El papa sí que importa
Entre quienes hemos seguido desde una cierta distancia espiritual la elección del nuevo papa ha podido cundir la indiferencia, la idea de que en esa elección está involucrada e interesada una minoría cada vez más minoritaria (de los casi 7.000 millones de habitantes que pueblan el planeta, sólo mil y pico millones están bautizados y no todos van a misa los domingos). Quien eso haya pensado, se equivoca.
El poder del papa aún es enorme, tan grande que el mundo será bien diferente si Francisco I basa su pontificado en fortalecer el Reino, la inmensa casa de los pobres, o dedica mucho de su tiempo a amasar alianzas en la curia, participar en sus intrigas y gestionar el Instituto para las Obras de Religión, el banco vaticano.
Estos días ando leyendo un libro de mi querido Nicolás Castellanos, obispo emérito de Palencia y motor de la Fundación Hombre Nuevos. Se titula Resistencia, profecía y utopía en la Iglesia de hoy. Nicolás, admirado amigo, vive en una humilde casa de un humilde barrio de Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia. Hace años, lo dejó todo por servir a los pobres. Es un espíritu alegre que irradia bondad. Un gran tipo.
En su libro, prologado por Pedro Casaldáliga y enriquecido con citas de Albert Camus, Simone Veil o Pío Baroja, se encuentran las únicas reflexiones que cabe esperar de la Iglesia que surge de la palabra de Cristo. Y partiendo de sus reflexiones, uno concluye: ¿Cómo es posible que la curia haya desviado tanto su centro de gravedad?
Os invito a leer algunos extractos:
“La involución de la Iglesia católica se fue gestando en la década de los 80. En 1978 es elegido papa Juan Pablo II, lo que significó un gran cambio en la Iglesia. El nuevo Papa tiene en ocasiones un talante profético, pero durante su pontificado se fortalecen la curia romana y el poder institucional de la Iglesia, en un sentido contrario a la tradición de reforma iniciada por el Concilio Vaticano II. La involución en la Iglesia genera un movimiento neoconservador y fundamentalista que, en su furia restauradora, no solo intenta demoler una teología sino destruir la capacidad misma que posee el cristiano de ser sujeto creativo en la Iglesia y en la sociedad”.
“¿Por qué lo más reaccionario se refugia en la Iglesia? ¿Por qué se tiene de ella una imagen triste, negativa y no levanta entusiasmos?”
“No se puede ir por la vida con todas las preguntas resueltas, sin dejar espacio para la duda o la sospecha, ni para acoger otras visiones o asumir el dolor de los excluidos, de los crucificados de la vida o el sufrimiento sin esperanzas de los divorciados. Si es madre tiene que acoger a los hijos que se hayan equivocado y abrirles horizontes de vida y esperanza. En el matrimonio, con tu pareja, no te puedes equivocar ni una sola vez, como permiten los hermanos ortodoxos, volver a celebrar un segundo matrimonio. Somos humanos y todos cometemos errores”.
“Llevamos siglos con una postura permanente de sospecha ante las conquistas de la ciencia y de la técnica.”
“Basta ya de ver a los jóvenes como seres desprovistos de todos los valores, como materia prima que salvar y convertir. (…) En vez de tantas censuras ¿Por qué no los acompañamos con humor, con cariño? ¿Por qué no los queremos más y nos fiamos más de ellos".
“No hemos de seguir con esa literatura empobrecida contra el placer, cuando éste, razonablemente vivido, resulta fuente de vida…”
En una de las largas charlas que he mantenido con Nicolás Castellanos me reconoció no entender por qué la Iglesia española convoca manifestaciones contra el matrimonio homosexual persistiendo como persisten tantas injusticias en el mundo.
Nicolás habría sido un gran papa. Ya no lo será, pero quizá algunas de sus reflexiones inspiren a Francisco I en su mandato al frente de la Iglesia. De cómo oriente su Gobierno va a depender el bienestar y la educación (ojo, es jesuita) de millones y millones de personas. Y esa forma de Gobierno también ayudará (o no) a obispos y curas de todos el mundo, a misioneros, a presentar la palabra de Dios con más fortaleza, mayor respaldo. Nada más y nada menos.