Carta a la depresión
miércoles 17.feb.2016 por Equipo El Ojo Clínico 0 Comentarios
(Por el Dr. José María Ferrer)
Buenos días, depresión:
Te escribo esta carta para despedirme. Viniste hace un año cargada de tristeza, insomnio, falta de apetito... y conseguiste que no tuviera energía ni ganas de hacer nada. Cuando intentaba hacer cosas que me gustaban no disfrutaba con ellas, estaba como en un "agujero negro" de esos de los que tanto se habla últimamente.
Mi familia no me entendía. No había motivos para que aparecieras. Yo no te llamé ni había causas aparentes para tu llegada, pero así fue, te apoderaste de mí y dejé de ser la que era. Me costó mucho reaccionar, estaba avergonzada y culpable de que hubieras venido. Me creía débil y muy, muy pequeñita. Estaba casi todo el día triste, solo salía a trabajar y no quería quedar con mis amigas. Ni siquiera arreglarme. Dejé de hacer todas esas cosas que me gustaba hacer. Yo no era así, mi familia no me reconocía. La verdad es que ni yo misma me reconocía.
Un día mi madre, tras verme así durante un mes, pidió cita con mi médico de familia y me obligó a ir pese a que yo no quería. Me daba pavor ponerme a llorar en la consulta (¡qué vergüenza!). El médico pensaría que soy débil y no me entendería. Y allí aparecí, me senté y rompí a llorar antes de empezar ni siquiera a hablar. Qué mal me sentí. Él me miraba sin decir nada aunque me transmitía tranquilidad, cercanía y seguridad. Algo que agradecí mucho en aquellos momentos, porque como después me explicó, a veces es necesario llorar y llenar los cubos de lágrimas que hagan falta y a partir de ahí empezar a subir los escalones que nos lleven a estar como estábamos antes. Le conté como me sentía, lo que me pasaba y la vergüenza que me daba mi llanto. En definitiva, mi estado de ánimo.
Y ese mismo día subí mi primer escalón, porque me explicó que lo que tenía era una enfermedad llamada Depresión y que es igual que cualquier otra solo que con algunos síntomas menos habituales. Ese día entendí que yo no era culpable de tenerla, del mismo modo que mi hermana no era culpable de ser asmática o mi padre de ser hipertenso, y que de la misma forma que ella no se planteaba pedir perdón cuando tenía tos, yo no debía sentirme mal por llorar. Igual que el asma afecta a los pulmones, mi depresión afectaba a mi cerebro, tenía en la reserva esas sustancias que contribuyen a mantener bien nuestro estado de ánimo.
Una vez entendí quien eras, que no era culpa mía y que no tenía qué avergonzarme de cómo estaba, pensé: “Bien. Sé lo que tengo, y ahora ¿qué hago para ser la que era?" Había dos cosas fundamentales para vencerte. Por un lado, tomar un medicamento que me subiría esas sustancias que tenía tan bajitas en mi cabeza (aunque me avisó mi médico de que tardaría unas tres semanas). Y hacer más cosas: primero empezar a hacer pequeñas actividades que había dejado de hacer cuando te apoderaste de mí, como poner algo de música como hacía antes, dar y disfrutar de largos paseos, y otros tantos pequeños gestos que me irían llevando a hacer otras cosas... hasta que un día me di cuenta de que ya no estabas. Había conseguido que te fueras.
Así que aprovecho esta carta para decirte adiós, aunque aún tendré que seguir tomando el medicamento para que no vuelvas. De todas formas, prepárate. Porque si vuelves te volveré a vencer. Si algo sé, es que todos estos meses que has estado conmigo has conseguido que me vuelva más fuerte y segura de que soy capaz de vencerte una y mil veces.
Adiós, depresión.