Otro barrio de San Francisco con restos radioactivos


Segunda entrada consecutiva con peligroso telón de fondo radioactivo.

Un informe oficial interno obtenido esta semana por el Center for Investigative Reporting —a sus periodistas no les resultó fácil y tuvieron que exigirlo amparándose en la Public Records Act Request, una ley del estado de California que fomenta la transparencia y obliga a la entrega a quien lo solicite de cualquier documento administrativo— revela que en Treasure Island hay suficiente cantidad de radioactividad como para que la salud de los residentes esté en peligro.

La islita de 2,3 kilómetros cuadrados situada en la bahía de San Francisco puede contener basura atómica enterrada en el suelo y no hay garantía alguna de que se trate de una zona segura, dice el memorando del Departamento de Salud Pública. "Deben ser realizados nuevos anális sobre la probabilidad de que alguna persona, especialmente miembros sensibles de la población (Por ejemplo, niños) toquen algún fragmento radioactivo y se vean expuestos", señala el informe, que puede ser consultado aquí íntegro (36 páginas).

En la isla viven dos mil personas y el Ayuntamiento de San Francisco tiene en marcha en la zona un plan para construir 8.000 viviendas. El alcalde de la ciudad, Ed Lee, viajó a China en abril para traer dinero fresco de inversores del gran gigante asiático y regresó con un sólo contrato: la promesa de inversión de 1,7 millones de dólares (1,1 millones de euros) en la nueva urbanización de Treasure Island.

Mientras Lee estaba al otro lado del Pacífico en el lugar aparecieron escombros contaminados,pero el Ayuntamiento se limitó a remitir a los vecinos una carta tranquilizadora, asegurando que la descontaminación de la isla había sido completada, pero ocultando la aparición de cascotes con niveles altos de radio y estroncio y la evidencia de que muchas alambradas del lugar impiden el acceso a terrenos por peligro de exposición a sustancias peligrosas.

[Foto: Michael Short, The Bay Citizen]

 Construida entre 1936 y 1937 con material de relleno, la isla artificial fue la sede de la Golden Gate International Exposition de 1939. Dos años más tarde se convirtió en sede de una base militar de la marina de los EE UU, que operó hasta 1997. La Armada usó el lugar como zona de atraque y reparación de barcos con armas atómicas.

Aunque los militares han afirmado que dejó la isla limpia de contaminación radioactiva mediante un plan de limpieza de seis años, diversas mediciones efectuadas en los últimos años demuestran lo contrario.

La nueva urbanización que defienden los responsables municipales será construida y vendida por por Lennar Coroporation, la segunda empresa más potente del sector en los EE UU y una de las 500 más ricas del país, y la misma que también tiene en sus manos la edificación de 12.000 viviendas en Hunter's Point, la otra zona radioactiva de la que les hablé hace unos días.

[La antigua base naval de Treasure Island]

Arte y ladrillazo sobre una zona 'atómica'

[Foto: Jose Ángel González]

Este fin de semana fue el último de estudios abiertos de artistas que organiza ArtSpan en San Francisco desde hace 37 años. Como escribí cuando les hablé de la edición de 2011, la idea es que los creadores abran su espacio de trabajo al público, que así puede entrar en los límites privados donde se cuece el guiso artístico y saborearlo in situ.

Es casi imposible visitar todos los open studios —hay unos 800 en la ciudad, como puede verse en este abigarrado mapa en PDF—, de modo que elegí el emplazamiento de Hunter's Point Shipyard, la antigua zona de astilleros situada en la esquina sudeste de la ciudad. Siete antiguos edificios y almacenes del lugar, ocupados hasta los años ochenta del siglo XX por la Armada de los EE UU, son, desde 1983, los espacios de trabajo de los 300 socios del colectivo Hunter's Point Shipyard Artists, una de las colonias de artistas más numerosa del país.

La visita al lugar —muy mal comunicado si quieres llegar en transporte público, como fue mi caso: casi una hora y media de autobús— garantiza una jornada variada: mal arte, buen arte, ambiente muy relajado, posibilidad de moverte a tu libre albedrío y algo de comida y bebida gratis que los pintores, escultores, ceramistas, orfebres, dibujantes, grabadores, fotógrafos y artesanos ofrecen como presente a los visitantes.

Antes de ponerme a escribir esta entrada sólo conocía Hunter's Point como uno de esos espacios industriales abandonados y luego reutilizados que demuestran el cariño de una ciudad por su patrimonio y la capacidad de reinventarle un nuevo uso. Ahora sé algo más. Documentarse es, además de necesario, muy deprimente.

En la zona de Hunte's Point ya han empezado las obras de urbanización de uno de los proyectos inmobiliarios de mayor dimensión de San Franciso, The Shipyard: 12.000 viviendas apadrinadas por un plan municipal de cambio de uso de los terrenos y promovidas por Lennar Coroporation, la segunda empresa más potente del sector en los EE UU y una de las 500 más ricas del país. Los planes de reurbanización, como es habitual muy bien publicitados con idílicas simulaciones virtuales, aseguran que habrá viviendas a la venta en junio de 2014, aunque las obras registran un considerable retraso.

Los edificios rodeados de espacios verdes, zonas arboladas y estanques pristinos, van a estar plantados en un terreno que fue la base, entre 1945 y 1969, del Naval Radiological Defense Laboratory (Laboratorio Naval de Defensa Radiológica), en su momento una de las mayores instalaciones militares de los EE UU dedicadas a la descontaminación de barcos que habían sido portadores de armas atómicas.

La consecuencia es fácil de adivinar: Hunters Point terminó sufriendo una concentración peligrosa para el ser humano de metales pesados y elementos radiactivos (estroncio, radio y cesio) tanto en el suelo como en las aguas subterráneas. En 1989 fue incluido en la lista oficial de lugares tóxicos del estado de California y la Agencia Nacional de Protección Ambiental obligó a una limpieza a fondo. Después de retirar 20.000 camiones de tierra contaminada con material químico y otros 4.000 con basura atómica, el informe final del organismo, datado en 2012, considera que sólo la tercera parte de la limpieza se ha completado.

En suma, fui a ver arte a una bellísima zona industrial abandonada —vean este reportaje de espectaculares fotos nocturnas— y terminé enterado de otro pelotazo inmobiliario y de la temeridad de vender alegremente viviendas en un lugar donde los contadores Geiger crujirían a toda potencia.

  [Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

Noche poblada de calaveras

Día de los Muertos en la Misión, la celebración más concurrida dedicada a la muerte como parte del ciclo de la vida de las celebradas fuera de México.

Como cada año [publiqué una entrada en 2011 sobre el desfile], miles de personas, mucho ruido, bastantes referencias a la epidemia de desalojos de inquilinos en la ciudad y un ambiente mucho más contenido que el de Halloween, que en los EE UU —y en su paraguas de influencia— se ha convertido en una especie de rave con derecho a roce.

Aunque al Día de los Muertos tampoco le queda demasiado del rito inicial de respeto a los ancestros y conmemoración de los difuntos —hay mucho estadounidense participando de la  ceremonia por motivos meramente festivaleros—, una noche poblada de calaveras siempre es asombrosa y, como corresponde a toda paradoja (morir para saber vivir), revitalizante.

Les dejo con las fotos.

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

Los buses privados para los empleados de Silicon Valley colapsan San Francisco

[Tráfico de líneas de autobús privadas entre San Francisco y Silicon Valley - Stamen Design]
El mapa es una representación visual del tráfico de autobuses-lanzadera entre San Francisco y Silicon Valley. La leyenda de colores diferencia a los vehículos de los seis grandes imperios techies (Apple, eBay, Electronic Arts, Facebook, Google y Yahoo) y el grosor de la cada línea es proporcional al número de viajes por día que realizan los buses, gratuitos para los empleados de las compañías.

La empresa que elaboró el mapa, Stamen Design, uno de los mejores estudios del mundo en representaciones gráficas —Crimespotting, un mapa interactivo sobre la criminalidad en Oakland, sigue siendo una referencia imprescindible de trabajo atractivo y riguroso—, lo tuvo más fácil para buscar datos sobre homicidios y robos que con los muy secretos y opacos shuttles que llevan a trabajar y devuelven a sus casas a los empleados del 2.0.

Como ninguna de las megacorporaciones de Internet ofrece datos públicos sobre el número de vehículos —informaciones periodísticas calculan que sólo Google tiene un centenar—, las rutas, la frecuencia y el número de pasajeros, la gente de Stament tuvo que seguir a los autobuses durante semanas. Utilizaron bicicletas para evitar los embotellamientos, contaron visualmente la cantidad de buses y cruzaron los datos en el primer y único mapa que ofrece una idea objetiva de la influencia negativa en la movilidad del área metropolitana causada por la flota de vehículos privados. Es decir, es la primera vez que el problema es visible.

Cada día 35.000 personas hacen el trayecto de ida y vuelta entre San Francisco y Silicon Valley a bordo de los autobuses de lujo con aire acondicionado, wifi, lunas tintadas y ningún rótulo, como si temiesen ser identificados, sobre la pintura blanca exterior (los de Google, los de Facebook son azules). Las paradas en la ciudad no están señaladas y carecen de permiso municipal. Pese a ello, muchas son las mismas de los autobuses públicos urbanos, cuya frecuencia y funcionamiento son  entorpecidos por las lanzaderas privadas —no hay exageración en la afirmación: los autobuses de los techies circulan con una cadencia de uno cada cinco minutos entre las 6 de la mañana y la medianoche—.

[Un Google-Bus]
La enorme cantidad de viajeros que hacen la ruta de unos 65 kilómetros a bordo de los autobuses gratuitos, similar en número al 35% de todos los viajeros que usan el Caltrain, la red de trenes de cercanías del área metropolitana de San Francisco, son uno de los signos del drástico cambio social que la economía techie está provocando en la ciudad.

Se trata de personas jóvenes y de alto o altísimo poder adquisitivo que cobran salarios extravagantes —un recién licenciado en programación informática del más bajo nivel salarial de Google puede recibir 150.000 dólares anuales (unos 110.000 euros) más 250.000 en primas (182.000)—, que no desean vivir en las inmediaciones de Silicon Valley, suburbios residenciales y aburridos que pierden de calle con la atmósfera cool de San Francisco. El nuevo boom de las megacorporaciones de Internet es el principal responsable de que la ciudad se haya convertido en la de alquileres más caros de todos los EE UU.

Contra la incómoda presencia no regulada de la enorme flotilla de autobuses y para denunciar su carácter simbólico se han organizado manifestaciones en barrios como Mission, uno de los lugares preferidos por los techies pare residir pagando lo que haga falta.

El Ayuntamiento, principal valedor de la reconversión de San Francisco en la "verdadera capital de Silicon Valley", como gusta de decir el alcalde Ed Lee, ha tenido que hacer algo de caso a las protestas y ha prometido que impondrá a los autobuses privados un número establecido de paradas fijas y cobrará a las empresas techies un impuesto por utilizarlas. Hasta ahora, las lanzaderas circulaban a su libre albedrío por la ciudad y no pagaban un céntimo por utilizar la infraestructura local.

'Time-lapse' de los desalojos en San Francisco

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Hacer clic en el mapa y ver la animación de estilo time-lapse que se abrirá en una ventana nueva es malo para la salud anímica. Una cosa es saber que miles de personas y familias de tu ciudad están siendo desalojadas de su casas de manera injusta y otra darte cuenta de la velocidad con que la epidemia ha cubierto toda la ciudad de San Francisco.

El mapa animado sobre los desalojos ha sido colgado en la red por la organización Anti-Eviction Mapping Project. "Usamos mapas y testimonios digitales para volver visibles los procesos de desalojo, desplazamiento, y gentrificación. Trazamos mapas de quiénes están siendo forzados a dejar sus hogares; cómo y por qué estos desalojos suceden; y quién es responsable", dicen en su declaración de intenciones.

La animación, en la que al mapa de la ciudad parece padecer una enfermedad de la piel y le van apareciendo puntos rojos con cada desalojo ejecutado desde enero de 1997 hasta agosto de este año, muestra y hace tangible una de las estadísticas más deprimentes de San Francisco: el crimen social cometido contra la ciudad por la especulación inmobiliaria de las casas en alquiler.

Los promotores del Anti-Eviction Mapping Project, con la colaboración del San Francisco Tenants Union (Unión de Inquilinos de San Francisco), quieren también "mostrar qué propietarios son desalajadores repetitivos, qué comunidades parecen ser el blanco de estas acciones, y dónde se reubica a los desalojados".

Para poner caras y nombres a las tragedias que aparecen tras cada desalojo, han colgado una encuesta en inglés y español —están a punto de traducirla a chino—. "Nuestro sitio será una plataforma donde las personas podrán expresar sus historias para asegurar que los efectos devastadores sean escuchados", dicen.

¿Cómo es posible este drama consentido —urbicidio, le ha llamado la prensa local— que pone en la calle a inquilinos con contrato y sin ningún impago ni incumplimiento de sus obligaciones? El instrumento legal del que se valen los caseros es la Ellis Act, una ley de 1985 del estado de California, que permite a los propietarios deshacerse de los inquilinos mediante el "cierre" del negocio de alquiler. El agujero legal permite la imprecisa cláusula sea empleada como subterfugio para reconvertir la propiedad, ampliando el número de unidades de vivienda, en un condominio de apartamentos de alto nivel.

El telón de fondo, por supuesto, es la estrafalaria dimensión de los alquileres en San Francisco tienen dimensión estrafalaria: han subido un 53% en el último año y la renta media mensual por un apartamento de un dormitorio es de 2.700 dólares (unos 2.100 euros), la más alta de los EE UU. Por efecto dominó, los alquileres en la ciudad alternativa, la cercana Oakland, han subido un 28,5% y tampoco son asequibles: 1.961 dólares de renta mensual media (1.500 euros). Es decir, quienes son desalojados no podrán de ninguna forma encontrar un hogar por el que pagar lo mismo que pagaban.

Los desalojos —evictions, en inglés— son el pan amargo de cada día. Esta semana saltó el caso del matrimonio chino de Gum Gee Lee (73 años), su marido Poon Heung Lee (79) y la hija de ambos, de 48, enferma y dependiente. Fueron desalojados del apartamento en el que vivían desde hace 34 años y por el que pagaban 778 dólares al mes (unos 560 euros). El edificio fue comprado el año pasado por un empresario que se ampara en la Ellis Act para reconvertir la propiedad en apartamentos de lujo. Con la ayuda de vecinos y simpatizantes, los desalojados están viviendo temporalmente en un hotel barato.

Un pequeño triunfo se registró en paralelo, cuando un juez anuló por un defecto formal la petición de desalojo formulada por el casero contra Jeremy Mykaels, un veterano activista gay, enfermo de sida, al que quieren echar de la casa de la que es inquilino desde hace más de treinta años.

San Francisco - Santa Cruz por la Highway 1


Setenta y ocho millas, como dicen por aquí; 125 kilómetros, como decimos en la práctica totalidad del resto del mundo. En cualquier caso, la unidad de distancia importa poco frente a la grandeza de la línea de costa paralela al Pacífico. Hice el viaje de ida y regreso entre San Francisco y Santa Cruz. El primer trayecto, de mañana, con el sol a mi izquierda. El retorno, al atardecer, con el sol cayendo sobre el océano.

La carretera que serpentea la costa es la Highway 1, una de esas rutas míticas que son algo más que una superficie asfáltica. Es una atracción turística, desde luego, poblada por nombres con poderes casi curativos para el alma: Carmel, Big Sur, Monterey..., pero también un homenaje del ser humano al Pacífico, el mayor de los océanos.

Las guías ocultan que la mayor parte del penoso proceso de construcción la ejecutaron a principios del siglo XX, obligados y vigilados por guardias armados, cuadrillas de presos de las cárceles de Folsom y San Quentin —las penitenciarías donde Johnny Cash grabó dos de sus mejores discos—. Los convictos recibían un salario de 25 céntimos de dólar por día y la admirativa contemplación del paisaje de riscos y arenales que se abre después de cada curva de la carretera debería tener presente la tragedia de aquella mano de obra esclavizada. A veces tienes la impresión de que la única opción es desplazarte sobre la sangre derramada por otros.

El trecho que recorrí es modesto y la falta de tiempo me obligó a dejar para otro momento la sección más scenic en torno a Big Sur. Santa Cruz, población de origen español fundada a partir de una misión católica, me pareció decepcionante.

La ciudad que peleó durante décadas en los tribunales por utilizar el lema turístico-mercantil de Surf City (Ciudad del surf) —perdió la batalla hace unos años contra Huntington Beach, cerca de Los Ángeles— huele a decadencia y naftalina: un paseo marítimo repleto de grandes salones de juegos y con un parque de atracciones modesto, un centro histórico mínimo y deglutido por las franquicias y un espigón que se adentra en el mar con un grupo de pánfilos leones marinos dormitando...

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

El resto del viaje es de otro calado: enormes arenales, peligrosas playas con abundancia de tiburones; pueblos mínimos que son apenas un cruce de carreteras pero donde la sorpresa es posible: en Pescadero comimos un celestial pan de ajo y alcachofas en Arcangeli, una panadería-colmado establecida en 1929; en el faro abandonado de Pigeon Point añoramos no estar en la temporada de migración de las ballenas hacia el norte; en Miramar soñamos con tener la liquidez suficiente para comprar o alquilar una vieja casa de madera encaramada sobre pilotes; cada dos por tres, una venta de calabazas para el cercano Halloween teñía de amarillos y verdes el paisaje; en una playa de la que no anoté el nombre vimos ponerse el sol...

Soy de origen Atlántico y no voy a renegar de mi veneración, pero empiezo a sentir la llamada del Pacífico. Como gratificante regalo, en Santa Cruz un hombre con el que me crucé me dijo, con el desenfado yanqui habitual:

— Te pareces a Matisse. De verdad te lo digo.

Aunque hubiese preferido Gaugin, agradecí el elogio y dije para mis adentros:

— Va siendo hora de que me afeite.

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[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

Si Madrid fuese Oakland habría seis asesinatos al día



Las 131 personas que aparecen en el gráfico [puede verse aquí a pantalla completa] fueron asesinadas violentamente en Oakland el año pasado. Sé que debería utilizar el término homicidio, más riguroso jurídicamente, pero no me da la gana. Esos 131 seres humanos murieron por la acción, casi siempre irracional —sólo cuatro fueron considerados justificados o en defensa propia—, de los disparos que descerrajaron otros seres humanos.

Además de mostrarnos las caras de quienes fueron sacados de en medio de forma salvaje, el gráfico señala las filiaciones, las edades y los lugares de las muertes. Repartidos por la ciudad transformados en puntos rojos, manchan de sangre el callejero sin dejar barrio alguno fuera de la trágica nómina.

Pese al enorme poder de la infografía —esas 131 caras que nos observan desde los retratos frontales ya no están entre nosotros, son cadáveres— quizá sea necesario trasladar el nivel de violencia homicida de Oakland a otro término geográfico. Si aplicamos la tasa de crímenes de la ciudad californiana, 1.683 por cada 100.000 habitantes, en la región urbana del llamado Gran Madrid, habría 2.131 asesinatos en un año, casi seis al día —para los curiosos, se registraron 49—.

Oakland es una ciudad de 395.000 vecinos donde el crimen es endémico. También lo son la brecha económica (el 22% de la población vive bajo el umbral de la pobreza frente al 16% del estado de California) y el desempleo (casi el 17%, el doble de la media estatal). Tampoco son demasiados los agentes de policía: 629 (15 por cada 10.000 habitantes), un 10% menos que hace cuatro años, cuando harían falta al menos 1.100, según algunos analistas. Los niveles educativos no parecen estar en la raíz del problema: el 80% de los adultos de Oakland terminaron al menos el bachillerato.

Situada en el tercer lugar del ranking de ciudades de más de 100.000 habitantes más peligrosas de los EE UU —las dos primeras son Detroit y San Luis—, el informe sobre criminalidad del FBI acaba de colocar a Oakland a la cabeza de robos, con 10,9 por cada mil residentes y una media de una docena al día. La ciudad duplica a cualquier otra de California: en San Francisco, por ejemplo, se registraron 4,2 por cada mil habitantes.

Este año bajará el número de muertos —van 60 en lo que va de 2013, los dos últimos la semana pasada en un par de tiroteos—, pero la delincuencia aumentará al menos un 20% según las estadísticas parciales.

Situada a un puente de distancia de San Francisco, Oakland era hasta hace poco el destino natural de quienes escapaban del insostenible encarecimiento de la vivienda en la primera ciudad, cuyo mercado inmobiliario ha sido empujado a lo pornográfico por la pujanza de las megaempresas de Internet. Ahora a Oakland ya no le queda siquiera la esperanza de regeneración social que podría ir pareja al exilio de sanfranciscanos. Dado el éxodo, los alquileres en la ciudad han subido ¡un 76%! en el último año. Las balas no repercuten en las rentas.

750.000 personas en el Bluegrass de 2013

Es una cita a la que no he fallado desde que vivo en San Francisco. No soy especial, cientos de miles de personas hacen lo mismo que yo cada primer fin de semana de octubre desde 2001: asistir al Hardly Strictly Bluegrass, el festival musical gratuito de mayor dimensión del mundo.

Aún tengo el cuerpo estremecido y baqueteado por la edición de este año, que terminó hace unas horas en el Golden Gate Park. Con un calor al que no estamos acostumbrados en esta ciudad templada —los termómetros superaron los 30 grados de máxima—, la concurrencia, según las primeras estimaciones de los organizadores, ha sido de unas 750.000 personas en las tres sesiones, desde el viernes 4 hasta el domingo 6. Un record.

He contado en el blog la génesis del Bluegrass —el regalo a la ciudad del milmillonario hillbily Warren Hellman, que, además de ser un buitre de las finanzas, estaba enamorado de la música rústica— y la particularísima filosofía del asunto —una celebración para todos, sin concesiones al tribalismo, las élites o los esnobismos del moderneo—, de modo que paso de repetirme y les voy a dejar con unas cuantas fotos que intentan, acaso vanamente, reflejar estos tres últimos días en las praderas de dulce parque.

Antes de pasar a la pura verdad de la imagen, unas notas:

1. Mis siete magníficos. Es imposible abarcar todo el festival. Este año había casi un centenar de actuaciones en seis escenarios. Mi elección, parcial y subjetiva, fue ver a Low (turbios y chirriantes), Father John Misty (un chico guapo que se lo cree demasiado), Calexico (dignos fabricantes de bandas sonoras para películas de far west contemporáneo), Bettye LaVette (una señora de casi 70 años que sigue desangrándose cada vez que siente el blues), Nick Lowe (aquella vieja definición de los ochenta sigue vigente: "El Jesucristo de lo cool"), Los Lobos (fantásticos como es norma y saliendo soberanamente bien parados tras el atrevimiento de versionar, con la ayuda de Boz Scaggs, el What's Going On de Marvin Gaye) y Richard Thompson (que me puso la piel de gallina, me devolvió a mis años juveniles e hizo que me preguntara otra vez cómo demonios no es este tipo legendario una superestrella).

2. Visiones bluegrass. Al Bluegrass van niños, padres, abuelos —a veces en el mismo grupo integeneracional—,  pies negros, hipsters, pijos, perros, gatos, loros, pandillas de adolescentes, descamisados, señores que leen imperturbables el diario, familias armadas con sillas plegables y dos platos y postre para comer, vendedores de abalorios y todo tipo de fauna... No es un festival para teenagers sino para cualquiera. Entre las visiones más dementes de este año me quedo con la señora que, a mi lado y mientras Los Lobos tocaban rancheras picantes, resolvía, inmutable en su sillita de lona, un cuadernillo de pasatiempos de encontrar las diferencias entre dos dibujos.

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Alan Sparhawk, Low - Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Bettye LaVette - Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Richard Thompson - Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]

Mi ocupación durante la Copa del América

Esta entrada es redundante. Comprar libros y discos es el vicio al que tengo derecho, uno de los únicos. Si además tienen precio de la generación de mis abuelos, es un vicio que puedo disfrutar sin trajinar mis fatigados fondos económicos.

Hace unos meses, en la entrada Un disco o un libro por 0,77 euros, les hablé de una de las formas que adquiere el edén en la tierra: la megaventa de materiales culturales que organizan dos veces al año los Amigos de la Biblioteca Pública de San Francisco. La de septiembre se está celebrando: es la 49ª de la historia y ofrecen 500.000 objetos culturales —libros, DVD, vinilos, discos compactos, cintas, audiolibros y otros productos editoriales— a entre uno y tres dólares la pieza (entre 0,77 y 2 euros).

Mientras quienes colocamos la cultura por encima de cualquier otro derecho enloquecíamos en el interior del pabellón de 5.000 metros cuadrados de Fort Mason, otros miles se dedicaban a ver como dos catamaranes de milllonarios competían por la Copa del América a escasos metros. El mundo y la vida son un combate dialéctico: unos preferimos letras y otros, pamplinas.

[Foto: Jose Ángel González]
Estos son los tesoros discográficos de este año: 14 vinilos por 14 dólares. Usados pero no maltratados, viejos como la belleza y bravos como el mar que los catamaranes intentan en vano convertir en una especie de circuito de carreras para pijos.

Entenderán mi entusiasmo: no puede haber más que goce en un lote que contenga a Bob Dylan (Another Side of Bob Dylan, 1964), Neil Young (After the Gold Rush, 1970), Aretha Franklin (Live at Fillmore West, 1971), Joni Mitchell (Court and Spark, 1974) y Leonard Cohen (New Skin for the Old Ceremony, 1974).

Además de estas joyas —muchas de las cuales ya tengo en vinilo, CD y mp3, pero ¿quién se niega a la adopción de discos incluseros que te conmovieron en el pasado?—, en los abarrotados cajones de la superventa aparcieron obras no menos rutilantes pero más inesperadas: el debut homónimo de The Paul Butterfield Blues Band (1964), el primer grupo polirracial que hizo blues;  Goodbye and Hello (1974), del llorado Tim Buckley; McCartney (1970), el disco hecho en casa del exbeatle tras la ruptura del grupo; la antítesis del anterior, el abigarrado Double Fantasy (1980) que grababa John Lennon cuando fue asesinado; el despampanante cofre de seis discos (a un dólar también,  el cofre se entiende como un solo producto) The Smithsonian Collection of Classic Jazz; una recopilación de los Beatles para el mercado estadounidense y dos dobles discos de grandes éxitos, uno de Buddy Holly y otro de las Supremes.

Ya saben dónde pueden encontrarme durante los próximos días: pegado a los altavoces, esa forma electroacústica del cielo en la tierra.

[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
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[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]
[Foto: Jose Ángel González]



Un robo de 'smartphone' cada 3,5 segundos

Smartphones

San Francisco es un lugar seguro. Según las estadísticas oficiales del FBI está en el puesto 60º en porcentaje de delitos entre las 75 ciudades de más de 250.000 habitantes de los EE UU. En 2011, el último año computado, hubo 50 homicidios, 131 violaciones, 2.105 asaltos, 4.174 sustracciones de vehículos y 37.500 robos.

La policía de la ciudad advierte que las cosas empeoran y en lo que va de este año, aunque los delitos violentos han descendido, los robos han aumentado notablemente, un 18,5% y ya superan los 45.000. La culpa de las malas estadísticas la tiene la sustraccción de smarthphones, más de la mitad del total de los objetos robados en San Francisco.

Con el creciente grado de penetración social de los móviles inteligentes —el smartphone es el mejor amigo del 61% de los estadounidenses—, la sustracción de estos gadgets, caros y fáciles de revender en el mercado negro, tiene carácter de epidemia. A más de 1,6 millones de personas le robaron el móvil en los EE UU el año pasado —una sustracción cada 3,5 segundos—, según un informe de la empresa de análisis Lookout.

Los delitos son tan frecuentes que los transportes públicos de San Francisco han empezado a emitir por la megafonía de los vehículos mensajes en tres idiomas (inglés, español y chino) recomendando a los viajeros que mantengan los "ojos abiertos" y no se abstraigan en la contemplación hipnótica de las pantallas.

La Policía de la ciudad ha creado una unidad especial de agentes encubiertos para intentar poner coto a los robos y detener a compradores de smarthpones robados, que se ofrecen en la calle a entre 20 y 200 dólares según el modelo.

Pese a que estamos hablando de delitos sin violencia cometidos por descuideros —aunque ya ha habido casos que terminaron en tragedia, como el de un hombre de Filadelfia que recibió un tiro por forcejear con el ratero—, los agentes han comprobado que los ladrones se han profesionalizado y hacen uso de tácticas imaginativas para obtener dinero rápido y con escaso riesgo.

Anotan tres tipos de modus operandi novedosos:

El buen samaritano. El ladrón del móvil escapa pero es interceptado por una persona que logra recuperar el teléfono aunque no detener al caco. Cuando el propietario del smartphone se deshace en elogios hacia el valiente ángel guardián, éste, cómplice del ladrón, le pide una "recompensa" por su heróica intervención.

La línea defensiva. El ladrón o ladrona se hace con un móvil en un bar o restaurante y sale corriendo. La víctima intenta iniciar la persecución pero en la puerta es interceptado por dos tipos de gran envergadura que no le dejan pasar y, una vez pasados unos minutos, también se evaporan.

El Karate Kid. Táctica de choque: patada o golpe a la mano con que la víctima sostiene el móvil, el teléfono sale volando y un cómplice se lo lleva. Ambos salen pitando en direcciones opuestas.


Jose Ángel González


Crónicas vitales de un periodista español emigrado a la Bahía de San Francisco, en California, el estado con mayor presencia de latinos e hispanohablantes de los Estados Unidos.
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