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Postrelato XXXVII

Felicitamos a los ganadores del Postrelato anterior , Vivir peligrosamente: mcrm y Lucifer. Esperamos vuestros datos para poder premiaros como merecéis. ([email protected]).

Y ahí va el inicio del Postrelato 37 (ya está arriba en números romanos):

"Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó"

Esperamos aquí mismo vuestras respuestas. ¡Venga, que quedan pocos!

19 Comentarios

Participaré cuando tenga tiempo :)

"Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó". Así resumía mi abuelo el breve periodo en que Granada pudo ser ciudad independiente, el periodo en que crearon la utopía. Todo parecía ir tan bien que el mismo Tomás Moro aparecería un día para ser retratado con los impulsores de su invento, pues sólo faltaba la magia de su padre para ser el acontecimiento mundial que ocuparía todos los libros tras la revolución francesa.

La República había dado el primer paso para la posibilidad de una ciudad con gobierno propio como en la Grecia antigua que tanto gustaba a mi abuelo, de manera que en cuanto recibió la posibilidad desde Madrid no tardó más de un día en hacer llamar a todos los intelectuales que vivían en la ciudad. Los distintos catedráticos, médicos y farmacéuticos, así como diversos licenciados e hidalgos de los pueblos cercanos, fueron acercándose al palacio consistorial para aportar su pequeña luz al proyecto que tenía en mente. Algo más, tal vez un mes, fue lo que tardaron en llegar otros que habían sido llamados, pero que residían en ciudades más lejanas, como Valencia y Sevilla; igualmente escuchados por él, aportaron todas sus ideas a un proyecto que no era ya político, sino social, cultural y filosófico.

El 20 de julio de 1873 fue fundado el proyecto, la nueva ciudad que sería referente para el resto de Andalucía, e incluso para Europa. Granada sería la cuna del progreso y mi abuelo estaba a la cabeza. Era el fin de las desigualdades sociales que había buscado el socialismo, el fin de los estamentos que buscó Francia, la economía al acceso de todos y la renuncia a privilegios por parte de todos para favorecer a los más débiles. Se reducían las horas de trabajo, pero todos trabajarían, hasta la familia más noble de la ciudad, se prohibía el servicio y se garantizaban los mismos derechos a todos, se tabajarían menos horas, la cultura sería para todos y se acababa con cualquier cepo por familia...

Demasiado bueno, con el beneplácito de todos, hasta del mismísimo Arzobispo y su fiel clero, no tardó en derrumbarse para pasar a ser un proyecto más. El presidente de la República no dudó en desdecirse por los múltiples fracasos que hubo en tantas ciudades españolas. Mi abuelo sólo podía llorar de impotencia y apretar los puños cada vez que lo recordaba; suspiraba y miraba al techo de su cuarto para intentar contener las lágrimas que ya comenzaban a correr por sus mejillas.

"tres semanas inolvidables". Repetía, pero nunca decía nada más. La felicidad era un licor que abundaba en las copas que contenían todos los ciudadanos, hasta los gitanos que vivían en la Alhambra y que solían ser despreciados por los granadinos, hasta el servicio del señor más déspota fue por unos días un hombre normal en una civilización nueva. Todo fue pasto de las llamas que arrasaron el proyecto de la libertad que fracasaría posteriormente en Rusia, pero que triunfó esos veinte días en Granada. Tal vez el avance era excesivo para un país demasiado atrasado, tal vez los sueños no puedan volar tan alto y tengan que convivir con una dura realidad para emerger de vez en cuando y marcar un horizonte que oriente nuestra búsqueda de libertad en un mundo corrompido. Lo ignoro. Lo que sí sé es que mi abuelo me recordará siempre que la felicidad es posible y que el proyecto que acabase en tres semanas algún día se realizará.

"Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó". Así resumía mi abuelo el breve periodo en que Granada pudo ser ciudad independiente, el periodo en que crearon la utopía. Todo parecía ir tan bien que el mismo Tomás Moro aparecería un día para ser retratado con los impulsores de su invento, pues sólo faltaba la magia de su padre para ser el acontecimiento mundial que ocuparía todos los libros tras la revolución francesa.

La República había dado el primer paso para la posibilidad de una ciudad con gobierno propio como en la Grecia antigua que tanto gustaba a mi abuelo, de manera que en cuanto recibió la posibilidad desde Madrid no tardó más de un día en hacer llamar a todos los intelectuales que vivían en la ciudad. Los distintos catedráticos, médicos y farmacéuticos, así como diversos licenciados e hidalgos de los pueblos cercanos, fueron acercándose al palacio consistorial para aportar su pequeña luz al proyecto que tenía en mente. Algo más, tal vez un mes, fue lo que tardaron en llegar otros que habían sido llamados, pero que residían en ciudades más lejanas, como Valencia y Sevilla; igualmente escuchados por él, aportaron todas sus ideas a un proyecto que no era ya político, sino social, cultural y filosófico.

El 20 de julio de 1873 fue fundado el proyecto, la nueva ciudad que sería referente para el resto de Andalucía, e incluso para Europa. Granada sería la cuna del progreso y mi abuelo estaba a la cabeza. Era el fin de las desigualdades sociales que había buscado el socialismo, el fin de los estamentos que buscó Francia, la economía al acceso de todos y la renuncia a privilegios por parte de todos para favorecer a los más débiles. Se reducían las horas de trabajo, pero todos trabajarían, hasta la familia más noble de la ciudad, se prohibía el servicio y se garantizaban los mismos derechos a todos, se tabajarían menos horas, la cultura sería para todos y se acababa con cualquier cepo por familia...

Demasiado bueno, con el beneplácito de todos, hasta del mismísimo Arzobispo y su fiel clero, no tardó en derrumbarse para pasar a ser un proyecto más. El presidente de la República no dudó en desdecirse por los múltiples fracasos que hubo en tantas ciudades españolas. Mi abuelo sólo podía llorar de impotencia y apretar los puños cada vez que lo recordaba; suspiraba y miraba al techo de su cuarto para intentar contener las lágrimas que ya comenzaban a correr por sus mejillas.

"tres semanas inolvidables". Repetía, pero nunca decía nada más. La felicidad era un licor que abundaba en las copas que contenían todos los ciudadanos, hasta los gitanos que vivían en la Alhambra y que solían ser despreciados por los granadinos, hasta el servicio del señor más déspota fue por unos días un hombre normal en una civilización nueva. Todo fue pasto de las llamas que arrasaron el proyecto de la libertad que fracasaría posteriormente en Rusia, pero que triunfó esos veinte días en Granada. Tal vez el avance era excesivo para un país demasiado atrasado, tal vez los sueños no puedan volar tan alto y tengan que convivir con una dura realidad para emerger de vez en cuando y marcar un horizonte que oriente nuestra búsqueda de libertad en un mundo corrompido. Lo ignoro. Lo que sí sé es que mi abuelo me recordará siempre que la felicidad es posible y que el proyecto que acabase en tres semanas algún día se realizará.

"Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó". Así resumía mi abuelo el breve periodo en que Granada pudo ser ciudad independiente, el periodo en que crearon la utopía. Todo parecía ir tan bien que el mismo Tomás Moro aparecería un día para ser retratado con los impulsores de su invento, pues sólo faltaba la magia de su padre para ser el acontecimiento mundial que ocuparía todos los libros tras la revolución francesa.

La República había dado el primer paso para la posibilidad de una ciudad con gobierno propio como en la Grecia antigua que tanto gustaba a mi abuelo, de manera que en cuanto recibió la posibilidad desde Madrid no tardó más de un día en hacer llamar a todos los intelectuales que vivían en la ciudad. Los distintos catedráticos, médicos y farmacéuticos, así como diversos licenciados e hidalgos de los pueblos cercanos, fueron acercándose al palacio consistorial para aportar su pequeña luz al proyecto que tenía en mente. Algo más, tal vez un mes, fue lo que tardaron en llegar otros que habían sido llamados, pero que residían en ciudades más lejanas, como Valencia y Sevilla; igualmente escuchados por él, aportaron todas sus ideas a un proyecto que no era ya político, sino social, cultural y filosófico.

El 20 de julio de 1873 fue fundado el proyecto, la nueva ciudad que sería referente para el resto de Andalucía, e incluso para Europa. Granada sería la cuna del progreso y mi abuelo estaba a la cabeza. Era el fin de las desigualdades sociales que había buscado el socialismo, el fin de los estamentos que buscó Francia, la economía al acceso de todos y la renuncia a privilegios por parte de todos para favorecer a los más débiles. Se reducían las horas de trabajo, pero todos trabajarían, hasta la familia más noble de la ciudad, se prohibía el servicio y se garantizaban los mismos derechos a todos, se trabajarían menos horas, la cultura sería para todos y se acababa con cualquier cepo por familia...

Demasiado bueno, con el beneplácito de todos, hasta del mismísimo Arzobispo y su fiel clero, no tardó en derrumbarse para pasar a ser un proyecto más. El presidente de la República no dudó en desdecirse por los múltiples fracasos que hubo en tantas ciudades españolas. Mi abuelo sólo podía llorar de impotencia y apretar los puños cada vez que lo recordaba; suspiraba y miraba al techo de su cuarto para intentar contener las lágrimas que ya comenzaban a correr por sus mejillas.

"tres semanas inolvidables". Repetía, pero nunca decía nada más. La felicidad era un licor que abundaba en las copas que contenían todos los ciudadanos, hasta los gitanos que vivían en la Alhambra y que solían ser despreciados por los granadinos, hasta el servicio del señor más déspota fue por unos días un hombre normal en una civilización nueva. Todo fue pasto de las llamas que arrasaron el proyecto de la libertad que fracasaría posteriormente en Rusia, pero que triunfó esos veinte días en Granada. Tal vez el avance era excesivo para un país demasiado atrasado, tal vez los sueños no puedan volar tan alto y tengan que convivir con una dura realidad para emerger de vez en cuando y marcar un horizonte que oriente nuestra búsqueda de libertad en un mundo corrompido. Lo ignoro. Lo que sí sé es que mi abuelo me recordará siempre que la felicidad es posible y que el proyecto que acabase en tres semanas algún día se realizará.

“Fueron tres semanas inolvidables después todo acabó. Volvimos a nuestras vidas degolladas por el hambre y la certeza, la mezquindad y el olvido, el poder y la violencia, la pobreza y el honor, el ardimiento y la descomposición, la frialdad y el descuido. Se llevaron las camisetas propagandísticas y nos pusimos nuestras ropas de tercermundistas. Nos guardamos las fotografías y los posados ante desadvertidas cámaras, por detrás de curiosas personas desconocidas. Alguien pretendió llevarse un balón de recuerdo. Y le invitaron a leer “Reinventar África” desde la cárcel. Allí un preso se burló poniendo música a “Toda la Naturaleza”. Y perdió Tiempo porque la libertad no es como debe…”

“Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó. ¡Y menos mal! Cambios posturales, asépticas almohadas, tenues luces, esquivas sombras en penumbra. Agujas hipodérmicas, bombas de alimentación, lubricantes, tubos endotraqueales, sistemas de oxígeno, sondas, drenajes, gasas, sangre... Alarmas, agitación, ansiedad… Irritabilidad, gruñidos, náuseas, vómitos. Ella, cansada y sola, esperando sentada en el incómodo butacón color maleza. Sus encallecidos dedos acariciando puntos en relieve. Su voz lacrimosa susurrando versos de “Rubaiyat”. Atenazado por mi silencio, mi subconsciente le sonreía un epitafio: “Fin de la Crisis”.

“Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó. Ella se quedó suspendida en la rueca de los recuerdos. Entretejida por el aire de la nostalgia para que, cuando envejezca, mi mente en fuga asalte al pasado. Y los labios sueñen a deslizarse, saboreando el amor en esencia; resbalándose, ahogados en el licor de sucintos ósculos; paseando, robando al abyecto Tiempo sedantes ocasos y tempranas auroras. Rociados por un coro de rumores campestres, en tanto que La guadaña nos impreca frente a trompas de Eustaquio en estado vegetativo. Lluvia de versos: “Poemas a Lesbia” recitados desde la senectud para que Ella no se transforme en Ausencia, esa misma que –en el continente del Progreso- provoca la enfermedad del olvido.”

Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó.

Esa noche el alcohol, junto con el revoltijo de hormonas veraniegas que fluían por nuestros cuerpos desde primeras horas de la mañana, aflojaba nuestras tímidas lenguas, empujaba nuestras extremidades del positivo al negativo y viceversa.
Así, en aquella terraza auténticamente mediterránea de la costa almeriense, tus dedos tiraron de los míos hacía la barra y pediste apresurada dos chupitos, otros dos, otros dos,... Y como aquella canción de Gabinete Caligari en la que después de los tres puyazos de ron se arrimaban mutuamente, hice frente a la situación con torería y valor. ¡De esa noche no recuerdo mucho más!
A la mañana siguiente unos ojos que rebosaban mezcla de Norte natal y Sur actual, me estaban mirando fijamente sin decir nada pero contándomelo todo:
"Eres la primera persona con la que me acuesto y no me quiere follar la primera noche". Y continuó mirándome fijamente, acariciando mi pelo y tocándome los labios con la yema de los dedos.

Fue un verano de esos que, cuando tienes ochenta y nueve años y estás hablando con tus nietos, o escribiendo una carta con las manos arrugadas y los ojos llenos de lágrimas, quieres llevarte a la tumba, con todos sus segundos, sus aromas, colores y recuerdos.

En Octubre, desperté, y buceé hasta comprender lo más oscuro de su blanca actitud norteña. Un impulso mediterráneo envenenó mis venas imantándolas y arrastrándolas a la tierra que me vio crecer e hice la maleta y me despedí para siempre, llevándome la esencia de nuestra primera noche conmigo.
¡Sí, la culpa fue del Cha-cha-chá!

Fueron tres semanas inovidables, después todo acabó.
Finalizadas sus vacaciones, Gris camina apaciblemente hacia su coche cuando le llama la atención el escaparate de una agencia de viajes. Perplejo, contempla la oferta de destinos y las frases reclamo que los acompañan. El mensaje principal en grandes letras y colores fluorescentes dice:
"Anímate. Deja la crisis atrás por unos días y comprueba lo mal que viven en el Tercer Mundo".
Naturalmente a Gris también le preocupa la crisis pero hoy estaba de mejor humor. El motivo es que acaba de comprar? en una tienda el último disco de Los Planetas y esto le ha alegrado el día. Está deseando llegar al coche para ponerlo pero no puede apartar la vista de la vitrina.
En negro sobre verde y al pie de una foto con niños desnutridos africanos puede leer:
"Si piensas que lo tuyo son problemas, viaja a Sudán. Ellos no tienen nada que llevarse a la boca. Podrás ser testigo en primera persona de lo que tantas veces has visto en los telediarios. Experimenta la mirada de gratitud de las madres al recibir tus limosnas. Fotografía su drama con total seguridad. Viaje de una semana en pensión completa y alojamiento en el mejor hotel de la zona. Valorarás más lo que tienes aquí. Precios en el interior".
Gris miró a través de los carteles intentando ver el interior del establecimiento. No lograba ver más que una pequeña parte. Una mesa atendida por un hombre de edad parecida a la suya y una pareja joven sentada frente a él. Se retiró un poco de la cristalera para poder ver el cartel del establecimiento. De Viaje. Por un momento le vino a la mente la canción y algunos recuerdos asociados y luego pensó en la coincidencia. Volvió a acercarse y se fijó en otro cartel en que aparecían los dos huecos que dejaron los grandes Budas que volaron los Talibanes en Afganistan.
Debajo podía leerse:
"Encuentra a Bin Laden. Descubre la emoción de un país en guerra. Comprueba con tus propios ojos los efectos del nuevo armamento. Un país en ruinas. Los Burka. Visita a nuestras tropas humanitarias. Eso sí que es crisis. Serás el centro de todas tus reuniones. Seguridad privada y en hoteles de primera. Consulta Precios".
A estas alturas pensaba que se trataba de una broma y decidió entrar a informarse. Miró de nuevo esta vez a través de la puerta y comprobó que el local era muy pequeño. No había nadie más. Allí estaba la pareja y el señor. Pensó que sería mejor esperar fuera a que salieran ellos y volvió al escaparate.
Bajo un fotomontaje de industrias coronadas por la Gran Muralla podía leerse:
"China, los nuevos amos del mundo. Experimenta en tus propias carnes 24h de trabajo según su modelo. Descubre sus condiciones laborales, sus viviendas, su modo de vida y luego Quéjate si te atreves. La fábrica del mundo. Experimenta cómo se vive sin derechos. Buen alojamiento y comida. Precios asequibles".
Al salir la pareja Gris entró al local.
El sr. Belano se presentó con amabilidad exquisita y le invitó a tomar asiento.
Al escuchar su nombre, Gris decidió probar. Le dijo: he visto que vende usted viajes un tanto especiales. Yo estaría interesado en ir a México. Muy buena elección, le puedo hacer dos propuestas. Se levantó hacia la estantería cercana y vino de nuevo con dos folletos que dejó en la mesa. El primero de ellos ilustraba una pick-up con militares fuertemente armados patrullando en las cercanías de un basurero. Señalándolo, Belano dijo: juaritos, así la llaman los que viven allí. Está incluida una ronda nocturna con la policía en su coche de patrulla. Experimentará la emoción del día a día en una ciudad tomada por el narcotráfico, con uno de los índices de violencia más altos del mundo. Conocerá cómo se trabaja en las maquiladoras y será testigo de la deplorable situación de sus trabajadores, de la miseria moral y humana que allí habita. Volverá nuevo y podrá relativizar con facilidad sus propios problemas. No se preocupe, su integridad está garantizada. Otra opción es viajar al sur y convivir con los pueblos indígenas en la frontera con Guatemala y.. No, dijo Gris, yo más bien pensaba en un recorrido que me llevara a conocer Comala, el D.F de los realvisceralistas, los estados de Sonora y Oaxaca y finalizar bajo el Volcán. Mientras decía esto, Gris miraba con atención a Belano a la espera de alguna señal, pero no ocurrió nada en su amable y bronceado rostro. No creo que pueda ayudarle esta vez, dijo, ya ve que nuestra propuesta se sale un tanto de lo habitual. Si ya veo que estaba equivocado, creo que seguiré buscando, dijo Gris. En ese momento se abrió la puerta y entró una señora con aspecto de beata con traje de domingo. Gris aprovechó para despedirse y mientras salía escuchó la pregunta que la señora hacía a Belano: dígame sr. ¿tiene usted viajes a Tierra Santa?.
Ya en la calle consultó su reloj y camino de su coche aceleró el paso sin saber qué pensar y mientras caminaba le sonó el móvil y una llamada del trabajo interrumpió sus pensamientos y los colocó en otro plano.

Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó.

Nos quedo una sensación de satisfacción completa, pero ni un solo recuerdo.

Fueron tres semanas inolvidables, después todo se acabó.

Y no pudo acabar mejor. Promesas de cartas y llamadas que, eso si, nunca llegarían. Lágrimas sin fin y la necesidad de otro abrazo.

¡Que buenas fueron esas tres semanas! Momentos inolvidables junto a .... ¿cómo se llamaba aquella chica del verano del 83? ¿o era del 84?

"Fueron tres semanas inolvidables; después todo acabó". Yo era feliz con mi camión y mis rutas cansinas, pero tenía una pasión oculta y comprometida: Laura, la dama de la empresa. Yo le entregaba albaranes y demás, pero inventaba un montón de argucias para ascender aquellas escaleras de mecano y adentrarme en su reducto de carpetas, faxes y quehaceres. Sus voluptuosas curvas lograban que mi mente calenturienta se desbordara por formas y texturas en busca de una excitación arrebatadora. Aquellos abundantes juegos con sus piernas, apenas escondidos por sus ajustadas y escuetas faldas, fueron abriéndome camino hacia una tórrida pasión de deseo.
Acostumbrados como estábamos al reducido espacio de su oficina, supuse que Laura no tendría demasiado inconveniente en usar la litera del camión. Así que un día dejó una nota a su marido en aquella vetusta oficina diciéndole que se iba tres semanas a las montañas del norte para estar con sus padres. Y se subió a mi camión. No le importó transitar por aquellas trilladas y polvorientas rutas de la España más árida. Estoy seguro de que aquellos bares de carretera en pleno desierto de Los Monegros, por ejemplo, no le entusiasmarían en demasía, pero Laura entraba agarradita a mi mano, complaciéndome en aquellos ambientes para sobados traseros de autovías sabiendo que después nos esperarían un montón de ratos desgarradores en la litera del camión. Para mí, la zona de Los Monegros suponía mi particular "Ruta 66", y mi imaginación volaba creyéndome un indómito diablo de la carretera por aquellas interminables rectas entre Boston y California. Claro que (ya en mi realidad) también sentía un especial gusanillo interior cuando veía encendidas las luces de todos los clubes de alterne que tan bien conocía. Pero en aquel viaje me sentía como un moderno caballero andante llevando en mil loores a mi dama, sin necesidad de frecuentar los camastros de -ven-pon-quita-y paga.
Y Laura era feliz, a pesar de la distancia social y moral que nos distanciaba. Sus formas, modales y finuras no hacían sino llenarme de orgullo, y ella se sentía como una enloquecida colegiala haciendo novillos con aquel portentoso correcaminos. Habíamos decidido tomarnos aquel periplo de las tres semanas como un viaje de novios antes de la ceremonia. Si quedábamos satisfechos y dichosos, Laura escribiría a su marido exponiéndole la prolongación de su estancia en las montañas del norte con sus seres queridos. Pero resultó que yo también tenía otros seres queridos y en una parada mientras enfilábamos hacia el desierto de Tabernas, ella se quedó dormitando en la cabina mientras yo entraba en faena en uno de los "farolillos rojos". Todo lo rápido que pude decidí acceder a uno de los reservados y flirtear con una morenita. Pedí servicio completo y las caricias de la amante de bronce me estremecieron hasta el preciso instante en que los dedos de la mano de Laura corrieron la cortina de aquel perdido reservado. Aún y todo, terminé mi faena. Cuando salí, vi alejarse en una estela de polvo a un taxi blanco que transportaba la negrura de su sufrimiento. Aquel final me había condenado a la fábula de la rana y el escorpión. Y en este caso mi ranita tuvo que soportar con su dulce decencia como mi alacrán le clavaba el aguijón de mi instinto matador. Tal es mi condición.

Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó. Ni se me hubiera ocurrido, incluso en mis fantasías aventureras más atrevidas, imaginarme la situación a la que me vi arrojado aquella tarde de verano temprano de 1.999. Salí de mi despacho alrededor de las 18:00, bajé hasta el parking del enorme edificio que mi empresa compartía con las oficinas centrales del Centro Nacional de Inteligencia. Cuando llegué al coche me di cuenta de que me había dejado las llaves sobre mi mesa y volví a por ellas, atravesando de nuevo aquel enorme y vacío sótano. Noté algo raro en los pasillos de acceso, como si fuera la primera vez que los pisaba, pero lo achaqué al cansancio acumulado durante la semana y continué caminando, de repente una mano en mi hombro me frenó en seco “¿Señor Stern?”, me volví extrañado y descubrí a quién me llamaba por mi segundo apellido, desconocido para la mayoría de mis nuevos compañeros; Llevaba desde el lunes trabajando allí, como analista de mercados internacionales, y no conocía aún a aquel hombre serio de traje oscuro. “Acompáñeme, por favor, Señor Stern, le estábamos esperando”. Caminamos unos minutos hasta llegar a una puerta blindada que él abrió con la ayuda de una tarjeta codificada y el escaneo del iris de su ojo izquierdo. Entramos en una inmensa estancia a la que no le faltaba detalle de confort alguno y me pidió amablemente que me sentara en el sofá rojo que había al fondo; Me dejó allí sólo, no sin antes despedirse con estas palabras: “Estaremos eternamente agradecidos por la información que va a brindarnos, Señor Stern”; Enseguida se abrió una puerta lateral y entraron tres señores de mediana edad, vestidos de la misma guisa que quién me guió hasta allí, y empezaron a preguntarme que impresiones tenía acerca de uno y otro país. Cuando estos terminaron, entraron otros, después otros, y así sucesivamente. Como podía, intercalaba alguna siesta, ducha, algo de picoteo e incluso veía, de vez en cuando, la televisión. Después de una semana estando allí, empecé a notar que existía cierta relación entre las preguntas que me hacían y las noticias que, sobre política exterior, aparecían en el telediario. A la segunda semana mis sospechas se hicieron realidad al comprobar que la mayoría de las ideas que había compartido con aquellos señores se materializaban, una tras otra, en forma de acciones militares o políticas por parte de nuestro gobierno. A mediados de mi tercera semana de estancia allí, el hombre serio del primer día abrió la puerta y dirigiéndose a mí, me dijo “Señor Stern, gracias por su ayuda, no le molestaremos más”; Sin apenas rozarme, me acompañó hasta el ascensor, bajé hasta el sótano y caminé hacia mi coche, a mitad de camino encontré, en el suelo, un periódico abandonado, con pinta de llevar allí varios días; En él aparecía, en portada, la foto de un tal Stern, diplomático alemán fallecido, en extrañas circunstancias mientras practicaba paddle en un céntrico hotel madrileño.

Fueron tres semanas después todo se acabó.

Citó.La vida entenderla y vivirla no es tarea fácil.
Cuando te atrapa y te absorbe, te remueve las entrañas.
Atada por un cordel blanco.
Los ojos de un niño la dibujan, más no podrá un adulto
profesarla de corazón gallardo, tan sólo un corazón puro podrá caminarla, saborearla, comulgarla.

De fino paño son las vestiduras y no se rasgan al contacto de la hiel.
La viña las guarda.El cielo las proteje .El sol les da esperanza.

Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó. Quieras o no lo primero o lo segundo; que acabara, que no hayas dejado de recrearte en cada centésima de segundo de aquellos días. Así fue, fuiste tú quién decidió echar el freno, maldita volátil. Fuiste tú quien precipitó la fecha de caducidad, quien no soportaba una relación con sabor a subjuntivo, quien sacó de la nada una sarta de argumentos para llegar hasta donde estás ahora.

El más absoluto silencio.

Y entre tanto, chica de la mirada perdida, experta en historias complicadas e infortunios varios, atrévete a decir que no te mueres por volver a emborracharte de su saliva. Que no desearías que esta habitación no estuviera vacía.


Raquel
([email protected])

Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó.
Lo encontré una noche recostado en el contenedor de basura. Se hallaba entre un montón de desangrados y mutilados enseres producto de la desbordada gula humana.
En principio me pareció un bulto maloliente y maltrecho, despojado de toda dignidad. Un deshecho de nuestra podrida sociedad de consumo. Claro que precisamente esa noche no estaba en condiciones de hacer ningún análisis objetivo. Mis neuronas flotaban en alcohol, no respondían a ningún estimulo sensorial. La noche que lo conocí, mi capacidad de discernimiento se limitaba, únicamente, a poder diferenciar un taxi de un camión.
Al verlo pensé si sería una tabla de planchar o quizá una tumbona. Estaba oscuro, mi claridad cerebral caminaba pareja a la escasa luz y mi intuición era un simple ovillo.
Sin estar segura del objeto de saqueo, lo arrastre cogido de cualquier parte; más mientras lo alejaba de aquel putrefacto lugar, fui cerciorándome de su forma humana…
El camino hasta llegar al portal fue abrupto: trastabilleos, caídas, choques frontales con farolas que surgieron de improviso. Más tarde, ya en la puerta, la maldita cerradura, inexplicablemente, se duplicó. Tres veces lo intenté y las tres rechinó la llave sobre el cristal, casi lo parto, hasta que a la cuarta logré hacer diana y giró enloquecida.
El ascensor me confirmó lo que sospechaba, era similar a un hombre, no de los que salen en los Informativos de TV, simplemente parecido… Me aproximé a su masa y con gozo percibí algo presionando mi bajo vientre.
Lo aseé y acosté. Era frágil y manejable, sin apenas peso. Dormí junto a él pocas horas, el resto, hasta clarear el día, fue un galopar desenfrenado.
La ducha me volvió a la realidad: a mi impenitente hombre descubierto en lo inverosímil y a la fiesta de “sólo mujeres” celebrando que Viky, el próximo fin de semana, perdería su libertad…
Cada noche me esperaba tendido sobre la cama, aguardando mis caricias. Sin importarle la hora, sin reproches, sin tener que ducharme y perfumarme antes…
Lo abrazaba, lo besaba, hacíamos el amor sin palabrería absurda, sin jurarnos amor eterno, sin asegurarle ser el único, sin tener que decirle lo bien que lo hacia, sin miedo a la concepción no deseada, sin oírle roncar después… Cuando quería lo hablaba y cuando no, lo ignoraba.
Viví tres semanas inolvidables hasta que la última madrugada, mientras hacíamos el amor, un extraño sonido se originó dentro de mí, como si un neumático agonizase en mi vientre. No me costó comprender que se había gastado de tanto usar.
Con mi lápiz de labios dibujé un corazón sobre su pecho de vinilo, después lo doblé por la cintura, plegué con cuidado sus piernas y lo introduje en el interior de una bolsa de plástico, la mejor que tenia y antes de ir a la oficina lo metí en el contenedor de residuos inorgánicos.
A menudo había oído hablar sobre éste producto, sin embargo nunca creí que resultase tan útil. Aun usado y de vinilo aguantó tres semanas; uno nuevo y de látex o silicona, podría durarme…

"Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó. Recuerdo las risitas que sonaban a mi espalda cuando me cruzaba con una pareja de adolescentes o con una pandilla de chavales. Una vez, esperando en la cola de la carnicería, dos viejos me quisieron llevar a un bar cercano para invitarme a un ron entre risotadas y jaleos. No me había pasado algo parecido en mi vida. Al final un amigo se apiadó de mí y, poniéndome frente al espejo y con la ayuda de otro más pequeño, me enseñó la última "herida de guerra" de aquel sábado de mesones por el centro de la ciudad: el logotipo de una marca de ron recortada a maquinilla en la cabellera de mi nuca, cortesía de una promoción que realizaba esta marca de bebidas en uno de los bares que rondamos. Aquellas semanas mis amigos se partieron la caja de mi aspecto pero también le apañaron la caja a muchos de los bares de mi barrio pagando los dispendios que la recreación de mis aventuras exigía. Como el burro mal esquilado a los tres días igualado pues... se acabó el chollo."

Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó. Veintiún días, años de tiempo gastado. Consumido a fuego lento en las postrimerías de la frontera. Aquella extraña frontera de odios y recelos. De controversias y, de espíritus inquietos. Inquietos por conocer las verdaderas intenciones del atardecer. De si mostraría, por fin, su mejor luz a todos aquellos que habían creído, en algún momento de sus vidas, que una mejor realidad era posible. Que el color de las pieles volvería a sus cuerpos, con tan solo dejarse acariciar un poco. Que el intento de transmutar el pasado estaba permitido. Que era viable atacar, sin piedad, todo aquello que ya no tenía ningún significado. Su valuarte, únicamente era un mal gesto sobre el horrendo caos que sufrió la tierra. Esa buena tierra cultivada sobre el castigo de las bombas, de los gritos y de los silencios. Los amargos silencios que ahora se contemplaban en cuidadas, pero descarnadas, estanterías de segunda mirada.

Así, con la rozadura de la piedra en el horizonte, observaba el recuerdo sin ningún tipo de reticencia. Simplemente extraía la huella de los sucesivos viajes con la alegría de verse, de nuevo, allí, al lado del trasatlántico diseñado como importante edificio de negocios. Sentada sobre el doble esfuerzo de una adolescencia de absoluta formación profesional. Esa que, alimentaba sus aciagos días sin apenas rasgar sus disimuladas madrugadas. Los cientos de clientes, lo certificaban día tras día. Aunque ella, en su vago interior, respirase un difícil carácter egoísta y introvertido. Madurado, únicamente, en el deseo de lograr que su trabajo convirtiese el restaurante francés de los excelsos manjares, en uno de los más prestigiosos de todo Hamburgo. La ciudad verde que la vio nacer, aquel año de tantas prodigiosas ilusiones renovadas. De tantos múltiples placeres humeantes, ante el sagaz apetito del aprecio. Ese, que se alimentaba en la temprana retaguardia de cada mañana. En cada escondrijo del puente vencido. En cada báculo del canal sostenido. Allí, donde Martha escoge siempre las buenas maneras de la mesa. Allí, donde reúne todo un futuro todavía sin desgastar. Hay que mezclarlo, unirlo y traspasarlo para recorrer así, infinitos parques de amor, sabor, aroma y, dolor.

El fuerte dolor de una frente cansada por las constantes peticiones a la que es sometida. Acometida, por unos empleados entregados al buen mando de su estricta y vital dirección. Tanta que, a veces, el olvido supera el peligroso defecto del descanso mal empleado: el aprecio de unos familiares perdidos entre las compuertas del socorrido planetario de la gran ciudad. Aquella extensa añoranza dedicada, día y noche, hacia lo que en verdad siente. Sueña con demostrar, una vez más, que es la mejor. La mejor chef en condimentar cada menú con una nueva recomposición de grandes bienes. De unas especies frescas hacia el sinsabor de unas vidas marcadas por unos tiempos retocados. Desfigurados por el desarrollo de un muro tan cercano que, es falso el ideal de encontrarse con la verdadera identidad de su transfuguismo. Con la verdadera tranquilidad, de unas personas que creían tanto en si mismas como en la maldad de las consecuencias. Ese engreído enemigo de lo propio.

Lo mismo que Martha ante el cansancio horneado de cada jornada condimentada. De cada, “por hoy hemos terminado”. La metamorfosis de la noche, solamente es un corto paréntesis en la carta para cambiarla. Para transmutarla con los recientes manjares adquiridos. Comprados a los enaltecidos contenedores del transbordo de la consumición. Esa que, una tenue tarde del verano del año dos mil uno, me envolvió en una sabia creencia. En una sabia fe repleta de toda la magia de un lugar que tenía mucho que decir. Sus historias, siempre candentes en el reverso interior, cautivaban por una belleza explícitamente arrebatadora. Eran el reflejo espiado. Ese que, a veinte cuatro fotogramas por segundo, no cedía en su empeño de lograr el total empaque de la felicidad ajena. La sufrida y la vivida. La que una vez allí, mostraba el vivo interés por la ilusión de seguir adelante. De mostrar, que podía generar lo que otros habían carcomido con malas artes. El malpensado arte de anular el exceso. Un arcaico interés por realzar las diversas, y múltiples vivencias maltratadas. Vejadas todas ellas, por unas mentes necesitadas de encendidas energías azules, verdes, rojas, rosas, amarillas… turquesas, para poder así, colonizar su propio cuerpo. Ese que, en lugares como aquellos, era siempre colmado del todo. O, al menos, en una proporción tal, que la absoluta incertidumbre desaparecía durante unas maravillosas horas. Las excelsas horas invertidas.

Las que, apenas a unos metros de mí, en la cerrada pantalla del cine, estaban a punto de iluminar, al fin, “Deliciosa Martha”.

El inmenso placer alemán, empezaba. Y yo, estaba, era, el invitado de honor. Palabra.


25-Noviembre-2005
"Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó"
Aquellos días, fueron los más dulces de mi vida; la despedida, el momento más amargo de mi joven existencia. Antes de dejar la ciudad de los payasos, tiré los pedazos de mi corazón al Tormes, y no me alejé de allí hasta que los vi desparecer en la profundidad del agua. En el que fue nuestro rincón secreto, maldigo por primera vez, haberte conocido; mientras, la soledad de una única taza de café en la mesa enfría sádicamente tu recuerdo. Las calles gritan tu nombre, pero nadie, excepto yo, parece escucharlo; la primavera tardía se queja, por no haber podido colorear una historia que sólo tenía los tintes grises del invierno. Aun recuerdo ese matiz, reflejado a la vez, en tus fríos ojos y en el suelo mojado, y juro que cada vez que llueve busco tus pupilas en los charcos.
13-Junio-2006
Ya ha pasado mas de un mes, y he descubierto que el dolor se guardó un As en la manga. Se ha hecho mas inmenso, mas potente, y está más presente que nunca, a pesar, de que mi pecho vacío, no tiene ya cajón para los sentimientos. En esta habitación, se puede oler la desesperación disfrazada de antiséptico. La bata me queda grande. Una enfermera entra, y me dice que tiene que inyectarme algo. Al destaparme, casi me desmayo al ver mi bajo vientre cubierto de color rojizo; afortunadamente, antes de gritar recuerdo que no es sangre, sino yodo. Cuando la joven se va, el cuarto vuelve a sumirme en mi cargo de conciencia. Estoy tan asustada, y tiemblo de tal manera, que tengo que sujetarme a la cama para no caerme. La absurda idea de que en cualquier momento cruzaras la puerta, surca mi mente. Y el simple pero brutal recuerdo del sonido del aspirador, me deja sin aliento. Apenas 15 minutos, succión, y un pedacito de mi alma y la tuya pierde su única oportunidad de tener vida. Me avergüenzo de que mi única sensación en el quirófano fue el pudor de descubrir mis genitales ante un grupo de desconocidos. Lloro, como una loca, sin hacer ningún amago de parar el huracán. Y pienso si algún día seré capaz de escribir esa página en mi diario.
13-06-2010
Todo ha cicatrizado ya: mi ser, mis heridas, los recuerdos, mi vida. Pero no puedo evitar, que un suspiro oprima mi pecho, cuando vuelvo a el sitio en el que viví la etapa mas feliz de mi vida, y también el más doloroso. La ciudad no ha cambiado en nada, al menos, en su esencia, y en las sensaciones que me evoca cuando sufro la condena de volver a tener que abandonarme a ella.-Mierda…- pienso cuando atravieso el viejo puente romano y la turbidez del agua desaparece, para dejarme intuir en el fono, los añicos oxidados de un músculo cardiaco. Finalmente, solo tuvimos un final tan absurdo, como en Casablanca… siempre nos quedará, Salamanca.

Y con vuestro permiso, dedicado a mi corazón, que yace en el fondo de un río.

“fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó”.
Acabó como había empezado, mucho tiempo antes, antes de todo, antes de yo mismo, antes de que hubiera tiempo que contar, con un grito desgarrado y un gesto de dolor, miedo e incomprensión. Después llegó la paz, la suya y la que esperamos alcanzar. Volvió a esa paz en la que todo había comenzado y de la que había partido para entregarse al torbellino de todos los estados emocionales posibles. Pasó por todos ellos y con el tiempo emprendió el camino que sólo los muy sabios conocen, ese en el que las alegrías elevan lo justo para hacer tolerables las tristezas más severas. Quizás por eso, cuando le anunciaron que el reloj estaba próximo a dejar de marcar su tiempo, no se dejó abatir y sintió como hasta el final había Algo que no lo abandonaba, y que estaba ahí como había estado tantas otras veces para colmarlo de esas pequeñas bendiciones, que de apariencia tan pequeña e insignificante, con demasiada frecuencia pasan tristemente desapercibidas.
Por fortuna tenía la oportunidad, que se le negaba a tantos otros, de tener tiempo para dedicar a la despedida antes de su partida. Ese era el último regalo que iba a recibir y poder disfrutar del destino, así que lo acogió con regocijo y se apresuró a realizar ejercicios aritméticos con la matemática del corazón. Multiplicó sus afectos, sumó alegrías, dividió su tiempo entre aquellos a los que quería y por los que era querido, restó amarguras, penas, lamentaciones e iras, elevo al cuadrado el ánimo de cuantos lo rodearon y derivó hasta el infinito cada minuto que disfrutaba.
Tan buen contable fue que obró el milagro, convirtió tres semanas en una eternidad y nos enseñó que la eternidad puede ser justamente eso, lo que nosotros queramos que sea: tres semanas, dos meses o un segundo. Convirtió cada experiencia en inolvidable para quienes recorrimos el camino junto a él, quizás porque sabíamos que cada momento era único e irrepetible por encontrarse cerca el final. Resulta irónico pensar ahora que, quizás en realidad durante esas tres semanas, no hizo otra cosa que enseñarnos lo más valioso que él jamás aprendió: a vivir la vida. A que el tiempo de todos debe ser vivido así, porque conocemos el tiempo que marca el reloj en nuestra muñeca, pero no tenemos ninguna certeza sobre el tiempo que marcan otros para nosotros.
Inexorablemente llegó el final y todo acabó…o quizás no, quizás todo no había hecho más que comenzar de nuevo, en otro lugar, en otro tiempo, con otra gente. Mientras nosotros nos quedamos afligidos con un reloj parado cubierto por un paño y mucho tiempo para asimilar las experiencias acumuladas en apenas tres escasas, pero intensísimas, semanas.

Fueron tres semanas inolvidables, después todo acabó.
Pero lo sabía desde hacía exactamente 22 días. Sabía de sobras que pasado ese plazo todo terminaría, que ya no quedaría nada, que nada recordaría. Y así fue. Justo en el momento en el que expiraba la última de esas tres semanas en las que había vivido más que en el resto de sus 35 años, justo entonces supo que a pesar de la catástrofe y aún conociendo el fundido a negro al que sus caminos se dirigían, se marcharía tranquila. Todo acabaría, pero, sentada en el viejo sofá cobijo de tantas tardes tristes, mirando las fotos hechas en esos últimos 21 días, recordando la visita a la tumba de su padre, el abrazo reconciliador con su madre, la sonrisa de su sobrina, el último beso de amor, sólo pudo sonreir cuando a lo lejos, ensordecedor como un trueno en verano, llegó a sus ojos el fogonazo de la explosión. Cuando el hedor quiso cubrirlo todo, ya sólo quedaba la nada.

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