Bloqueo del escritor

    martes 9.dic.2014    por Asier Ávila    1 Comentarios

Ideas
La idea perfecta no existe. Como tampoco los argumentos originales, las tramas jamás escritas

o los personajes construidos sin influencia alguna. Muchos creemos que en la literatura casi

todo lo importante está dicho y escrito. Así que no me extraña que más de uno sufra de crisis

creativa o tenga serias dudas a la hora de arrancar una nueva novela. Porque ¿Cómo sabes

que tienes una buena idea y no una copia de otra? ¿En qué momento te das cuenta de que

vale la pena escribir ese libro?

Cada escritor tiene sus trucos, manías y supersticiones. Todo vale si con eso se soluciona

el supuesto terror a la página en blanco. Cuentan que Víctor Hugo mandaba a sus criados

que le escondieran la ropa para así obligarle a quedarse en casa y ponerse a escribir. El

superventas Dan Brown asegura usar unas botas antigravedad que le permiten colgarse del

techo cual murciélago para conseguir el estado de relajación ideal. Manda narices. En cambio

Haruki Murakami se relaja corriendo todos los días un par de horas, y apuesta por la rutina

levantándose siempre a las 4 de la madrugada para ponerse a escribir.

Otros echan mano de la superstición. Isabel Allende empieza sus novelas el 8 de enero y tras

encender una vela. Hemingway solía trabajar con una pata de conejo en el bolsillo para alejar

los malos augurios mientras que Truman Capote nunca empezaba ni terminaba ningún texto

los viernes.

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También la obsesión tiene mucho que ver con la escritura, con el miedo al fracaso y con el

hecho de no saber si ya se está preparado para empezar una nueva historia. En algunos

casos, esa inseguridad y obsesión pueden alcanzar límites dramáticos. El suicidio de David

Foster Wallace, por ejemplo, no se puede desvincular de la propia creación literaria. ¿Vale la

pena tanto sufrimiento?

Puedo dar fe de que uno de los principales enemigos de la escritura es la tecnología.

Distracciones cotidianas como chequear el correo, buscar información sobre cualquier cosa,

ver videos o actualizar tu estado en las redes sociales puedes arruinarte una jornada de

trabajo. Por eso ya han surgido aplicaciones pensadas para los escritores y sus ordenadores.

Y no es ninguna broma. Hay algunas que restringen el uso del navegador limitando la entrada

a ciertas webs; otras te marcan el ritmo, obligándote a escribir un número concreto de páginas

a riesgo de iniciar una molesta batalla de mensajes y sonidos. Incluso las hay que te proponen

fondos sonoros para una escritura más relajada. ¿El mundo exterior se ha convertido en una

amenaza para la creatividad?

Las dudas, la propia certeza de no disponer de una buena historia e incluso la falta de tiempo,

han llenado papeleras y cajones de ideas descartadas o inacabadas. Claro que en ocasiones

se han vaciado cuando el heredero de turno decidió convertirlas en obra póstuma. Como ha

sucedido con Nabokov, Stieg Larsson o José Saramago. Estoy convencido de que no siempre

el autor desaparecido estaría contento con esa decisión, pero sería un mal Impostor, si ahora

quisiera abordar un tema tan delicado que no va con este post literario de hoy.

Categorías: Libros

Asier Ávila    9.dic.2014 10:59    

Autoficción

    martes 9.dic.2014    por Asier Ávila    0 Comentarios

Mirrors


Vivimos una época donde nuestra vida privada tiende a ser compartida, fotografiada, etiquetada

y comentada a diario en las redes sociales. Esta vida virtual provoca una extraña sensación de

intimidad compartida con personas a las que casi ni conocemos. Es como si nos interesara mucho

más mostrar nuestro “yo”, aunque sea inventado, que guardarlo para nosotros mismos.

Quizás por eso la autoficción vive un momento especialmente dulce. Y aunque el yo como

material literario es más viejo que caminar a pie, el copyrigth de la palabreja lo tiene, desde

1977, el autor francés Serge Doubrovsky. Según él, podríamos definir como autoficción aquellas

novelas donde el escritor real se convierte en un personaje más; de tal manera que la trama usa la

biografía de su autor como parte de la ficción.

Así pues, ¿de qué estamos hablando? ¿De novelas autobiográficas? ¿De ficción realista?

Mi adorado Kurt Vonnegut dijo: “ten cuidado con lo que aparentas porque acabarás siéndolo”.

Pues no estaría mal que se lo aplicaran algunos practicantes de la autoficción, no vaya a ser que

al final no sepan diferenciar entre autor y personaje.

En nuestro país tenemos grandes expertos en la materia. Enrique Vila-Matas es un habitual de

los juegos metaliterarios que cristalizaron en obras como “París no se acaba nunca” o “El Mal

de Montano”; Javier Marías se retrató en “Negra espalda del tiempo”. Javier Cercas se paseó por

“Soldados de Salamina”; Elvira Lindo en “Lo que me queda por vivir” y Juan José Millás está

omnipresente en sus “Articuentos”.

Pero hay más. Paul Auster aparece como personaje en “La ciudad de cristal”, Brett Easton Ellis

ficciona su propia vida con resultados terroríficos en “Lunar Park”, Coetzee muestra su pasado

en “Verano” y Philip K. Dick se convierte en narrador en su novela “Valis”.

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Y el fenómeno sigue creciendo. Lo vemos por la existencia de obvios alter egos, como Nathan

Suckerman en la obra de Philip Roth o Arturo Belano en la de Roberto Bolaño. O por la cantidad

de pleitos y quejas que algunos libros han provocado entre allegados al autor en cuestión. No

siempre está muy claro donde hay que situar el límite a la hora de hablar de los otros.

Pero si algún arte se lleva el primer premio a la hora de emplear la autoficción, éste es el comic.

Ahí está Art Spieglman como personaje narrador en la genial “Maus”. También se autorretrata el

famoso Robert Crumb en “Confesiones”, igual que hace Harvey Pekar en “American Splendor”

donde usa su vida cotidiana como único material literario.

En evidente que en la actualidad los cómics autobiográficos marcan tendencia, como

demuestran, entre otros, Juanjo Sáez, Guy Delisle, Chester Brown, Lewis Trondheim, Marjane

Satrapi o Paco Roca.

Hay quien opina que la mejor manera de esconderse es mostrarse abiertamente. Ya nos advirtió

Poe en “La carta robada” que la mejor forma de ocultar un secreto es dejándolo a la vista. Si lo

sabré yo que cada semana me muevo como pez en el agua, entre juegos e imposturas.

Categorías: Libros

Asier Ávila    9.dic.2014 09:58    

¿Literatura para mujeres?

    martes 9.dic.2014    por Asier Ávila    0 Comentarios

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Los datos lo dejan claro. Hoy en día casi me atrevo a decir que son las mujeres las que tiran

del carro de la industria editorial. Tanto, que no sería descabellado asegurar que sin ellas no

existiría. Y no solo desde el punto de vista del consumidor, en el que siempre sacan mucha

mejor nota que nosotros, sino desde el creativo, donde llevan algunos años arrasando en

listas, con títulos que han salvado la temporada a más de uno. Y si no, que se lo pregunten

a los editores de Julia Navarro, J.K Rowling, Stephenie Meyer o Isabel Allende. Sin olvidar,

además, a todas esas mujeres que no escriben pero que mandan y gestionan. Ahí están las

agentes literarias, donde los hombres brillan por su ausencia, y editoras como Nuria Cabutí en

Penguin Random House, Elena Ramírez en Seix Barral o Sigrid Kraus en Salamandra que dirigen

con acierto sus empresas.

No voy a negar que, como en todas partes, también hay manzanas podridas a las que le

pierde la lengua. Algunas opiniones rozan el machismo más recalcitrante. Penoso mérito que

atesoran individuos como el nobel V.S. Naipul que aseguró que ninguna escritora se puede

comparar con él porque “la mujeres son demasiado sentimentales y limitadas”. Tampoco

ha ayudado el hecho de que muchos críticos literarios sean hombres, la falta de mujeres en

la Real Academia Española de la Lengua, la escasez de premios nobel femeninos, ni cierta

opinión más o menos generalizada de que la literatura seria está directamente relacionada

con la testosterona. Pero quiero pensar que en los últimos tiempos la situación ha mejorado,

aunque la aparición de algunas etiquetas literarias tampoco es que ayuden mucho. Sobre todo

porque en el mercado anglosajón le ponen nombre a todo: ahí está el “chick lit” en referencia

a la literatura romántica para jóvenes en la onda del “Diario de Bridget Jones”, o eso que

llaman “femicrime” para agrupar a la ingente cantidad de escritoras que practican el género

negro. Por no hablar de la invasión de la novela “romántico-erótica”, al estilo de “Las 50

sombras de Grey”, que ha inundado todas las librerías. Entonces ¿en qué quedamos? ¿Existe

una literatura para mujeres, o no?

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Lo que la Historia de la Literatura ha demostrado es que no sólo las mujeres pueden escribir

sobre personajes femeninos, como tampoco se puede afirmar que la virilidad en la ficción

siempre está en manos de los hombres. Así de entrada pienso en Anna Karenina de Toltsoi,

Holly Goligthly de Capote o Lisbesth Salander de Stieg Larsson. Y si me voy al otro lado, se me

ocurren Frankenstein de Mary Shelley, Mr. Darcy de Jane Austen o Harry Potter de J.K Rowling.

Lo que ya no tengo claro es si este cambio de sexo literario es más sencillo para ellos que para

ellas.

Como veréis no me he querido complicar la existencia metiéndome en absurdos debates sobre

la condición sexual de los autores y su influencia literaria. Porque de la misma manera que no

hablamos de literatura para hombres, me parece estúpido utilizar la etiqueta de literatura para

mujeres. Además, y sin que suene a impostura sino a juego, estoy convencido de que muchos

de nosotros leemos una novela sin conocer el nombre del autor, y nos llevamos más de una

sorpresa.

Asier Ávila    9.dic.2014 09:52    

Literatura de viajes

    lunes 17.nov.2014    por Asier Ávila    0 Comentarios

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El viaje es uno de los grandes temas literarios. Como el amor o la muerte. Detectamos su

presencia en obras tan diferentes y distantes como “La Odisea” de Homero, “El lobo de mar”

de Jack London o “En el camino” de Jack Kerouac. Por eso los estudiosos no acaban de ver

claro lo de etiquetarla y dudan si otorgarle o no el rango de género literario. Porque a lo

largo de la historia, raro era el novelista que no escribía sobre sus experiencias viajeras; como

hicieron Dickens, Stevenson, Conrad, Mark Twain, Henry James, Melville, Emilia Pardo Bazán

o Pérez Galdós. En la actualidad, debido al turismo masivo, la globalización y el acceso a la

información, hay quien opina que estamos ante el fin de este género. ¿O no?

 

Es arriesgado ser tan contundente, pero tengo la impresión de que con el fin del siglo XX se

acabó el filón de los grandes libros de viajes. ¡Si es que ya no queda nada por descubrir! En la

pasada centuria los autores viajeros aprovecharon el filón para sacarle el máximo rendimiento

a su carrera literaria y, en algunos casos, disfrutando, además, de unas buenas vacaciones

pagadas. André Gide viajó al Congo enviado por el gobierno y acabó publicando un libro

anticolonialista; Evelyn Waughn escribió sobre el Mediterráneo a bordo de un crucero;

Graham Greene narró su estancia en Liberia y Pearl S. Buck sus viajes por Japón. También

son muy recomendables las lecturas de clásicos como Steinbeck, que recogió en un libro la

experiencia de conducir por Norteamérica o los hermanos Durrell, que describieron la magia

de las islas griegas. En nuestro país Camilo José Cela convirtió La Alcarria en un espacio literario

universal, Miguel Delibes narró su periplo americano y Julio Camba hizo lo propio con sus

viajes como corresponsal. Todos ellos, grandes escritores y grandes viajeros. Aunque no sé

hasta qué punto les interesaba el viaje como material literario.

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A finales del siglo XX los libros de viaje tomaron caminos menos transitados gracias a la

aparición de Bruce Chatwin y el periodismo literario. Con “En la Patagonia” fusionó ficción

y periodismo para lograr una narración híbrida, mitad viaje mitad novela autobiográfica

que marcó a otros autores. Junto a él, otros periodistas publicaron libros que elevaron a los

altares el viaje. Kapuscinski mostró la realidad de otras culturas en obras como “Ébano”; Cees

Nooteboom introdujo su talento como poeta en “Desvío a Santiago” y Paul Theroux nos regaló

sus viajes en ferrocarril en “En el gallo de hierro”. Pero hay más, como esos libros “nómadas”

que jamás serían etiquetados como libros de viaje por sus autores. Como la autobiográfica y

derrotada “El pez escorpión” de Nicolas Beouvier o gran parte de la obra del escritor argentino

Martín Caparrós.

 

No caeré en la socorrida y algo “naif” afirmación de que la lectura te permite viajar sin

moverte del sillón, aunque en el fondo me la crea, pero sí reivindicaré, sin imposturas, la

necesidad de estos viajes literarios que nos transportan a lugares conocidos o que creíamos

conocer, sin haber puesto nunca el pie. Y eso no tiene precio. Bueno sí. El de comprar un libro.

Categorías: Libros

Asier Ávila   17.nov.2014 20:57    

Los traductores

    lunes 17.nov.2014    por Asier Ávila    0 Comentarios

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Hace algunas semanas fue el Día mundial de la traducción. Para conmemorarlo se

celebraron algunos actos en centros culturales, se reivindicó su importancia con

artículos periodísticos y se colgaron mensajes optimistas en las redes sociales. En fin,

un día lleno de buenas intenciones.

Pero no me equivoco si afirmo que, a la mañana siguiente, muchos volvimos a

olvidarnos de este asunto. Y es que en esto de la lectura, caemos en el error de

imaginar que los libros los escriben “solo” los autores y que no importa que las novelas

sean inglesas, noruegas o chinas. Son historias, que como por arte de magia, están

escritas en un lenguaje comprensible para nosotros.

En pocas palabras: los traductores son invisibles. O casi.

Pero la realidad es que estamos ante un oficio exigente y en opinión de los

directamente implicados, mal pagado. Si ya era así en los buenos tiempos, imaginad

ahora que el sector está pasando por una crisis agónica y algunos editores ven los

gastos de traducción como un obstáculo más en la publicación de un libro. ¿Cómo

creéis que lo lleva la nueva generación de traductores?

 

Cierto que no todas las editoriales tratan a sus traductores de la misma manera.

Desde hace algún tiempo algunas ponen su nombre en las portadas y firman contratos

de colaboración menos sangrantes, gracias al trabajo que se hace desde la Asociación

de Traductores. Si existirán diminutos brotes verdes en este sector, que hasta han

conseguido poner un pie en la RAE, gracias al traductor de Kafka: Miguel Sáenz, que

se sienta en la b minúscula.

Dicho esto, estaréis de acuerdo conmigo en que sin traductores no existiría la

literatura. Y no solo relacionado con la “importación” de textos, sino también con la

exportación de aquellos escritores españoles que son publicados en el extranjero.

Algunos con más éxito fuera que en casa.

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Walter Benjamin dejó escrito en su tratado “La tarea del traductor” y cito casi

literalmente que: “la finalidad de cualquier traducción literaria es la de ser capaz

de mantener con vida el poder misterioso del lenguaje, más allá del cálculo de

equivalencias entre el original y su traducción”. Y es que los buenos traductores tienen

un alto porcentaje de literato en su ADN. Normal entonces que muchos hayan sido

también novelistas, algunos tan famosos como Borges, que tradujo textos de Poe,

Kakfa o Faulkner al castellano; Javier Marías que hizo lo propio con Laurence Sterne y

Robert Louis Stevenson; y hasta el misterioso Haruki Murakami se atrevió a traducir al

japonés la obra de Raymond Carver y J.D. Salinger.

¿Qué características marcan la excelencia de un traductor literario?

 

Sería fantástico que todos pudiéramos leer en varias lenguas y disfrutar así de la

literatura en versión original. Pero dada esa imposibilidad, aprovecho este post para

cargar contra ese negativo proverbio italiano de “traduttore, traditore”, y reivindicar el

trabajo de los buenos traductores, que no son unos impostores del lenguaje, sino que

son, simple y llanamente... escritores.

Categorías: Libros

Asier Ávila   17.nov.2014 20:43    

Series y sagas

    lunes 17.nov.2014    por Asier Ávila    0 Comentarios

Los cinco

 

Sabido es que los contratos editoriales más importantes de la temporada suelen cerrarse

en las ferias del libro de Londres y Frankfurt, esta última celebrada hace unos días.

Como sabido es, que en los últimos tiempos, el sector editorial ha ganado mucha pasta

con esta modalidad literaria que se mueve entre la serie, la trilogía o la saga. No es que

los libros únicos no funcionen, pero es evidente que el “Continuará” en las historias,

arrasa.

Y si no, que se lo pregunten al malogrado Stieg Larsson, que además de perderse el

éxito brutal de su trilogía Millenium, ahora verá desde los cielos cómo se convierte en

tetralogía, por obra y gracia de otro autor que ha cogido su obra inacabada. Eso sí, a su

viuda, ni agua.

Otros ejemplos recientes, como la trilogía de Baztán de Dolores Redondo, a la que

solo le falta un volumen para echar el cierre, o la serie firmada por de E.L. James “Las

cincuenta sombras de Grey” que se convirtió en un éxito en internet antes de reventar la

listas de más vendidos, apoyan mi tesis.

Pero ¿qué tienen las series, trilogías y demás, para gustarnos tanto?

 

Convendréis conmigo que la literatura de género y las sagas se llevan muy bien.

Principalmente porque el género, aunque tiene reglas que limitan, permiten una

serialidad argumental que evita caer en el tedio. Si eres bueno, claro.

Solo así se entiende el éxito de muchas novelas policiacas protagonizadas por un mismo

personaje: Sam Spade de Dashiell Hammet, Hercules Poirot de Agatha Christie, Kurt

Wallander de Henning Mankell, Pepe Carvalho de Manuel Vázquez Montalbán o la

gran Petra Delicado de Alicia Gimenez Bartlett...

Y lo mismo podríamos decir de la novela histórica con mayor o menor dosis de

bestséller, donde nuestro invitado de hoy destaca de manera especial, o en la novela más

o menos romántica que practica la francesa Katherine Pancol.

Pero donde ha dado resultados especialmente interesantes es en el terreno de la ciencia

ficción y el fantástico. Ahí van algunos ejemplos: “La Fundación” de Isaac Assimov,

el “Señor de los anillos” de Tolkien, “Dune” de Frank Herbert, “Ender” de Orson Scott

Card, “Mundodisco” de Terry Prachet, o la más reciente iniciada por Rosa Montero y

que protagoniza la replicante Bruna Hasky.

 

Un mundo aparte es el de la literatura juvenil. ¡Si es que parece que solo se publiquen

sagas! Y no solo es que se editen muchas, sino que, además, tienden a parecerse unas a

otras. Tanto, que, o eres un lector adolescente o lo tienes claro para diferenciarlas.

¿Queréis pruebas? Veamos... de vampiros: “Crepúsculo” de Sthepanie Meyer,

“Vampire Academy” de Richelle Mead o “Crónicas Vampíricas” de L.J. Smith. De

ángeles y demonios: “Fallen” de Lauren Kate o “Hush Hush” de Becca Fitzpatrick.

Distopías: “Los juegos del hambre” de Sussane Collins, “Divergente” de Veronica

Roth, “Legend” de Marie Lu...

¿Sigo?

 

Si en épocas de bonanza las series, trilogías o sagas han tenido una gran presencia en

el sector editorial, ahora que el negocio está en la UVI, todos apuestan por ellas. Será

que a los lectores les gusta ser fieles y repetir con un mismo protagonista. O que cuando

encuentran una historia que les llena, desean, como todo hijo de vecino, que lo bueno

nunca se acabe. Pues bien, aunque suene a impostura, cerraré este post pensando que lo

mismo os ocurre con este Impostor.

Asier Ávila   17.nov.2014 20:35    

La investigación

    lunes 17.nov.2014    por Asier Ávila    0 Comentarios

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Ya lo digo yo de entrada: hay muchas novelas que se han escrito solo explotando el

imaginario del autor y sin más documentación que sus lecturas personales. Pero no

me negaréis, que lo habitual es que la investigación sea una etapa clave en cualquier

proceso de escritura. Hay que ver cuántos libros, potencialmente fantásticos, dejaron

de serlo por un trabajo de documentación insuficiente e impreciso.

Así que lejos de ser una crítica al poder de fabulación de las novelas, este post de

hoy quiere ser un homenaje a los que se las trabajan hasta la extenuación. O en otras

palabras: el “vivir para contarla” que acuñó el añorado Gabriel García Márquez.

Y como recurrir a los clásicos viste y pone las cosas en su sitio, ahí va una lista de

aquellos ilustres que arriesgaron sus vidas para poder narrarlas después. Herman

Mellville se enroló en un ballenero para escribir Moby Dick; Hemingway condujo una

ambulancia durante la Primera Guerra Mundial y no noveló en “Adiós a las armas”.

Sin sus viajes por África, Joseph Conrad no habría viajado por “El corazón de las

tinieblas”. Y si Jack London no hubiera ido a Canadá en busca de oro y aventuras,

difícilmente hubiéramos leído Colmillo Blanco.

¿Estamos de acuerdo, pues, en la importancia de vivir para contarlo?

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Hoy en día y gracias a internet parece sencillo contrastar cualquier información. Desde

la fecha de una batalla al apellido de un político chino.

Pero claro, cada género tiene su liturgia. A algunos el proceso de documentación ni

les va ni les viene, como los acólitos de la novela romántica, donde la verosimilitud de

la historia no es una condición básica para su disfrute. En cambio hay otros, como los

adscritos al género histórico, que viven sumergidos en una montaña de libros y fechas.

Pienso en Umberto Eco, Ken Follet, Santiago Posteguillo, Robert Graves o Hillary

Mantel. Y qué decir de los más policíacos, que se pasan media vida en juzgados,

comisarías y bajos fondos, como Juan Madrid, Dennis Lehanne, Ian Rankin o Alicia

Giménez Bartlett.

Pero el proceso de investigación puede llegar a ser tan absorbente y fascinante, que

los hay que deciden que la realidad y la ficción se entremezclen. Como hizo Enmanuel

Carrere con las biografías de Limonov y Philip K. Dick; o Francisco Goldman en “El

arte del asesinato político”.

Cuando esto ocurre, ¿de qué género estamos hablando?

 

En cualquier caso, en el periodismo literario de investigación es donde la implicación

por parte del autor llega a su máxima expresión. Ted Conover se pasó varios años

para conseguir el puesto de guardia de prisiones y así escribir un libro desde dentro

de la cárcel; Barbara Ehrenreich dejó su comodidad burguesa para describir la vida de

las clases pobres estadounidenses y trabajó durante un año en oficios precarios y mal

pagados. También podríamos citar las crónicas de Leila Guerriero, y los trabajos de

Daniel Alarcón, Martín Caparrós o Jon Lee Anderson. Así pues, ¿El periodismo es el

salvador del realismo en la literatura?

 

García Márquez siempre se asombraba de que alabaran el lado imaginativo de sus

obras, cuando aseguraba que todo lo que había escrito surgía de la realidad. Una

realidad y una ficción que se retroalimentan, que son la esencia de la literatura y de la

biografía de este Impostor.

Categorías: Libros

Asier Ávila   17.nov.2014 20:17    

La ficción televisiva y la literatura

    lunes 13.oct.2014    por Asier Ávila    1 Comentarios

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La ficción televisiva es el fenómeno cultural del momento. Su repercusión no solo es global e inmediata gracias a internet sino que tiene un nivel artístico insólito en un medio tan criticado como la televisión. La responsabilidad de esta revolución narrativa la tienen, cómo no, los libros y los escritores, que han convertido estas series en una nueva forma de creación literaria.

Pero primero acotemos geográficamente el suceso. La ficción televisiva de la que hablo es un fenómeno global, sí, pero no en cuanto a su producción, pues básicamente se limita a los Estados Unidos e Inglaterra. El motivo de esta concentración es el dinero, claro. La televisión es un negocio y contar historias es solo otra manera de conseguir beneficios. ¿Y quién se ocupa de crear estas historias? Escritores, por supuesto.

Muchos “showrunners”, término que define a los creadores de las series, escriben y además muy bien. Como David Simon, el creador de la ya mítica serie The Wire, que trabajó durante años como periodista en Baltimore hasta que harto de sus jefes decidió coger la puerta e irse. Resultado de su tiempo libre: un libro de no ficción magnífico, de título, Homicidio. Y el caso de Simon no es único. Ahí están David Chase que ha escrito 30 de los 86 episodios de Los Soprano él solito, además de corregir el resto; o Mat Weiner, el creador de Mad Men, que estampa su firma en los créditos de todos los guiones de la serie.¿Y a qué se debe este cambio? ¿El escritor es el nuevo rey de la televisión?

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Los escritores se están forrando con las series televisivas, eso es una evidencia. Algunos tan prestigiosos como Dennis Lehane, Richard Price o George Pelecanos. Y esa ilustre presencia ha logrado, entre otras cosas, que en ocasiones, la adaptación televisiva supere con creces su original en papel. Como es el caso de la serie producida por Martin Scorsesse, Boardwalk Empire, inspirada en una novela de mismo título escrita por Nelson Johnson; o el del moderno y estético Sherlock frente al original de Conan Doyle. Algo parecido encontramos en la adaptación de Dexter que supera con creces la creación del novelista Jeff Lindsay o en la exitosa True Blood y la franquicia literaria firmada por Charlaine Harris. Incluso para algunos Juego de Tronos está por encima de la obra de culto de George R.R. Martin “Canción de hielo y fuego”.

La última en unir referencias literarias y serialidad televisiva ha sido la aplaudida True Detective creada por el también novelista Nic Pizzolatto, que acaba de publicar en nuestro país su novela, Galveston. La serie de Pizzolatto mezcla imaginarios literarios propios de Lovecraft con una trama detectivesca a lo Dashiell Hammet y un trasfondo filosófico alimentado por Nietzche o Schopenhauer. Alta literatura, vaya. Por todo ello, no me extraña que haya editores avispados que publiquen libros en los que se reflexiona sobre esta fantástica ficción televisiva.

Siempre se ha dicho que libros y televisión no casan. Pues aquellos que lo piensen que se apunten algunas de estas series citadas y que disfruten del talento de estos escritores barra guionistas. O que vean programas como Página 2. Lo digo sin imposturas. Y encima me pagan.

 

Asier Ávila   13.oct.2014 22:46    

Cuestión de edad

    lunes 13.oct.2014    por Asier Ávila    1 Comentarios

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La edad de un escritor es un imán para los prejuicios. Demasiado joven y la falta de madurez

provoca que algunos comenten enseguida que tu libro es algo pretencioso; demasiado viejo y

estás pasado de moda.

De cualquier modo y puestos a elegir, diría que el mercado siempre se ha decantado más

por la juventud como valor añadido. Porque ser joven vende. Y si no, que se lo pregunten

a algunos agentes literarios y editores, que hasta hace dos días leían antes la fecha de

nacimiento del autor que su manuscrito De ahí las insufribles etiquetas de: “escritor promesa”,

“autor revelación” o “joven del año”, que suelen decorar las portadas de algunas novelas

primerizas. Mucho más difícil es encontrar la misma reacción cuando superas la cuarentena

y publicas por primera vez. Y mira que la historia de la literatura está repleta de escritores

tardíos.

¿Saben a qué edad se estrenó el padre del género negro, Raymond Chandler? A los 51. El

gran Saramago publicó su segunda novela a los 55 (casi treinta años después de la primera)

básicamente porque, según él, no tenía nada que decir. Uno de mis héroes de juventud, el

norteamericano Charles Bukoswki comenzó a publicar en serio a los 49, después de años

malviviendo a base de trabajos basura y revistas underground.

Así pues, ¿la juventud está sobrevalorada? ¿Es más importante el talento o la experiencia?

Será casualidad, pero debo reconocer que, en mi caso, muchos de mis escritores preferidos

tardaron en publicar, no sé si porque no les dio la gana, tenían otras cosas más interesantes

que hacer o, simplemente, porque prefirieron o bien necesitaron dedicarse a otros oficios antes

de ponerse a escribir y alegrarme la vida.

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Tom Sharpe publicó su primera novela a los 43, después de ser profesor, fotógrafo y vivir en

Sudáfrica durante años. W.G. Sebald se estrenó con Vértigo a los 44, tras años de ejercer la

docencia. El italiano Erri de Luca había sido camionero y mecánico antes de publicar su primer

libro a los 39. La superventas Julia Navarro escribió “La hermandad de la Sábana santa” a los

51, tras una vida dedicada al periodismo.

Y hay más: P.D. James a los 42, Andrea Camillieri a los 53, Luis Landero a los 41, y qué decir

de clásicos como Laurence Sterne, Charles Perrault o Giuseppe Tomasi di Lampedusa.

¿Será que sin experiencia no hay buena literatura?

Doy por hecho que algunos ya van locos por recordarme la figura de escritores precoces como

Rimbaud, Neruda o Vargas Llosa, que mostraron su talento cuando ni se afeitaban. Pero como

leí una vez en boca de la gran Marguerite Yourcenar: “hay libros que uno no debe atreverse a

escribir hasta después de los 40”. Pues aunque suene a impostura, yo añadiría que hay otros,

que casi mejor que no se hubieran escrito nunca.

Asier Ávila   13.oct.2014 18:43    

Un sector editorial sin clase media

    lunes 13.oct.2014    por Asier Ávila    0 Comentarios

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Tras un verano extraño y lluvioso el otoño editorial se presenta calentito. Y no precisamente por el número de novedades (que ha descendido de manera drástica) sino por la retahíla de fusiones, compras y renombres que han dado la última estocada a un sector que ya estaba lejos de lo que inventaron los Janés, Lara, Barral y companía.

Hagamos un poco de memoria. Antes del supuesto duopolio en el que nos encontramos lo cosa era muy diferente, más variada al menos. A mediados de los 80 el gigante alemán Berstleman (propietario de Random House) se hizo con Plaza y Janés mientras la italiana Mondadori compraba el catálogo de Grijalbo. Al final los alemanes se quedaron con todo.Y así estábamos hasta que Berstleman se hace con el 53 por ciento de la mítica editorial inglesa Penguin. Resultado: Penguin Random House. Y ahora en un alarde de rizar el rizo van y compran Alfaguara. Solo de pensarlo asusta. Pero inténtelo: García Márquez, Javier Marías, Cercas, Reverte, Coetzee, Ken Follet, Vargas Llosa, Saramago, Philp Roth, ...

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Y claro ante una alineación así, cualquiera se amilana. ¿Cómo se puede competir ante semejante equipo de galácticos? ¿Las editoriales medianas tienen sentido hoy día?  ¿Lo mejor es vender y no oponer resistencia? Cuestión de expandirse o morir. Planeta nació en un piso de Barcelona, con tres empleados y 100.000 pesetas de capital pero años después compraba editoriales de renombre como Seix Barral, Destino o Espasa-Calpe. Por lo visto el truco estaba en diversificar la oferta así que absorbieron editoriales de ciencia ficción, novela histórica o ensayo como Minotauro, Martínez Roca y Crítica. Así hasta la cincuentena actual. El último fichaje planetario ha sido el de Tusquets, que tras la jubilación de Beatriz de Moura y los ajustes presupuestarios acaban de mudarse al famoso edificio Planeta.

¿Pero cómo se dirige algo tan grande?¿La figura del editor sigue vigente o todo son estudios de mercado? ¿El libro es ya solo un producto comercial más. Y luego está la desaparición de la vieja guardia, de aquellos editores que construían catálogos a golpe de ingenio y lecturas. Algunos como el recientemente fallecido Jaume Vallcorba, dueño de Acantilado, que ha legado la editorial a su esposa Sandra Ollo han apostado por la independencia mientras otros han preferido buscar una venta tranquila como Jorge Herralde y su mítica Anagrama que dentro de dos años ya será parte de la italiana Feltrinelli.

En fin, vienen tiempos de cambios, llenos de dudas y posibilidades y yo, que sin disfraz de impostor mantengo el mismo seudónimo bloguero, me alegro a medias. Sin imposturas.

 

 

Asier Ávila   13.oct.2014 18:08    

El impostor

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Página 2 cuenta esta temporada con la inestimable colaboración de un bloguero muy peculiar y transgresor, que todas las semanas redacta un post televisivo donde aborda cuestiones literarias no siempre sujetas a la actualidad. Escribe de lo que quiere y como quiere. Pero eso sí, para complementar su opinión, pide la ayuda de diversos invitados. Este post se ve, se escucha y también se lee, ya que todas las semanas aparecerá publicado en la web del programa. Por cierto, semejante individuo sólo podía ser: El impostor.
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