7 posts de abril 2013

La cúpula gay de San Francisco juzga por su cuenta al soldado Manning

Liberad a Bradley Manning

La presidenta del San Francisco Pride —marca registrada del comité que organiza el desfile del orgullo gay en la ciudad donde se inventó la bandera multicolor— se llama Lisa L. Williams. Acaba de meter la pata hasta el fondo al afirmar que el soldado gay Bradley Manning, es responsable de "acciones que han causado daños a nuestros hombres y mujeres uniformados".

La señora Williams —en cuyo revelador currículo figura la gestión de una empresa de mercadotecnia política y búsqueda de dinero para financiar campañas— se pusó muy nerviosa y perdió los papeles cuando se filtró que en el San Francisco Pride de este año, que se celebrará el 29 y el 30 de junio, Manning actuaría (en ausencia, claro: lo tienen en una cárcel en condiciones de dudosa legalidad) como Grand Marshal del desfile, las figuras que cada año son encargadas de ser "emisarios públicos del Orgullo". Algo así como la fallera mayor, vaya.

Un día después de que trascendiese la noticia, Williams emitió un comunicado colérico en el que negaba el compromiso del San Francisco Pride con el soldado que inició el cablegate de Wikileaks; acusaba a una persona de su staff de haberse ido de la lengua sobre asuntos y discusiones internos; anunciaba, muy en consonancia con el fondo castrense del asunto, que ese chivato había sido "sometido a disciplina", y advertía que no sería tolerada por la organización ninguna muestra de simpatía hacia la figura de Manning, cuya libertad piden miles de personas, de todas las tendencias sexuales, en la campaña internacional I Am Bradley Manning (Yo soy Bradley Manning).

Más allá de la intemperancia de condenar por su cuenta al soldado, que todavía no ha sido juzgado por la justicia después de casi tres años de detención, la decisión de Williams demuestra que el San Francisco Pride ha dejado de ser lo que fue o dice ser (una celebración "para educar al mundo, conmemorar nuestra herencia, celebrar nuestra cultura y liberar a nuestra gente", según pregonan en su declaración de objetivos, el subrayado es mío) para convertirse en otro bonito negocio carnavalero, aliado con los grandes poderes y cómodo para que éstos se presenten como tolerantes y modernos.

Mientras Williams se cuadra y saluda, el desfile del orgullo gay más señero de los EE UU recibe con los brazos abiertos, tal como señala Glenn Greenwald en The Guardian, el dinero que le regalan patrocinadores (aquí está la relación completa) entre los que están los gigantes de las telecomunicaciones AT&T y Verizon, que han colaborado en escuchas ilegales para el Gobierno; el Bank of America, acusado de un fraude milmillonario en la gestión de hipotecas; Wells Frago, otra entidad financiera señalada por la fiscalía como tramposa con sus clientes, y la empresa de servicios sanitarios Kaiser Permanente, investigada por revelar datos confidenciales de sus pacientes.

Al parecer, ninguna de estas corporaciones han "causado daños a nuestros hombres y mujeres", por regresar al argumento de Williams con respecto a la maldad de Manning.

La decisión marcial de la obediente presidenta del orgullo gay ya ha sido contestada por un grupo de activistas del colectivo al que Williams dice representar. Están convocadas manifestaciones a favor de Manning y en contra de su presurosa juzgadora. "Si Manning no es gay, nadie lo es", han recordado para anunciar que este año, sea o no grand marshal, el soldado que filtró los cables de Wikileaks mientras escuchaba a Lady Gaga, estará presente y tendrá apoyo, como en años anteriores, en el San Francisco Gay Pride.

Quieren convertir en jardín un bosque

[Foto: Jose Ángel González]

No se trata de un bosque aislado y lejano al que debes llegar tras una larga travesía aunque tiene todos los dones para gozar del mismo estátus que sus hermanos mayores: extensión suficiente (más de 32 hectáreas); vida animal en abundancia (30 especies de aves han sido localizadas en un solo día por los aficionados a los avistamientos, entre ellas inquietos pájaros carpinteros, fugaces colibríes y, como reyes nocturnos, grandes y dignísimos búhos cornudos); un ecosistema vegetal consolidado durante más de su siglo con 93 tipos de plantas, dominado por esbeltos eucaliptus de hasta 30 metros de altura y con un denso chaparral a ras de suelo, infranqueable excepto mediante el uso de la red de senderos peatonales que surca el monte...

El Mount Sutro Forest es uno de los milagros de San Francisco: un bosque húmedo insertado en el corazón de la ciudad, de acceso libre para quienes lo deseen disfrutar y sin apenas mácula derivada del pernicioso carácter urbano y los usos humanos.

[Mapa de situación del Mount Sutro Forest. Free Association Design blog]
Este territorio de asombro, en las laderas de un cerro a casi 300 metros sobre el nivel del mar —una de las más altas de las casi inagotables colinas de esta ciudad de desniveles—, está en serio peligro de ser mancillado por un proyecto que pretende cortar 30.000 árboles, el 90% de la masa forestal del bosque, y remover el 99% del terreno.

Promotores inmobiliarios en busca de negocio, habrán pensado ustedes. Pues no. El gran disparate lo quiere ejecutar un supuesto centro de sabiduria, la University of San Francisco California (USFC), propietaria de gran parte del bosque, que recibió en donación en 1895 del filántropo Adolph Sutro, que a su vez lo había comprado al terrateniente José de Jesús Noé, el último ranchero mexicano que fue alcalde de Yerba Buena, nombre original de San Francisco.

La USFC —1.700 académicos, casi 5.000 alumnos, 103 hectáreas en terrenos y un presupuesto anual de 1.550 millones de dólares (casi 1.200 millones de euros)—, cuyo tremendo hospital central, uno de los recurrentes en los rankings de los mejores centros médicos de los EE UU, tiene el bosque a sus espaldas, quiere "adelgazar" el Mount Sutro Forest y ejecutar una "conversión" del lugar, según explica el bastante opaco estudio de impacto de las obras, previstas con inminencia:  el otoño de este año.

Los planes universitarios quizá estén relacionados con el estatus de tener un bello jardín con un árbol por aquí y otro por allá y no un salvaje bosque húmedo como patio trasero para los clientes del hospital, privado y carísimo como resulta natural en este país donde la salud tiene una sola garantía: el saldo de tu cuenta bancaria. Acaso el organismo de enseñanza aspire a disponer de un campus a la inglesa que le permita aumentar las tasas de matrícula, ya de por sí interplanetarias (por ejemplo, 27.000 euros por un curso de Medicina).

Hay muchas voces contrarias al proyecto. Se han agrupado en Save Mount Sutro y piden apoyo y envío de protestas contra el adelgazamiento del bosque. Además de oponerse a la drástica reducción de la masa de árboles, señalan que la USFC utilizará un pesticida agresivo para evitar la regeneración de los árboles. Es posible firmar una petición online para apoyar la protesta e intentar que los planes no se ejecuten.

Fui a recorrer el bosque con mi cámara de juguete, la mejor aliada para capturar la psique que, estoy seguro, tienen algunos lugares tan vivos, o incluso más, que los seres humanos. No tuve demasiada suerte: el día era espléndido y no se presentó la niebla que convierte al Sutro Forest en un lugar de romántico misterio. Aún así, espero que las fotos retengan una mínima porción de la belleza inesperada y el latido vivo del más poético bosque urbano en estado salvaje que conozco.

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

El alcalde de San Francisco quiere dinero de China

[El alcalde Lee, segundo por la izquierda, con el vicepresidentre de China, Li Yuanchao. Foto: página de Facebook de Lee]

Es muy probable que el hombre que aparece a la izquierda de la foto, el alcalde de San Francisco, Ed Lee, tenga un salario bastante más alto que su anfitrión, a la derecha, el vicepresidente de China, Li Yuanchao.

Dada la opacidad del régimen neocomunista-neocapitalista de Pekín, no puedo asegurar cuánto le pagan al recién nombrado segundo hombre fuerte del aparato de poder, pero el sueldo del regidor local de San Francisco sí es público: 272.103 dólares al año, unos 210.000 euros. La nómina de Lee —17.500 al mes— equivale, por ejemplo, a casi tres veces lo que gana el presidente español Mariano Rajoy.

No es injusto sacar a colación los ingresos personales porque la reunión entre el bien pagado alcalde y el vicepresidente se celebró en un viaje oficial de Lee a China, país al que acudió, según parece, en busca de dinero para que los empresarios del gigante asiático vengan a desarrollar proyectos en San Francisco.

La gira, de diez días, fue también convenientemente vendida por razones étnicas, esos paraguas ideológicos que en los EE UU son salvoconduntos universales: los padres de Lee —cuyo nombre completo es Edwin Mah Lee— llegaron al país en la década de los años treinta del siglo XX desde la provincia de Cantón y el político, nacido en Seattle en 1952, fue en 2005 la primera persona de sangre 100% china en ser elegido alcalde en de una ciudad estadounidense.

Tampoco fueron ajenas a la reciente gira las circunstancias demográficas: la proporción de asiáticos en la ciudad es del 33% de la población, porcentaje que sube hasta casi el 40% entre las personas jóvenes, con diferencia el grupo étnico más numeroso de San Francisco, según el último censo, el primero que deja a los blancos sin mayoría absoluta en la radiografía racial (son ahora el 48% del censo local de habitantes).

Lee, un gran rastraedor de fondos financieros cuya pasión por los milmillonarios está presente en muchos de sus polémicos proyectos —por ejemplo, el de reducción de impuestos a los grandes empresarios del 2.0 para que se instalen en la ciudad—, no ocultó que el viaje al otro lado del Pacífico era una iniciativa para asegurarse el apoyo del voto chino. Parte de los gastos del desplazamiento del alcalde y su comitiva fueron recaudados por Rose Pak, la poderosa activista que controla Chinatow y ha sido definida como "un tenaz pitbull" cuando se trata de luchar por un negocio, una causa o un delfín...

Aunque el viaje fue sufragado oficialmente por la Cámara China de Comercio de San Francisco —de la que Pak es asesora y en cuya sede tiene despacho, aunque, al parecer, no cobra sueldo— y costó solamente, siempre según los datos asentados para la posteridad en los libros de contabilidad, 12.000 dólares (unos 9.000 euros), Pak ha sido acusada de organizar una cuestación alegal para añadir más dinero gracias a aportaciones personales y más o menos secretas, que sirvieron para cubrir, por ejemplo, los gastos de desplazamiento y estancia de Anita Lee, la esposa del alcalde, que también se apuntó a pesar de que el viaje era oficial y no personal.

La fiebre por el dinero fresco y dinámico de los nuevos magnates chinos ha afectado también al governador de California, Jerry Brown, como Lee, del Partido Demócrata, que siguió los pasos a su colega unos días después con un viaje al mismo destino y con similar objetivo: regresar con dinero.

¿Ganador de la colecta? Aunque tras lo anotado y por meras razones raciales debería ser Lee, lo cierto es que el alcalde de San Francisco ha sido derrotado por Brown.

Mientras el governador amarró 1,8 millones de dólares (1,3 millones de euros) para el proyecto Oak to Ninth de mejora y desarrollo urbano del frente marítimo de la problemática ciudad de Oakland, Lee, además de algunas lágrimas emotivas y muchas sonrisas para las fotos, regresó a casa con un solo contrato en firme, la inversión de 1,7 millones de dólares (1,1 millones de euros) en un proyecto inmobiliario de 10.000 viviendas de la poderosísima promotora Lennar para urbanizar Treasure Island en un terreno donde sólo un loco estaría dispuesto a comprar casa: la Marina de los EE UU depositó en el lugar residuos radiactivos durante años y los niveles de peligro son muy altos, según un reciente informe.

El galanteo de ambos políticos a la damisela china —que, según han anunciado uno y otro, se intensificará para intentar que la potente economía del yuan entre en sectores como el tecnológico, el vinícola y el cinematográfico— es paradójico. En 2012 un comité del Congreso de los EE UU aconsejó a las empresas estadounidenses que no hiciesen tratos comerciales con las chinas porque éstas son "cómplices" de planes estratégicos que van más allá de lo simplemente económico.

Ocho veces más gasto en mascotas que en libros

[Foto: Jose Ángel González]

Los estadounidenses gastan en animalitos ocho veces más que en libros: casi 55.500 millones de dólares al año en mascotas frente a 7.000 millones en libros, electrónicos incluidos: 42.300 y 5,3 millones de euros respectivamente.

En el 62% de las casas del país hay un animal doméstico. En el 64%, más de uno. En EE UU viven 78,2 millones de perros y 86,4 millones de gatos. Las encuestas advierten que cada vez hay más monos (sin incluir a los seres humanos que hacen el mono o la mona, que no contabilizan).

En algunas de las casas de este país envejecido, la mascota es el rey.

La animalitis es una ideología palpable —el caso del perro súper agresivo de San Francisco con más seguidores sociales que los presos de Guantánamo en huelga de hambre es paradigmático— y la corrección política condena al estigma a quien se atreva a poner en cuestión la tontería que los datos demuestran y la estulticia que ocultan: te desvelas por el color de las heces de tu perro pero no sabes dónde está Sierra Leona o cuántos palestinos viven sometidos a un embargo alimentario y de medicinas aceptado por el presidente café con leche (corto de café) que has elegido dos veces seguidas.

El negocio del animalismo es como una hidra y sus muchos subsectores merecen un desarrollo dramático redactado bajo los dictados del teatro del absurdo. Cualquiera de las mascotas estadounidenses tiene a su alcace más servicios que los inmigrantes ilegales: desde masajes holísticos contra el estrés, hasta campamentos de aventuras, cabinas de spa, luxury hotels, camisetas de la NBA, mobiliario fancy, sistemas de gps, carritos como los que algunos bebés jamás tendrán, un disfraz de cerdo, gimnasios y clubes de salud...

Tanta necedad podría ser analizada como una consecuencia de la soledad o el angst colectivo de una nación construida sobre el capricho como derecho constitucional, pero no me toca ni me apetece ponerme tan profundo.

Este fin de semana me di una vuelta por la sexta edición del McKinley Dogfest que se celebra en el pijísimo Duboce Park. El festival, cuya recaudación se entrega a la guardería preinfantil pública McKinley, reúne a amantes de los perros para exhibirse, participar en concursos, presenciar acrobacias, colaborar con refugios, comprar chorradas, morrearse con un terrier y practicar el juego social de mira cuánto me parezco a mi perro.

Pido perdón por las fotos. No son demasiado allá, soy consciente. Me inspira menos el animalismo que la bolsa de valores. El desinterés por el tema no hizo que dejara de advertir que el principal espónsor financiero de la feria humano-canina es el Chase Bank, una entidad que no tuvo reparos en operar con jerarcas nazis antes de la II Guerra Mundial, entregándoles dinero que habían requisado a clientes judíos y que, hace tres años, recibió casi 100.000 millones de dólares de dinero público de los EE UU como rescate de la bancarrota causada por la gestión temeraria y alegal de sus dirigentes durante los años de la vida loca bancaria.

A los perros les importan un comino estas circunstancias. A sus dueños, tampoco. Lo que importa es la sensibilidad animal.

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

18.000 millones de euros en vitaminas que parecen gominolas

[Foto: Jose Ángel González]

Osos risueños y orondos, los superhéroes invencibles de Marvel, los Cars de Disney, Bob Esponja, Pedro Picapiedra y su hija Pebbles...

Gama de colores vivos, juramentos de que el "mejor sabor" está garantizado y el efecto será "completo"...

¿Juguetes?, ¿chucherías?, ¿posibles regalos para una baby shower?...

No van por ahí los tiros aunque sí el packaging y la intención final de los fabricantes: aquí tienes, salud pero  divertida.

La foto de arriba es un detalle de la sección de vitaminas, complejos vitamínicos y complementos diéticos infantiles de un Wallgreens, la cadena de casi 9.000 sucursales que vende productos de farmacia y parafarmacia y también otros garantes de la salud del alma: Coca Cola, snacks, pequeños electrodomésticos...

El eslogan  de la empresa, redactado con la forma en que por aquí se esquematizan las direcciones (entre tal y cual calle), es un axioma del ethos estadounidente: "Entre Felicidad y Salud".

Los habitantes de este país gastaron en vitaminas 23.000 millones de dólares en 2011, según un informe Euromonitor Internacional. La estrafalaria cantidad equivale a casi 18.000 millones de euros —la suma de lo que invierte el Estado erspañol en Seguridad Ciudadana, Defensa, Política Exterior e I+D civil según los presupuestos de este año—.

El negocio de las vitaminas crece más que cualquier otro sector del comercio estadounidense (entre un 5 y un 7% anual) y el citado análisis calcula que en 2016 alcanzará un volumen de casi 27.000 millones de dólares, 21.000 millones de euros.

[The Wall Street Journal]
La vitaminosis es una tendencia nacional y si no encuentras la que te conviene es porque no te da la real gana de ponerte a buscarla.

En el portal de venta online Vitamin USA el listado es de carácter tan proteico que no habría vida suficiente para tomar una píldora al día de cada uno de los preparados. Se venden vitaminas para combatir el estrés, aumentar la energía, luchar contra el insomnio, prevenir los efectos de la primavera sobre el biorritmo, calificadas según los consejos de los shows sobre salud que pueblan las cadenas de televisión, para el buen comportamiento sexual, para cualquier dolencia específica (desde la próstata o la menopausia hasta la caída del cabello o la melancolía), convenientemente segregadas según género (para él, para ella), para niños —el Wallgreens despacha 79 tipos con textura de gominola, sabores variados y formas molonas—...

De esta locura están sacando tajada las grandes corporaciones. El laboratorio Pfizer, el más fullero de todos (sobornos a médicos, publicidad falsa...), ya ha entrado en el negocio, según The Wall Street Journal, al comprar varias pequeñas empresas con marcas de gran implantación en el sector de las vitaminas.

La propensión neurótica de los estadounidenses hacia la parafarmacia está relacionada con las lagunas de la cobertura médica en el país ("tomo vitaminas en la creencia de que así no caeré enfermo porque no puedo pagar mil dólares por una placa de rayos equis que indage en mi posible bronquitis") y, como apunta The New York Times, con la pérdida de poder adquisitivo de la clase media.

El asunto alarma a las autoridades sanitarias. La FDA (US Food and Drug Administration), la agencia federal con autoridad en el control de medicamentos, tiene en marcha una campaña para intentar evitar la confianza excesiva en las vitaminas. Es una iniciativa meramente informativa, tibia como todas las de la FDA, y pasa por alto los estudios sobre la presencia de tóxicos en algunos preparados con pesticidas y minerales pesados.

Las advertencias de la FDA sí se refieren a los peligros de la sobredosificación (el exceso de algunas predispone a ciertos tipos de cáncer), pero tampoco critican la presentación engañosa de las vitaminas que clonan, en formas, sabores y texturas, a deliciosas gominolas.

[Foto: Jose Ángel González]

Un disco o un libro por 0,77 euros

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
Dos fotos que funcionan como comprobación de un milagro. La primera señala el display de la caja registradora con el coste, 20 dólares (unos 15,5 euros). Es lo que he pagado por el material retratado abajo, extendido como una dádiva a los dioses de la mesura, de cualquier religión que sean. Me apunto a todo credo que retorne al significado textual de la palabra justiprecio.

Acabo de pagar hace unas horas 15,5 euros por once álbumes de música, un libro de fotografía de gran formato, una colección de ensayos de Octavio Paz —tengo derecho al mal gusto, ¿pasa algo?—, otra de cuentos de Carlos Fuentes, una libreta de bolsillo con tapas de cuero y una colección de postales de señoras muy bordes y orgullosas de serlo (Soy puñetera, luego existo, reza el título).

Los discos de vinilo son, con diferencia, lo mejor del botín. Hay tres que están entre, digamos, los veinte mejores álbumes de todos los tiempos (What's Going On, de Marvin Gaye; Aretha Now, de Aretha Franklin, y Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, de los Beatles); otros dos que deberían aparecer entre los cien mejores (Déjà Vù, de Crosby, Stills, Nash & Young, y New Morning, de Bob Dylan); un par de Elton John antes de que se convirtiera en goma de mascar con gafas (Elton John, el soberbio debut a los 23 años, y Goodbye Yellow Brick Road, el último antes del comienzo del declive); el primero de Crosby, Stills and Nash (sin la rabia indecorosa de Neil Young); el primer grandes éxitos que editó Dylan (1967), y One World, un disco malucho de 1971 de Rare Earth, que siempre me gustaron porque eran los únicos músicos blancos que grababan para Motown, el sello de pop negro de Detroit que llenó de fuego mi adolescencia.

Precio de cada disco, un dólar (77 céntimos de euro). No están nuevos, tienen signos de manejo en las carpetas —es decir, signos de que han sido amados— y alguna rayita en la superficie, pero no será un problema insalvable para mi giradiscos Technics —por cierto, comprado también a precio de ganga en una tienda de segunda mano—, que sabe comportarse con la elegancia debida cuando los vinilos han vivido mucho.

Este es el lugar donde se produjo el milagro de los ábumes a precio de calderilla.

[Foto: Jose Ángel González]
La San Francisco Public Library (Biblioteca Pública de San Francisco), de cuyas bondades modélicas ya hablé en otra entrada del blog, organiza dos veces al año una megaventa de las donaciones y los materiales que le sobran.

La de la primavera de este año se esta celebrando estos días: han sacado de los arcones 250.000 objetos culturales —libros, DVD, vinilos, discos compactos, cintas, audiolibros y otros productos editoriales—. El precio de venta oscila entre un dólar (todos los media, soportes electrónicos o digitales de sonido, imágenes o ambos) y tres (los libros de tapa dura). Los de bolsillo cuestan dos. El último día de venta, el domingo, todo se rebaja a un dólar la unidad.

La big sale está instalada en el Festival Pavillion, una de las enormes barracas de Fort Mason, el antiguo asentamiento militar edificado sobre pilotes de madera encajados en el fondo marino que fue utilizado como muelle de barcos de guerra y ahora es un centro cultural abierto a la cultura y el ocio y administrado por una organización non profit, sin ánimo de lucro.

Una de las formas del paraíso en la Tierra: casi 5.000 metros cuadrados llenos de mundos posibles, imposibles, pasados y por venir, que se ponen a la venta por un precio de dimensión humana. La venta la organizan y gestionan los Amigos de la Biblioteca Pública de San Francisco, donde todo el trabajo lo llevan a término (y con exquisita simpatía) voluntarios que no cobran. La recaudación se va al completo al sistema de bibliotecas públicas de la ciudad.

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He digitalizado el plano alzado de la big sale que reparten a los visitantes para que circulen por los casi ochenta apartados en que están clasificados los materiales y para que ustedes se hagan una idea y entiendan la necesidad de los carritos de supermercado que se ven en las fotos.

Como pueden ver, hay desde materias prácticas (jardinería, manualidades, sexualidad, deportes, cocina...) hasta géneros literarios en sentido amplio (ciencia ficción, misterio, horror, ficción, poesía, ensayo, infantil...), pasando por temáticas de especial calado en San Francisco (multiculturalidad, LGBT, lesbianismo, homosexualidad...), disciplinas académicas (Antropología, Leyes, Psicología, Sociología, Historia, Economía, Medicina...) y secciones especializadas en niños, cómic, cine, manga, televisión, coleccionables, lenguas extranjeras (poco español, muchos idiomas asiáticos), miniaturas...

Además de dedicar una mañana a uno de los mayores placeres que puedo imaginar, zascandilear entre discos y libros —porque, como Borges, "siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca"—, hice para ustedes un montón de fotos de otros que, como yo, no conciben la vida sin letra impresa.

  [Foto: Jose Ángel González]
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[Foto: Jose Ángel González]
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[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

Baker Beach, una playa para no ser playero


El mapa no miente: Baker Beach es una playa en un marco de lujo.

Al norte, el Golden Gate Bridge, majestuoso, imperturbable y visible desde todo el arenal. Al oeste, el Pacífico, un océano que no hace honor al nombre y no gusta de cultivar la mansedumbre.

Cuando algún español se decide a venir a San Francisco, en el primer correo electrónico menciona, sin excepción y con una especie de ánimo de beach boy honorario, los términos "playa", "traje de baño", "chancletas" y "crema solar".

Suelo sabotear el sueño, advertir que Malibú está más de 500 kilómetros al sur y que la utopía de hogueras nocturnas en la arena por estos lares es tan improbable como la conquista de la justicia social. Aconsejo la sustitución del bañador por un buen abrigo y advierto que, aunque me parece correcto invitar a las chanclas a las vacaciones, quizá convenga pensar en las Timberland como calzado de diario.

No es ésta una ciudad para cultivar la playa, lo cual contradice, lo sé, la visión idílica de los mapas, la belleza de la bahía y el olor a mejillones del ambiente.

En San Francisco tienes playas (en concreto, tres), pero no puedes ser playero a no ser que seas un crío armado con la valentía brava de la niñez.

El agua tiene una temperatura media de 9 a 12 grados, las olas y corrientes son estremecedoras y, como añadido a la cadena trófica, hay tiburones. Los ataques a seres humanos no son frecuentes —el último de carácter mortal registrado es de 1959—, pero la segura presencia de escualos, entre ellos los de muy mal genio tiburones blancos, no invita a lanzarse a nadar con entusiasmo.

Ya hablé en el blog de la más amplia y salvaje de las playas locales, Ocean Beach, un buen spot para el surf —el mítico Kelly Slater ganó aquí en 2011 y con 39 años su 11º título mundial—. Otra, China Beach, es una cala situada al norte de Baker y resulta casi impracticable excepto con marea baja.

Si se trata de compararlas, el ranking lo encabeza sin debate posible Baker: es la más grácil, los avistamientos de delfines y ballenas son frecuentes y está en el área del Golden Gate National Park, un área natural protegida y, por tanto, a salvo de desmanes urbanísticos.

Más valores: una tranquila zona para barbacoas y picnics, un bosque costero capricosamente torturado por el viento y, en el extremo norte del arenal, una esquina de la playa donde el nudismo está bien visto.

Un dato de background histórico añadido para los mitómanos: en Baker se celebró, entre 1986 y 1990, el entonces naciente festival Burning Man, que debió trasladarse al desierto cuando se convirtió en un evento multitudinario. En la web tienen algunas fotos de aquellas primeras y humildes ediciones.

Aprovechando la primavera esplendorosa de este año —la más seca en décadas, con un 52% de precipitaciones por debajo de la media—, es un gozo ir a Baker a andar por la arena, tenderse en la manta (una prenda impresdinble en cualquier kit local de paseante) y dejarse mecer.

Las fotos son analógicas, con film químico que revelé con mis manos. Utilicé dos cámaras baratas de plástico, ambas marca Holga, de fabricación china, una de medio formato, 120 mm (las fotos cuadradas), y otra de 135 mm (las horizontales).

En las dos últimas imágenes que inserto jugué con la superposición de negativos dentro de la cámara, avanzando sólo una parte de la película y dejando que la siguiente imagen se monte sobre la anterior. Es una forma, torpe pero divertida, de intentar que la mirada fotográfica se acerque a la sensación de la mirada de mis ojos cada vez que voy a Baker: ansia de panorama.

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

Jose Ángel González


Crónicas vitales de un periodista español emigrado a la Bahía de San Francisco, en California, el estado con mayor presencia de latinos e hispanohablantes de los Estados Unidos.
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