Postrelato XXXVIII (que quiere decir 38): Aquella cara
Enhorabuena a Zavala, ganador del Postrelato anterior. Esperamos que des señales de vida para enviarte tu regalo.
Dicho lo cual pasamos al nuevo Postrelato, que comienza así:
"Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara".
Os esperamos, es decir, esperamos vuestras respuestas en este mismo blog. ¡Ánimo, que queda muy poco!
White Raven dijo
Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara, recia y seria, imponente y con una mirada penetrante que recorría hasta el último rincón de mi imaginación.
Al principio fue algo comprensible, luego preocupante, pero su recuerdo acabó siendo algo desesperante y mortal. No podía entenderlo, la libertad me costaba una esclavitud inaudita y desconocida para mí. Llevaba tres meses gozando de su ausencia y sufría a cada instante por haberme librado de la mujer que me perseguía en mi pensamiento donde quiera que yo fuese.
La historia había sido la de cualquier pareja común, una cita, una noche, una relación, un piso compartido y un proyecto común. La vida era fácil a su lado: culta, seria y responsable, era el complemento a una vida de búsqueda e informalidad que casi me llevó a una perdición sin retorno. Eramos como cualquier pareja hasta que decidió convertirme en su hijo, en su esclavo, buscando una dependencia que llevase al dominio y la imposición, que me anulase la libertad para ser el hijo que no podría tener ella.
El tedio y la desesperación comenzaron a aparecer en una relación carente de amor, pero cerrada a una dependencia ciega que me anulaba como persona y me convertía en un simple objeto de su pertenencia dominante y absorbente.
"Se acabó" le dije aquel día, "me marcho y me libero, te dejo con todo lo que quieras, pero déjame a mí en paz, soy una persona y quiero ser libre". No podía creerlo, había juntado valor suficiente como para dejarla atrás, o al menos dejar atrás la esclavitud, porque aún la amaba a ella, porque sabía que podríamos construir un nuevo futuro si lo dejábamos todo claro.
"Muy bien, sé libre" dijo sin inmutarse, "pero sé que cuanto más te alejes, más te arrepentirás".
De eso hacía ya tres meses y cada día era más cierto. Me arrepentía y me dolía cada día más no volver. ¿Cómo era posible? Quería más esa esclavitud que ella misma, pero me hacía sufrir más que nunca. La dependencia me anulaba, pero su ausencia hacía que sólo pudiera pensar en volver a estar esclavo a ella, en tenerla delante, en ser su muñeco de trapo con el que se realizaba ordenando, imponiéndose y ejerciendo una dura maternidad marcial. Su cara era el sello que me recordaba a quién pertenecía y por qué no era más que un triste necesitado buscando la paz que le daba la voz de su amo.
La llamé y sonó su voz al otro lado del auricular. "¿Quién es?".
No había escapatoria; "Soy yo. Mañana vuelvo" respondí directo, para no hacer más vergonzosa mi vuelta.
"Lo sabía, pero es tarde. Cargarás con el peso de tu pecado el resto de tu vida. Tardaste demasiado y una no puede ser esclava de nadie". Su respuesta no superó en violencia el sonido del teléfono al ser colgado con energía. El tono de la llamada apagada fue como una llamada al llanto que no pude resistir.
Mi vida acabó en el mismo momento que dejé caer el teléfono desde el que oí mi sentencia de muerte. No podría cargar con la imagen de su cara sin poder volver a depender de ella, no podría librarme del peso, pero tampoco querría hacerlo. No podría más.
Se acabó.
Dejaré todo lo que tengo a ella, que podrá rechazarlo cuanto quiera, pero cargará ahora conmigo, pues yo no puedo cargar con ella. Es mi final, pero mi esclavitud acabada dará paso a otra: ella cargará con el peso de haber firmado la sentencia de muerte que yo he ejecutado esta tarde, justo después de acabar esta carta que resume mi pena y pesar ahora acabado gracias a que he puesto fin a mi vida.
15 jun 2010
VJ sin sur dijo
"Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara". Tantos desvelos por lograr llevar a cabo mi propósito, tantas angustias ante la indecisión, tanto sudor amargo y ahora que ella ya no está no puedo dejar de ver su cara, su puñetera cara amoratada e hinchada, con los ojos salidos de sus órbitas, ya no mirando sino despidiéndose, con aquellos bucles de espuma saliendo por su boca oblicua que escupía una inmensa lengua torcida. Ahora no me puedo mirar al espejo pues no logro verme, sólo percibo esa faz deforme y amoratada que se ha incrustado en mi cerebro. No soporto la más mínima superficie brillante pues me devuelve el rostro del asco. Ya no recuerdo mi atractiva cara, mis suaves contornos, la finura de mi tez y mis vivarachos ojos. Cada maldito espejo que...
-"Papá, recuerda que tenemos que pasar por la peluquería antes de entrar en el cole. Por cierto, papá, ¿por qué mamá no ha dado señales desde el viernes?
-"No te preocupes, estará a gusto de visita con sus padres. Entremos en la peluquería".
Cuántos espejos, cuánto brillo horrendo. Ahí está otra vez con su boca espumosa y los ojos desencajados.
-"Papá, ¿cuando salgamos me comprarás un globo morado? "Descuida, lo tendrás".
¿Pero es que no puedo dejar de ver ese rostro amoratado e hinflado?
-"Celine, cuando termines el colegio ve, por favor, donde tu tía Carol y que te dé ella de comer. Dile que se me ha quemado el arroz o algo así.
-"Pero papá, si ya he estado todo el fin de semana allí. En fin".
¡Uf! No sólo los espejos; camino e intento idear mi futuro libre y... ¿Por qué voy nervioso, desquiciado? No veo el problema. Me hice varios cientos de quilómetros para llegar hasta la Costa De La Muerte, donde más bravo pueda ser el mar y allí la tiré, en plena noche. Está completamente tragada por las olas, descompuesta. El coche no ha dejado pista. Me he aprovechado de la ayuda del gobierno para cambiarlo por uno nuevo y ahora mismo está hecho chatarra, aplastado, estrujado y babeando líquidos viscosos, como el cadaver de mi mujer. Pero... ¿Por qué estoy nervioso? ¡No Hay Pistas! Noto que no puedo parar. Mi rostro debe de estar blanco, pero maldigo los espejos. Sudo, noto correr las gotas salitres por el contorno de mis sienes. Mis manos están húmedas y ¿el corazón? Me late fuertemente, como cuando siento el olor fresco de las chicas recien perfumadas. Ahora ese latido me perturba. ¿Dónde está mi cabeza? ¿Pero es que esa imágen amoratada e hinchada no se va a borrar de una maldita vez? Ya basta de babas y de llagas. Yo sólo puse mi corbata ceñida a su cuello y tiré y tiré para hacerlo limpio. ¿Por qué mi mente ahora es un rostro cadavérico y sucio? Ella se ha ido. ¡Ido! Yo estoy limpio. Mantendré la tranquilidad. El pulso me aporrea la nuca, desborda mi cabeza y estalla mis sesos. ¿Dónde tengo una corbata? Acercaré la silla. ¡Ella no podrá conmigo. No es más que materia descompuesta en el mar. Ya ni siquiera es ese rostro abotargado y morado surcado de mucosas. Es espuma de olvido. Noto que me voy a caer. Me sentaré. He de ponerme de pie y alcanzar la viga. Otro intento y habré pasado la tela de la corbata por la madera.¡Maldito rostro babeante de esa pus que me escupe hasta querer dejar de verla para siempre! Salto y... ¡Ya!
-"Papá; papá, he venido con la tía Carol. ¿Papá? ¡Paaaaapáá!
15 jun 2010
Anónimo dijo
Pikara dijo:
Cada vez que miraba a algun lado, veia su puñetera cara…
No podia quitarme de encima esos ojos marrones y almendrados , clavados en los mios.
Su boca rosada y afilada… que siempre me decia… te comere.
Y su minuscula y casi invisible nariz…que amenazaba siempre con oler hasta el ultimo poro.
El joven que me habia cruzado en el mercado , un miercoles por la mañana, y que solo cruzo una mirada con la mia y que su perfume se habia quedado impregnado en mi camisa del roce, cuando nos cruzamos me traia loca de la cabeza.
Dentro de poco llegaria el miercoles de nuevo e iria al mercado , como cada semana a comprar la carne y las verduras para preparar el caldo magico que me habia enseñado mi abuela.
Aun tenia esa camiseta sin lavar, porque cada vez que lo olia, veia su puñetera cara… y queria volver a verlo, por si solo habia sido una ilusion… de los sentidos, y puede que sus ojos no se clavaran en los mios, y sus labios no amenazaran con comerme toda, y su naricilla no oliera mis feromonas…
Llego el miercoles siguiente, y estaba totalmente preparada para ir al mercado. Tacones altos, como siemrpe, pantalon ajustado y la camiseta ceñida. Un moño alto y un rojo fuego en mis labios. Cruce la puerta de mi casa, baje las escaleras, llegue a la calle principal y me diriji hacia el mercado. Mi corazon palpitaba, de emocion, aun no sabia porque , pero estaba segura de que resolveria mi locura… o no.
Al llegar el mercado , hice el recorrido habitual, la de las verduras, preguntandome por mi color de pelo, el de la carniceria diciendome que comprara el higado que estaba mas fresco, el panadero que siemrpe me guarda el mas tierno… pero el chico no aparecio.
Entonces de pronto , una mirada se clavo en mi… esta vez era una mirada de ojos claros, un pelo castaño y corto y unos labios gruesos y carnosos, con amenazas a que me comeria… Entonce mi corazón empezo a palpitar…
Todavia no puedo quitarme esa puñetera cara de mi cabeza… de ojos claros… y se me habia olvidado la anterior…
15 jun 2010
zavala dijo
Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara .
Y decidió acabar con él después de leer la carta de ejecución y embargo de su vivienda. Esa era la última gota.
Todo comenzó años atrás. Se conocieron por un amigo común y coincidieron en varias ocasiones. Una cosa llevó a otra, y como ambos eran ambiciosos decidieron dejar sus trabajos y montar una inmobiliaria. Eran los años dorados y se creían los más listos. En realidad sólo lo era uno. En poco tiempo vivían como si fueran ricos pero en realidad todo eran deudas. En su imaginación dieron en pensar que esos ingresos excepcionalmente altos serían la norma en el futuro y así actuaban. Adquiriendo un enorme nivel de endeudamiento y sus compromisos de pago mensual a largo plazo, vinculados a ingresos muy elevados pero con fecha de caducidad cercana. Y la burbuja estalló. Y todos, políticos, banqueros, empresarios, y también ellos, se hicieron los sorprendidos pero todos sabían que no podía durar. Les gustaba la fantasía de la riqueza. Como vivían al día, en pocos meses tuvieron problemas para atender los pagos mensuales y los salarios de sus tres empleadas. Declararon la quiebra y dejaron sus deudas sin pagar. Desaparecieron las tarjetas, los lujosos coches de leasing, las casas en la playa... y todo se esfumó dando paso a la cruda realidad.
También su amistad. Con los problemas comenzaron las críticas y reproches. La suya era una amistad sin cimientos y al menor temblor se desmoronó. Durante un tiempo supo uno de otro por los amigos comunes. Y ambos parecían vivir una realidad al mismo nivel de precariedad. Los dos conservaban su modesto piso de protección oficial y compartían parecidas estrecheces. Ambos buscando ocupaciones ocasionales para completar sus escasas prestaciones por desempleo. Se les oía quejarse a ambos con frecuencia de su situación y echar la culpa al gobierno, a los bancos, a los ayuntamientos, a los inmigrantes.
Las pesadillas de P y su obsesión con la cara de C comenzaron en marzo cuando acudió al juzgado y se le informó de que su piso sería embargado en poco tiempo por el banco B al figurar como aval de la sociedad inmobiliaria. Naturalmente P temía esa posibilidad, pero lo que desencadenó su odio fue enterarse de que C finalmente no hizo lo propio con el suyo, tal como acordaron en su momento y como él le aseguró que había hecho.
Hoy, tres meses más tarde, en una calurosa mañana de junio y frente a su buzón, toma la determinación de borrar de una vez por todas de su mente la estúpida, aborregada y sonriente cara de su antiguo socio. Decide hacer algo constructivo con su obsesión. Era la última gota. La idea general es hacerlo desaparecer y suplantar su personalidad para quedarse con su piso. Y cree que es posible lograrlo. A falta, por supuesto, de desarrollar el plan en sus detalles. Motivado, sube a su casa; lo primero es ver alguna película.
¡Muchas gracias!!!
16 jun 2010
AMA dijo
Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara. Era un ciclo. Un ciclo de puñal que rasgaba sécamente la cándida tela de la normalidad del día, urdido en sus albores, cálido e indispensable atavio para pasar lo más glaciar de la noche: el sueño.
¡Ahí venía, la primera!: De entre el inmenso y escalofriante alfabeto de códigos cuadrados que formaba la ósea persiana a medio gravitatoriamente tapiar, se coló ella, la primera, con una esencia de luz marchitada, con una forma de sombra. ¿Quién me iba a decir a mí que mi querida amiga vertebradora de luces y sombras, al contacto con la maqueta de aerostático globo de plástico y cartón suspendido en mi techo, fuera a esculpir semejante y sombreada atrocidad? Subió el farero de la consciencia a encender los pareados faros, cada uno enhiesto en las dos únicas islas de mi mar facial. Había llorado la noche anterior, y una lluvia, más de barro que de agua, solidificó en las esquinas de mis lentes de retina agarradas vetas de oro ocular, legañas. Aún así, con las aúricas dificultades, perfectamente la ví. No era un mar como la mía, sino, más bien, en una de las noches de verano que no se pone el sol, una oscura tundra de estepa rusa bien delineada. Ella era la primera del largo día. ¡Cómo me escudriñaba! Cada mañana lo hacía mejor, y mucho peor que las que la sucedían.
Me dispuse a limpiar en el cuarto de baño el sudor de tormento pretrolífico que habíame brotado en las llanuras absisales y porosas de mi facha, al contemplar su hierática cara, cuajada de umbría. Alargué mi delgado y lánguido brazo con los dedos en posición como si fuera a coger una manzana del mismo árbol, haciendo girar la rotatoria y marmórea cabeza coronada de brillante porcelana azul, me gustaba el agua bien fría. ¡Qué dolorosamente veloz llegó la segunda!: Bajaron de descontaminar mi rosto mis manos casi de ingrávida niebla, cuando, por terrorífica perspectiva, la volví a ver. Eran las dos cabezas surtidoras de agua, cada una con su corona térmica, los ojos que, junto a la boca de horizontal y plana abertura, típica en todo lavabo clásico, conformaron nuevamente a ella. Esta vez no me escudriñó más de dos segundos, fragmentos temporales que agustiosamente rozaron lo eterno. De lo que siguió a ese momento, únicamente tengo el recuerdo auditivo de mamá forzando a golpes la puerta, por mí cerrada siempre por inocente tendencia, y, gritando, con la dolorida y ya resignada voz: ¡mi hijo!.
Verdosas cortinas de separación me falqueaban, verdoso el dolor, sin por color fuera, de mi cabeza, y verdosa la inmensidad vertical de la bata que frente a mi mar vieron mis blanquecinos faros nada más ponerse en marcha. Notaba que la composición molecular de mi mismo se había tornado sanguíneamente a mercurio y carnalmente a plomo, estaba extremadamente pesado y lento, lo suficiente para contener y no expresar la inemnsa felicidad que me causaba no haberla visto nada más despertar. Miré a mamá. Parpadeé. Luego al constante y hueco rayo que me atravesaba el antebrazo desde el suero tormentoso, y me dormí.
17 jun 2010
AMA dijo
"Cada vez que intenta pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara". Era un ciclo. Un ciclo de puñal que rasgaba sécamente la cándida tela de la normalidad del día, urdido en sus albores, cálido e indispensable atavio para pasar lo más glaciar de la noche: el sueño.
¡Ahí venía, la primera!: De entre el inmenso y escalofriante alfabeto de códigos cuadrados que formaba la ósea persiana a medio gravitatoriamente tapiar, se coló ella, la primera, con una esencia de luz marchitada, con una forma de sombra. ¿Quién me iba a decir a mí que mi querida amiga vertebradora de luces y sombras, al contacto con la maqueta de aerostático globo de plástico y cartón suspendido en mi techo, fuera a esculpir semejante atrocidad? Subió el farero de la consciencia a encender los pareados faros, cada uno enhiesto en las dos únicas islas de mi mar facial. Había llarado la noche anterior, y una lluvía más de barro que de agua, solidificó en las esquinas de mis lentes de retina agarradas vetas de oro ocular, legañas. Aún así, con las aúricas dificultades, perfectamente la ví. No era un mar como la mía, suno, más bien, en una de las noches de verano que no se pone el sol, una oscura tundra de estema rusa bien delineada. Ella era la primera del largo día. ¡Cómo me escudriñaba" Cada mañana lo hacía mejor, y mucho peor que las que la sucedían. Me dispuse a limpiar en el cuarto de baño el sudor de tormento petrolífico que habíame brotado en las llanuras abisales y porosas de mi facha, al contemplar su hierática, cuajada de umbría. Alargué mi delgado y lánguido brazo con los dedos en posición como si fuera a coger una manzana del mismo árbol, haciendo girar la rotatoria cabeza y marmórea cabeza coronada de brillante porcelanada azul, me gustaba el agua bien fría. ¡Qué dolorosamente veloz llegó la segunda!: Bajaron de descontaminar mi rostro mis manos casi de ingrávida niebla, cuando, por terrorífica perspectiva, la volví a ver. Eran los dos cabezas surtidoras de agua, cada una con su corona térmica, los ojos que, junto a la boca de horizontal y plana abertura, típica en todo lavabo clásico, conformaron nuevamente a ella. Esta vez no me escudriñó mas de dos segundos, fragmentos temporales que agustiosamente rozaron lo eterno. De lo que siguió a ese momento, únicamente tengo el recuerdo auditivo de mamá forzando a golpes la puerta, por mí cerrada siempre por inocente tendencia, y, gritando, con la dolorida y ya resignada voz: ¡mi hijo!
Verdosas cortinas de separación me falqueaban, verdoso el dolor, si por color fuera, de mi cabeza, y verdosa la inmensidad vertical de la bata que frente a mi mar vieron mis blanquecinos faros nada más ponerse en marcha. Notaba que la composición molecular de mí mismo se había tornado sanguíneamente a mercurio, y carnalmente a plomo. Estaba extremadamente pesado y lento, lo suficiente para contener y no expresar la inmensa felicidad que me cusaba no haberla visto nada más despertar. Miré a mamá. Parpadeé. Luego al constante y hueco rayo que me atravesaba el antebrazo desde el suero tormentoso, y me dormí.
17 jun 2010
MPA dijo
Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara. No era una cara cualquiera, afirmaría ser la cara de un cretino.
Desde que la vio por primera vez en un sueño, cada noche, recurrentemente, recobraba su imagen. Quisiera despertar cada mañana sin haber dormido. Sin haberse entregado allá por la media noche, sin condiciones, a lo desconocido. Verse libre de tributar durante horas su cuerpo, su mente, sin consciencia ni control de dónde vaga. Cada noche, el sueño, sin opción, susurraba su ofrecimiento: “Ven, traspasa el mundo de la consciencia, yo recuperaré tu cuerpo agotado, podré mostrarte el amor y la fiebre de la pasión, a través de mí hallarás la dicha que no encuentras en tu hastiada realidad, te enseñaré a ser un hombre diferente” y se rendía tras porfiar intensamente horas con él. Y por fin, únicamente, aquella cara lo aguardaba, persiguiéndole, gritando algo que no comprendía; nada de lo ofrecido se le mostraba, sólo, noche, tras noche, la misma cara e igual pesadilla.
Después de traspasar los límites, ya no podía ofrecer oposición alguna. Suplantada por el vacío, la necedad de lo irreflexivo se apoderaba de él y el embotamiento del propósito se hacia manifiesto. A merced de todo y de nadie quedaba embargado temporalmente.
Antes de penetrar cada noche en él se decía que únicamente era un sueño del que despertaría, sin embargo tenía miedo, inconfesablemente, siempre, había sentido miedo, siempre, donde quiera que estuviese, despierto o dormido, creía correr peligro.
Aquella absurda cara lo perseguía por delante y por detrás, ya no recordaba cual era la posición en la que su comprometido espacio los separaba. Lo perseguía por estrechos callejones de lugares oscuros, por lo irreconocible y lo habitual, sin masa que la sostuviese, decidida a seguirlo, él decidido a huir. Corría entre gente que lo ignoraba, que evitaba su manifiesta angustia, por entre mujeres con las cuencas de sus ojos vacías. Las veía caminar autómatas cómo si algo interior las guiase. Sin expresión, con facciones desaparecidas, con rostros sin dibujar, iguales, mellizos y la cara, la maldita cara corría entre ellas sin tocarlas, sin mirarlas, persiguiéndole llamándole por su nombre, queriéndole atrapar.
Aquella mañana se detuvo más de lo habitual frente al espejo del baño. Su maquinilla de afeitar palpitaba velozmente en su mano y su callado vibrar llenaba el silencio. Permaneció largo tiempo observándose. Nunca antes miró con tanta atención su árido rostro, su fría expresión, sus pliegues en la frente, sus cejas altas, su rostro sin la muesca de la risa. Recordaba, pensaba, mirándose en él, en la cara que con tanta insistencia lo perseguía en sus sueños intentando darle caza.
Se fijó largamente. El espejo, sin distorsión, vomitaba la cara de su sueño… ¡Era él mismo, el perseguido y el perseguidor, ambos en uno…!
Golpeó el espejo con rabia, gritó, maldijo. Qué pretendía decirle aquel insistente sueño.
Sus nudillos sangraron, su maquinilla quedó vibrando en el cuenco del lavabo.
Tímidamente la puerta se abrió. Como si temiese prender una mecha, una mujer preguntó, hizo una pregunta que temía hacer…
--Qué pasa…
Se volvió hacia ella con el rostro enrojecido; era él, más el otro…
--¡Tú tienes la culpa, --respondió-- te partiré el alma…!
17 jun 2010
Mª Carmen Martinez Azurmendi dijo
Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara sonriéndome descarada y seductoramente al estilo de Elvis Presley. No llegaba a entender aquella obsesión que me invadía y aislaba del resto del mundo. Recuerdo la primera vez que le vi, era la tarde de un sábado soleado, iba paseando por las calles de mi ciudad, cuando el tacón aguja de mi pie izquierdo se incrustó en el único agujero de una indeseable e inoportuna alcantarilla. Era increíble, pensé en la dichosa ley de Murphy y su santa madre. Mis esfuerzos no conseguían sacarlo de aquel atolladero, así que respiré hondo con el fin de recuperar la calma, después de todo – me dije - podría haber sido peor. Me animó pensar que todo lo que entra tiene que salir. Lo mejor sería, volver a calzar el zapato y una vez el pie dentro, levantar éste con toda la fuerza de la que era capaz. Así lo hice, aunque por los resultados, no había duda de que me excedí en el entusiasmo. Mi propio impulso me lanzó, sin remedio, contra el suelo y mis posaderas fueron víctimas de su despiadada dureza. Lo peor llegó al comprobar que el zapato aunque seguía encajado en mi pié, había perdido para siempre su altivez. De pronto, el ruido de unos pasos apresurados y una voz que me preguntaba si me encontraba bien, me sacaron del aturdimiento en que me encontraba. Alcé la vista y allí estaba él, sin darme tiempo a decirle nada, me asió de las manos para levantarme. A pesar de sus buenas intenciones, no pude recuperar mi posición, me quedé escorada como un barco medio hundido. Era obvio que a penas podía aguantar las ganas de reírse a carcajadas. Por un momento, me dieron ganas de cruzarle la cara, pero al final, tampoco yo pude reprimirme por más tiempo y estallamos a reír, mientras el resto de los viandantes nos miraban con expresión inquisitiva. Después de desahogarnos generosamente, se prestó a llevarme en coche hasta mi portal. Subí a casa con el propósito de recuperar la compostura, mientras tanto, él se quedó esperándome en la cafetería de al lado.
Cuando entré, estaba sentado junto a la mesa de mi rincón favorito, pedí un zumo natural de naranja. Mientras endulzaba mi boca, pude observar con más detenimiento su cara. Sus facciones, a pesar de ser imperfectas, gozaban de un extraño equilibrio que le daban un cierto atractivo irresistible. Me sonrió como si hubiera adivinado mis pensamientos. Entonces supe que su ladeada sonrisa sería mi perdición y quise salir corriendo de allí, pero el pánico que me produjo aquella certeza, me paralizó y proseguí clavada en la silla, al igual que el tacón de mi zapato. Afortunadamente a mis años, se necesitaba mucho más que una atrayente sonrisa para enamorarse de alguien. El tiempo me había vuelto mucho más exigente, sabía exactamente las cualidades que buscaba en un hombre y por el momento, no había tenido la oportunidad de comprobar si las poseía. Fuimos conociendo algunos retazos de nuestras vidas, mientras los minutos trascurrían plácidamente, sin detenerse, quedando atrapados en el recuerdo como diapositivas que podríamos recrear siempre que quisiéramos. Al menos, eso era lo que yo pensaba entonces, cuando todavía era dueña de mi vida, antes de que su cara, su mirada, su sonrisa me invadiesen obsesivamente, sin piedad, sin tregua, transformándose en puñeteras, ahora que él no está junto a mí y la ansiedad me envuelve, ahora que me he enamorado y no tengo respuesta…………
17 jun 2010
AMA (el definitivo, disculpen) dijo
"Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara". Era un ciclo. Un ciclo de puñal que rasgaba sécamente la cándida tela de la normalidad del día, urdido en sus albores, cálido e indispensable atavio para pasar lo más glaciar de la noche: el sueño.
¡Ahí venía, la primera!: De entre el inmenso y escalofriante alfabeto de códigos cuadrados que formaba la ósea persiana a medio gravitatoriamente tapiar, se coló ella, la primera, con una esencia de luz marchitada, con una forma de sombra. ¿Quién me iba a decir a mí que mi querida amiga vertebradora de luces y sombras, al contacto con la maqueta de aerostático globo de plástico y cartón suspendido en mi techo, fuera a esculpir semejante atrocidad? Subió el farero de la consciencia a encender los pareados faros, cada uno enhiesto en las dos únicas islas de mi mar facial. La noche, al verse denoche, había llorado, y una lluvía más de barro que de agua solidificó en las esquinas de mis lentes de retina agarradas vetas de oro ocular, legañas. Aún así, con las aúricas dificultades, perfectamente la ví. No era un mar como la mía, sino, más bien, una oscura tundra de estepa rusa bien delineada en una de las noches de verano que no se pone el sol. Ella era la primera del largo día. ¡Cómo me escudriñaba! Cada mañana lo hacía mejor, y mucho peor que las que la sucedían. Me dispuse a limpiar en el cuarto de baño el sudor de tormento petrolífico que habíame brotado en las llanuras abisales y porosas de mi facha, al contemplar su hierática cara, cuajada de umbría. Alargué mi delgado y lánguido brazo con los dedos en posición como si fuera a coger una manzana del mismo árbol, haciendo girar la rotatoria y marmórea cabeza coronada de brillante porcelanada azul, me gustaba el agua bien fría. ¡Qué dolorosamente veloz llegó la segunda!: Bajaron de descontaminar mi rostro mis manos casi de ingrávida niebla, cuando, por terrorífica perspectiva, la volví a ver. Eran los dos cabezas surtidoras de agua, cada una con su corona térmica, los ojos que, junto a la boca de horizontal y plana abertura, típica en todo lavabo clásico, conformaron nuevamente a ella, la cara. Esta vez no me escudriñó más de dos segundos, fragmentos temporales que agustiosamente rozaron lo eterno. De lo que siguió a ese momento, únicamente tengo el recuerdo auditivo de mamá forzando a golpes la puerta, por mí cerrada siempre por inocente tendencia, y, gritando, con la dolorida y ya resignada voz: ¡mi hijo!
Verdosas cortinas de separación me falqueaban, verdoso el dolor, si por color fuera, de mi cabeza, y verdosa la inmensidad vertical y casi celestial de la bata que frente a mi mar vieron mis blanquecinos faros nada más ponerse en marcha. Notaba que la composición molecular de mí mismo se había tornado sanguíneamente a mercurio, y carnalmente a plomo. Estaba extremadamente pesado y lento, lo suficiente para contener y no expresar la inmensa felicidad que me cusaba no haberla visto nada más despertar. Miré a mamá. Parpadeé. Luego al constante y hueco rayo que me atravesaba el antebrazo desde el suero tormentoso, y me dormí.
18 jun 2010
la_nieta_de dijo
Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara. Había dejado el juego de espejos y últimamente se me presentaba en la basura, entre las cáscaras de naranja y los restos de la comida del día, con el consecuente ataque a mi querido corazón. Sentía su presencia, a veces creía olerlo, a pesar de los marcos vacíos, repitiéndose su imagen en cada rincón del piso. Me había acostumbrado a las pisadas y a sus frecuentes cambios en el material doméstico, era su particular forma de darme la bienvenida, pero la presencia de su rostro iba mermando mi ánimo, convirtiéndome en un ser excesivamente sensible.
No debería haber comprado ese fantasma.
18 jun 2010
Antonio dijo
Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara…
Cosa curiosa, si tenemos en cuenta lo que me había costado (y aliviado), poner tierra de por medio, en un intento desesperado de no tener que soportar ni un solo día más la nefasta influencia. O quizás ese fuese el motivo de su eterna presencia acompañando cada una de mis decisiones importantes: el esfuerzo que supone romper de un plumazo con el pasado, si es que eso es posible. Pensar en premeditar una cena con los amigos era suficiente para sufrir la humillante negativa personificada en aquella cara de aspecto amenazante; el solo hecho de pensar en acudir a un partido de fútbol el fin de semana iba acompañado de un escalofrío sólo comparable al sufrido si la propuesta era correrme una juerga con los colegas so pretexto, pongamos, que de una cena empresarial. Desgraciadamente esta fantasmagórica persecución sólo se producía cuando yo era el presunto beneficiario del capricho. Si por el contrario, la idea, transpuesta al tiempo de vida en común la hubiese beneficiado a ella, la cosa habría tomado un cariz bien distinto; en ese caso, mis pensamientos podían correr libremente sin la presencia obsesiva de su maldita cara.
“Manía persecutoria con brotes psicóticos producidos por convivencia traumática” fueron las palabras de mi psiquiatra cuando ya no pude más tiempo con aquella cara asomándose a cada momento desde el fondo de la memoria. “enfrentarse al peligro es la mejor manera de curarlo”, me dijo un día. Salí de la clínica riendo por no llorar. ¡13 años de convivencia traumática con una mujer a la que tenía que enfrentarme de nuevo si quería no verla más en mis sueños, y a la que estaba dispuesto a negar el pan y la sal para no concederle el divorcio! Naturalmente ni se me pasó por la cabeza volver a asomar las narices por las inmediaciones de su madriguera, ni de intentar cruzarme con ella en los muchos sitios de un itinerario que conocía a la perfección. Pero tal vez no iba desencaminada mi psiquiatra al hablar de hacer frente a los fantasmas. A partir de entonces asumí la siniestra presencia de mi ex cada vez que tenía que tomar una decisión, cada vez más consciente de que ya no podía interferir en mi vida salvo que mi mente urdiese en lo contrario.
De modo que poco a poco, con el apoyo de interminables y costosas sesiones de diván, fui ganando en autoestima; dando por sentado el terrible ascendiente de mi ex mujer, a la que ya consideraba un fantasma del pasado, sobre mi persona, sufriendo más o menos para sortear la visión cuando me ilusionaba con acudir a un concierto con algún amiguete, y prometiéndome a mi mismo no dejarme intimidar por su presencia. ¡Ilusa presunción!, si alguna vez volvíamos a vernos. No me había dicho la psiquiatra que la psicosis es una bomba de relojería dispuesta a explotar ante cualquier chispa que la ayude a prender, por más que debiera yo haberlo sabido dado el trabajo que alguna vez me costaba desechar su molesta interferencia en mis planes.
Me había prometido hacer frente sin titubeos a cualquier contingencia promovida por mi todavía cónyuge. Y así fue cuando uno de sus abogados presentó la petición formal de divorcio de mi señora. Mi negativa se materializó en una respuesta expeditiva y un contundente “no”, vía letrado. Fuera cual fuese el resultado final, había sido mi peculiar y pírrica victoria. Muchas veces en mi cabeza había pergeñado frases y respuestas más o menos coherentes ante las posibles embestidas de mi señora. Hasta que una mañana sonó el teléfono. Corrí a cogerlo seguro de escuchar la voz de mi abogado con alguna novedosa propuesta de amaño. Pero lo que oí fue la voz de Ella, cortante y mucho más amenazante que cualquiera de los fantasmas creados por mi cerebro. El aire me faltó de los pulmones, y la decisión se fue por el retrete cuando desde esotro lado del hilo la oí gritar histérica que ya estaba bien, y que no pensaba esperar ni un día más por el divorcio. Ya no me sirvieron los consejos de mi psiquiatra, ni las frases ideadas en momentos de asedio, ni los peores insultos que en último caso me había prometido lanzar. Ante la amenaza de su solicitud, sólo pude decir un “Vale, cuando tú quieras”, en un hilo de voz que desmentía el disfraz de indiferencia que me había propuesto presentar. Fue la última vez que oí su voz, pero también que su presencia importunó mis pensamientos.
18 jun 2010
Elrollodesiempre dijo
Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara. Era increíble.
Ya desde pequeña recordaba a mi padre como la peor persona que rodeaba mi vida.
Tanto yo como mi hermana nunca le importamos lo suficiente y, pese a ello, tenía una capacidad alucinante para hacerme sentir como una autentica mierda.
Yo siempre cargaré con esa culpa. Ese momento. Ese parto en el que yo lloré por primera vez, y mi madre no volvió a abrir los ojos.
El dolor es inmenso, pero no me puede durar toda la vida.
La semana que viene, me uniré a la persona que más quiero. Todo será genial. Empezaré la vida que siempre quise empezar, trabajo nuevo, piso nuevo, gente nueva…
Y es por eso por lo que no dejo de pensar en el cabrón de mi padre.
Perdimos la poca relación que yo dudaba que existiese cuando le conté que yo, la niña egoísta que mató a su mujer, se marchaba de casa con Nora, el amor de su vida.
Mi madre estaría orgullosa de mí, o eso pienso yo. Ya no pienso en por qué me pasa a mí, o en quién me mira cuando beso a mi novia. Ser lesbiana no es ningún tipo de defecto y de verdad, lo que siento por Nora supera con creces todo lo anterior.
Yo no elegí ser así; nací con ello.
Me quiero. Quiero a Nora. Quiero a mi madre.
Pero ya no quiero un padre.
18 jun 2010
Andrés Párraga Muro dijo
Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara, La tierra negra manchaba el blanco del lavabo mezclada con burbujas de jabón.
El jodido mantillo negro.
Si la tierra fuese mas arcillosa no seria tan difícil sacársela de las uñas, frotaba pero se resistía a desaparecer del todo.
Pensó en un asesino limpiándose la sangre de las manos, como había visto tantas veces en la televisión o en el cine, ¿seria tan difícil de quitar la sangre como la jodida tierra negra?
Apagó el grifo y las tuberías se quejaron con un ruido como de barco en la niebla.
Se miro otra vez al espejo durante un instante y lo que vio esta vez le gusto, no es que tuviera buena pinta, tenía el pelo pegado a la frente y manchas negras por toda la cara, la nariz, la boca…pero estaba esa sonrisa.
Había cumplido los cuarenta hacia un par de años y se conocía lo suficiente como para reconocer el gesto. Era una especie de rictus, como si le picasen los ojos. Hacia que su cara pareciese completamente distinta y tenia los mas extraños resultados.
Hacia, por ejemplo, que las mujeres que se cruzaba por la calle dejasen que su mirada se posase sobre el unos segundos mas de la cuenta, que la gente se apartase presta a su paso, que lo atendiesen antes en el bar, cuando estaba tan lleno…hacia que el no fuese el. O quizás, como sospechaba, fuese más el.
Había aprendido a sacarle provecho.
Con la práctica había conseguido una imitación casi perfecta…
De pronto, sintió un temblor en las piernas.
Robar palmeras era mucho mas cansado de lo que nunca hubiese dicho.
Eran las cuatro de la mañana y pablo acababa de irse con la mitad de lo que tras una noche entera de duro trabajo habían conseguido.
Aunque era ya todo un experto su afición por las palmeras ajenas se limitaba a dos robos, del que este era el segundo, y un intento frustrado.
De la primera vez hacia ya tres años.
Parece ayer.
Otra noche muy parecida a esta, creo que había luna llena, porque hoy no se veía una mierda o quizás fuesen los focos del hotel en construcción que iluminaban….no se, hoy no se veía una mierda.
Me tiemblan las piernas.
Tendría que ducharme, pero no me apetece, quiero saborear el momento, la sonrisa…
Dudo entre tomar una cerveza o una copa.
Abro el frigorífico y cojo la botella de la puerta.
Johnnie Walker.
Bebo un sorbo pequeño y me quema.
Espero unos segundos y empieza a asentarse el sabor, unos segundos mas…un segundo sorbo.
Enciendo un cigarro, sigo teniendo las uñas negras.
19 jun 2010
LGB dijo
Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara sita sobre mi hombre izquierdo, observándome de reojo y susurrando a mi oído palabras crueles sobre los errores de mi libre pensamiento. Acostumbraba a apoyar la palma de mi mano en mi pómulo izquierdo, y abrir todos los dedos en tensión creando una reja ósea en la que su cara pareciese encarcelada. Pero entonces, su rostro y su aliento, bordeaban mi nuca para variar su posición y colocarse de nuevo sobre mi hombro derecho.
Insoportable. No podía pensar en lo importante. Siempre estaba ahí mismo, vigilante, agazapado esperando su oportunidad, y hacía más de un año que él había muerto.
Mi psiquiatra me aconsejó cerrar los ojos muy fuerte.
Tras las cenas, cuando el hogar dormía en silencio, era mi momento reflexivo. Y cerré los ojos muchos días, pero siempre sucumbí en los brazos de morfeo.
Las mañanas siguientes no recordaba lo importante.
Mi mejor amigo me aconsejó concentrarme en un punto fijo frontal, sin mover la niña de mis ojos, asegurándome que tras dominar esta técnica pacientemente : su rostro se diluiría.
Tras las cenas, me esforcé tanto en abrir los ojos sin perder ese punto de concentración en mi horizonte más cercano, que mis párpados acababan por convertirse en sendos pesos incontrolados que caían sin remedio sumiéndome también en un sueño profundo.
De nuevo, las mañanas siguientes, no recordaba lo importante.
Mi conciencia me aconsejó variar las prioridades de mis asuntos importantes, y ¿qué era lo realmente importante en aquellos días?. Sin duda: ' ¡dejar de ver su puñetera cara!'. La cara del hombre que censuró mis acciones, mis risas, mis lágrimas, mi propia vida. La cara de un rostro crítico que siempre elogiaba las acciones del resto, las de mis amistades, las de mi familia, las de mis compañeros de trabajo, pero nunca, las mías propias. La cara de un semblante frío como el hielo, que algunas veces me hirió de muerte.
El día que le abandoné, cargué mi maleta con mis cosas importantes, y meses más tarde le dejé morir en la soledad de su aislamiento. Entonces lo ví todo claro, tan diáfano como la luz de aquel mediodía en el que corté un ramo de flores de mi jardín y deambulé por la ciudad de mis sueños hasta llegar a los pies de una tumba triste como el interior del hombre que guardaba.
Arrojé con fuerza el ramo y pronuncié un “te perdono, descansa en paz, pero ...olvida mi presencia en este mundo y dilúyete en otra dimensión en la que nunca jamás podamos encontrarnos”.
Desde aquel día, cada vez que intentaba pensar en algo importante .... nunca más ví su :
“puñetera cara”.
20 jun 2010
Wet Sand dijo
"Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara".
El pulso no era, en ese momento, algo en lo que confiar. Mis manos, víctimas de alguna extraña brujería, ya no eran apéndices controlables de mi cuerpo, sino mas bien un par de mentiras de cartón sujetas a los hilos de algún tirititero invisible. La Mágnum del calibre 45 oscilaba entre los temblores de mis dedos; yo pedí a Dios, que diera tregua a mis espasmos. No obtuve más respuesta que el desesperante silencio, sentenciando como siempre, que viene cogido de la mano del tiempo, que es precisamente, un factor crucial en este momento. Ella me sonríe, pintando el aire con el carmín de sus labios, anticipando en su dicha que mis ojos aceptaran, sin problema, el engaño de las apariencias. Una gota ártica de sudor traza el mapa del miedo en mis sienes. Su parpadeo de mujer fatal me deja ciego. Mis músculos: tensos como las cuerdas de un violín. Mis huesos: incapaces de realizar ningún movimiento. Se que voy a morir, pero mi parálisis afecta a todo mi cuerpo a excepción de mi cerebro, que lejos de intentar maquinar mi salvación, se recrea en los ecos paradisíacos del pestañeo de su ejecutor. Solo tengo que apretar el gatillo, y todo habrá terminado. A pesar del pánico y las sacudidas de mis manos, a esta distancia es casi imposible no acertar. A esta distancia, el impacto debe ser mortal. A esta distancia… a esta distancia, puedo perderme en su perfume embriagador. Me abandono a la obviedad, a mi destino, a lo que sea que mi narrador guarde para mí. Las absurda escapatoria cae a mi estómago con el ultimo trago de saliva que me esforcé por conservar. Abro finalmente los dos amasijos de piel que se hacían pasar por articulación; el arma cae al suelo, haciendo sonar, con un grito metálico, la última nota de la banda sonora de mi vida. Me dejo llevar. Al menos, si hay que morir, ¿qué mejor manera que hacerlo a manos de una mujer?
-La vida- dice endulzando tan agrio momento-es sólo un acto poético. Es la muerte, la verdadera poesía.- Y haciendo gala de su romanticismo enfermizo, se toma la licencia literaria de bajar mis párpados. Yo sólo intento grabar para siempre en mi alma la imagen de su puñetera carita sonriente.
21 jun 2010
NMC dijo
Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara. Al principio este hecho insólito y sorprendente se le antojaba fastidioso. Si intentaba concentrarse en los despidos en su trabajo...¡zas!, veía su rostro en colores brillantes. Una fotografía vívida de alguien que no le gustaba un pelo. Un retrato sin demasiada identidad que le distraía unas milésimas de segundo.
A las semanas comenzó a verlo mucho más a menudo. Eran las mismas facciones pero mucho más detalladas. Le asaltaba en cualquier momento de desasosiego. La primera vez que percibió sus arrugas incipientes se encontraba a punto de dejar a su novio. Lo dejó en un santiamén. Cuanto más alargase el momento de ansiedad más rato lo veía.
Un buen día se dio cuenta de que su presencia pegajosa comenzaba a seguirla como si de su sombra se tratara. Se resistía con todas sus fuerzas, en cuanto aparecía intentaba visionar un mar azulado, una playa tranquila, una hoguera en invierno. Sin embargo no parecía funcionar. Cuanto más se rebelaba, más y más veces aparecía. Y estaba aterrorizada. Le fallaban las piernas, le faltaba el aliento.
Así que al tercer año y tras frustrados intentos de abandono, tomó la determinación de dejarle estar, de dejarle ser como y cuando gustase. Porque ya no soportaba más el miedo que le tenía, ni la angustia, ni el pánico en el que vivía. Un buen día le miró a la cara y le dijo: "Puedes quedarte".
"La base del optimismo es simplemente el miedo". Oscar Wilde.
21 jun 2010
mcrm dijo
"Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara".
Pero ¿cómo podía llegar a evitarlo? Habían sido muchos años los que había estado bajo el escrutinio constante de ese gesto cargado de decepción y desaprobación, esa mirada descreída y esa mueca de continuo desagrado ante cualquier cosa que decidiera emprender. Aunque no era culpa suya, ni quizás de él tampoco, puesto que había sido un hijo tardío y deseado, la materialización al fin de una esperanza redentora de todas sus frustraciones. Desgraciadamente para ambos, pronto descubrieron que las expectativas estaban demasiado altas y difícilmente alguno de los dos podría estar alguna vez completamente a su altura. De esta forma le tocó crecer enfrentado a ese rostro que siempre, cualquiera que fueran las circunstancias, le devolvía esa expresión cansada y desapasionada. Lo único que variaba era el marco que la encuadraba, cada vez más opaco y envejecido, como si a la vez que se profundizaban los gestos en la piel, se profundizara la decepción en el alma. Eso le había creado una especie de parálisis emocional, como esos ratones de laboratorio que sirvieron para demostrar la teoría de la indefensión aprendida. Estaba tan desorientado como ellos a fuerza de recibir tan solo descargas eléctricas, nunca premios, hiciera lo que hiciera, que eso le había llevado a sentirse apático e indiferente frente a todo. Ni siquiera la muerte del progenitor le había salvado completamente de esa cara decepcionada, sino que la había congelado para siempre en su cerebro y la tenía frente a sí en los momentos cruciales.
Si el gesto de su padre parecía decirle siempre que, hiciera lo que hiciera, nunca llegaría a nada, al menos a nada de lo que él había planeado para su futuro, la verdad era que había desarrollado un fino olfato para los negocios. En realidad se le podía considerar un hombre de un éxito discreto y razonable. En su vida diaria estaba obligado a tomar con frecuencia decisiones importantes y mientras valoraba sus opciones con toda la racionalidad de que su cerebro era capaz, no había conseguido abstraerse por completo de las intromisiones de la expresión acusatoria de su padre. Mientras paseaba por el despacho pensativo, bajo la mirada inquisitiva de sus más estrechos colaboradores, que esperaban una estrategia a seguir, la única mirada que parecía advertir era la de su progenitor desde lo más profundo de su memoria. Volvía a ser entonces un chiquillo tímido, asustadizo y acomplejado que temía decir la palabra incorrecta o tomar la elección equivocada. Entonces pensaba en que le parecería aquello a su padre y en cuál sería la decisión que él esperaba. Cuando lo tenía claro se paraba por un momento, un chispazo de niño travieso se encendía en su mirada y entonces tomaba su decisión, que por supuesto nunca coincidía con la que aprobaría su padre. Este era su método, si es que se le podía llamar así, y curiosamente le funcionaba a la perfección. De esta forma tan extraña y curiosa su padre le había entregado, sin pretenderlo ni esperarlo, la llave del éxito que nunca creyó que alcanzaría y él disfrutaba, como si de nuevo fuera un niño, provocándole donde quiera que se encontrara ahora aquella puñetera cara.
22 jun 2010
Arutx dijo
Cada vez que intentaba pensar en algo importante, sólo conseguía ver su puñetera cara que de forma insistente, parecía reflejarse en aquella cortina sucia de la habitación del primer piso de la vieja pensión en la que me escondía desde hacía tres días. Lo gracioso de todo esto es que yo casi no lo conocía y sin embargo, las dos o tres veces que me había cruzado con él, habían sido suficientes como para que todas sus facciones me persiguieran recordándome cuál era mi precaria situación.
No sé que pudo pasar por mi cabeza cuando antes de ayer, poco después de la siesta, decidí hacerme con aquella media sedosa de mujer, perfilar con mi navaja algo así como un revolver en un trozo de madera que encontré tirado en la calle y planear en aquel garito, bajo el humo de uno de mis últimos cigarros, el asalto a la pequeña caja de ahorros de Baldovinos, el pueblo de mi primera novia.
No, no es cierto, ahora que miro al techo esperando con ello que esa cara desaparezca, me doy cuenta de que lo que pasó por mi cabeza fue la desesperación que llevo dentro desde que, hace más de un año me rescindieran el contrato como albañil en la constructora en la que había trabajado durante casi quince años. Un perdedor, eso es lo que soy, siempre he perdido, he perdido todas las chicas con las que he salido, a todos mis amigos, a mi familia, mi trabajo y mi casa y ¿Por qué no?, ¿Por qué si soy tan desgraciado, no tengo derecho a dejar de serlo?, ¿No tengo la obligación de pelear por mí y tratar de conseguir, aunque sea de esta manera, un poco de dinero con el que poder empezar otra vida en otro escenario lejos de la tristeza?.
Pero, al otro lado, al otro lado de aquel cristal blindado estaba su cara, la cara de otro pobre hombre, la de otro pequeño desgraciado que acumulaba sus tristes días en aquella pequeña oficina del pueblo, de su pueblo de toda la vida. Y me miraba con una mezcla de pavor y sí, quizás con una pizca de agradecimiento por haber sido yo quién, después de más de treinta años, le había sacado de su aburrimiento, de ese ir y venir de las abuelitas con sus ahorros en sus pequeñas carteritas, de ese abrir la verja con la niebla de casi todas las mañanas y del cerrarla con el radiante calor del sol de las tres de la tarde.
Ahí, ahí, encima de la cama, seguía la bolsa de deportes roja con los fajos de billetes que aún no me había atrevido a contar y que esperaban ansiosos a que yo les pasara la mano por encima más o menos, como ese torso de mujer tumbada boca abajo que también espera imaginariamente a que alguien, tan torpe como yo, le acaricie suavemente la espalda.
23 jun 2010
próximo Julio dijo
Entiendo que ha ocurrido algo para no haber fallado el
lunes pero no sé qué es. ¿Lo habeis prolongado hasta el próximo. Pueden mandarses relatos hasta esa fecha?
Gracias
24 jun 2010