Con suerte
En la cocina de David Muñoz, Premio Nacional de Gastronomía 2010, circulan platos y órdenes y nada se hace sin la supervisión de este jovencísimo chef que se pasa allí más de 16 horas diarias. Con 25 comensales como máximo y un menú exquisito, de 8 a 9 platos elaborados, mestizos, de alta cocina... ¿puede sobrevivir un negocio? Se lo hemos preguntado dentro y fuera de antena, y David sabe que es difícil. Es más, asume que es tan complicado que cada vez se le hace más cuesta arriba. Pero le pueden las ganas, su pasión por lo que hace. Esperamos que este nuevo reconocimiento le haya supuesto un pequeño impulso.
David Muñoz, en su cocina del restaurante "Diverxo", en Madrid.
Los que seguro tendremos suerte, y hablamos en el sentido más supersticioso del término, somos nosotros, de cara a la cuarta temporada, que comenzará en breve. El porqué: la herradura que Marcos, detectorista (sí, los que pasean guiados por un detector de metales en busca de un pequeño tesoro... aunque aseguran que lo hacen por mera diversión, no por afán de acumular o de conseguir grandes hallazgos). Nos la ha regalado. ¡Gracias, Marcos!
Y así tiene que estar: boca abajo, no boca arriba. Así, el mal no entrará en esta "casa", dicen...
Nosotros, de momento, apostamos por el trabajo. Como David Muñoz. En el fondo y siendo realistas, es lo único que da resultados.
Marcos (sacanillas) dijo
Hola Noemí, es al reves hacia arriba para que no salga la suerte, jaja te toca darle la vuelta. Pues eso mucha suerte y muchas anillas!!!
Una herradura, el calzado de Caballos, mulos y burros, colgada en algún sitio, está considerado como el más universal de todos los amuletos de la suerte.
La herradura era un talismán poderoso en todas las épocas y en todos los países en los que existía el caballo. Aunque los griegos introdujeron la herradura en la cultura occidental en el siglo IV, y la consideraban como símbolo de buena suerte, la leyenda atribuye a san Dunstan el haber otorgado a la herradura, colgada sobre la puerta de una casa, un poder especial contra el mal.
Según la tradición, Dunstan, herrero de profesión pero que llegaría a ser arzobispo de Canterbury en el año 959, recibió un día la visita de un hombre que le pidió unas herraduras para sus pies, unos pies de forma sospechosamente parecida a pezuñas. Dunstan reconoció inmediatamente a Satanás en su cliente, y explicó que, para realizar su tarea, era forzoso encadenar al hombre a la pared.
Deliberadamente, el santo procuró que su trabajo resultara tan doloroso, que el diablo encadenado le pidió repetidamente misericordia. Dunstan se negó a soltarlo hasta que el diablo juró solemnemente no entrar nunca en una casa donde hubiera una herradura colgada sobre la puerta.
Desde la aparición de esta leyenda en el siglo X, los cristianos tuvieron la herradura en alta estima, colocándola primero sobre el dintel de la puerta y trasladándola más tarde al centro de ésta, donde cumplía la doble función de talismán y picaporte.
Este es el origen del picaporte en forma de herradura. En otros tiempos, los cristianos celebraban la fiesta de san Dunstan, el 19 de mayo, con juegos en los que se empleaban herraduras.
Para los griegos, los poderes mágicos de la herradura emanaban de otros factores. Las herraduras eran de hierro, un elemento que se creía que ahuyentaba el mal, y la herradura tenía la forma de una luna en cuarto creciente, que desde antiguo era considerada como símbolo de fertilidad y fortuna.
Los romanos se apropiaron de este objeto, a la vez como práctico dispositivo ecuestre y como talismán, y su creencia pagana en sus poderes mágicos pasó a los cristianos, que dieron a esta superstición su versión basada en san Dunstan.
En la Edad Media, cuando cundía al máximo el temor a la brujería, la herradura adquirió un poder adicional. Se creía que las brujas se desplazaban montadas en escobas porque temían a los caballos, y que cualquier cosa que les recordara un caballo, especialmente su herradura de hierro, las ahuyentaba como un crucifijo aterrorizaba a un vampiro. La mujer acusada de brujería era enterrada con una herradura clavada en la tapa de su ataúd, para impedir su resurrección.
En Rusia, al herrero que forjaba herraduras se le consideraba dotado de capacidad para realizar «magia blanca» contra la brujería, y los juramentos solemnes relativos al matrimonio, los contratos comerciales y las compraventas de propiedades no se prestaban sobre una Biblia, sino sobre los yunques utilizados para martillear las herraduras.
Una herradura no podía colgarse de cualquier forma: su disposición correcta era con los extremos hacia arriba, pues de lo contrario su reserva de suerte se vaciaba.
En las Islas británicas, la herradura se mantuvo como potente símbolo de suerte hasta bien entrado el siglo XIX. Un popular encantamiento irlandés contra el mal y la enfermedad —originado a la vez la leyenda de san Dunstan— decía: «Padre, Hijo y Espíritu Santo, clavad el diablo en un palo.»
En 1805, cuando el almirante británico lord Horacio Nelson se enfrentó a los enemigos de su nación en la batalla de Trafalgar, el supersticioso inglés clavó una herradura en el mástil de su navío almirante, el Victory.
18 ago 2010