El bosque-holograma
No coma, no fume, no beba, no hable, no se aplique loción solar y, sobre todo, como si se tratara del decreto de cualquier aspirante a Big Brother, ni se le ocurra salir de la senda... Bienvenidos a los Muir Woods, el bosque de sequoias de 224 hectáreas situado 19 kilómetros al noroeste de San Francisco.
Pagas siete dólares y caminas por pasarelas de madera. Es como si tú fueses el modelo de un desfile y el bosque, ajeno y anciano, se dedicara a juzgar tu aspecto. No hay posibilidad de feedback. Estás en un bosque pero podría tratarse de un holograma.
No tuve oportunidad hasta ahora de subir hasta los Muir, una de las atracciones naturales más visitadas del área de la bahía de San Francisco. La experiencia fue decepcionante.
Que la naturaleza te considere un enemigo en potencia tiene sobrada justificación: los humanos —sobre todo los que habitamos la Tierra desde el siglo XX— somos la especie más invasiva y destructora de la historia de un planeta al que hemos mancillado, explotado y ensuciado. Sin embargo, que la administración consentidora de los desmanes agresivos medioambientales venga ahora con planes de salvación a través de la represión es de un cinismo aplastante.
Si no puedo orinar en un bosque no me siento en el bosque. Disculpen la crudeza, pero soy de aldea, un hijo de la tierra que mis ancestros, hasta la generación de mis padres, cultivaron con mimo y no entiendo que un bosque pueda ser tan intocable como la cámara acorazada de un banco.
Los Muir Woods, declarados monumento nacional por el gobierno de los EE UU en 1908, bautizados en honor a John Muir, el apóstol de Yosemite, y gestionados desde entonces por el Servicio Nacional de Parques, son un bosque dentro de una vitrina, una boutique inalcanzable. Lo que ves a tu alrededor es hermoso —árboles de entre 500 y 800 años de edad, algunos de casi mil—, pero queda claro que no te pertenece, no eres quién de reclamarlo como herencia.
La visita es agradable pero tristísima no sólo por la sensación de extrañamiento, sino porque en ocasiones entiendes la rigidez de la reglamentación: pese a los consejos de mantener en paz el equilibrio del lugar, que incluye, por supuesto, la paz acústica, los grupos de turistas gritan enervados, hacen fotos con los smarthphones y sus cámaras con flash—más agresivos que el cigarro que pueda fumarme yo llevándome luego la colilla conmigo—, juegan a carreras con los niños, cuentan la trama de la película que vieron anoche por la tele...
No entiendo que un país capaz de gastar en eso que llaman defensa pero debería llamarse industria de la muerte 645.000 millones de dólares (seis veces más que China, 11 más que Rusia, 27 más que Irán, 33 más que Israel, casi tres veces más que toda Europa...) meta sus bosques en botellas de cristal.
Victor dijo
contundente, caray...
10 dic 2013