Los taxis-app han llegado para quedarse
En San Francisco (900.000 habitantes en la ciudad y 3,3 millones en el área metropolitana) circulan 1.735 taxis con licencia. Son los mismos, decena arriba o abajo, que hay en Zaragoza (679.000 habitantes). Ya pueden ustedes imaginar lo que cuesta encontrar un taxi libre por aquí.
En ocasiones es tarea imposible: pese a que hay nada menos que 29 compañías privadas dedicadas al negocio y aún suponiendo que usted tenga memorizados todos sus teléfonos, en horario punta nadie contesta al otro lado y si lo hacen es para reconocer que no tienen vehículos libres o, como me ha sucedido más de una vez, para mentirte prometiendo que en unos minutos te recogen y si te he visto no me acuerdo.
Un viernes cualquiera a partir de las cinco de la tarde, las esquinas de la ciudad están pobladas por desesperados con la vista en lontananza, elevando las manos en extrañas coreografías, gritando como chamanes en trance o dando patadas de impotencia contra el pavimento. Todos intentan buscar un taxi, pero casi nadie lo consigue.
Al modelo de taxis licenciados por la administración —el organismo responsable es la California Public Utilities Commision (CPUC)— le han salido competidores alegales que se aprovechan del déficit de taxis, la desesperación de los usuarios y el anacronismo de la ley para enfrentarse con las nuevas tecnologías, aliadas ideales de la idea de compartir antes que la de explotar.
Desde 2010 tres compañías de vehículos bajo demanda operan en la ciudad. Se solicitan mediante una app instalada en el smartphone y sus conductores no son taxistas profesionales, sino dueños de coches particulares que obtienen un sobresueldo con los viajes. Son Uber, SideCar (cuyos coches llevan un bigote rosa pegado a la parte frontal del capó) y Lyft. Son un boom y han provocado el nerviosisimo en el viejo monopolio de los taxis.
Aunque la CPUC multó en noviembre de 2012 a las compañías con 20.000 dólares bajo la acusación de que no pueden garantizar la seguridad de los pasajeros, las tres empresas han recurrido las sanciones alegando que han subscrito pólizas de seguro de hasta un millón de dólares de responsabilidad civil y que los conductores son evaluados antes de ser admitidos.
Las tres compañías siguen operando, cada vez tienen más clientes y han exportado la revolución de los taxis-app a otras lugares: Uber ofrece servicios en 31 ciudades del mundo —entre ellas algunas europeas (Milán, París, Ámsterdam y Londres)—, Lyft opera en Los Ángeles y Seattle y SideCar está presente en nueve localidades de los EE UU.
Los clientes están con los nuevos taxis. En una campaña online contra las multas han firmado ya 6.500 personas. Los promotores dicen que las empresas son "innovadoras" y traen "aire fresco" al problema del transporte urbano y la movilidad. La mayoría de los firmantes insisten en que los conductores ganan en la comparativa con los taxistas tradicionales: son más amables y cuidadosos —se trata de sus propios vehículos—. También destacan la calidad del servicio y su agilidad y coste —entre un 15 y un 25% más barato que el taxi tradicional—.
Aunque los taxistas también han demandado judicialmente a las nuevas empresas por supuestos perjuicios, parece que el modelo ha llegado para quedarse. En un movimiento muy revelador, la agencia local de transporte de la ciudad ha aprobado un reglamento que obliga a los 1.735 taxis locales a estar disponibles mediante una app y no sólo por el viejo sistema de centralita.
Otro indicio de que los taxis-inteligentes no van a desaparecer es que hace sólo dos días SideCar llegó a un acuerdo con la CPUC para seguir operando. El fundador de la empresa, Sunil Paul, señala en el blog de la compañía, que el cese de hostilidades reconoce que SideCar es "una plataforma tecnológica basada en el intercambio libre de trayectos en automóviles y no puede ser regulada como un servicio de transporte".