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Emprende frente al humanismo digital


Esta semana hemos disfrutado de la presencia de Luis Pardo, CEO de SAGE Iberia, una multinacional creada hace casi cuarenta años en Newcastle, que se ha convertido en la tercera multinacional del mundo en software de gestión de empresarial junto con Oracle y SAP y la primera en PYMEs con 6 millones de clientes. Luis es un tipo culto con una sonrisa que puede con todo. Desde luego si la cara es el espejo del alma, él es un tío feliz.

Hemos hablado de liderazgo y de los cambios que ha experimentado su empresa desde que en 2001 se incorporara a ella. Lo cierto es que los cambios han sido tantos que ni en una semana nos habría dado tiempo a hablar de todos ellos, así que imagínate en cinco minutos. Una entrevista, pura dinamita, donde hemos sacado lo mejor de Luis, que resulta difícil.

Le hemos preguntado cómo puede ‘leer el futuro’ un líder empresarial para que no le pille desprevenido, porque un despiste en un mal momento puede ser la ruina de una empresa.

Luis no es de los líderes que están todo el día dando la nota, ni de los que solo dan la cara cuando no hay más remedio. Él está presente en las redes sociales porque sabe que es su obligación. Tiene que aportar contenidos de interés y hacer comentarios cuando lo considera oportuno. Trabaja principalmente con Twitter y LinkedIn, y escribe libros. El último, Viaje al centro del humanismo digital, lo ha publicado a principios de verano y ya el título nos da idea de la importancia que el ser humano y sus necesidades tienen en su gestión diaria.

Puedes ver a entrevista con Luis Pardo pinchando aquí.  

 

 

 

Enlaces
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Juanma Romero   27.sep.2019 13:41    

Vaya metedura de pata

Basta que lleves años haciendo algo y creas que lo dominas, para que se produzca cualquier imprevisto y te des cuenta de que eso del dominio era pura ilusión. Un baño de humildad no viene nunca mal.

Voy a contarte algo que me pasó hace dos semanas, patético. Y te lo cuento porque si yo soy de los que pregonan que hay que ser humildes, eso se hace con el ejemplo; y qué mejor ejemplo que reconocer nuestros errores para que no se repitan.

Hace unos días me invitaron a presentar una entrega de premios. Estaba lo más florido del capital de Madrid, del capital y de la capital, empresarios, banqueros, emprendedores, periodistas y un ministro. Lo cierto es que yo iba algo incómodo porque llevaba más de una semana con gripe. La garganta la tenía bastante mal.

Previamente por la mañana me acerque a una tienda que hay en el centro de la ciudad para comprar unos caramelos de miel. Me recomendaron que, en vez de caramelos, mejor utilizase un aerosol que me vendieron en la misma tienda. Así lo hice.

Lo cierto es que no dejaba muy buen sabor de boca el dichoso aerosol, pero lo importante era que la garganta mejorarse. Me habían recomendado que lo utilizase dos o tres veces a lo largo del día, pero yo, en mi inmensa sabiduría, decidí usarlo en una veintena de ocasiones en menos de ocho horas.

Llegue al acto con tiempo de sobra para ensayar y repasar el guion. Todo estaba correcto. A las ocho en punto llegó el ministro que presidía el evento y empezamos. Bueno empecé yo, a leer el texto que tenía preparado.

No habían pasado ni veinte segundos cuando la lengua se me pegó al paladar. Prácticamente no se me entendía a pesar de los grandes esfuerzos que hice para despegarme la lengua abriendo más la boca y Dios sabe cuántas cosas más. El texto era de unos dos minutos, que me resultaron interminables. Todo un suplicio.

En cuanto di paso a la primera persona que tenía que intervenir me retiré y bebí agua, toda la que pude ingerir. La situación mejoró sustancialmente, aunque cuando terminé el acto no salí nada satisfecho.

Mientras hablaba la primera de las personas que tenían que intervenir repase lo que había ocurrido durante el día y le eché la culpa al maldito aerosol. Aunque el culpable último era yo por pasarme con la dosis.

Di paso al siguiente que tenía que intervenir y, detrás del escenario, seguí bebiendo agua y echando la culpa al maldito aerosol. Pero resulta que el aerosol no tenía la culpa. Era toda mía.

A mediodía había comido con dos amigos. Magnífica comida, y excelente filete regado de sal. Cuando caí en la cuenta me daban ganas de darme de cabezazos contra la pared, pero no era el momento adecuado porque la sala estaba llena de gente. La culpa no la tenía el aerosol, la tenía yo. ¡Cómo es posible que después de tantos años no hubiese tenido la precaución de no tomar nada salado horas antes de hablar en público! Muy sencillo, por exceso de confianza. Un exceso de confianza que no se repetirá nunca, y que puede hacer que pierdas precisamente eso, la confianza en ti mismo.

Está claro que no volverá a ocurrir. Se acabó el filete con sal 24 horas antes de hablar en público. Esto me pasó por listo, por pensar que lo tenía todo controlado y no caer en la cuenta de que la sal es como el Loctite, que te pega la lengua al paladar y no hay quien los despegue. Está claro que esto no se va repetir, pero pasó.

Como te puedes imaginar me disgusté un montón, y salí cabreado del acto. Pero disgusto y cabreo no me duraron más de diez minutos porque no había sido tan grave y, además, había recibido una buena lección que nunca viene mal.

No me había pasado lo peor que podría haber ocurrido. Lo pero habría sido morirme, algo que no estaba en mis planes. Todo lo demás, como la vida misma, es relativo, pero que no se repita.

Categorías: Actualidad , Web/Tecnología

Juanma Romero   25.oct.2015 13:06    

Por favor, respeta mi espacio personal

 

Uno de los caminos más rápidos para lograr dejar una mala impresión de ti es que no respetes el espacio personal de tu interlocutor. Es muy incómodo sentir como te invaden, es como si te atacasen. Bueno, en realidad es un ataque en toda regla.

El nivel de estrés puede llegar a ser tremendo, hasta el punto de que te veas obligado a apartar a esa persona con tus propias manos. Piensa que la medida del espacio personal varía según las culturas y las situaciones, es cuestión de sentido común. Aun así, aceptamos excepciones en ciertas situaciones como el metro, el autobús o un ascensor abarrotados.

Recuerda que lo que buscamos es ser carismáticos, sobresalir de los demás, pero para bien. Y eso se logra respetando unas normas básicas de buenas maneras. Una persona carismática es aquella que logra que los otros se sientan bien cuando están a su alrededor, y un elemento esencial es, precisamente, el respeto del espacio personal del otro, que viene a ser como su intimidad.

Esto, como todo en la vida, se aprende. Nadie nace enseñado. Se aprende a respetar el espacio personal del otro y, sobre todo, se aprende a detectar cuando se le está molestando. Si ves que alguien con quien estás hablando se separa ligeramente de ti es porque necesita más sitio, necesita respirar y tú se lo estás impidiendo.

Ni se te ocurra volver a arrimarte a esa persona si has detectado que se está separando; se respetuoso con ella  a no ser que quieras crear una situación incómoda y que puede provocar su huida hacia otro lugar de la sala donde estas. Si no puede huir porque has cometido la intolerable imprudencia o falta de respeto de poner tu brazo sobre la pared impidiéndole la salida lo que lograrás es cabrearle y que se ponga de mal humor; por supuesto, lo pagará contigo y tú te lo habrás ganado a pulso.

Claro que esto no sirve para todas las situaciones. Solo para aquellas en las que cuando estás invadiendo el espacio del otro lo haces inconscientemente y sin mala intención.

Porque también se dan otros supuestas. Justo el contrario es que alguien invada ese espacio a propósito para molestar. En ese caso estará intentando provocar tu reacción que puede ser de lucha o de sumisión. Si es tu jefe puede que intente intimidarte. No te cortes en apartarle lentamente, con delicadeza, y si vuelve a intentar invadir tu espacio pídele amablemente que se separe un poco de ti; si lo haces amablemente tienes más posibilidades de lograrlo que si lo haces enfadado, porque si estás enfadado el otro, probablemente, habrá logrado lo que quería.

Para que compruebes lo que te digo te propongo un ejercicio muy sencillo. Siéntate enfrente de otra persona, a metro y medio de distancia. Ponte en una postura de 90 grados, que es una de las posturas en las que nos sentimos más confortables. Este es un ejercicio que puedes hacer con tus colegas de trabajo o amigos cuando dispongas de media hora. Empieza la conversación sentándote junto al otro. Tras unos minutos siéntate a su lado, en vez de enfrente. Podrás comprobar la diferencia, porque ahora te sientes algo o bastante incómodo. Después de unos minutos vuelve a la posición inicial. Presta atención a cómo influye todo esto en su estado de ánimo y confort.

Y recuerda, no invadas mi espacio personal, respétalo.

Juanma Romero    7.jun.2015 13:12    

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