El olivo y el abuelo: realidad y ficción
Por David Bernal
“Haces una película en contra de que se arranquen los olivos y se vendan. Pero hay una escena donde se arranca un olivo. ¿Cómo contamos esto de una manera creíble?”. Esta fue, en palabras del productor Juan Gordon, la paradoja a la que se enfrentó el equipo de El Olivo a la hora de rodar. La idea de arrancar uno de verdad iba en contra de los valores de la historia. Hacerlo con efectos digitales tampoco tenía sentido porque la protagonista, Alma, se encarama a él tanto de niña como de adolescente. Finalmente optaron por construir un olivo artificial que fuera creíble. Aunque para eso primero había que encontrar uno que sirviera como modelo.
“El olivo es otro personaje más, por lo que tenía que ser un pedazo de olivo con buena copa y buen tronco, un olivo con carisma” nos cuenta Iciar Bollain. La directora de arte de la película vió un montón y le enseñó una selección de 50 para que eligiera uno. “A este lo vi y me fascinó. Es un olivo que te emociona, te da respeto”.
Para construir su réplica se tardaron seis semanas, mas una para volverlo a montar en Alemania dentro del edificio de la multinacional que lo utiliza como logo de una sostenibilidad mal entendida. El productor Juan Gordon nos explica el proceso: “La estructura interior es de hierro desmontable. Para el aspecto exterior se fueron haciendo moldes de silicona, trocito a trocito, como cuando numeran las piedras de un monasterio que quieren trasladar de sitio”. Y prosigue: “Con este molde -el negativo- se hizo un positivo con una resina súper dura. Estos trozos se fueron montando uno a uno. Y luego hubo que pintarlo, que es otro arte”. Pero ahí no terminó todo, porque las ramas del olivo tardan dos días en secarse, por lo que para que aguantaran en Alemania hubo que hacerlas también de mentira. Cuando veáis la película os daréis cuenta de que tanto esfuerzo mereció la pena y nadie notará diferencia.
Otra de las dificultades de El Olivo fue encontrar al abuelo, otro personaje fundamental. Iciar barajó algunos actores profesionales e incluso hizo un casting por los pueblos de Bajo Maestrazgo que no tuvo demasiado éxito. Finalmente el azar hizo que un día, viera a un hombre bajándose de un tractor y exclamara: “¡Es él!”. Su nombre es Manuel Cucala y, como su personaje, es un anciano de la zona que ha dedicado su vida a cuidar de sus olivos. “Es muy difícil encontrar a un actor profesional con esas manos y esa cara. Este hombre lleva toda la vida trabajando en los olivos y lo tiene pintado en el rostro” se justifica la directora, que cuando le dirige lo hace con indicaciones breves y básicas pero precisas. “Tiene 74 años pero lo hemos avejentado. Y está como un roble. Se sube a los olivos como un gamo”.
Pese a su falta de experiencia, Manuel ha sido una revelación para todos por su personalidad y su talento. “No tiene ningún problema en identificarse con el personaje -explica Iciar-. Hay una escena en la que le dicen que hay que vender el olivo y se emocionó muchísimo porque tiene un olivo del que no se desprendería jamás”. ¿No es acaso eso lo que hacer los actores que siguen el método Stanislavski?
La gran sorpresa se produjo cuando el equipo descubrió que El Olivo no era la primera película en la que Manuel había participado. “Estás charlando con él y de repente saca de la cartera una foto en blanco y negro vestido de romano –rememora Juan Gordon-. Resulta que haciendo la mili ¡le mandaron de extra en La caía del Imperio Romano! Las ironías de la vida”.