8 posts de marzo 2013

El gaitero de Maxfield Parrish vuelve a su palacio

[Foto: Cortesy of the Palace Hotel]

El flautista vuelve a casa.

El cuadro de Maxfield Parrish The Pied Piper, que el Hotel Palace de San Francisco descolgó hace unos días de su ubicación desde hace más de un siglo con la intención de subastarlo, no cambiará de manos, no se irá de la ciudad ni de su suntuoso y elegante hogar.

Tras una intensa campaña de protestas públicas, los dueños del hotel han anunciado que la obra de arte, una pieza que reúne todas las características del estilo de Parrish —luz, fantasía, glamour, brillo en la composición, uso de elementos fantásticos y una técnica inigualable del color...—, se queda en San Francisco. "Nos sentamos a escuchar detenidamente [las protestas] y estamos encantados de traerlo de nuevo", declaró el gerente del Palace, Christophe Thomas.

El imprevisto anuncio de que el gran cuadro, situado desde 1909 ante la barra de uno de los bares del establecimiento, había sido descolgado y entregado a la casa de subastas Christie's para ser vendido, hizo que las fuerzas vivas y ciudadanas se movilizasen con premura.

La organización San Francisco Architectural Heritage, que desde 1971 vela por la conservación del patrimonio de la ciudad, consiguió que casi 1.200 personas apoyasen en unos días una campaña de recogida de firmas online bajo el lema "¡Dejad The Pied Piper en casa! Alto a la venta del legado de la ciudad".

También el alcalde Ed Lee hizo una llamada a los hoteleros para evitar que la ciudad perdiera uno de sus tesoros artísticos, evaluado por los dueños con un precio de mercado de entre tres y cuatro millones de dólares, entre 2,3 y 4 millones de euros, pero aún más valioso por su ubicación en un lugar abierto al público y de gran movimiento social.

El cuadro —una de las obras más bellas de la prolífica escuela vernácula estadounidense de la decoración de bares— será restaurado en Nueva York porque sufre cierta pérdida de brillo debido al contacto con el humo durante las muchas décadas en que este hábito era legal en locales cerrados.

Los dueños del Palace afirman que no han decidido en qué lugar del magnífico hotel recolocarán The Pied Piper, una interpretación del Flautista de Hamelín que durante 104 años acompañó cócteles, conversaciones, galanteos, sonrisas y vida en uno de los bares más acogedores de los muchos que pueblan San Francisco.

[Foto: Paul Chinn - The Chronicle]

Un hotel de lujo subasta un tesoro artístico

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Al Hotel Palace de San Francisco le sobra este cuadro y lo quiere subastar. El óleo The Pied Piper,  pintado por Maxfield Parrish en 1909, estaba colocado hasta el viernes pasado en uno de los bares del establecimiento. Uno y otro, el lienzo y el local, están considerados como tesoros artísticos de la ciudad.

El enorme cuadro (2,13 por 4,87 metros) ennoblecía la pared trasera de la barra del bar, que había sido bautizado The Pied Piper Bar en honor a la obra, una interpretación de El flautista de Hamelín realizada con la pasmosa técnica de Parrish, un maestro en la aplicación de la técnica de los cuatro colores básicos, sin añadido de pintura blanca, para lograr escenas que parecen iluminadas por tonos fotográficos.

¿Está en problemas financieros el Palace y se deshace del cuadro para hacer caja? Ni por asomo (o eso sostiene la empresa propietaria, Kyo-ya Hotels and Resorts). Afirman que la obra —que aparece en todas las guías de la ciudad como un atractivo artístico de visita inexcusable— no debe estar dentro de un hotel. "Ha dejado de ser práctico exhibir un original de este valor e importancia cultural", señalaron en un escueto comunicado los dueños.

La explicación suena extraña cuando The Pied Piper había permanecido en el mismo lugar desde hace más de un siglo —fue encargado al artista para engalanar la reconstrucción del nuevo hotel tras el desastroso terremoto y posterior incendio de 1906, que redujo a ruinas el edificio original— y en el Palace nunca se han mostrado recelosos para dejar a los viandantes visitar el deslumbrante edificio, alquilar sus instalaciones para películas  —por ejemplo The Game (David Fincher, 1997). cuya escena final se desarrolla en The Garden Court, el comedor con lucernario más bello de los EE UU— o servir s cualquiera que pague (y no es un local especialmente caro) un buen gimlet ante el óleo de Parrish.

[The Pied Piper Bar, 1935 - Foto: Palace Hotel, San Francisco]
La intención de vender la obra —que ha sido entregada a la casa Christie's para que la saque a subasta en Nueva York en mayo (se estima que puede alcanzar un precio de entre tres y cuatro millones de dólares), entre 2,3 y 4 millones de euros— ha desatado protestas en la ciudad.

La organización San Francisco Architectural Heritage, que desde 1971 vela por la conservación del patrimonio de la ciudad, ha iniciado una campaña de recogida de firmas online bajo el lema "¡Dejad The Pied Piper en casa! Alto a la venta del legado de la ciudad".

Recuerdan que el Palace es bien de interés cultural desde 1984 y que sólo hay dos obras de Parrish, uno de los grandes pintores estadounidenses del siglo XX, realizadas para la fructífera escuela vernácula estadounidense de la decoración de bares —la otra es The Old King Cole, que está en el Hotel St. Regis Hotel de Nueva York.

En una ciudad poblada por milmillonarios y donde los directivos de oro de Google y Facebook, sin ir más lejos, suelen jactarse de que conceden becas a artistas (creadores de tres al cuarto como este cantamañanas) sería una vergüenza ciudadana que The Pied Piper fuera subastado.

Mi humilde protesta será no entrar en el bar del Palace —como me había prometido desde que lo descubrí para emborracharme también con el azul tóxico de Parrish— a beber un gimlet.

 

Los autobuses de San Francisco llevarán (otra vez) publicidad xenófoba

[Anuncio de la Freedom Defense Initiative]
[Anuncio de la Freedom Defense Initiative]
[Anuncio de la Freedom Defense Initiative]
Tres anuncios que exhibirán los laterales de los autobuses públicos de San Francisco dentro de unos días:

  • "La homosexualidad es fea... En Irán no tenemos homosexuales como en su país". El presidente Ahmadinejad, de Irán, donde la homosexualidad es castigada con la pena de muerte.
  • "Si existen ese tipo de personas entre vosotros, es diabólico, un acto ignominioso. ¿Qué debéis hacer? Torturarlos, castigarlos, pegarles, torturarlos mentalmente". Hermana Ruby Ramadan, presentadora de una emisora de radio musulmana en Inglaterra.
  • "El castigo para la homosexulaidad es la pena de muerte". El clérigo y líder islamista [Yusuf al-]Qaradawi, de los Hermanos Musulmanes.

Los tres finalizan con el eslogan de la campaña: "Esa es su yihad. ¿Cuál es la tuya?".

Media docena de vehículos del Muni, el servicio de transporte del Ayuntamiento de la ciudad en el que los vecinos y visitantes hacemos 673.000 trayectos por semana, servirán de soporte para tan edificantes soflamas a partir de abril.

Los anuncios —sería más apropiado llamarlos flatulencias ideológicas— los paga la Freedom Defense Initiative (hipervinculo para que se hagan una idea por sí mismos del tipo de calaña de la que hablamos, pero advierto que el contenido puede provocar una úlcera), una organización que proclama el peligro de la islamización de los EE UU. Tiene las mismas raíces que el think-tank garrulo Stop Islamization of America —otra url que merece visita para oler la miseria humana—, a su vez hermanado con cofradías neonazis europeas que se consagran a la veneración de la supremacía aria en contra del moro, entre ellas la Liga de Defensa Noruega en cuya génesis participó el asesino múltiple de adolescentes indefensos Anders Behring Breivik.

[Pamela Geller]
Esta señora con tanta crema ultrabronceadora encima como escasa capacidad intelectual se llama Pamela Geller. Ella es quien paga los anuncios de la yihad blanca.

Empecemos, como diría mi difunta abuela, por el empiece. Pamela Geller debería estar encerrada en un sanatorio mental, aunque una estancia de años en una madraza islámica del credo sufí tampoco le vendría mal.

Geller, que tiene edad suficiente (54) como para no estar trastornada por las hormonas, nació en una comunidad de familias judías, trabajó como vendedora de publicidad para un diario sensacionalista donde sus compañeros la consideraban "vulgar" y, como toda niña pija de los suburbios, creyó que tras el golpe de pelvis tendría acceso al paraíso en la Tierra. Eligió el camino secular: boda con potentado, divorcio y a vivir de los talones mensuales del ex.

Pero en eso llegó Bin Laden.

Tras el 11-S, tuvo una visión, encabezó la campaña contra el centro cultural Park51 —situado a dos manzanas de las antiguas Torres Gemelas—, se convirtió en azote del Islam y, de paso, en millonaria: las donaciones a sus hermandades son, según ella, de simpatizantes, pero no es aventurado advertir la dadivosa mano de un servicio de inteligencia de Oriente Próximo.

Unos cuantos de los disparates con que esta tipa de lengua gruesa y modales de arrabal ha sembrado su paso por el mundo son: existen fotos porno que comprometen a la madre de Obama, los musulmanes practican mayoritariamente el sexo con cabras, Slobodan Milošević era una reencarnación de San Francisco de Asís, Obama estuvo liado con una prostituta adicta al crack...

Debajo de cada coz, tras cada imagen patibularia o manipulación, nada más que pura y dura xenofobia.

De eso van los carteles publicitarios que llevarán los buses de San Francisco. No es la primera vez que Geller airea mensajes que hacen daño. Ya colocó anuncios xenófobos en el transporte de otras ciudades y cuando el Ayuntamiento de Nueva York planteó retirar, en 2012, los de una campaña en la que se tildaba de "salvajes" a quienes se oponen a la política militar de Israel, un juez dió la razón a la ideóloga racista en aras de la libertad de expresión constitucional.

Como el Ayuntamiento de San Francisco no quiere que suceda lo mismo y la fanática Geller acabe denunciando el caso en un tribunal, han accedido a la difusión de los anuncios. En una decisión que parece de los Hermanos Marx, dicen que contratacarán colocando carteles en el interior de los vehículos con mensajes de "paz y tolerancia".

Para lavarse las manos definifitivamente, los munícipes entregarán los ingresos de la campaña a la Human Rights Commission de la ciudad, cuya presidenta, la transexual Theresa Sparks, ha polemizado en los medios con Geller, a la que acusa "sugerir que todos los musulmanes odian a los gays". Sparks se ganó el odio personal de Geller cuando declaró que en Irán es más fácil que en los EE UU conseguir una operación de cambio de sexo.

En medio del torbellino de discrimanición y locura disfrazada de libertad de expresión, me entero por el Examiner, que Geller va a pagar por los anuncios rodantes la exorbitante suma de 3.000 dólares (2.300 euros). Estoy por dejar de comer dos meses y colocar en los autobuses unos cartelitos con el lema: "Pamela Geller es la hija secreta de Hugo Chávez".

"Sólo para Ángeles del Infierno"

[Foto: Jose Ángel González]

"Aparcamiento sólo para Ángeles del Infierno".

Dado el talante de los propietarios del patio ("trátanos bien, te trataremos mejor; trátanos mal, te trataremos peor", es el lema que exhiben su su página web), el rótulo de la valla de entrada debe ser tomado como una advertencia y no como un consejo.

Sede del capítulo de San Francisco de los Hell's Angels Motorcycle Club, una bonita casa de madera pintada de beige en el distrito de Dogpatch.

Es un día tranquilo y solamente una Harley Davidson moto está aparcada en el garaje del club, vigilado por más de media docena de cámaras de un circuito cerrado de vídeo y engalanado por la death's head (cabeza de la muerte), insignia oficial diseñada, precisamente, por Frank Sadilek, uno de los primeros presidentes del Frisco Hell's Angels Club.

  [Foto: Jose Ángel González]

Doy una vuelta tranquila y disparo dos o tres fotos. Al acercarme a la puerta, que no tenía intención de sobrepasar —los Hell's Angels siguen siendo considerados como una organización criminal y su líder carismático, Sonny Berger, dejó la cárcel en 2011 tras ser encontrado culpable de planear la destrucción de la sede un club rival, los Outlaws (Fuera de la Ley), en un intento, según el FBI, de hacerse con la distribución de metanfetamina—, un tipo malencarado asoma y pregunta, taxativo:

— ¿Qué quieres?
— Ver la sede, hacer unas fotos...

Sigue un silencio espeso, muy cinematográfico.

— Está bien, pero limítate al patio.

Al abandonar el lugar vimos un limonero en un parterre. Nos llevamos un par de limones, pequeños pero muy olorosos.

La limonada estaba deliciosa.

 

65 años sin nombre para los 'deportados' muertos en Los Gatos

Goodbye to my Juan, goodbye, Rosalita,
Adios mis amigos, Jesús y María;
You won't have your names when you ride the big airplane,
All they will call you will be "deportees"

[Adiós, Juan; adiós, Rosalita,
Adiós mis amigos, Jesús y María;
Dejas de tener nombre cuando te suben al avión,
Donde a todos nos llaman 'deportados']

El coro de la canción que versiona Bruce Springsteen, Plane Wreck at Los Gatos —también conocida como Deportee—, anuncia la tragedia.

La letra la escribió el gran narrador de la vida estadounidense durante la Gran Depresión y los años siguientes, Woody Guthrie, de cuyo nacimiento se cumplió un siglo en 2012.

Fue una respuesta visceral del artista cuando leyó una crónica del diario The New York Times sobre el accidente de un avión que se había estrellado en la mañana del 28 de enero de 1948 en el Cañón de Los Gatos, al oeste de Fresno, 200 kilómetros al sur de San Francisco.

Resultado: 32 muertos, todas las personas que viajaban en la aeronave, un Douglas DC-3 que cayó al suelo tras incendiarse en vuelo uno de los dos motores.

La redacción ideológica de la noticia era miserable. La nota ofrecía un detallado perfil —nombre, edad y lugar de residencia— de los cuatro estadounidenses que murieron en el siniestro, pero reducía a los otros 28 muertos a la condición de "deportados mexicanos".

El director de la oficina del Servicio Federal de Inmigración en San Francisco, cuyas palabras copiaba con alevosía el diario, eran "ciudadanos mexicanos que habían entrado ilegalmente en los EE UU y otros que habían permanecido en el país más allá del fin de sus contratos. Todos eran trabajadores agrícolas".

Los detalles sobre la posible causa del accidente fueron también silenciados por la información (el avión iba sobrecargado, con detenidos sentados en el espacio destinado al equipaje, y el bimotor estaba en espera de una inspección técnica), así como la sobrecogedora escena del siniestro, contemplado por casi mil presos de un cercano campo de trabajo penitenciario, que vieron morir entre llamas  y gritos de socorro a, al menos, nueve de las víctimas.

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La Administración estadounidense, bajo cuya tutela murieron los deportados —el vuelo era un charter privado contratado por Inimigración para trasladar a los ilegales desde Oakland al abominable campo de internamiento temporal de El Centro (así, en sonoro español), situado al sur de Los Ángeles—, mantuvo el amoral anonimato de las víctimas en la ceremonia fúnebre.

Depositaron los cuerpos de los mexicanos en una fosa común en el cementerio Holly Cross de Fresno en un acto al que asistieron centenares de braceros mexicanos y hubo muchas lágrimas, la única expresión de los indefensos para añadir rabia al desconsuelo.

En el proceso judicial posterior —celebrado a la chita callando pese a que era improbable que las familias de los deportados se sumasen a la demanda (¿cómo iban a hacerlo si los deudos ni siquiera tenían identidad?)— Inmigración alegó que toda la responsabilidad era de la empresa a la que habían alquilado el avión, Airline Transport Carriers. Antes de que se dictase sentencia, la firma se declaró en bancarrota. Caso cerrado.

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Este año se han cumplido 65 del accidente. Sólo una docena de los 28 deportados muertos han sido identificados por los esfuerzos de sus descendientes. Todos siguen enterrados en la fosa común de Fresno presidida por una placa, colocada en 1948. La inscripción dice: "28 ciudadanos mexicanos que murieron en un accidente aéreo están enterrados aquí".

Hay campañas en marcha para intentar dar nombre a los braceros despojados de filiación. Todas parten de iniciativas personales. El artista y performer Tim Z. Hernández recolecta donaciones para construir un memorial con los nombres de los braceros en el cementerio. Le apoya un conocido de este blog, el músico Lance Canales, que ha grabado una versión de Plane Wreck at Los Gatos (Deportee) que vende online para contribuir a la causa.

Woody Guthrie no llegó a cantar nunca el tema, del que sólo escribió la letra. Una década más tarde, un profesor de escuela llamado Martin Hoffman le puso música con un tono de vals lento y tenebroso. Además de Springsteen, han versionadon la pieza Pete Seeger, Joan Baez, The Byrds, The Kingston Trio, The Highwaymen (Johnny Cash, Kris Kristoferson y Willie Nelson), Dolly Parton y bastantes artistas más.

Es divertido escuchar lo mal que pronuncian todos ellos esos apelativos hispanos que aparecen en la canción —Juan, Rosalita, Jesús, María—, pero acaso ninguno de esos nombres responda a los verdaderos de los trabajadores agrícolas mexicanos a los que EE UU borró de la memoria y redujo a deportados.

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Las irreflexivas dentelladas del fotógrafo más voraz

[Foto: Jose Ángel González]

El achocoso autobús municipal de San Francisco expande en sus laterales la buena nueva: desde el sábado pasado la ciudad es la capital mundial de la fotografía callejera con la exposición más completa jamás montada sobre la obra de Garry Winogrand (1928-1984).

La antología, organizada por el San Francisco Museum of Modern Art (Sfmoma), tiene el carácter de una deuda finalmente saldada: es la primera vez que los expertos sondean en el archivo de un fotógrafo que pasa por ser el más prolífico de la historia.

Cuando murió, demasiado pronto —a los 56, por un cáncer de páncreas—, había disparado más de 250.000 imágenes. Gran parte de ellas, incluidos 2.500 rollos cuya película ni siquiera extrajo del chasis de metal tras hacer las fotos, no llegó a convertirlas en copias en papel. No le interesaba ver las fotos impresas. Le bastaba con saber que las había tomado.

[Garry Winogrand]
Neurótico hasta considerar que la foto era inncesaria porque lo importante era hacerla, el momento exacto en que ves y aprietas el disparador, Winogrand recorrió los EE UU —sobre todo las calles febriles de Nueva York— con "una energía deslumbrante y un apetito incesante" y, amparado en un hambre de cazador, "parecía desdoblarse en un flujo continuo" y moverse con eléctrica velocidad, ha señalado uno de los grandes teóricos de la fotografía contemporánea, John Szarkowski.

Desligitimado en el pasado por ser tan maquinal como la cámara —montaba un angular en la Leica M4 preenfocada para no tener que preocuparse de la  nitidez y otras zarandajas—, este buscador incontinente se dedicó durante un cuarto de siglo, entre los años cincuenta y los ochenta, a radiografiar el país ("lo que soy de verdad es un estudiante de los EE UU", afirmaba con orgullo y simpleza).

Retrató, como puede verse en la gran antología del Sfmoma, bailes de alta sociedad, tropiezos de media tarde, miradas aviesas, romances de callejón, rodeos,  emanaciones de la soledad y la pureza urbanas, restos de naufragios personales y triunfos gloriosos, movimientos de empresarios y esclavos, de trepas muy vivos e inocentes casi muertos... Nada escapó al obturador.

El cuerpo de la Leica M4 de Winograd
Me gusta hacer fotos en la calle, creo que no hay plató que se le acerque, que su trémula atmósfera donde todo está siempre a punto de suceder merece la intoxicación y el amor loco que Winogrand le profesó con más nervio que nadie.

Desde mi pobre condición de aficionado y ante la obra dislocada y rutilante de este reptil al que nunca hasta ahora habían considerado merecedor de la medalla de artista, solamente me queda retener el aliento y hacer una foto, otra más, otra... Siempre más fotos.

[Para que vayan preparándose en España, porque tras la premiere en San Francisco, la exposición de Winogrand viajará a la National Gallery of Art de Washington, luego irá al Metropolitan Museum of Art de Nueva York, al Jeu de Paume de París y a la Fundación Mapfre de Madrid, donde está programada entre marzo y junio de 2015, les dejo con unas cuantas dentelladas irreflexivas del más voraz de los fotógrafos]

  [Garry Winogrand, Los Angeles, ca.1980–83. Garry Winogrand Archive, Center for Creative Photography, University of Arizona; © The Estate of Garry Winogrand, courtesy Fraenkel Gallery, San Francisco]

[Garry Winogrand, New York, ca. 1982–83. Garry Winogrand Archive, Center for Creative Photography, University of Arizona © The Estate of Garry Winogrand, courtesy Fraenkel Gallery, San Francisco]
[Garry Winogrand, John F. Kennedy International Airport, New York, 1968 © The Estate of Garry Winogrand, courtesy Fraenkel Gallery, San Francisco]
[Garry Winogrand, Coney Island, New York, ca. 1952. Collection The Museum of Modern Art, New York © The Museum of Modern Art/ Licensed by SCALA / Art Resource, NY]
[Garry Winogrand, Los Angeles, 1964. Collection SFMOMA © The Estate of Garry Winogrand, courtesy Fraenkel Gallery, San Francisco]

'Offline' pero en un 'resort' de Camboya

[Foto: Jose Ángel González]

El tipo que gesticula ante mi cámara es el recepcionista de Unplug SF, una fiesta para celebrar la vida offline. El recepcionista se dedicaba a recoger y guardar los smartphones de los asistentes para que no entrasen al evento armados con el terminal que te convierte en apéndice con pantalón y camisa de lo digital.

 Hice caso a las instrucciones y no llevé mi zapatófono previo al 3G de Metro PCS —la compañía de telefonía más barata y cutre de los EE UU, llamada por los usuarios, entre el cariño y la rabia, como Metro Piece of Shit (pedazo de mierda)—. También fui desarmado de cámara digital de fotos y llevé mi fiel Canon AE-1 de película de 135 milímetros. Forcé la sensibilidad del film y logré capturar las imágenes que inserto en esta entrada.

El argumentario de la celebración es incontestable: la mitad de los estadounidenses prefiere comunicarse digitalmente antes que en persona; el tiempo medio diario por persona ante la pantalla es de entre 8 y 12 horas; el 61 por ciento se confiesa "adicto a Internet" pese a que esta toxicomanía reduce el 20 por ciento de la materia gris del cerebro y empuja a la depresión —2,5 veces más posible entre los enganchados—...

En suma, creo necesario "desconectar para reconectar", como señalaba el lema de la fiesta, y me dirigí al cotarro sin armas basadas en la conectividad y la multifunción. Nada como la simpleza de una pila alcalina para sentirte humano otra vez.

En el local, los Broadway Studios, un bonito espacio que se alquila para eventos situado en la zona de North Beach, cuna del movimiento beat —aquellos escritores-vividores desenchufados de la más tóxica de las redes, la sociedad—, había juegos de mesa, unas cuantas máquinas de escribir para invitar a los  asistentes a comprobar con la práctica que los teclados no fueron inventados como periféricos de los ordenadores, actuaciones musicales desenchufadas, mesas cubiertas de papel de estraza para pintar o escribir, un quiosco de intercambio de objetos —dejabas uno y te podías llevar otro a cambio (me tocó un altavoz para artilugios móviles que estaba estropeado)—, un artesano con una máquina de coser alimentada por una dinamo...

Una buena ocasión para salir de casa y pasar unas horas (la entrada era gratis). Pero había gato encerrado. Tras la organización de la fiestecilla está la empresa Digital Detox, que organiza retiros para desintoxicar a los e-yonquis yanquis. No se trata de una labor altruista y social, sino de actividades dirigidas a los pudientes: están vendiendo para abril un paquete de seis días de desconexión en un resort de Camboya (1.350 dólares la habitación doble con baño, unos mil euros).

Poner en duda una forma de vida basada en el bit y la reducción de la persona a la categoría de hashtag nunca sucederá en los EE UU y aún menos en San Francisco, donde no llevar un teléfono con acceso a Internet en las manos te hace sentir como un freak de barraca de circo.

¿Alternativa de "desconectar para reconectar"? Pagas una semanita al año haciendo yoga, buceo, avistamiento de aves y recogida de mangos en una arcadia camboyana y estás listo para otras 51 semanas de reducción de materia gris.

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

San Francisco prohibe las balas de punta hueca (pero no para la Policía)

Bala de punta hueca del calibre 38 especial una vez disparada

Ese champiñón de plomo te volatiliza. Es una bala de punta hueca, casi siempre necesariamente letal: al impactar contra el cuerpo, a unos 600 kilómetros por hora, pierde poder de penetración —tiene una hendidura cóncava en la punta— pero se expande y causa heridas internas mayores. Algunas, las llamadas dum-dum, están preparadas también para dividirse en miles de partículas de metal una vez dentro del objetivo.

El Ayuntamiento de San Francisco acaba de prohibir la venta en la ciudad de las balas de punta hueca por considerarlas munición militar. Es una medida con cierto carácter cosmético —toda bala, sea de punta redonda o hueca, puede matar o causar heridas que condicionen para siempre la vida de una persona—, pero es difícil postular su inconveniencia: no es de recibo la circulación de este tipo de munición, especialmente cruel y diseñada para que al entrar en el cuerpo del agredido se comporte como un mecanismo de destrucción total.

Quienes contravengan la ordenaza municipal pueden ser sancionados con una multa de mil dólares (765 euros más o menos) y enviados a la cárcel por un año.

La enorme contradicción —como sucede con sombría frecuencia en cuestiones de armas en los EE UU— es que de la nueva legislación local quedan exentos los militares y el cuerpo de policía de la ciudad, que podrán seguir usando a discreción y siempre que lo consideren necesario balas de punta hueca, una munición prohibida por la Convención de La Haya.

Cada año mueren en los EE UU entre 375 y 500 personas por disparos de agentes policiales —la cifra exacta se camufla y esconde por la falta de transparencia de los muchos cuerpos armados y el casi imposible cotejo de los números—. Un estudio de 2012 estableció que al menos la mitad de esos fallecidos padecían enfermedades mentales y podían haber sido reducidos mediante acciones menos drásticas que los balazos.

Es decir, los agentes, en el 50% de los casos, tenían el gatillo ligero. Imaginen que, además, cargaban balas pensadas no sólo para detener al al agresor, sino para reducirlo a papilla.

El uso de las polémicas balas de punta hueca —también empleadas por los policías de algunas zonas de Alemania y el Reino Unido y en Brasil y Argentina— es habitual entre los cuerpos armados estadounidenses. Todavía colea en el país la polémica por la compra en 2012, autorizada por el presidente Obama, de 450 millones de balas de punta hueca para rifles de francotiradores, para el opaco Department of Homeland Security, creado tras el 11-S y encargado de combatir el terrorismo interno y externo.

Jose Ángel González


Crónicas vitales de un periodista español emigrado a la Bahía de San Francisco, en California, el estado con mayor presencia de latinos e hispanohablantes de los Estados Unidos.
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