Los últimos chimpancés de Senegal
martes 18.nov.2014 por Dunia Ramiro 0 Comentarios
Cría de chimpancé en los bosques de Dindefelo. Fotografía: © hellio - van ingen.
Muchos pensaréis que el Escarabajo Verde archiva la carpeta del medio ambiente en un cajón al llegar verano para descansar a la sombra de un pinar escuchando el susurro de las olas del Mediterráneo. Bien, no negaremos que esto suceda, pero tampoco que nuestro interés por la naturaleza es constante y la época estival, idónea para descubrir iniciativas que durante el año debemos aparcar. Una asignatura pendiente era la de conocer más sobre los últimos chimpancés de Senegal. Y, para ello, nada mejor que inscribirse a un curso para la conservación de estos primates.
Pero, ¿aún quedan chimpancés en Senegal? Sí. Los últimos datos hablan de unos 400 individuos, una cifra preocupante teniendo en cuenta que la vecina Guinea-Conakry alberga 29.000. Esta baja población, junto con la proximidad de Senegal a España, animó hace 7 años a Ferran Guallar a instalarse en el país. Gracias al apoyo de la célebre primatóloga octagenaria Jane Goodall, en el 2010 se creó el Instituto Jane Goodall en el pueblo de Dindefelo exclusivamente para proteger al chimpancé local, el Pan troglodytes verus.
De Dakar a Dindefelo en “sept places”
Los viajes empiezan meses antes de que un avión despegue pero en esta crónica el punto de partida es Dakar. A media noche cogimos un sept place para llegar a Dindefelo. Pronto aprendimos que este vehículo es el medio de transporte más utilizado del país, un utilitario con capacidad para siete personas pero que suele acoger a una docena. Unas 13 horas de infarto nos separaban de nuestro campamento base. Después de una noche entera en duermevela, de amortiguar con tu propio cuerpo un centenar de baches, de cambiar tres veces de vehículo y de ser picada por una avispa que se coló, misteriosamente, por el interior del pantalón (todavía hoy no entiendo cómo pudo suceder), llegamos al destino. La guinda del pastel la colocó Guallar con una afirmación que dejó pasmados a los estudiantes que abandonábamos el destartalado coche: “Ha sido un viaje excelente. Hace una semana, tardé 20 horas”.
A punto de subir en un sept place en Dindefelo. Fotografía: Ines Fernández.
La Estación Biológica Fouta Jallon está en plena naturaleza, a las afueras de Dindefelo. Allí, un grupo de españoles, en su mayoría biólogos, investigan alejados del confort occidental. Al preguntar dónde podía tomar una merecida ducha para recuperarme del extenuante viaje, la respuesta fue una tímida mirada hacia un pozo. El lujo del agua corriente se sustituye por un intenso ejercicio de bombeo necesario para llenar un cubo de agua. A cambio, la naturaleza te regala el placer de lavarte al aire libre, rodeada de baobabs y de calaos. Y, de paso, comprendes que 10 litros son más que suficientes frente a los 80 utilizados para una ducha de 5 minutos en occidente.
La estación biológica Fouta Jallon del Instituto Jane Goodall, a 10 minutos a pie de Dindefelo.
Fotografía: Dunia Ramiro.
Una semana de adaptación al entorno de la etnia Peul
Durante la primera semana combinamos clases teóricas de investigación aplicada a la conservación del chimpancé con excursiones a aldeas y a espacios naturales. Descubrimos el lugar, lo hicimos nuestro. Fueron días intensos y, por qué no admitirlo, un poco duros. Nos adaptamos a comidas poco variadas (basada en productos locales como el cacahuete o el maíz), al clima bochornoso de la época de lluvias, a la preocupación por el avance del ébola en la vecina Guinea, a la cultura local y, por supuesto, a la malaria y a la pobreza. A pesar de la riqueza natural, esta es una de las regiones más desfavorecidas de Senegal, con difícil acceso a atenciones sanitarias primarias, a infraestructuras educativas, al agua potable y a la electricidad. Y, sin embargo, esto no parece ser un impedimento para Liliana Pacheco, directora del instituto. De hecho, ella llegó al pueblo hace 5 años, sola, para localizar a esos pocos primates de los que nadie sabía nada. Con un toque que mucho recuerda a los primeros pasos de la joven Jane Goodall en los sesenta en Tanzania, su llegada desconcertó a los habitantes de Dindefelo que no entendían qué hacía una mujer occidental joven interesada en monos. “Tardé dos meses en localizar a los primeros chimpancés en el bosque”, explica. Pero, una vez detectados, empezó a seguirlos y a acostumbrarlos a su presencia. “Para que un grupo se habitúe, deben pasar de 4 a 7 años”, afirma durante la charla de primatología que imparte en la estación mientras unos babuinos vocalizan a pocos metros del aula.
Chimpancé en los bosques de Dindefelo. Fotografía de © OumarBary-IJGE
En pocos días, los tres estudiantes del curso comprendimos la gran labor del centro. Hasta hace tan solo 6 años, nadie se interesaba por estos últimos primates. Su destino era desaparecer hasta extinguirse. Las montañas de Dindefelo no gozaban de protección alguna y el ecosistema se deterioraba por la deforestación, las actividades ganaderas y el fuego. Pero gracias al Instituto Jane Goodall, hoy existe la Reserva Natural Comunitaria de Dindefelo, de unas 13.000ha. Sin duda, aun queda mucho por hacer pero lo que ya tienen ganado es el hecho de haber implicado a la comunidad local, de la etnia Peul, para que hagan suyos los valores de conservación. Y es que la protección del área del Fouta Jallon no es solo vital para los primates sino que también lo es para millones de africanos. Este macizo es el depósito de agua del África del Oeste donde nacen tres ríos que atraviesan varios países, aportando vida y recursos hídricos.
Domingo de "lumo" o mercado en Dindefelo. Fotografía: Dunia Ramiro.
De camino a una cascada, paramos en la aldea de Afia para saludar a una familia de la etnia Peul. Fotografía: Inés Fernández.
Es curioso cómo el ser humano necesita crearse sus rutinas allí donde se encuentre. Para nuestro reducido grupo de estudiantes, se acabó convirtiendo en tradición el esperar al anochecer para encasquetarse el frontal y caminar hasta el único establecimiento que ofrecía bebidas frías. Después de clases intensas y de caminatas bajo un sol de justicia con la camiseta empapada en sudor, darse un respiro y establecer conversación con lugareños y voluntarios era revitalizante. Esas reuniones tenían lugar bajo la tenue luz de una bombilla y siempre se acompañaban de una nube de mosquitos y de alguna que otra mantis que se acercaba a curiosear. Aquellas charlas me permitieron llegar hasta el alma del proyecto: su equipo. Era una ocasión única para escuchar historias y vivencias de los que llevaban más de seis meses viviendo allí, acogidos por miembros de familias Peul a los que se referían como “mi madre”, “mi padre”, “mi hermano”. Estas personas mostraban así una alta integración y sensibilidad hacia la comunidad local y debían vivir en aldeas alejadas, mucho más remotas que Dindefelo, para estudiar a los chimpancés. Esto puede sonar romántico pero en la práctica implica aislarse de la civilización, de la familia, de los amigos, del wifi, de la bebida fría y de la electricidad. A veces, significa atravesar bosques y sabanas, durante tres horas y a pie, si tienes fiebre y necesitas que te hagan el test de la malaria como le ocurrió a una de las voluntarias. Pero estos obstáculos parecían no perturbarles. Al contrario, sonreían y aseguraban que una vez acostumbrados lo que más les chocaba eran las visitas a España, momento en el que se daban cuenta del nivel de consumismo al que hemos llegado.
El bosque de galería proporciona agua y alimento a los primates. Fotografía: Dunia Ramiro.
De la teoría a la práctica
Pero el plato fuerte llegó la segunda semana. Debíamos aplicar todo lo que habíamos aprendido. Así que nos despedimos de los compañeros de la estación biólogica, perro y gato incluidos, nos ajustamos las mochilas y otro sept place (quizás el más ruinoso que vi en aquellos días) trazó el camino hasta la siguiente etapa: Ségou.
Allí nos esperaba Paula, una bióloga de 26 años, y Wandu, excazador local experto en el ecosistema local. Las prácticas empezaron en un bosque de galería en el que debíamos dibujar una parcela imaginaria para estudiar el tipo de vegetación que quedaba dentro de ella. Este ejercicio que parecía pan comido se complicó por minutos. En cuanto parábamos unos segundos, un numeroso enjambre de “abejitas”, como allí las llaman, rodeaban nuestras cabezas para colarse por el orificio más accesible. Orejas y ojos eran su debilidad. Al principio intentamos vagamente apartarlas con la mano pero, dada su insistencia, tuvimos que tomar serias medidas. “Ponte papel de wáter en las orejas”, espetó Liliana, “así evitas que entren. Y si tienes gafas de sol, no dudes en ponértelas. Ah! Y arranca dos hojas grandes de aquel árbol y no pares de abanicarte, eso las ahuyentará”. Así, con un look poco glamoroso pero de gran efectividad continuamos analizando los tipos de hábitat preferidos por los chimpancés.
Durante las prácticas de caracterización de flora, Wandu nos ayuda a descubrir las especies de árboles. Fotografía: Inés Fernández.
Los rastros del chimpancé
Fue precisamente en un bosque de galería donde dimos con un primer rastro, un pedazo de bambú que los chimpancés acababan de dejar en el suelo después de mordisquearlo. A pocos metros otro indicio: un nido. Estos primates duermen en altura y, para no caerse en la fase REM del sueño cuando los músculos se relajan construyen nidos en las copas de los árboles. “Es un nido viejo, ya tiene unos meses”, aclaró Paula con un simple vistazo. Nos encontrábamos en una zona de alta densidad de primates, el bosque de galería, la joya de la corona del ecosistema senegalés al ser el único lugar que ofrece agua durante la estación seca.
Los primeros rastros de bambú mordisqueado por chimpancés en un bosque de galería que encontramos en el transecto. Fotografía: Dunia Ramiro.
Nido de chimpancé que encontramos en los bosques de Ségou.
Fotografía: Dunia Ramiro.
Por supuesto, deseábamos cruzarnos ni que fuera fugazmente con un grupo de chimpancés pero esta era una ardua tarea. Los bosques de Senegal no son las llanuras del Serengueti donde los animales están acostumbrados a la presencia humana. En esta región, el hombre es una amenaza y esto se traduce en que los animales se esconden de él. Por ello, toparse con monos verdes, monos patas, babuinos o chimpancés es aquí un tesoro que te brinda la naturaleza.
Liliana y Paula estudian las heces frescas de chimpancé con restos de termitas.
Fotografía: Dunia Ramiro.
Las vocalizaciones de chimpancés son inconfundibles. Una mañana estos sonidos resonaron por todo el bosque. Cuando los oyes por primera vez, la sangre se congela momentáneamente. Se genera una sensación que te lleva a lo más primario de tu ser, a los orígenes. Algo cercano y lejano a la vez. “Atención. Recordad.”, susurró Liliana. “Nunca estéis de pie, se sentirán intimidados. No saquéis cámaras ni hagáis movimientos bruscos. Es recomendable que acicaléis al compañero de al lado imitando los gestos de los chimpancés. Y, sobre todo, no sonriáis, enseñar la dentadura es signo de amenaza para ellos”. Con el corazón latiendo fuerte seguimos la dirección de los gritos. Pero después de caminar durante un rato comprendimos que habían sido más rápidos y se habían alejado de nosotros. Este capítulo se repitió en distintas ocasiones a lo largo de la semana aunque el avistamiento no se produjo. Incluso cuando estuvimos a escasos metros de un grupo de quince, nos ahuyentaron tirando piedras y vocalizando fuerte para que no nos acercáramos. “Es cuestión de suerte, a veces los encuentras tranquilamente comiendo, haciéndote caso omiso”, nos consoló Liliana.
Escribiendo este texto en la redacción del Escarabajo Verde, estos días he tenido la oportunidad de rememorar el viaje a esta región recóndita del África Occidental. De la experiencia extraigo conclusiones muy positivas como la de haber comprendido que el chimpancé es una especie “paraguas”, como el lince ibérico en España, tal y como reflejamos en el documental “Las siete vidas del lince”. Esto significa que cualquier mejora que se haga para proteger su hábitat repercute directamente en la supervivencia de otras especies. Si en los próximos años aumenta la población de chimpancés en Dindefelo querrá decir que el ecosistema se estará recuperando y ello repercutirá positivamente en la fauna y en la población local.
Aunque la lección más valiosa que me traje en la mochila fue la de no dejar de perder la fe en el ser humano, al comprobar personalmente que existen personas dispuestas a dejarlo todo por proteger el medio ambiente y las especies que habitan en él, al observar a jóvenes y no tan jóvenes mejorar las condiciones de vida de los habitantes de Segou, Dindefelo, Nandumary o Gumbambere. Sé que mientras escribo estas líneas ellos estarán creando un nuevo pozo de agua potable para la población local u observando, en silencio, a una madre de chimpancé acicalando a su pequeño. Y eso aporta una cierta tranquilidad.