4 posts de enero 2013

Una cooperativa de artistas salva una librería

[Andrew McKinley - Foto: Jose Ángel González]

Del librero Andrew McKinley ya hablé hace más de un año en el blog. Entonces le daba vueltas a cerrar Adobe Books, la librería de segunda mano de la que es copropietario, un placentero refugio para quienes pensamos que el papel impreso es uno de los escasos dones por los que seremos recordados.

Hasta ahora la librería se ha mantenido en un tenso stand by con 20.000 libros, de por sí muy baratos, a precio súper reducido. McKinley, una persona muy conocida en el barrio de la Misión, no se atrevía a echar el cierre pese a la presión de la subida del alquiler (de 4.500 a 8.000 dólares al mes, de 3.300 a 6.000 euros) por culpa de la gentrificación de la zona —una de las favoritas de los hipsters— y el descenso en las ventas de libros. Le dolía demasiado abandonar el sueño.

En una constatación de que la siembra de buen karma fructifica, un nutrido grupo de los artistas a los que McKinley ofreció cancha y refugio desde 1989 —Adobe organizaba exposiciones y actuaciones musicales— han montado una cooperativa para seguir gestionando la librería.

La iniciativa, coordinada por la Rainbow Grocery, una veterana cooperativa dedicada a la venta y distribución de alimentos orgánicos desde hace 25 años, quiere mantener el espíritu original de Adobe —una librería abierta al barrio antes que un lugar meramente dedicado a la venta—, pero quizá cambien el modelo de negocio y amplíen el catálogo de la mercancía con vinilos y revistas y ofrezcan el local en alquiler para la organización de actos.

Aunque el futuro es incierto —pagar el estrepitoso alquiler de 6.000 euros mensuales es un hándicap muy grande—, una de las más bellas y acogedoras librerías de San Francisco sigue abierta.


Tres mil edificios de San Francisco, sin seguridad antiterremotos

[Foto: Jose Ángel González]

El poste con los cuatro altavoces, situado a dos manzanas de mi casa, es uno de los muchos idénticos que pueblan el paisaje urbano de San Francisco. Cada martes, a las doce del mediodía, emiten una larga sirena de emergencia. Aún ahora, después de haberla escuchado con tanta frecuencia, sigue asustándome con un poder que debe asentarse en un atavismo: pienso en bombardeos, platillos volantes, inesperados ataques de entes extraterrenos...

Una locución mecánica —difícil de entender y algo orwelliana en el tono vehemente— anuncia tras la sirena que se trata de una prueba del sistema local de alerta de terremotos. Hay una ligera posibilidad de que el ingenio funcione y avise con unos cuantos segundos de antelación de la llegada de un temblor importante. Eso dicen.

[Edificios de San Francisco potencialmente inseguros en caso de terremotos]
El mapa detalla y sitúa los edificios de la ciudad de San Francisco que son potencialmente inseguros en caso de terremotos. Lo acaba de publicar The San Francisco Public Press, una modélica organización independiente y sin ánimo de lucro dedicada al periodismo de investigación, esa especie amenazada de muerte y condenada a la dictadura de la e-frivolidad.

En un reportaje especial titulado Bracing for the Big One (Preparándonos para el grande), la publicación trimestral —editada en glorioso papel, sin anuncios publicitarios (está financiada por una treintena de organismos cívicos, profesionales y comunitarios) y con un PVP de un dólar (0,75 euros)— revela que la segura llegada de un gran movimiento sísmico en los próximos años no ha sido tomada nada en serio por las autoridades pese a que se trata de una lotería con premio seguro: los expertos calculan que hay un 28% de probabilidades de que el área de San Francisco, de altísima actividad sísmica y atravesada por fallas que no dejan de bailar el twist, sufra un terremoto de una magnitud mínima de 6.7 grados en los próximos diez años. Si el margen se amplía a los próximos 25 años, la probabilidad de un gran cataclismo es del 68%.

¿Qué sucedería en tal caso? Las proyecciones indican que una repetición del gran terremoto de 1906 (7.9 grados) mataría de inmediato a 5.800 personas y provocaría daños materiales estimados en 6.000 millones de dólares (4.500 millones de euros) solamente en infraestructuras y construcciones.

La cifra de víctimas mortales podría ser mucho más alta por culpa de la pasividad temeraria del Ayuntamiento de la ciudad. Pese a las alertas y los informes de expertos, los responsables de la seguridad pública han consentido que en San Francisco vivan 58.0000 personas en peligro extremo de que sus viviendas o locales de trabajo les caigan encima en caso de un seísmo de gran magnitud. Es decir, uno de cada catorce vecinos de la ciudad están en peligro de muerte, según la investigación de The San Francisco Public Press.

La publicación detalla casi tres mil edificios —aporta de cada uno la ubicación exacta: calle y número— cuyos propietarios no han realizado las revisiones y modificaciones de retrofit antisísmico necesarias según las normativas locales para garantizar que las construcciones no se derrumben a las primeras de cambio por tener malas estructuras, hormigón poco dúctil o primeras plantas suaves y vulnerables al colapso.

El Ayuntamiento, que obliga en teoría a la adaptación, no se ha mostrado nada preocupado y se lo toma con una sorprendente pachorra: desde 2009 sólo 53 edificios se han adaptado a la normativa de retrofit. A este ritmo serían necesarios 195 años para que el plan de códigos de construcción antisísmicos se universalice. El Grande llegará mucho antes.

La muerte separa a la Hermanas Brown

[The Brown Sisters. Foto: staxnet]

Las inseparables Hermanas Brown, Mariam y Vivian, han sido finalmente apartadas una de la otra otra por la muerte. La segunda falleció hace unos días.

Figuras inapelables de la fauna ciudadana de San Francisco durante las últimas cuatro décadas, las gemelas Brown vestían igual (siempre de forma llamativa), vivían juntas y jamás se apartaban una de la otra.

Hace unos meses, el Alzheimer que sufría Vivian obligó a que fuese internada en un centro médico. Fue la primera vez que dejaron de comportarse como una sola persona.

Risueñas, espectaculares, bajitas (155 centímetros), amigas de dos de las virtudes notables de la ciudad, el compadreo y pegar la hebra, las Brown, también conocidas como Las gemelas de Nob Hill, nacieron el 25 de enero de 1927, con ocho minutos de diferencia, en Kalamazoo-Míchigan, patria chica también de las míticas guitarras Gibson.

Estudiaron juntas, jugaron juntas, aprendieron juntas a tocar el clarinete, dieron al alimón el discurso de graduación de bachillerato, se formaron como secretarias administrativas y, en 1970, decidieron irse a San Francisco porque, según explicaron más de una vez, en Míchigan "hace demasiado frío para ser feliz".

[La Hermanas Brown paseando por Post Street. Noviembre, 1987. Foto: Deanne Fitzmaurice, The Chronicle]

Esta ciudad, que hace gala de la heterodoxia como una virtud, recibió la festiva presencia de las hermanas con los brazos abiertos. En pocos años se convirtieron en vecinas notables: aparecieron en documentales, trabajaron en anuncios publicitarios y eran visitadas por vecinos y turistas en su comida diaria en la pizzería Uncle Vito. Jamás revelaban la edad ("eso no es asunto suyo", decían con circunspecta seriedad), pero hablaban de cualquier otro tema.

Cuando Vivian enfermó de gravedad y necesitó ser internada trascendió que las Brown, como muchos otros estadounidenses sometidos a un sistema médico basado en la injusticia de los saldos bancarios, no tenían dinero para hacer frente a los gastos de asistencia. Una cuestación popular logró recaudar en días el montante necesario.

Tras la muerte de Vivian, el alcalde de San Francisco, Ed Lee, hizo público un comunicado en el que afirmó sentirse "desconsolado" por el fallecimiento. "Fuimos afortunados de tenerla como amiga de la ciudad", añadió.

Mariam ha declarado que desea ser enterrada junto a su hermana.

[Las Hermanas Brown]


La escultura de 'leds' más larga del mundo para la parte rica del Bay Bridge

[Foto: Jose Ángel González]
De los dos puentes de San Francisco, éste es el pobre, el Bay Bridge, que no aparece en las postales ni recibe la visita asombrada de millones de turistas, como su hermano pudiente, el Golden Gate.

Me gusta el Bay Bridge: tiene un algo de obrerista y no padece del engreimiento fancy de su hermano. El día de fin de año, antes del festival de fuegos artificiales que ofreció la ciudad, le hice la foto de arriba. No parecía demasiado afectado por la efeméride. Pienso que de haber tomado la foto hace 60 ó 70 la imagen sería la misma.

Conexión entre dos territorios que son antagónicos y reflectantes —al oeste, San Francisco, ciudad carísima, cívica, amiga del lujo y la heterodoxia; y al este, Oakland, violenta, quebrada socialmente, trabajadora y rebelde—, el Bay Bridge (casi 8 kilómetros en dos tramos que salvan el obstáculo de la bellísima bahía) debe inaugurar en 2013 una esperada y muchas veces postpuesta renovación que llega con seis años de retraso sobre los plazos previstos y un desfase prespuestario de dimensión escandalosa: 6.300 millones de euros (unos 4.600 millones de euros) por encima del gasto inicial anunciado.

Supongo que para decorar con un aire high-tech tanta mala planificación técnica y económica, van a convertir el puente en una "monumental escultura" lumínica, la mayor del mundo, según sus promotores. Está realizada con diodos emisores de luz, leds.

El proyecto, bautizado como The Bay Lights (Las luces de la Bahía), lo ejecutará el "maestro de las luces" Leo Villareal (Albuquerque-EE UU, 1967), especializado en montajes en lugares públicos de algo que se parece a la decoración de interiores pero él prefiere llamar arte.

Visible desde San Francisco, pero no desde los carriles viales del puente, no se vayan a despistar los 270.000 conductores diarios, el "sueño" de Villareal —que ha emulado virtualmente el resultado en el vídeo insertado más arriba— tendrá 1,6 kilómetros de largo y 152 metros de alto y estará formado por 25.000 leds programables colocados en la estructura metálica de la obra.

"Incorporaré 255 niveles distintos de brillo y secuencias de luz para que la pieza se convierta en un espejo", asegura el artista, que también destaca la "eficacia" energética de la obra: consumirá sólo 30 dólares diarios en energía eléctrica, unos 23 euros.

Las cifras que importan, desde luego, nada tienen que ver con el recibo de la luz. The Bay Lights costará bastante más: unos 8 millones de dólares (6,13 millones de euros), de los que casi 6 ya han sido aportados por empresas, consorcios hoteleros y donantes privados. Uno de los socios más dadivosos ha sido el bufete Morrison & Foerster —más de mil abogados, 16 oficinas en cinco países, una ganancia que ronda los 1.000 millones de dólares anuales (766 millones de euros) y clientela de gran tonelaje, sobre todo entre las instituciones financieras más poderosas—.

Las mentes tras la idea de la iluminación con leds del puente de los curritos, la empresa Iluminate the Arts, calcula que la ciudad saldrá ganando, porque el proyecto reportará 97 millones de dólares a la económica local (74 millones de euros). No explican cómo han podido calcular un intangible, pero manejan la cifra con alegre discrecionalidad en notas de prensa, estadillos y demás material de autobombo.

Acabo de leer unas declaraciones del líder de la firma, Ben Davis, que susurran entre líneas más de lo que dicen: "Casi tuve un orgasmo cuando crucé en bicicleta el Golden Gate. Pero, como mucha otra gente, siento un amor más profundo por el Bay Bridge y es fantástico ver este puente trabajador y elegante brillar de nuevo en nuestras conciencias".

La escultura de leds, que tiene previsto el encendido inicial en marzo y permanecerá activa hasta 2015, sólo ocupa el primer tramo del puente, es decir, el primero si empezamos a medir desde San Francisco. Oakland, como siempre, se queda a oscuras.

¿Amor por el Bay Bridge o por la ciudad a la que alimenta el veterano puente con la mano de obra necesaria y entregada que entra en San Francisco cada mañana bien temprano y regresa a dormir cada atardecer al otro lado de la bahía porque en San Francisco sólo pueden pagar el alquiler los directivos y empleados de la boyante y mimada segunda ola del 2.0?

Jose Ángel González


Crónicas vitales de un periodista español emigrado a la Bahía de San Francisco, en California, el estado con mayor presencia de latinos e hispanohablantes de los Estados Unidos.
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