Couso, hace hoy diez años
lunes 8.abr.2013 por José Antonio Guardiola 7 Comentarios
Hace hoy diez años, andaba reportajeando por las calles de Basora junto a mi buen amigo Evaristo Canete. La capital shií del sur de Irak acababa de caer en manos de militares británicos después de largas jornadas de asedio. Estábamos casi incomunicados, apenas conectados esporádicamente a través de un teléfono satelital Thuraya.
La liberación de Basora sólo dejó escenas de caos y saqueos. Cruel anticipo de lo que vino después. Militares y policías hasta ese día fieles al régimen habían escondido sus uniformes, pero no sus armas. Continuamente se escuchaban ráfagas de fusiles y ametralladoras… Unas en señal de festejo, otras no. La cárcel estaba vacía, los presos habían aprovechado el desgobierno y la huida del alcaide. En las avenidas se mezclaba la alegría por la caída del régimen y la desconfianza hacia los extranjeros. Un militar británico nos detuvo en la misma entrada del palacio de Saddam Husein a orillas del inmenso Shat el Arab. En la garita aún se amontonaban centenares de casquillos. En un rincón descubrimos el casco de un militar iraquí perforado a la altura del cerebelo. A sólo unos metros del palacio, centenares de iraquíes se dedicaban a vaciar el hotel Sheraton. Recuerdo un magistral plano secuencia marca de la casa, marca de Canete: Desde la séptima planta del hotel varios basoríes arrojaban un colchón de proporciones King size. Abajo lo cazaba al vuelo otro grupo de iraquíes que en décimas de segundo lo cargaba en una furgoneta atestada de televisores y muebles. La furgoneta tomó la calle del río y desapareció.
Mientras eso ocurría en Irak, aquí en España otro buen amigo se enteraba de una trágica noticia: Habían matado a un periodista español en Irak. Ese buen amigo llamó a mi mujer para confirmar que no era yo la víctima… Pero yo seguía incomunicado recorriendo las calles de Basora. Fueron momentos de angustia que se evaporaron 15, quizá 30, minutos después cuando recuperé la señal de mi Thuraya y di señales de vida.
Le tocó a José Couso y a Julio Anguita Parrado como me pudo haber tocado a mí, a Canete o a cualquiera de las decenas de periodistas que recorríamos aquellos días las calles de Basora o Bagdad.
El sábado, frente a la embajada de Estados Unidos, volví a ver a una familia que no tuvo la suerte de ver evaporada su angustia a los 15, quizá 30, minutos. Llevan diez años de angustia. Diez años reclamando Justicia.
Couso no murió en una refriega, no murió por un despiste o una temeridad. Diez años después me gustaría saber por qué murió. Y la respuesta la tiene una persona: la que ordenó disparar contra el hotel Palestina. Permitamos que la Justicia le pregunte. Matar a un periodista durante un conflicto armado de forma premeditada es un crimen de guerra y si no investigamos los crímenes de guerra nos desarmamos como sociedad. Es una cuestión de principios morales, éticos y democráticos.