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Un disco o un libro por 0,77 euros

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
Dos fotos que funcionan como comprobación de un milagro. La primera señala el display de la caja registradora con el coste, 20 dólares (unos 15,5 euros). Es lo que he pagado por el material retratado abajo, extendido como una dádiva a los dioses de la mesura, de cualquier religión que sean. Me apunto a todo credo que retorne al significado textual de la palabra justiprecio.

Acabo de pagar hace unas horas 15,5 euros por once álbumes de música, un libro de fotografía de gran formato, una colección de ensayos de Octavio Paz —tengo derecho al mal gusto, ¿pasa algo?—, otra de cuentos de Carlos Fuentes, una libreta de bolsillo con tapas de cuero y una colección de postales de señoras muy bordes y orgullosas de serlo (Soy puñetera, luego existo, reza el título).

Los discos de vinilo son, con diferencia, lo mejor del botín. Hay tres que están entre, digamos, los veinte mejores álbumes de todos los tiempos (What's Going On, de Marvin Gaye; Aretha Now, de Aretha Franklin, y Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, de los Beatles); otros dos que deberían aparecer entre los cien mejores (Déjà Vù, de Crosby, Stills, Nash & Young, y New Morning, de Bob Dylan); un par de Elton John antes de que se convirtiera en goma de mascar con gafas (Elton John, el soberbio debut a los 23 años, y Goodbye Yellow Brick Road, el último antes del comienzo del declive); el primero de Crosby, Stills and Nash (sin la rabia indecorosa de Neil Young); el primer grandes éxitos que editó Dylan (1967), y One World, un disco malucho de 1971 de Rare Earth, que siempre me gustaron porque eran los únicos músicos blancos que grababan para Motown, el sello de pop negro de Detroit que llenó de fuego mi adolescencia.

Precio de cada disco, un dólar (77 céntimos de euro). No están nuevos, tienen signos de manejo en las carpetas —es decir, signos de que han sido amados— y alguna rayita en la superficie, pero no será un problema insalvable para mi giradiscos Technics —por cierto, comprado también a precio de ganga en una tienda de segunda mano—, que sabe comportarse con la elegancia debida cuando los vinilos han vivido mucho.

Este es el lugar donde se produjo el milagro de los ábumes a precio de calderilla.

[Foto: Jose Ángel González]
La San Francisco Public Library (Biblioteca Pública de San Francisco), de cuyas bondades modélicas ya hablé en otra entrada del blog, organiza dos veces al año una megaventa de las donaciones y los materiales que le sobran.

La de la primavera de este año se esta celebrando estos días: han sacado de los arcones 250.000 objetos culturales —libros, DVD, vinilos, discos compactos, cintas, audiolibros y otros productos editoriales—. El precio de venta oscila entre un dólar (todos los media, soportes electrónicos o digitales de sonido, imágenes o ambos) y tres (los libros de tapa dura). Los de bolsillo cuestan dos. El último día de venta, el domingo, todo se rebaja a un dólar la unidad.

La big sale está instalada en el Festival Pavillion, una de las enormes barracas de Fort Mason, el antiguo asentamiento militar edificado sobre pilotes de madera encajados en el fondo marino que fue utilizado como muelle de barcos de guerra y ahora es un centro cultural abierto a la cultura y el ocio y administrado por una organización non profit, sin ánimo de lucro.

Una de las formas del paraíso en la Tierra: casi 5.000 metros cuadrados llenos de mundos posibles, imposibles, pasados y por venir, que se ponen a la venta por un precio de dimensión humana. La venta la organizan y gestionan los Amigos de la Biblioteca Pública de San Francisco, donde todo el trabajo lo llevan a término (y con exquisita simpatía) voluntarios que no cobran. La recaudación se va al completo al sistema de bibliotecas públicas de la ciudad.

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He digitalizado el plano alzado de la big sale que reparten a los visitantes para que circulen por los casi ochenta apartados en que están clasificados los materiales y para que ustedes se hagan una idea y entiendan la necesidad de los carritos de supermercado que se ven en las fotos.

Como pueden ver, hay desde materias prácticas (jardinería, manualidades, sexualidad, deportes, cocina...) hasta géneros literarios en sentido amplio (ciencia ficción, misterio, horror, ficción, poesía, ensayo, infantil...), pasando por temáticas de especial calado en San Francisco (multiculturalidad, LGBT, lesbianismo, homosexualidad...), disciplinas académicas (Antropología, Leyes, Psicología, Sociología, Historia, Economía, Medicina...) y secciones especializadas en niños, cómic, cine, manga, televisión, coleccionables, lenguas extranjeras (poco español, muchos idiomas asiáticos), miniaturas...

Además de dedicar una mañana a uno de los mayores placeres que puedo imaginar, zascandilear entre discos y libros —porque, como Borges, "siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca"—, hice para ustedes un montón de fotos de otros que, como yo, no conciben la vida sin letra impresa.

  [Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
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[Foto: Jose Ángel González]
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[Foto: Jose Ángel González]
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[Foto: Jose Ángel González]
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[Foto: Jose Ángel González]
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1 Comentarios

ES el paraíso terrenal. Él único olor a santidad que reconozco es el que sale de un libro.

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Jose Ángel González


Crónicas vitales de un periodista español emigrado a la Bahía de San Francisco, en California, el estado con mayor presencia de latinos e hispanohablantes de los Estados Unidos.
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