Cuando el presentador introduce al director del episodio piloto de Penny Dreadful (Showtime) hay calurosos aplausos de una multitud entregada: "Huan Antoniou Baiona, director of The Impossible and The Orphanage". El cineasta español Juan Antonio Bayona entra en el Vimeo Theater del centro de convenciones de Austin y afronta la premiere mundial de una de las series de televisión más esperadas en Estados Unidos.
Las condiciones en la sala no son perfectas, la proyección es demasiado oscura y Bayona se encarga de puntualizar que no es la versión definitiva, faltan algunos retoques. Lo que se puede ver durante casi una hora es, sin embargo, impactante y prometedor. Una producción espectacular -que aguanta perfectamente la pantalla de unos 15 metros de largo- ambientada en la Inglaterra victoriana de Jack el Destripador o Dorian Gray. Lo que se ofrece es una historia de terror sofisticado y suspense, pero no el típico material para fans de la serie B, sino una historia que rezuma psico... [Seguir leyendo la crónica del fin de semana]
Hace poco más de un año se estrenaba Chessboxing, la primer webserie de Miguel Campos, ganadora del concurso organizado por El Sotano de Antena 3 -la competencia, jeje-. De Miguel conocía su talento por el corto interactivo Mindstorming y por su trabajo en el Lab de RTVE.es, donde es realizador.
En Chessboxing, cuenta en 10 capítulos de entre 6 y 7 minutos la historia de Rubén Marcos (interpretado por él mismo), un loser que participa en campeonatos de un deporte real, el chessboxing, que mezcla ajedrez y boxeo, mientras lucha por el amor pagafantil de su vida y tiene que vivir bajo la obsesión por el éxito de su padre. Una obra descacharrante, que diríamos los pedantes (o incluso "hilarante"), con una gran realización... Hay futuro ahí, vamos.
Mientras prepara un piloto de su próxima webserie le he pedido que me trace un panorama rápido sobre lo que son las webseries y me dé tres referencias ya consagradas del mundillo en España.
La música es el tema original de la serie compuesto por Modulok Trio, que aquí tocan en directo:
Ya sabes, y si no lo sabes te lo digo ahora, que además de en Radio 5, está este espacio en Facebook, yo mismo en mi Twitter y tenemos un correo para recibir tus propuestas de primeras obras, cultura alternativa, nuevas voces y autores de menos de 30 años: [email protected].
"Javier está un poco por azar en Nueva York, porque vino con Almodóvar a presentar su película en el festival de cine, y de pronto le apeteció quedarse, dado que en España no hay ahora mucho trabajo para los actores, conocidos o no. Está solo en la ciudad, a la que no había venido nunca, descubriéndola, en un estado de entre abrumada maravilla y apocamiento". Así lo contaba Antonio Muñoz Molina en Ventanas de Manhattan con palabras que suenan a hoy.
Como una deriva de ese azar, Javier (Cámara) está otra vez en Nueva York, rodando La vida inesperada, una película con guion de Elvira Lindo, a la sazón pareja de Muñoz Molina. Ella es la dueña de la mirada amiga que -narra él mismo- lo rescató de aquella sensación de zozobra y desorientación que lo poseía en la presentación de Hable con ella en el Lincoln Cinema hace diez años, alucinando por el revuelo que monta el director manchego en esta ciudad y con su inglés "de tres meses".
De aquello surgió una amistad. Charlando ambos en una ocasión en la que Cámara visitaba la ciudad, se exaltaron. "Nueva York tiene el don y el pecado de provocar
delirios, de encender ilusiones y engañar a los más incautos", explica la escritora y guionista, "y te sobreexcitas. Y empezamos a hablar de si hiciéramos una película en Nueva York. ¿Cómo no se va a hacer?, decíamos. Pero si esto es superfácil". Y ella, ciudadana de la Gran Manzana a la que suponemos espectadora de tantas ilusiones rotas, se puso a escribir el guion. "Javier me escribía cada tres o cuatros días: ¿Ya la has acabado?".
El guion estuvo listo en torno a 2007, "una historia puramente neoyorquina", explica ella. La historia de Juanito (Javier Cámara), un actor que se fue a Nueva York con la intención de triunfar y que una década después se encuentra en un "limbo", el de quien no ha conseguido lo que esperaba, ya que sobrevive compaginando su trabajo como actor en zarzuelas y otras obras de raíz española en el Off Off Broadway con varios otros empleos, entre ellos el de camarero. Sin embargo, se encuentra en la típica situación, con la crisis azotando España, que no invita a volver.
Es entonces cuando llega de visita su primo (así, sin nombre, que interpreta Raúl Arévalo), más joven, con la vida aparentemente encarrilada en lo profesional y lo personal en España. El primo será un espejo que hace plantearse a Juanito si esa vida que lleva tiene sentido y la vida en Nueva York provocará en el primo un efecto semejante. Por en medio, dos mujeres estadounidenses (Tammy Blanchard, que aparece en Moneyball, y Sara Sokolovic, de The Good Wife) y Sandra, compañera actriz de Juanito (Carmen Ruiz).
-Llegó la realidad de que había que buscar un productor -cuenta la guionista.
-Y ella pensaba que yo sabía hacerlo -apostilla Cámara-. Y no.
El guion pasó por algunas manos de productores, que no entendían el tono ("100% Elvira Lindo", asegura Arévalo). Todos los entrevistados coinciden en calificar de comedia agridulce, "comedia con adjetivo", señala ella. O no entendían que estuviese escrita en español e inglés. "Algún productor incluso pedía acción porque era en Nueva York", relata ella, y podemos intuir la desesperación que debió de sufrir durante el largo proceso.
Fue cuando Beatriz Bodegas, productora, hizo suyo el proyecto. "Y TVE dijo que sí -señala Javier Cámara- y en el momento en que está Televisión Española empieza todo lo demás". Conseguir inversiones, más tarde un productor americano...
Y al mando de la película, en la dirección, está Jorge Torregrossa (Fin), al que no se le podrá negar, al margen de otros talentos, cierta cualidad intrínseca para contar precisamente esta historia, ya que él mismo vivió en la ciudad "casi diez años en los que, entre otras cosas, me formé como director -cuenta-. Reconocía
a los personajes, todos buscadores de sueños: fui uno de ellos y compartí
copas, camas, casas, días y noches con muchos otros. Y conozco bien ese otro
personaje de la película que es Nueva York, meta idealizada donde muchos llegan
persiguiendo sueños o
escenario hostil donde muchos otros se ven obligados a convertir esa búsqueda
frustrada en un mero ejercicio de supervivencia".
Es sábado de rodaje en Grand Central y Lexington Avenue. Es un día más dentro de las cuatro semanas en Nueva York que comenzaron el 25 de marzo (habrá otras dos en España), con jornadas de 12 horas, con un equipo hispano-estadounidense que requiere encaje, con policías haciendo la vida imposible hasta que no confirman que hasta el último papel está en regla, en un país extraño, con urgencias... "lo que se va a reflejar en la película", considera optimista Cámara.
La relación con Nueva York de Raúl Arévalo es mínima, ha venido un par de veces de turista. Cámara dice de él cuando no está que "es un terremoto, lleno de energía, pero está muy relajado, es muy práctico, le interesa la dirección, es alguien muy participativo, a los dos días ya era de Nueva York; tiene una capacidad de adaptación muy potente". Arévalo reconoce que "viniendo con trabajo y dietas, enseguida no me siento extraño. Sin embargo -sostiene-, se percibe la dureza de Nueva York; tengo tres amigos que viven aquí y veo lo dura y áspera que es la ciudad".
Arévalo tiene interés "cero, menos dos" en un sueño americano que supusiese "ponerse a hacer cástings en Los Angeles". "Si aprendo inglés y si me llaman para una experiencia, pues sí", explica.
Elvira Lindo, que ha venido para hablar con la prensa española y para hacer un cameo como recepcionista en la película, se atreve a decir que sí, que la película está "basada en hechos reales", todas esas experiencias que ha ido acumulando de la gente que ha visto pasar por la urbe.
Como muy real es la historia de Carlos de la Lombada y Miguel Belmonte, dos actores españoles que en la película hacen de miembros de la compañía de Juanito. Carmen Ruiz relata cómo en una escena que grababan en un camerino, con el personaje de Cámara pidiendo un deseo al soplar una tarta, "notabas la emoción de esos actores", que veían reflejada su propia vida en esa ficción, y, cuenta Cámara, acabaron abrazados y este pidiéndoles perdón por "sentirse como un intruso".
El visitante provisional de Nueva York que esto escribe no se atreve a apostar cuál será el resultado de la película. Pero le gusta, y mucho, la premisa de la que parte la historia, que uno comprende tan neoyorquina. Y siendo neoyorquina, posmoderna. Contemporánea. Aplaude también el arrojo de la producción de lanzarse a la aventura de rodar una historia en esta ciudad. Teniendo en cuenta, además, los mimbres técnicos y artísticos con los que cuenta, toto permite hacerse ilusiones; la de toda película cuando se rueda. Veremos.
Para asegurar un buen sitio en la proyección de una película en el SXSW Festival sin tener que hacer grandes colas hay que tener el abono general y madrugar para hacerse con uno de los pases Xpress que cada día se ofrecen para cada sesión. Por eso, el asistente al festival propone y la realidad se impone y le acaba a uno rediseñando involuntariamente el plan diario.
Esa especie de Providencia festivalera me preparó una programación de cuatro películas sobre relaciones amorosas conflictivas, valga la redundancia.
A última hora del día se proyectó en el añejo Paramount TheatreBefore Midnight (Antes de medianoche), la tercera entrega de la saga iniciada en 1995 con Antes del amanecer en un tren centroeuropeo en el que se encontraban dos jóvenes veinteañeros y que le supuso al director Richard Linklater el Oso de Plata a mejor director en Berlín.
El trío Ethan Hawke-Julie Delpy-Richard Linklater nos vuelve a enfrentar 18 años después a un catálogo de reflexiones sobre el amor. Han pasado nueve años desde que Jesse y Céline se reencontrasen en París. Jesse despide al hijo de su primera mujer en un aeropuerto de Grecia, donde pasa unas semanas invitado por un escritor junto a Céline, con la que ahora vive y tiene dos hijas gemelas.
Un 'cierre' de trilogía necesario
Los 18 años transcurridos y la vida matrimonial se dejan sentir con suma sabiduría en Before Midnight, a la que le sienta divinamente el oleaginoso sol mediterráneo para templar el dolor del paso del tiempo y de las heridas que la convivencia familiar provocan inevitablemente. Jesse y Céline -y el coro de personajes que les rodea- nos regalan largos paseos y conversaciones filosóficas que vuelven a levantar acta de una forma de ver el amor, la de una sociedad posmoderna todavía romántica pero desengañada de las relaciones y el compromiso.
Hay largas escenas de corte teatral (al inicio, una conversación en un coche de 13 minutos) cuyos diálogos tienen tanto ritmo y fuerza y la puesta de escena está tan cuidada que parecen verdaderas escenas de acción y solo cuando terminan nos damos cuenta de que todo ha sucedido en un mismo lugar, quizá una sencilla habitación de hotel o la mesa de un almuerzo.
Linklater afirmó en el turno de preguntas y respuestas (Q&A) tras la proyección que no piensan en hacer una cuarta entrega, aunque reconoce que dijo lo mismo en las dos ocasiones anteriores. Lo cierto es que ahora que está realizada, se puede decir que esta película era necesaria para que las dos anteriores no quedasen en un romanticismo cursilón. Jesse y Céline ya no son aquellos dos jóvenes idealistas, aunque siguen siendo igual de atractivos o más para esas generaciones que se enamoraron en los 90 de ellos. Han vivido en sus carnes aquello de que "cuando se acaba la película, empieza la vida real" y no tienen miedo a afrontarlo, a veces con una crudeza que duele.
El único pero de la película -para el que lo sea- es precisamente que todo está cuidado al milímetro, no hay hueco para la improvisación, lo que hace que más de uno pueda hechar en falta la naturalidad que, por ejemplo, rebosaba la Copia certificada de Abbas Kiarostami, de la que en más de un momento me acuerdo durante la proyección.
Esa naturalidad e improvisación sí están fomentadas en Drinking Buddies, donde Joe Swanberg nos presenta a dos compañeros de trabajo en una destilería de cerveza -interpretados por Olivia Wilde (House, Tron: Legacy) y Jake Johnson (New Girl)- cuya relación tiene que manejarse en el borroso límite entre amor y amistad mientras tratan de manejar la relación con sus parejas -Ron Livingston (Sexo en Nueva York) y Anna Kendrick (Up in the air, Sin tregua).
La película trata con inteligencia y sutileza esa relación de amistad entre dos niños grandes y maneja la tensión sexual con maestría, aunque la película tiene más altura en su segunda mitad, quizá porque la forma de desenvolverse de los personajes es más madura, o la sentimos más real, o quizá porque es entonces cuando la realidad les obliga a mirarse ante el espejo. Aunque todos los actores están muy bien, el físico de Olivia Wilde no me pega para su papel peterpanesco de treinteañera superficial incapacitada para una relación seria.
Tensión sexual es la que hay también en The Bounceback, que podríamos considerar una versión indie de Resacón en Las Vegas y un homenaje de un director de Austin a la ciudad en la que disfruta su juventud. Bryan Poyser es uno de los más recientes frutos de la creativa comunidad de la ciudad que acoge el SXSW. Este joven cineasta ya logró una nominación a los Independent Spirit en 2004 por Dear Pillow.
The Bounceback nos cuenta un fin de semana de dos ex parejas que vuelven a encontrarse, o más bien tratan de no reencontrarse, en Austin. Antes, en apenas cuatro minutos, Poyser nos ha contado con brillantez, y la ayuda de las nuevas tecnologías, el ascenso y caída de la relación entre los dos principales protagonistas, interpretados por Ashley Bell (El último exorcismo) y Michael Stahl-David.
Cualquiera que haya pasado dos días en Austin y haya tenido tiempo de pasear de noche por la Sexta Avenida, de ver una película en el Alamo Drafthouse Cinema, y de cenar en alguno de sus restaurantes con patio, siente que de algún modo la película y todos los iconos austinianos que nos presenta es un poco suya. El aeropuerto, la estridente furgoneta de la taquería... Es todo un homenaje a esa ciudad en la que, me decía una residente, "la hierba es parte de su cultura".
Más allá de esto, la cinta es muy divertida, unas excelentes interpretaciones (al loro con Zach Cregger, el contrapunto cómico al protagonista) y tiene ritmo y novedad, algo difícilmente alcanzable en el complicado mundo de la comedia romántica. A Poyser y sus compañeros guionistas hay que acreditarles tres o cuatro escenas muy originales, incluyendo una conversación a cuatro bandas por teléfono móvil y una subtrama en torno a Airsex, algo que, aunque parezca increíble, "existe", como dijo el cineasta al introducir la proyección.
Para cerrar esta crónica de un póker de cine romántico hay que hablar de A teacher, estrenada en Sundance, y con la que todo empezó en la mañana de esta jornada. Se trata de una historia, también en una pequeña ciudad, sobre una joven profesora que mantiene una relación con uno de sus alumnos. Me queda la impresión de que se trata de un desarrollo de cortometraje convertido en largo, aunque hay que reconocerle a la directora Hannah Fidel voluntad de estilo.
[La firma de las fotografías, en orden: Despina Spyrou/ Sony Pictures Classics, Ben Richardson, Richard Green y A teacher]
¿Puede uno imaginar un documental sobre asesinos en masa indonesios que estilísticamente resultase de un cóctel entre Quentin Tarantino, Pedro Almodóvar y Apichatpong Weerasethakul? Es imposible, pero The Act of Killing, el documental de Joshua Oppenheimer producido por Werner Herzog que se estrenó el viernes en el SXSW Film Festival, hace pensar en ese trío imposible, y siendo sin embargo insultantemente original.
La premisa es jugosa. El cineasta pide a algunos de los gánsteres que asesinaron miles de personas bajo la acusación de ser comunistas, en 1965, que recreen escenas de esas ejecuciones para una película y graba el proceso de 'producción', que incluye entrevistas a estos asesinos. Lo que de entrada suena brutal, macabro y salvaje deriva en un acercamiento al misterio del mal que en ocasiones parece un mockumentary por la extravagante ingenuidad de sus protagonistas y el juego entre realidad y ficción con el que se desenvuelve la historia.
Antes de empezar la proyección en los cines Álamo, Oppenheimer nos da libertad para reír, lo que suena excéntrico pero alivia la culpabilidad de este espectador cada una de las muchas veces que no puede refrenar una carcajada.
The Act of Killing, al que habrá quien acuse de complaciente o de banalizar la violencia, no es un acto de denuncia al uso (los supervivientes de la matanza "son los primeros que quieren distribuir la película en Indonesia"), es sobre todo "cómo un régimen de terror se imagina a sí mismo", en palabras del propio director al término de la proyección.
Oppenheimer vivió en el país asiático y descubrió con sorpresa que uno de sus vecinos había llevado a cabo cientos de ejecuciones en 1965, en la campaña del dictador Suharto contra el Partido Comunista del país, que supuso hasta un millón de muertes. Quería hacer un documental sobre el tema, pero le dijeron que si quería hacerlo de una forma segura tendría que enfocarlo desde la mirada de los asesinos, sin contar con grupos de derechos humanos o supervivientes.
"Esperaba asesinos y me encontré gente ordinaria a la que puedes querer y por la que te puedes preocupar", explica Oppenheimer. Ordinarios como Anwar Kongo, el principal protagonista y motor de la historia. Se nos presenta al inicio del filme como un tipo dicharachero y normal, que cuenta lo que hizo sin convertirlo en una hazaña, pero con la candidez de quien siente que hacía lo que tenía que hacer.
Esa candidez que es crudeza a la hora de confesar los modos de asesinar, la galería de personajes que acompaña al protagonista y que en ocasiones roza lo freak y una en ocasiones almodovariana puesta en escena de la historia que se rueda dentro de esta película, colorean todo de una cierta irrelaidad que hacen que nos riamos como si fuera violencia de una película de Tarantino.
Exterminar "de una manera más humana"
Pero a medida que avanza está "especie de anticatársis" para Kongo vamos penetrando en ese misterio, el de "esa completa fantasía de un mundo dividido en malos y buenos, la moral Star Wars", como etiqueta el cineasta tejano.
"La verdad, lo que lamento... Nunca pensé que iba a parecer tan horrible", dice Kongo casi al final de la película, cuando Joshua le muestra el montjae de la recreación de la masacre en un pueblo indonesio que fue borrado del mapa. No era consciente del destino de ese viaje que comenzó tan ufano. Uno de sus compadres en el crimen, casado y con dos hijas, al que convoca para grabar algunas escenas, es más consciente de lo que aquello puede suponer y se muetsra remiso, critica que lo hagan, confiesa que no le da vueltas al tema y que eso le ha permitido dormir con la conciencia tranquila. "Lo que se considera crimen de guerra está definido por los vencedores", replica cuando la cámara le pregunta si no es consciente de que aquello que considera era un deber puede llevarle a La Haya. "Que me lleven", desafía.
"Esto no es lo característico de la Pancasila Youth [juventud paramilitar al servicio del Estado], como si nos gustase beber sangre", justifica en el set de rodaje de la citada masacre el ministro de Juventud y Deporte, que ha acudido a apoyar el rodaje pero que parece también darse cuenta al verse desde fuera lo que están haciendo. "Debemos exterminar a los comunistas, pero debemos aniquilarlos de una manera más humana", dice con toda llaneza.
"Si queremos prevenir con seriedad que nos matemos unos a otros, tenemos que mirar a los motivos de la violencia frente a frente", defiende Oppenheimer. "¿He pecado... y todo esto vuelve ahora a mí? Espero que no", dice Kongo, cuyo personaje hubiera sido de imaginar por un guionista. "Sé que estaba equivocado, pero tenía que hacerlo".
Gracias a The Act of Killing se habla por primera vez abiertamente en Indonesia de este crimen masivo, gracias a proyecciones clandestinas o reducidas, ya que la censura no permitiría la proyección de un documental cuyo rodaje fue convirtiéndose en algo cada vez más peligroso y en cuyos créditos hay varias decenas de miembros del equipo técnico que están acreditados como "anónimos".
Barack Obama decía casi al final de su discurso inaugural el pasado 21 de enero que "no podemos sustituir espectáculo por política". No se refería el presidente de Estados Unidos al cameo de Bill Clinton en los Globos de Oro presentando la película nominada Lincoln ni a la impronta política sin precedentes que tienen los Oscar en esta edición, incluyendo la influencia que algunas de las candidatas han ejercido y están ejerciendo sobre discusiones en el Capitolio.
Pero el positivo de esa frase completamente descontextualizada podría ser un lema para Hollywood este año, que no ha sustituido sino que ha convertido la política en espectáculo y ha aportado su voz al discurso de una época de crisis... (Seguir leyendo)
El 4 de noviembre de 1995, el primer ministro israelí Isaac Rabin era asesinado por un radical de derechas, que tiroteaba por la espalda el proceso de paz entre árabes y judíos que los Acuerdos de Oslo habían comenzado a gestar. Una de las consecuencias internas de aquel asesinato fue la dimisión de Carmi Gillon como director del Shin Bet, una de las principales agencias de inteligencia de Israel. Su sucesor sería Ami Ayalon, que ocuparía el cargo hasta 2000.
Ayalon, promotor de diferentes acciones por la paz y diputado laborista y miembro del gobierno de coalición entre el partido laborista y el Kadima, entre 2007 y 2009, fue el primero en aceptar la insólita proposición que le hizo el documentalista Dror Moreh: ser entrevistado delante de una cámara sobre su labor al frente del Shin Bet. Él mismo ayudó a convencer a otros directores de la inteligencia israelí.
De las más de 50 horas de entrevistas a los seis exdirectores del Shin Bet aún vivos es fruto The Gatekeepers, un documental de 97 minutos nominado al Oscar, parcial y fragmentario, pero instructivo y valiosísimo como documento histórico e informativo y como base para un debate.
Ver cómo seis antiguos máximos dirigentes de una institución cuya misión es el contraterrorismo y la seguridad interior afrontan su labor y se atreven a cuestionar casi unánimemente la incapacidad de Israel para llegar a un acuerdo con Palestina y los medios empleados para enfrentarse al terrorismo, resulta cuanto menos asombroso y aporta un ángulo peculiar al análisis del conflicto.
"Cuando te retiras del cargo, te conviertes en una especie de izquierdista", explica Ayalon refiriéndose a este enfoque sobre la paz alejado de la derecha israelí, con una afirmación que ofrece algo de luz al sorprendido espectador, al que le puede costar entender que el mismo (Avraham Shalom) que afirma que "en la guerra contra el terror, tienes que olvidarte de la moralidad" y que era responsable del Shin Bet cuando dos secuestradores palestinos fueron abatidos tras entregarse en el incidente del autobús 300 (asesinatos que se niega a aclarar a preguntas del director), es capaz de comparar la invasión de Gaza y Cisjordania con la ocupación nazi de Francia, Bélgica, Holanda, Polonia, Chequoslovaquia y Austria ("no igual, pero similar"). Una aserción que enfurecerá a muchos judíos.
¿Un documental de tesis?
El que fuera director de la agencia de inteligencia hasta 2011, Yuval Diskin, y que todavía desempeñaba el cargo cuando fue entrevistado, afirma que "está de acuerdo con cada palabra" de la cita del intelectual hebreo Yeshayahu Leibowitz -“La corrupción que caracteriza a todo regimen colonial prevalecerá también en el estado de Israel y se convertirá en un estado del Shin Bet"- cuando el entrevistador se la ofrece.
The Gatekeepers está dividido en siete apartados, partiendo desde la Guerra de los Seis Días, con un orden más temático que temporal, y mezcla las entrevistas con material de archivo y peculiares y cuidadas recreaciones digitales 3-D.
Entre las críticas más inteligentes a un documental que ha recibido elogios enfervorizados de buena parte de la prensa especializada, está la de Sol Stern en el City Journal. Stern hace una acertada comparación entre La noche más oscura y The Gatekeepers, afirmando que así como Bigelow no toma partido ante lo que está contando (las torturas de la CIA que llevaron a la caza de Bin Laden), "Moreh quiere que lleguemos al mismo juicio que él ya ha hecho" antes de realizar el documental.
En definitiva, The Gatekeepers es una reflexión crítica colectiva de seis personas que han vivido los últimos 40 años del conflicto palestino-israelí desde las sombras del contraterrorismo. Una pieza más para construir el collage de un intrincado conflicto sobre cuyo futuro los entrevistados son en general pesimistas.
"Lo peor de la guerra contra el terror es que nos hemos convertido en seres crueles, entre nosotros mismos, pero sobre todo con los palestinos", sentencia uno de ellos. "Habrá otro asesinato político" el día que se lleve a cabo la retirada de Cisjordania, profetiza Carmi Gillon, quizá doblegado todavía por el lastre en su conciencia y en su vida de aquel tristísimo 4 de noviembre que le pilló de viaje en París.
"Cuando la leyenda se convierte en hecho, publica la realidad" (When the legend becomes fact, print the legend)
El hombre que mató a Liberty Valance, de John Ford
"Tenía que hacer que la gente me siguiera, y comprendí que tenía que ser bigger than life. ¡Era teatro!"
Edward I. Koch en Koch, de Neil Barsky
El viernes 1 de febrero, el mismo día que se estrenaba Koch, un documental de Neil Barsky sobre la figura política del que fuera el 105º alcalde de Nueva York, su protagonista moría a los 88 años de un fallo cardíaco, como si quisiese irse de este mundo con un guiño final, un gag, una zapateta que resumiese su carácter y que al mismo tiempo subrayase su partida, dándole el protagonismo del que sin duda se consideraría merecedor.
Ed Koch fue "el Alcalde" de Nueva York para una generación, un político difícilmente clasificable que transitó de posiciones económicas de centro izquierda a un conservadurismo pragmático, aunque siempre liberal en lo social, fue un filón para la prensa con sus machadas y sus frases abruptas -que le ganaron enemigos por doquier-, una figura imprescindible para entender una de las épocas más definitorias de la ciudad, y más tarde, ya retirado de la primera línea política, crítico de cine o gastronomía, actor esporádico, escritor de novelas, comentarista político y apoyo buscado por unos y otros en sus aspiraciones presidenciales.
"Creo en Dios, creo en la vida después de la muerte, creo en un premio y un castigo. Y pienso que yo seré premiado", dice el regidor de la Gran Manzana entre 1977 y 1989 en un momento de la película, que, aunque también pone el foco sobre los puntos oscuros de su gobierno, es fundamentalmente el retrato de un gigante de la política, de un personaje que podría ser digno del universo John Ford y cuya imagen más representativa lo muestra en la boca del metro apretando las manos de sus ciudadanos y posibles votantes y diciendo: "¿Cómo lo estoy haciendo?" (How'm I doin?).
"Ser querido y respetado era muy importante para él. Yo diría que era su oxígeno", dice una de las voces autorizadas del documental.
Del Bronx a alcalde de una ciudad rota
Edward I. Koch, nacido en 1924 en el Bronx, era hijo de una familia judía originaria de Polonia y emigrada a Estados Unidos. Trabajó desde muy niño para colaborar con la economía familiar y fue llamado a filas para luchar en la Segunda Guerra Mundial, acabando como sargento antes de reincorporarse a la vida civil. Estudió Derecho y a partir de 1952 se involucró en política en las filas del Partido Demócrata.
Entre 1967 y 1969 fue concejal de Nueva York y entre 1969 y 1977 fue congresista, labrando una imagen de independiente liberal capaz de llegar a acuerdos con los conservadores, según el perfil que The New York Times le dedica.
En 1977, Nueva York se encontraba al borde de la bancarrota, sumida en una aguda crisis económica y azotada por el crimen, la pobreza y la droga. Era la ciudad de la violencia y las bandas que retrató la película Los guerreros de la noche o, desde Little Italy, Martin Scorsese. Ed Koch fue elegido alcalde tras luchar en las primarias demócratas contra otros seis duros candidatos, entre ellos Mario Cuomo, padre del actual gobernador del estado de Nueva York y él mismo gobernador, después de derrotar en 1982 a Koch en el camino.
Ed Koch salvó a la ciudad de la quiebra y puso las bases para construir la prosperidad que hoy disfruta Nueva York. Con una política de recortes que buscaba equilibrar el presupuesto de una ciudad con 400 millones de dólares de deuda, se enfrentó a los sindicatos y a algunas minorías, que no pudieron en su pulso contra aquel político que afirma en el documental que no estaba dispuesto -"no way to be mayor"- a dejarse gobernar por "el miedo" y que "no importa cuán impopular me hiciesen" las decisiones que creyera necesarias para salir de aquel infierno.
Aquel tipo larguirucho y calvo, de verbo afilado, fuerte carácter y sonrisa fácil, incluso para contestar a su entrevistador "it's none of your fucking business" ("no es tu jodido problema") cuando le pide una confesión sobre su inclinación sexual, fue reelegido en dos ocasiones con un apoyo de más del 75% de los votos.
Las críticas de afroamericanos y gays
En su haber, el que sus glosadores consideran probablemente el mayor de sus logros: el fomento de políticas de edificación y reordenamiento urbanístico que buscaba aliviar los graves problemas de vivienda que llenaban las calles de Nueva York de familias pobres sin un techo. A él se debe la transformación del Midtown de Manhattan de distrito de prostitución y drogas a lo que hoy es (también con prostitución y drogas, aunque de alta alcurnia, eso sí).
En su contra, se le acusa de políticas contra las minorías, especialmente los negros y los homosexuales. En su primera legislatura, incumplió la promesa de no cerrar el hospital Sydheim de Harlem, un símbolo de la comunidad afroamericana (el mismo Koch reconoce en el documental que fue "un grave error") y los recortes en ayudas sociales golpearon obviamente con más fuerza a esta minoría, que le acusa además de una reacción feble a las agresiones racistas que se produjeron en Nueva York en los años 80, incluyendo varias muertes de jóvenes negros a manos blancas.
El hecho de que Koch acusara en varias ocasiones a los líderes de la comunidad afroamericana de "antisemitas" tampoco ayudar a cerrar la brecha racial. "Era muy difícil en esa época hablar por blancos y por negros", afirma en la película el periodista del Times Michael Powell tratando de contextualizar.
"Era la némesis de la comunidad negra", protestó el representante de Brooklyn en el Ayuntamiento cuando se votaba en 2011 que el puente de Queensboro pasase a incluir el nombre de Koch. "¿Era racista?", se pregunta en Koch el líder de la iglesia baptista abisinia, Calvin O. Butts, "Peor que eso: un oportunista".
Aunque en su primer mandato aprobó una ley que prohibía la discriminacion de los homosexuales en el acceso a vivienda y cargos públicos, la comunidad gay fue especialmente crítica con Ed Koch, acusándole de no hacer nada frente a la epidemia de sida que asoló en los 80 la ciudad, y afirmando que se debía a que él mismo era homosexual y no quería significarse. Koch, que nunca se casó y que afirmó en un par de ocasiones ser heterosexual, defendió el derecho a que la inclinación sexual de un político no fuese motivo de escrutinio público. Lo cierto es que tuvo que contrarrestar una campaña que lo tildaba de gay ("Vote Cuomo, don't go homo") y que podía dañar sus aspiraciones a la alcaldía en 1977, haciéndose acompañar en los actos electorales por su amiga y ex miss América, Bess Myerson.
"Sus socios y admiradores, empujados a explicar cómo el alcalde podía ser tan popular al tiempo que reducía servicios urbanos y haciendo enfadar aparentemente a tantos colectivos, insistían que Mr. Koch tenía extraordinarios instintos políticos y un don teatral, y que su franqueza solo reflejaba lo que muchos neoyorquinos habían pensado siempre de sí mismos", resume el extenso obituario del Times del que muchos consideraban un perfecto representante del neoyorquino medio.
Una personalidad de extremos
"Sé que soy un tipo de los más honestos que han ocupado este puesto", decía Koch al comentar las terribles dudas (¿qué pensarán mis ciudadanos de mí? ¿qué dirán en el futuro?) que le atormentaron cuando estallaron los escándalos de corrupción que sacudieron su tercer y último mandato.
El entonces fiscal Rudolph Giuliani persiguió implacablemente una red de sobornos y tráfico de influencia que involucraba a algunos de sus principales aliados políticos y que terminó por debilitar la relación de amor entre el alcalde y su ciudad, que eligió en 1989 a su primer alcalde afroamericano para sustituirlo, el también demócrata David Dinkins, al que cuatro años después sustituiría Giuliani.
Nueva York no solo estaba en crisis, sino deprimida, dice una de las personas entrevistadas en el documental, y Koch fue un líder para ella. El Koch que Neil Barsky presenta es un personaje a ratos histriónico creado por él mismo, populista y dicharachero, pero también una personalidad política con la talla que exigen los tiempos de crisis. Un tipo capaz de contestar cara a cara a ciudadanos y periodistas reconociendo su parte de responsabilidad en los graves casos de corrupción que brotaron a su alrededor. Ay.
Koch ha sido enterrado este lunes en Nueva York, acompañado por el calor de miles de personas, entre las que se contaban representantes políticos de diferente signo y ciudadanos de a pie. No se puede saber si era el final que hubiera diseñado para el guion de su teatrero periplo vital, pero al menos tuvo tiempo para diseñar su propio epitafio y su tumba hace dos años:
“He was fiercely proud of his Jewish faith. He fiercely defended the City of New York, and he fiercely loved its people. Above all, he loved his country, the United States of America, in whose armed forces he served in World War II” ("Estuvo ferozmente orgulloso de su fe judía. Defendió ferozmente la ciudad de Nueva York y amó ferozmente a su gente. Sobre todo, amó su país, los Estados Unidos de América, en cuyo ejército sirvió en la Segunda Guerra Mundial")
Me encanta el cine y me encanta verlo en salas de cine. Por eso me resultan cada vez menos llevaderas las carencias y falta de creatividad de la exhibición de cine en España. La industria del cine y parte del periodismo que la apoya no deja de llorar y lamentarse por un mundo que se va, a lo Cinema Paradiso.
Toda la culpa es de los zoquetes de los espectadores, o de la LOGSE, la culpa es del Gobierno, la culpa es de las nuevas tecnologías, la culpa es de Enrique Dans. La culpa nunca es de lo incómodos que son algunos cines o de que no ofrezcan alicientes al espectador, especialmente al espectador al que realmente le gusta el cine, que muchas veces tiene una pantalla de pulgones más que pulgadas en su casa.
Desde que el Gobierno aumentó el IVA de los productos del ámbito de la cultura y el espectáculo en septiembre, he visto en cines de España 21 películas, 6 de ellas españolas, 5 europeas y 2 en 3D. Salvo una, Operación E, que vi invitado a un preestreno, he pagado las entradas del resto con dinerete de mi propio recortado sueldo. Digo esto como argumento de autoridad para lo que viene porque no pertenezco a esa especie autóctona de los críticos de todo lo que huela a cine en España aun sin catarlo.
Esta semana he vivido uno de los momentos más sublimes de mi existencia. ¿Os acordáis del diálogo de Pulp Fiction sobre "las pequeñas diferencias" entre Vincent y Jules casi al comienzo de la película?
"-En Europa tienen la misma mierda que aquí, pero hay pequeñas diferencias -¿Por ejemplo? -Cuando vas a un cine en Amsterdam puedes comprar una cerveza, pero no te hablo de una cerveza en vaso de cartón viejo, sino en uno de cristal"
Pues en el Nitehawk Cinema, Williamsburg, Brooklyn, se cumplió para mí ese sueño. Y lo cumplí precisamente viendo una de Tarantino, a modo de realización metacinematográfica. Dos pintas de Blue Point y una hamburguesa con patatas aderezaron el visionado de Django unchained (Django Desencadenado). El Nitehawk cuenta con mesa y menú para cada dos asientos y un hueco para el vaso. Y, por supuesto, hay espacio para las piernas. Lo dicho, sublime, a pesar de la longitud desmesurada de la película (joer, ¿no decían que los Weinstein eran manostijera?).
Nada que ver con lo que en Madrid te pueden ofrecer los cines Princesa -los Renoir, en general-. O los Verdi. O los Golem (aunque estos son más cómodos y tienen una oferta en la cartelera más personal). O los Ideal (aunque sus palomitas dulces me tienen cautivado). Me refiero a cines en versión original, claro, que no me gusta el cine mutilado.
Quizá esta soflama tiene algo de Paco Martínez Soria. Quizá en Madrid, en otras partes de España, tenemos algo así y no me he querido enterar porque solo tengo ojos para lo yanqui. Cosas como la Phenomena experience, recuperando títulos míticos de los 80 en 35 mm, son un camino abierto. O las reposiciones de grandes clásicos de los Verdi (este verano lloré con Centauros del desierto). Lo que sé es que a mí me gusta el cine, me gusta la experiencia de poder verlo en una gran pantalla, en versión original, cómodamente, y tomando una cerveza. Me gusta el cine espectáculo, me gusta el cine independiente, me gusta el 3D bien empleado (bravo por La vida de Pi)... me gusta el cine como arte y como espectáculo. Me gusta disfrutarlo.
Mientras no haga un esfuerzo por reinventarse, los lamentos de una distribución sonarán a rancia cantinela cuando la gente prefiera quedarse en casa viendo en su pantallón XXXL la peli o la serie de televisión en DVD o recién descargada. En su sofá favorito y con una litrona de los chinos o una botella de vino a mano.
El mismo día que fui a ver la de Tarantino, estuve en otra sala, los AMC 25, típicos multicines junto a Times Square, disfrutando de Gangster squad. Pantallón, buen sonido, cómoda butaca, hueco para las piernas... Ver cine así es otra cosa. La película no inventa la pólvora, tiene un guion sin matices y una realización que busca el espectáculo más que el riesgo, aunque también un gran reparto y una estética, la de los 20 del siglo pasado, llena de magnetismo. Pero la testosterona que chorrea por todas partes se disfruta de otra manera en esas condiciones.
Además, ver este cine tan americano en un cine americano, como que enriquece la experiencia subjetiva. Me gusta pensar que sería similar a la contemplación de un cuadro del barroco español colgado en su hueco original en el Palacio Real.
Señores distribuidores, y amantes del cine en general en España, sospecho que este tipo de iniciativas (también reseñable el esfuerzo de proyección en el ReRun Theater, del que ya hablé) tiene que ver no solo con el amor al cine, sino con la pasión por reinventarse que tienen en Nueva York y el caracter emprendedor que lleva a la gente de aquí a innovar, a ofrecer algo nuevo y diferente.
Sospecho que durante mucho tiempo, posiblemente toda mi vida, seguiré dejándome los dineros en las taquillas de los cines de España. Pero me gustaría que, ya que lo hago, me ofrecieran un servicio mejor, una experiencia más plena.
Lo primero que hice al llegar a Nueva York fue levantarme el domingo, comprarme Time Out y New York Mag en el kiosko de Union Square antes de tomarme un brunch y tratar de averiguar con un pilot en la mano a qué iba a dedicar mi materia gris en los días siguientes.
Creo que fue en Time Out donde vi que se reestrenaba un documental sobre la gentrificación de Brooklyn en un sitio llamado ReRun Theater, que resultó ser un Gastropub Theater en el cool-in-progress barrio de Dumbo, me pone usted a los pies del puente de Brooklyn. Vamos, que ni diseñado de antemano, en plan crónica de Kapuszcinsky o mockumentary, lo podría haber cocinado mejor para este rincón.
La sala de proyección (no cine) es una estancia amplia con un patio de butacas compuesto de sillas y sofás de coche y una barra de bar en la que se sirven bebidas y palomitas. Para acceder a ella, hay que internarse al fondo del reBar, un pub de ambiente muy agradable que le pone cara y supongo que sostén al negocio.
En la proyección -lleno total- había una mezcla de jóvenes intrépidos sin estilo reseñable (aquí me autoetiqueto yo), algunos hipsters entre los que se incluían gentes de sexo indefinido, y señores de pelo cano y gafas de concha que veríamos en Madrid a la puerta de los Golem y a los que les jode que les llamemos de usted, aunque ya no estemos en los 80.
Redefiniendo el Downtown de Brooklyn
My Brooklyn, un documental en vídeo dirigido por Kelly Anderson, cuenta el proceso de reorganización urbanística llevado a cabo durante la década pasada por la alcaldía de Nueva York, en el que se buscaba transformar el Downtown de Brooklyn, en torno a Fulton Street. En el proceso se favoreció la demolición de edificios y del centro comercial de la zona (Fulton Mall, tercer punto comercial más importante de la ciudad tras la 5ª Avenida y Madison) para convertirla en una zona comercial al alcance de cadenas ya establecidas y edificios de lujo.
Foto de Jamel Shabazz, fotodocumentalista de la zona, y uno de los hilos narrativos de 'My Brooklyn'.
Para unos, el resultado es que se ha desmantelado un barrio popular de población negra, una población que ya previamente, a lo largo de la segunda mitad del siglo XX, ha sido objeto constante de políticas urbanísticas que la ha arrinconado en guetos. El área se ha convertido ahora en un lugar para la clase media-alta que viene de Manhattan en la que los pobladores tradicionales del barrio y los pequeños comercios han tenido que mudarse o cerrar.
Para otros, se trata del cambio inevitable que todas las urbes sufren y que no puede -no debe- detenerse por motivos sentimentales, especialmente porque significa prosperidad para el lugar.
La tesis que el documental presenta con los hechos y opiniones que ofrece es que esta gentrificación urbanística no solo no es algo inexorable, un cambio natural en las ciudades, sino que es un plan intencionado de la alcaldía en colaboración con grandes corporaciones inmobiliarias, agrupadas a su vez en lobis que hacen de consejeros de las instituciones de la alcaldía; corporaciones que muchas veces son donantes de la campaña de los politicos al mando.
Lo que realmente resulta fascinante y repulsivo es ver las promesas de puestos de trabajo para los habitantes de la zona, etc., que se hacen durante la campaña de propaganda en 2004, cuando se lanza el proyecto, y ver cómo años después y ya con este desarrollado, nada de eso se ha cumplido. Sí, en cambio, el lugar, colindante con Fort Greene (al que ya me referí), se ha transformado en un sitio más cuco y adecuado para que los burgueses a los que les gustan las cadenas comerciales puedan aposentarse. Una urbanización convencionalota y uniformizadora.
En el coloquio posterior con la directora, un espectador expresó su sorpresa porque su idea de la gentrificación era la de algo generado por el movimiento natural de jóvenes artistas y creativos a zonas más baratas y menos burguesas -"yo soy artista", comenzó su turno de palabra: en Brooklyn "artista" es a "ocupación" lo que "sus labores" en otras latitudes sociales-. Ese movimiento termina revitalizando la zona y convirtiéndola en imán para burguemios. Algo más natural y con mejor prensa que esa aparente alianza entre administraciones públicas y promotores inmobiliarios.
Porque nos podemos echar unas risas con los modernos y demás guayses (jajaja, qué tontos), pero la primera hola de hipsters, vanguardistas y colonizadores urbanos buscan, como dice Kelly al comienzo del documental "una forma de vida un poco menos convencional, algo más creativa". Pero, como también ella dijo al término de la proyección, Nueva York es "definitivamente una ciudad de desigualdades".
Bonus track - Tips gastronómicos:
ReBar: Ambiente muy agradable. El servicio, muy bien. Una cerveza Brooklyn Radius y la ReBurguer con patatas fritas (y finas), por 18,50 dólares. La hamburguesa rica y servida en 10 minutos; la cerveza, suave.
Soho Park Restaurant: un bar bien situado en la calle Prince, en el Soho, de esos que se aprovechan de que pillan de paso. No es barato, y tampoco tiene una gran personalidad (o una americana), pero teniendo en cuenta los preicos del entorno tampoco diremos que es caro. Su especialidad son las hamburguesas; para picar y acompañar hay cestas de patatas fritas y pepinillos. El vino, como en todas partes, es carísimo.
Aspirante inconsciente a perfecto burguemio, a estándar del coolismo wannabe. Siempre queriendo estar a la última y siempre llegando tarde. Cuando aparezco, los modernos huyen. Soy el umbral en el que lo alternativo pasa a mainstream, el momento más oscuro de la noche indie antes del amanecer de lo masivo. Señora, el gentrificador ha llegado a su barrio y los precios de los pisos se van a disparar.
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