SEMANA 5. ¡ES EL TODO, BÁRBARA!
lunes 27.mar.2017 por Ramón Salazar 0 Comentarios
Ha sido un rodaje relativamente tranquilo. Una minuciosa preparación nos ha hecho fluir, cumplir plazos, rodar todo lo que queríamos rodar y el tiempo ha jugado a nuestro favor. Hasta el viernes pasado.
Bárbara Lennie estaba sentada en la ventana de la planta de arriba, mirando hacia el exterior, concentrada para una de las secuencias más dramáticas y complejas de la película. Comenzamos a rodar. Su personaje -Chiara- trata de contener todo aquello que no se ha permitido mostrar durante toda su vida. Todo va bien, la emoción fluye. De repente Bárbara corta a Chiara y dice: “Disculpad, creo que el equipo de fuera va a salir volando”. Cortamos la toma, nos asomamos y aquí lo que vimos:
La secuencia tenía una iluminación compleja, una iluminación nocturna con un entramado de focos y palios sobre altos trípodes para alcanzar la planta superior. Un viento comenzó a zarandear todo el chiringuito y eléctricos y gente de producción se posaron sobre la base de los trípodes para que no se volcaran. Entonces nos azotó el huracán acompañado de una lluvia despiadada. Un lodazal bajaba de la montaña arrasando con carpas y monitores. Saltó la luz y el ruido era tan ensordecedor que no valía nada por sonido. En fin, que todo lo que no había ocurrido en cinco semanas aconteció en una sola noche, todo junto. He de decir que gracias al estoicismo de todos los que aguantaron fuera el diluvio universal los de dentro pudimos rodar la secuencia que queríamos. No sé cómo agradecerlo lo suficiente.
Y sentada en el alféizar de la ventana, con su cuerpo en medio del temporal y su mirada en el pasado de su personaje, como una niña pequeña ajena a la muerte; ella. Ella.
Le tocaba esa escena que clavó en la prueba. Hace más de un año, dije a las directoras de casting que las actrices me podían llamar para preguntar sobre el personaje. Barbara no lo hizo. Me parecía demasiado joven para el personaje. Pero llegó y, sin muchas palabras de por medio, agarró una pelota de tenis que le di para la escena (en la realidad es una taza de té caliente). Es, con diferencia, la secuencia más difícil de la película. Empezó a hablar mirando por una ventana que no existía (por la que el otro día veía volar al equipo de eléctricos) y a decir -cargada de odio, asco y mesura- las palabras que yo había escrito un año antes. Arrasó, como el huracán del viernes. Cuando intenté hablar con ella después cogió su mochila como si estuviera ruborizada y se marchó. Yo me quedé mudo, con esa sensación de congoja al ver que algo que has escrito ya tiene voz y cuerpo, como cuando ves aparecer al chico que te gusta en la discoteca y haces como que no te das cuenta o no te importa, pero el corazón te va a mil y te vas a mear encima.
Lo que más me gusta cuando trabajo con una actriz con la que no he trabajado antes es observarla en secreto (sin que me vea) y tratar de entender cómo funciona en el proceso creativo; qué movimientos emocionales ejecuta antes de entrar en su personaje. Con Barbara no lo he conseguido. He tratado de esconderme en recovecos, detrás de columnas, etc… para estudiarla sin ser visto. Allá donde me coloque, por bueno que sea el escondrijo, es contar a cinco y ella gira la cabeza justo en la dirección hacia mí. Me mira tranquila como diciendo “te pillé” y me sonríe cómplice. Menos una vez que me debió ver tan concentrado en descifrarla que abrió los ojos incrédula como diciendo “quita de ahí, puto Nosferatu” y yo aparté mi cuello de búho.
Antes de rodar me soltó un: “Vamos a comer un día, ¿no? Y Hablamos”. Y allí, sentados en la terraza de un restaurante cool de Barcelona, delante de nuestras ensaladas de quinoa, me sometió al tercer grado más intenso que nadie me ha hecho sobre un personaje. Mientras me sometía a las preguntas justas (y con justas me refiero a todas las que luego han jugado en la creación de su personaje, no las que caen en saco roto) me percaté de una cosa: un gesto que le he visto repetir y en el que creo se haya su secreto.
Un eje de mirada estaba en mis ojos mientras me preguntaba. Pero cuando yo contestaba y le daba la información su eje de mirada cambiaba. Miraba ligeramente a su derecha y cuarenta y cinco grados en sentido descendente mientras se asentía a sí misma. En algún lugar por ahí abajo hay una puerta de entrada a la forma en la que selecciona, procesa y ordena meticulosamente la información sobre el alma de sus personajes.
Cuando estamos rodando y me acerco entre tomas a darle información al oído para que nadie más nos oiga, la noto bajar la cabeza como para escucharme, pero es para mandar la nueva información a través de su eje secreto. Dice “vale” bajito, cinco segundos después otro “vale”. Y poco después, en la toma, lo ves. Lo ves todo. Absolutamente todo.
Yo me he enamorado de ella. Porque no se parece a nada ni a nadie y esa es la gente a la que merece la pena amar, la que hace de tu vida una sorpresa. Y me pasa que tengo la sensación de no haberle declarado abiertamente mi amor. Y los dos meses de campamento llegan a su fin, llega septiembre y el final y el corazón me late porque cada uno se irá a casa, a su ciudad y no le habré dicho: “Oye, me gustas. ¿Quieres bailar conmigo?”, que traducido a lo nuestro del cine quiere decir: “Quiero volver a trabajar contigo. ¿Qué quieres que te escriba?”.