Bushwick, capital Morgantown
viernes 22.mar.2013 por Agustín Alonso G. 1 Comentarios
Llevo tres días deprimido tras el subidón de adrenalina en Austin. El lunes por la mañana disfrutaba de una primavera tejana de 25 grados Celsius y a la noche, que dirían mis amigos del norte, aterrizaba entre tumbos y gañidos de vieja azorada en la primavera neoyorquina, la nieve arreciando y un grado bajo cero en el termómetro.
Para contrarrestar el bajón, hoy he decidido salir a darme un baño de bushwickitud. Me he mudado durante unos días a la calle Troutman, epicentro del Bushwick al que aspiro, a una casa frente a un colegio público, a apenas cincuenta metros de mi querido Central Café Brooklyn, a cuatro minutos del Tandem Bar y a siete de Little Skips. Por la ventana llegan los gritos de los chavales jugando al baloncesto, una versión latinoamericana cumbiera de "¿Qué sabe nadie?" o el eco de los charoles de alguna chavala modernuca de coloretes, trenzas y cuello abotonado.
La jornada de flaneur brooklynita tenía un objetivo: Morgantown, la zona del este barrio en proceso de ubercoolización más próxima a East Williamsburg, los alrededores de la estación de Morgan Ave, en la línea L. Allí están Bogart Street y sus galerías de arte. Allí está Roberta's, la pizzería en la que la familia Clinton cenó el pasado mes de septiembre. Allí está Kavé Espresso Bar, con el que he abierto el periplo.
Este local es un gozo de elegancia y sofisticación hipster al que se accede por una pequeña puerta lateral de un edificio mazacótico y tras atravesar un pasillo verde adornado por apliques y plantas que cuelgan del techo.
Ya dentro nos damos de frente con un viejo piano de cola y un amplio espacio con mesas metálicas y sillones de madera y asiento acolchado, tuberías vistas en el techo, decoración levemente vintage en lámparas y mobiliario y voluntariamente artística en las fotografías de las paredes, una iluminación suficiente pero amortiguada, una clientela joven y guayse, buen servicio y wifi. Un acogedor ambiente que solo se ve enturbiado -y no es poco- por el frío que en mi rincón siento al rato, ya que cuando se abre la puerta de la calle al fondo del corredor no hay otra puerta que aisle el largo espacio por el que se accede. Minipunto menos, que diría el náuGrafo.
Intuyo un paraíso que por mayo será por mayo en este lugar, con sus ventiladores, su enorme patio, sus musas hispterianas y espacios para eventos y performances artísticas al otro lado de una puerta por la que no me he aventurado.
Para comer, peregrinación al citado Roberta's, ya tocaba, después de tanto hype. El entorno de la calle Bogart no puede ser más postpoético (Fernández Mallo) y periférico. Polígonos, alambradas con espinos a lo fuga de Colditz, amplios aparcamientos para camiones medio vacíos, grafitis, una bicicleta sabiamente medioxidada para darle el toque Hinault a la BH...
Por fuera, la pizzería es un búnker de hormigón gris, feo, aparentemente minúsculo. Como con el corredor de Kavé, se atraviesan dos cortinas y, ¡voilá!, un amplio interior nos acoge. Parece que les gusta la idea de umbral de cuento por estos lares. Y tras la cortina aquello es un Fraggle Rock de jóvenes y jóvenas modern@s, con sus vestidos livianos, sus melenas, sus pelos en la cara, sus pitufísticos gorros de lana y sus gafas a lo prima de Laura Palmer. Mucha madera oscura en la decoración, pizarras y tizas de colores en los menús que cuelgan de las paredes, tarros de cristal en lugar de vasos, pizzas en platos de metal. À la Bushwick. Peripatetismo burguemio.
El comedor principal está ocupado por mesas corridas, al fondo hay una barra para otras siete u ocho personas donde una pareja de músicos juega a las cartas, a mi lado. Más allá, un patio con cinco o seis mesas más. Y todo bien montado, aunque casual, nada de guarrerías ni cutreces con la excusa de lo hipster.
Para comer, pido una pizza Da Kine. Error. No me doy cuenta de que lleva jalapeño. Estoy un poco cansado del picante, ese asesino del sabor. Sin tener en cuenta eso, está rica, aunque no es la mejor pizza del mundo, ni siquiera de la ciudad. Y, sin embargo, las circunstancias me llevan a un breve ataque de síndrome de Stendhal en forma de lagrimillas. Una Modelo y una Bronx Pale Ale quizá ayuden a esa hiperestesia, lo reconozco.
Para cerrar, capuccino y un poco de diletantismo de escritor en otro café de los alrededores de Bogart. Desde el Ange Noir Café escribo estas líneas, la compañía de "Song for Zula" en los auriculares. Realmente es un poco copia, todos estos cafés son parecidos, pero qué currucucus todos ellos. Al margen de sus vitrinas y campanas de cristal cobijando pastas, magdalenas y bagels, de sus menús escritos en tiza, de su depósito de agua en la barra para que el cliente se sirva, este tiene, hay que decirlo, cierta impronta propia, además de un pequeño escenario para lecturas poéticas, espectáculos, concursos, proyecciones de películas.
Al fondo, la puerta de una cabina telefónica lleva al baño. Minipunto más para estos chicos.
En este café, ya estuve un domingo por la mañana, se puede ver el fin de semana a padres con sus niños, aspirantes ellos también, con sus playeras/tenis/sneakers de lengüetas enormes y sus capuchas, a hippies de cuarta generación, se llame como se llame lo que venga después de lo hipster.
Esta noche, para terminar con la jornada prozaica, cruzaré el río para ir al Piano's o el Rockwood Music Hall. No me atrevo, en todo caso, a aventurarme más allá del Lower East Side. No vaya a ser que me engulla la inmensitud acristalada de Manhattan.
Ellaesesencial dijo
Sensación de contrastes. Debo ser un bicho raro, no veo el magnetismo de esas urbes por ningún sitio. Modernas... con gorro de lana en la cabeza y vestido veraniego. Quizás se abrigan las ideas inoculadas por la manzana electrónica.
http://www.youtube.com/watch?v=i_4ylvDDBIE
Lacrimosa - Senses