LANZAR UN TORPEDO EN DIRECTO Y SUMERGIDOS.
Me gustaría compartir con vosotros esta experiencia que estamos viviendo de trabajar codo con codo con el Ejército. La Armada, concretamente. Hoy vamos a probar, simulando el mismo mecanismo y estructura que un submarino, pero en tierra, cómo comunicarnos sumergidos, para emitir una hora entera de radio. Para ello se han fabricado dos cables, lo han hecho americanos, que son los que van a tener la responsabilidad de que este reto sea una realidad. Son dos cables únicos, que sólo van a servir para esta emisión, artífices de que la Armada cambie su protocolo de comunicación. Como todas las primeras veces, como todos los retos, es difícil, pero interesante. Espero, de corazón, que sepáis apreciarlo. Los "pequeñitos" siempre hacemos las cosas de corazón, con humildad, en equipo. Durante ese directo, en el que descubriremos cómo se vive en un submarino con capacidad para 45 personas, con pasillos de menos de un metro y lanzaremos un torpedo (aprovechando que están de pruebas). Si hoy el experimento nos sale bien, significará que el día 31 de marzo, día del programa desde la base naval de Cartagena, saldremos al aire desde debajo del agua, a través de un satélite que nadará desde mínimo 14 metros de profundidad hasta convertirse en boya en superficie. Cuando el submarino navega jamás se somunican los soldados por voz, siempre se hace por Internet, así que doble reto.
Os adjunto aquí las fotografías del pasado lunes, en Barcelona Degusta:
Cata de queso en directo con el director de Barcelona Degusta, David Lapuerta, y el experto quesero Enric Canut (de espaldas).
A la izquierda, controlando los mandos, Jaume, técnico en Barcelona.
Xavi, Laura, David, Mamen, Susana y Dani.
"España Directo" en su stand de la Feria.
Eva, degustando aceite.
La agotadora vuelta.
Curro aterriza en Barcelona.
Los pequeños chefs cocinaron con Laura.
Cata de agua con el Sumiller Steve Rowe.
La entrada a la Feria.
Una de submarinos dijo
«Ésta es una dramática historia que probablemente recordaré mientras viva. Me la contó Robert Moore, de Maplewood, New Jersey.
“Aprendí la mayor lección de mi vida en marzo de 1945 –dijo–. La aprendí a cien metros bajo el agua frente a la costa de Indochina. Yo era uno de los ochenta y ocho tripulantes del submarino Baya SS 318. Habíamos descubierto en el radar que se acercaba un pequeño convoy japonés. Próximo ya el amanecer nos sumergimos para atacar. Por el periscopio vi un destructor, un petrolero y un minador. Disparamos tres torpedos contra el destructor, pero fallamos. Algo se torció en el mecanismo de cada uno de los torpedos. El destructor, sin saber que había sido atacado, siguió su camino. Nos disponíamos a atacar al último barco, el minador, cuando éste cambió bruscamente de rumbo y vino directamente a por nosotros. [...] Descendimos a cincuenta metros, para evitar la detección y nos preparamos para una carga de profundidad. [...]
Tres minutos después, se desataron todas las furias del infierno. Seis cargas de profundidad hicieron explosión a nuestro alrededor y nos empujaron al fondo del océano, a una profundidad de unos cien metros. Estábamos aterrados. Ser atacados en menos de trescientos metros de profundidad es peligroso, menos de ciento cincuenta es casi fatal. Y nos estaban atacando a menos de cien metros [...]. Durante quince horas, el minador japonés estuvo arrojando cargas de profundidad. Si una carga hace explosión a cinco metros de un submarino, la sacudida abrirá un agujero en éste. Fueron docenas las cargas que explotaron a quince metros de nosotros. Nos ordenaron quedarnos echados en nuestras literas y en silencio y permanecer tranquilos. Yo sentía tanto pánico que apenas podía respirar. Me decía una y otra vez: ‘Esto es la muerte... Esto es la muerte... Esto es la muerte...’. Con los ventiladores y el sistema de refrigeración desconectados, el aire dentro del submarino subió hasta casi 40°, pero yo estaba tan helado de miedo que me puse un jersey y una chaqueta forrada de piel y seguía temblando de frío. Los dientes me castañeteaban y me invadió un sudor frío y pegajoso. El ataque duró quince horas. Luego cesó de repente. Al parecer el minador se quedó sin cargas de profundidad y se marchó. Aquellas quince horas de ataque me parecieron quince millones de años. Toda mi vida desfiló ante mí. Recordé todas las cosas malas que había hecho, todas las cosas absurdas que me habían preocupado. Antes de incorporarme a la Marina era empleado de banco. Me preocupaban las largas horas de trabajo, la escasa paga, las escasas perspectivas de ascenso. Me preocupaba no tener casa propia, no poder comprarme un nuevo coche, no poder comprarle a mi mujer ropa bonita. ¡Cómo odiaba a mi viejo jefe, que siempre me estaba regañando y reprendiendo! Recordé cómo llegaba a casa resentido y malhumorado, y me peleaba con mi esposa por nimiedades. Me preocupaba una cicatriz que tenía en la frente, un feo corte que me había hecho en un accidente de coche.
¡Qué grandes me habían parecido todas aquellas preocupaciones! Pero, ¡qué absurdas me parecían cuando las cargas de profundidad amenazaban con enviarme al otro mundo! En aquel momento me prometí que, si volvía a ver el sol y las estrellas, no volvería nunca a preocuparme. ¡Nunca! ¡Nunca! ¡Nunca! Aprendí más del arte de vivir en aquellas terribles quince horas en el submarino que de los libros durante mis cuatro años en la Universidad de Siracusa.”»
Dale Carnegie: Cómo suprimir las preocupaciones y disfrutar de la vida, Edhasa, Barcelona, 1999, pág. 81-83.
12 mar 2009