Una de las singularidades que tiene Internet es que cualquiera puede decir cualquier cosa sin fundamento con la absoluta seguridad de que lo suyo queda y alguno hasta se lo cree. De hecho esa impunidad llega incluso a que se insulte al personal tranquilamente porque no va a haber consecuencia alguna para el que lo hace. Cuando uno tiene una responsabilidad pública en un medio de comunicación tiene bastante claro cual es su papel y con qué reglas juega. Entre ellas está casi siempre no contestar las soflamas de ignorantes o desaprensivos cuando el fundamento de sus públicas consideraciones es la ignorancia o la mala fe. En este blog se puede expresar cualquiera, y para publico y general conocimiento os digo que los comentarios que se publican -todos menos los directamente insultantes- los leo con interés y atención...todos. Eso quiere decir que me llegan las críticas, los insultos y también las alabanzas o el buen rollo de quien se asoma aquí. Normalmente no contesto ni a unos ni a otros, porque ni es práctico ni creativo ni aporta nada a la vitalidad o la energía del blog. Pero lo que me he encontrado a la vuelta de Egipto merece que rompa esa rutina para dejar sentadas un par de cosas y volver de nuevo a discreto silencio de la radio.
Gracias a todos los que habeis entendido y vivido el sentido de nuestra presencia allí. Gracias, de verdad, porque de eso se trataba: de llevar la Radio Pública al lugar en el que el mundo tenía puesta su atención porque se estaba escribiendo -o al menos eso creemos- una importantísima página de nuestra historia presente.
A los que hablan de "turismo periodístico" les diré que no conozco tal forma de viajar. No sé de ningún periodista que viaje para otra cosa que no sea trabajar. Evidentemente quien utiliza esa figura ignora la profesión, desconoce que cuando uno sale a informar fuera apenas duerme, no visita los sitos más que en la medida en que son noticia, sólo habla con la gente buscando información y no se planta ante el país admirando lo admirable, sino recopilando información para contarla y explicarla.
Y ahí entra la pintoresca defensa que algunos realizan de la figura del corresponsal. Os aseguro, para vuestra tranquilidad, que Paco Forjas no necesita defensores tan aplicados..se defiende muy bien solito. Lleva años enseñándonos a los demás cómo defenderse en terreno pantanoso y cómo sacar noticias de donde otros no son capaces ni de ver sombras. Cualquiera que tenga la pretensión de pisarle el terreno o quitarle importancia, tipo "estrella que va a restarle protagonismo" está abocado al más absoluto de los fracasos: tiene tablas y personalidad como para merendarse a cualquiera que se le ponga delante.
Paco es de los grandes, de los únicos. Y eso se nota. Entre otras cosas porque sabe cuál es su papel: ver, oir, contar y explicar. Muy distinto del de quien presenta, que suele ser alguien que desconoce el territorio que pisa el corresponsal y se apoya en él para construir el producto final que se pone en antena. Y ahí entramos en el terreno más interesante, qué demonios hace el presentador y su equipillo en el lugar donde está el corresponsal. Vamos a ello.
Un programa de radio se construye y funciona como una orquesta, o si quiere usted como un plato cocinado. El director no toca los instrumentos, pero se le concede la cualidad de organizar sus sonidos, como los ingredientes del plato: sin el corresponsal, el redactor, el colaborador, o el oyente que interviene en el programa no hace nada, absolutamente nada...no existe el programa; pero ellos tampoco tienen sentido fuera de él...no suenan sin orquesta. Primera obviedad manifiesta.
Segunda: todos los que participamos en la factura del programa "comunicamos", pero quien lo pone en antena, quien dirige, tiene un rasgo que no está en los demás. Ordenar, organizar y servir otorga un carácer diferente a quien lo hace: ni mejor, ni peor, diferente. Y éste es el de la capacidad de empatizar con el oyente. Ese presentador siempre está menos cualificado que sus colaboradores para hablar de las cuestiones que éstos tratan. Pero es cualidad suya saber rodearse de los mejores para que el producto final -la orquesta- suene como tiene que hacerlo. Ël ya pone la empatía y su capacidad de coordinarlo y ser creíble. Por supuesto que Paco Forjas sabe más que yo de Egipto y Oriente Próximo -Paco sabe más que yo de casi todo menos de flamenco- pero su voz tiene eco y aumenta de recorrido en el contexto de un programa en el que hay muchas más aportaciones y si son de talento, más eco aún. Y ahí vamos a la penúltima obviedad "¿Por qué tenemos que irnos a Egipto?"
La pregunta no es mala, de hecho tiene bastante sentido. Nosotros mismos no dejamos de hacérnosla. Pero tiene también respuesta y hay razones en parte apuntadas en lo anterior. Y vuelvo a Paco -lo siento, maestro, te debo otra-: él, como todos los corresponsales, como los especialistas, como los jefes de área, sabe más que nadie y lo cuenta mejor que nadie; es nuestros ojos y nuestros oídos allí. Pero ese conocimiento de la realidad y esa sabiduría marcan de alguna manera cierta distancia, la que todo especialista tiene ante la persona a quien se dirige. Ahora bien, qué pasa si es esa persona a la que se dirige la que es testigo directo de esa realidad? Y ahí entra la explicación de nuestra estancia allí. El escenario cotidiano de un programa como EDCH es el estudio, donde los oyentes nos sitúan y siguen, igual que el escenario cotidiano de la vida de cualquiera de nosotros es nuestro lugar de trabajo o nuestra casa o nuestro barrio. ¿Qué pasaría entonces si, por unas horas, dejáramos ese lugar de rutina cotidiana para viajar al ojo del huracán? ¿Qué resultado tendría ir allí con los ojos del profano, apoyarse en el conocimiento y la sabiduría del experto - Paco otra vez-? ¿No estarían más cerca los oyentes de eso que se cuenta si quien a diario ha conseguido empatizar con ellos se fuera allí para verlo y contarlo?
La duda estaba, al pensar en el viaje, en los riesgos de hacerlo a un polvorín. Pero los asumimos...los asumió RNE y nosotros. El resultado fue que durante unas horas, con dos programas desde El CAiro en directo, los oyentes de Radio Nacional que no buscaban las cosquillas o el error para dar caña, que abrieron mente y oído o simplemente escucharon curiosos lo que allí se estaba haciendo, el mensaje que llegaba desde El Cairo, pudieron sentirse más cerca de lo que sucedía, con más tiempo, más información y más elementos de criterio para hacerse una idea de lo sucedido. Entre otras cosas porque nuestra sorpresa era la suya, nuestros temores los suyos y nuestros descubrimientos también fueron compartidos.
Hicimos nuestro trabajo...l
Y otra cosa más, la duda para quien legítimamente se preocupa del dineral que nos debe haber costad estar allí día y medio: no me corresponde a mí decir cifras, pero les aseguro que el precio total no llega a lo que cuesta enchufar una cámara -una, ojo, una sola cámara- en cualquier estadio de fútbol para transmitir un partido por televisión. TEniendo en cuenta, además, que nos requisaron el satélite en la aduana, la cosa salió muchísimo más barata.
Ah, por cierto, mi vanidad ya está satisfecha desde hace años, muchos años. No necesita viajar o contar para alimentarse. Hizo grandes digestiones en su día.