 condenados por tres golpes, 3.500 de los cuales cumplen condena perpetua —la mitad del total son negros—. La nueva propuesta reforma la norma y sólo permite aplicar la pena de por vida si el tercer delito es grave o violento.

Proposición 37. Etiquetado de alimentos modificados genéticamente.
Otra ley equívoca. A primera vista parece maravillosa: obligaría a que las etiquetas de alimentos informasen del uso de ingeniera genética en los componentes. Sin embargo, la normativa está plagada de contradictorias excepciones: el alcohol, los lácteos y la carne para consumo humano no necesitarán etiquetado (sí sería exigido, por ejemplo, en la carne para mascotas). La flagrante bajada de pantalones de la propuesta es que exime de etiqueta sobre modificación genética a cualquier alimento importado de ¿saben quién?. ¡Bingo, han acertado!: China.

Jose Ángel González


Crónicas vitales de un periodista español emigrado a la Bahía de San Francisco, en California, el estado con mayor presencia de latinos e hispanohablantes de los Estados Unidos.
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