Érase una vez... Oslo

Érase una vez un país muy pobre y muy frío que hace 50 años descubrió petróleo en sus costas. Este país no se gastó el dinero en construir rascacielos de oro, canchas de golf en la Luna o ejércitos de élite. Este país de sólo cinco millones de personas quiso hacer que sus habitantes se sintiesen bien. Esto no es un cuento, es la historia reciente de Noruega, antiguamente el hermano pobre y menos sofisticado de Escandinavia. Un país que hoy está entre los más ricos y más caros del mundo, tercer exportador de petróleo por detrás de Rusia y Arabia Saudí y, en mi opinión, un ejemplo para el resto de gobiernos.
orque los noruegos no se han vuelto “nuevos ricos” con los ingresos que llegaban de sus plataformas del Mar del Norte sino que se han dedicado a desarrollar uno de los Estados del Bienestar más sólidos y envidiados del mundo. Para un español, escucharlos hablar de ayudas sociales y condiciones laborales es una película de ciencia ficción. La riqueza está tan distribuida y se sienten tan protegidos que han desarrollado una sociedad en la que sobre todo buscan la calidad de vida y la igualdad social. Es verdad que hay detalles excesivos de “papá Estado”, como que el alcohol no se venda en supermercados sino en tiendas estatales con horarios restringidos, aunque así dicen que se ha reducido el alcoholismo…
Un país tan rico donde apenas existan diferencias sociales es un país moderno de verdad. Esto fue lo que más me llamó la atención de Noruega, su concepto de igualdad, tanto entre hombres y mujeres (su Ley de Igualdad de Género es de…¡¡1.978!!) como entre clases. En los trabajos apenas hay distancias entre jefes y empleados, está mal vista la ostentación y el lujo, los sueldos son públicos y pueden consultarse por Internet, la futura reina del país es una madre soltera, el director general de una gran empresa no veranea en un “chaletazo” a lo español sino en cabañas de madera en medio del bosque… También me ha encantado la idea del “háztelo tú mismo”: desde tu casa o el pan hasta que en las oficinas no haya secretarias, por ejemplo.

Los noruegos mantienen el carácter ahorrador y austero de un pueblo que durante siglos ha tenido que aliarse con la Naturaleza. Porque el entorno natural de Oslo es otro de los enganches de esta ciudad: lagos, fiordos, bosques, casas de madera, ríos salmoneros, pistas de esquí a las que puedes llegar en metro, cascadas en medio de la ciudad… A primera vista, Oslo no era uno de los destinos más apasionantes que nos podía haber tocado, pero bajé del avión encantada de que hubiese sido la primera parada en mi futura ruta por los países nórdicos. Viajar vale para saber que no muy lejos de donde estás se están haciendo cosas que merece la pena copiar. Sé que el modelo noruego es muy difícil de importar: básicamente, porque están “forrados” y tienen la población de la ciudad de Madrid. Pero sí podemos aprender de ellos muchas cosas de su cultura y su mentalidad. Es un país donde todavía no se han olvidado de cuáles son las cosas que importan. Por eso la ONU siempre incluye a Noruega en su lista de los mejores países del mundo para vivir y para ser padres.




Sinceramente, y a pesar de toda esta declaración de amor hacia los noruegos, ni el país ni su capital son para mi los sitios ideales para vivir. Les falta el calor y la luz, y yo soy como una planta. Oslo no es la ciudad ideal, pero sí es la ciudad posible.

Un beso enorme para nuestros españoles. A Idoia, por explicarnos tan bien las claves del estilo de vida noruego; a David, un padre joven que cogió el toro por los cuernos; a Juan, mi amigo gaditano y próximo ganador de un Goya (algunos sabemos porqué…); a Marina y a Pep, por abrirnos las puertas de su vida como bailarines de crucero; a Mari Carmen, que hace unos ¿exquisitos? zumos de arándanos; a Edu, un educador fenomenal con el que salimos a buscar trolls; y a Benjamín, el tenor de Drobak, un crack entre los cracks. ¡Hasta pronto!

QUÉ BUENA TARDE SE HA QUEDADO

En todos los viajes hay un chiste que se acaba convirtiendo en el chiste del viaje. Generalmente son bastante malos, pero por alguna razón que se me escapa nos solemos pasar toda la semana repitiéndolo.

El viaje a Groenlandia también tuvo su chiste oficial. Seguro que os lo sabéis:

Un tipo se queda mirando al cielo y dice: “qué buena tarde se ha quedado…”. Y el que está a su lado contesta: “…hasta que venga alguien y la joda”.

Sí, ya sé que es un chiste viejo y malo pero a nosotros nos dio por reírnos. Lo contó Javi el segundo día de grabación. Javi es el vallecano con greñas que se queda en gayumbos para bañarse en unas aguas termales. El último español del programa. Un gran personaje. Y lo contó porque realmente todos los días se quedaba una buena tarde. Tuvimos mucha suerte con el tiempo. Amanecía nublado pero luego siempre se despejaba. Y siempre caía el chistecito.

Groenlandia posee el paisaje más bello que he visto jamás. Hay gente que recuerda toda la vida la primera vez que vio el mar. Otros nunca olvidan el momento en que contemplaron la nieve. Yo me guardaré para siempre la primera vez que vi el hielo. El inmenso hielo de formas y tonalidades imposibles.

Nunca pensé que un lugar tan árido pudiera ser tan acogedor. Te quedas anestesiado, calmado… en paz. Se te queda la mente tan en blanco como el paisaje que estás viendo. “Nunca te vas a cansar de observar los icebergs”, me decía Antonio, otro de “nuestros” españoles. Tus problemas se hielan también, los olvidas, se alejan a la deriva como si navegaran por un fiordo. Yo lo experimenté y sé que Jesús también. Jesús es el cámara al que le debemos las espectaculares imágenes que se ven en el programa. Gracias compañero.

Sólo una cosa le pudo inquietar esa semana: su pequeño Javi, con sólo 15 días de vida, estaba ingresado en un hospital en España. Entiendo que ni siquiera cientos de impresionantes icebergs pueden hacer que dejes de pensar en tu hijo. Por suerte (y por fuerza) Javi ya está recuperado y dando guerra en casa.

Hasta nos olvidamos del mundial y del partido contra Alemania. No os digo más.

Cuando se te baja un poco el subidón del paisaje, empiezas a descubrir a la gente. Y te vuelves a anestesiar. ¿Cómo pueden ser tan cálidos con esas temperaturas? No tienen nada que ver con la gente de otros países del norte de Europa. Aquí las señoras te besan sonoramente en las mejillas y los hombres te abrazan fuerte contra su esternón. Sonríen, miran a los ojos y estrechan la mano con firmeza. Y cariño.

Buen tiempo, bonito paisaje, buena gente… empezaba a pensar que quizá Groenlandia era ese lugar donde nadie viene a joderte la tarde. Quizá.

Lo primero que aprendes allí es a llamar a los groenlandeses por su nombre. Nada de “esquimales”, ellos son inuits. “Esquimal” es una palabra inventada por los ingleses y que tiene un matiz despectivo. Significa “gente que come carne cruda”. Los inuits ya han huido de su cliché. Hace tiempo que están muy por encima de su estereotipo. Sí, de vez en cuando comen carne cruda (exquisita, por cierto), pero ya no viven en iglús ni viajan en trineos ni cazan las ballenas a machetazos. Los inuit de ahora tienen i-phone, televisión por cable, calefacción central y viajan en helicóptero.

Sus condiciones de vida y su relación con el medio han mejorado pero sus rutinas, en esencia, son muy parecidas a las de antes: siguen siendo cazadores. Lo mismo ha pasado con la religión. Se les impuso una religión (como a medio mundo) pero ellos no han renunciado del todo a sus creencias ancestrales. Ahora son luteranos pero algo queda de sus raíces animistas.

Inuk, un anciano al que conocí en Narsaq, me lo resumió perfectamente. Tenía 70 años pero aparentaba 150. Había sido cazador de ballenas desde los 14 y ahora, retirado, acompañaba a sus dos nietos a la guardería donde estábamos grabando. Así hablaba de los suyos, de los inuit: “para nosotros la espiritualidad impregna
cualquier aspecto de la vida. Para poder sobrevivir en este medio tan hostil, tenemos nuestras normas de convivencia, entre ellas mantener el equilibrio y el respeto hacia el mundo natural. La armonía con la naturaleza es fundamental para sobrevivir cuando llegas a los 50 grados bajo cero
…”. Y se reía al ver mi cara.

Aquella tarde, con un par de cervezas, Inuk nos habló de muchas cosas. Yo recuerdo sólo algunas. “Cuando un hombre ofende a un animal está desequilibrando el Universo, está rompiendo la armonía”, nos decía, y a mí me parecía que no se podía ser más sabio que él. “Nosotros creemos que los animales tienen un alma. No los cazamos, sino que se dejan cazar”. En definitiva, nos dio una verdadera lección de ecología.

El último día de grabación nos dirigíamos en la zodiac hacia un frente glaciar. Lucía el sol como lo había hecho toda la semana y, como no, a alguien se le escapó el chiste oficial. “Qué buena tarde se ha quedado”… Y carcajada generalizada. Como niños.

Pero a Erik, uno de los guías que nos acompañaba en la barca, un hombre de unos 50 años con la cara surcada por el sol, no le hizo ninguna gracia. Nos observaba como apenado. Obviamente el sentido del humor no es el mismo. Yo no esperaba que se riera, pero tampoco entendía esa mirada triste. “Antes no era así, no hacía tanto calor”. Esa fue su sentencia. Todos lo entendimos.

En un sólo año ese frente glaciar que estás viendo ha retrocedido casi 2 metros… nos estamos derritiendo”. Se me quedó cara de tonto, cara de occidental. Este hombre tenía muchos motivos para no reírse. Él no hablaba de cambio climático porque ni siquiera conocía la expresión. Él hablaba de problemas reales en su vida diaria. “Tenemos que ir con mucho cuidado cuando perseguimos animales porque el hielo es más delgado y más inestable… los ríos y lagos se secan y los árboles y las casas se inclinan y se caen porque se ha reblandecido el suelo”. Acabó definiendo el tiempo como “un amigo de toda la vida que empieza a ponerse raro”.

Hasta ahora el frío, paradójicamente, les había protegido. Les había mantenido a salvo de nosotros. Pero eso ya ha cambiado. Javi, el vallecano, me contó que a Qaqortoq, que es una ciudad de 3 mil habitantes, llegaban cada verano cruceros con 7 mil pasajeros. 7 mil turistas que desembarcaban como piratas al abordaje en ese pueblo tranquilo, con ansias de saciar su sed de consumo. Comprar un cuerno de caribú para ponerlo en el salón, un diente de ballena o unas botas de piel de foca.

7 mil guiris. Más del doble de la población de Qaqortoq. “Pero bueno, eso también deja dinero en el pueblo. El turismo es un ingreso más, no?”, le pregunté a Javi. “¿Sabes lo que hace la gente del pueblo cuando llegan estos cruceros? Cierran todas las tiendas, comercios y bares y se encierran en sus casa a esperar que pase la plaga”.

Y además todas las petroleras del mundo tienen puestos sus ojos y sus colmillos en Groenlandia. “Conforme se vaya derritiendo el hielo será más fácil llegar hasta el petróleo que parece que hay debajo”, añadió Eric. “Algunas ya están perforando y las otras están en camino. Dicen que pueden llegar a los 31.000 millones de barriles, lo que nos convertiría en uno de lo mayores productores de petróleo del mundo”.

Yo no sabía qué decir. Erik hizo una pausa. Después se empezó a reír, me guiñó un ojo y dijo: “¿Has visto? aquí también viene alguien a jodernos la tarde”.

Moscú, una ciudad de combate


Soy maniático, lo confieso. Una de mis (muchas) manías en el trabajo consiste en que tengo una palabra prohibida para definir una ciudad. Me niego a utilizarla. Es una palabra, una expresión, que habréis oído y leído cientos de veces. Puede pareceros absurdo pero para mí esta manía forma parte de mi libro de estilo y hasta hoy me he mantenido firme en mi autocensura.

Una ciudad de contrastes. Esa es la construcción prohibida, maldita. Llevo casi 20 destinos con este programa y todavía no he calificado a ninguno como “una ciudad de contrastes”. Me parece absurda ¿Conocéis alguna ciudad del mundo que no se pueda definir con ese topicazo reduccionista? Mi teoría es que no la hay. Claro que existen ciudades con más desigualdades sociales que otras pero contrastes hay en todos lados.

Os lo voy a demostrar. Meteos en el todopoderoso Google y teclead (sin que nadie os vea) u-n-a-c-i-u-d-a-d-d-e-c-o-n-t-r-a-s-t-e-s. Resultado: 672 mil entradas. Ya os adelanto que en cada una de las 20 primeras entradas que aparecen se habla de una ciudad diferente. Os las digo por orden de aparición googleliana: Leeds, Medellín, Berlín, Ammán, Lima, Jartum, Calcuta, Sofía, Bogotá, Dubai, Génova, Londres, Estocolmo, Francfurt, Vancouver, Río de Janeiro, Pekín, París, Caracas, Casablanca… y así podría seguir hasta acabar con el globo terráqueo. ¡Venga ya! Una expresión que vale para describir ciudades tan diferentes es que está vacía de significado. “Leeds, alegre pero nostálgica. Cosmopolita y bulliciosa pero, al mismo tiempo, tranquila”… “en Ammán conviven edificios modernos con el zoco tradicional”…“La realeza, lo señorial, pero también lo mugriento. Así es Londres”… bla bla bla…

El contraste no es nada diferenciador, nada original. Lo curioso es que esta etiqueta se suele emplear como reclamo turístico. Se utiliza "contraste" como sinónimo de pluralidad, de variedad, de exotismo. Parece que un destino es más tractivo cuanto más diferente sea lo que vas a ver. “Te ofrecemos mar y montaña, palacios y chabolas, mezquitas y tiendas de Louis Vuitton”. Debemos ser unos maníacos de lo diferente. O es que no sabemos lo que nos gusta.

Y con este dogma aterricé en Moscú. No había sucumbido a la “expresión prohibida” ni en Bombay, ni en Estambul, ni en Guatemala ni en Belgrado, pero me faltaba por ver la capital rusa. Cuna de los zares, del comunismo y ahora, la ciudad que abandera el capitalismo más desaprensivo.

El primer día visitamos la Plaza Roja. Cuando estudiaba periodismo veía a Rosa María Calaf haciendo su crónica desde allí y me imaginaba en su lugar. Pensaba que debía haber pocos sitios más emblemáticos y con más historia que aquel. Pues bien, cuando llegamos allí lo primero que me encontré fue a un hombre de unos 50 años disfrazado de Lenin. Quisimos hacerle alguna pregunta pero alzó el brazo gritando que si no le pagábamos, no le grabábamos. Me pareció una paradoja casi macabra. Lenin, el líder de la Revolución, el icono del comunismo, pidiendo dinero por hablar, en plan Belén Esteban. Por un momento dudé si eso se consideraría un contraste.

Por la tarde grabamos en la imponente Universidad de Lomonosov. Allí nos informaron de que Moscú es la ciudad con más licenciados universitarios de Europa. Y sobre todo licenciadas. Hay un altísimo porcentaje de chicas jóvenes con estudios superiores. Sin embargo por la noche nos aventuramos a grabar en varios pubs de moda y discotecas para todos los públicos. Todo muy correcto, nada turbio. Sólo pudimos grabar en un local pero en todos nos encontramos con lo mismo: jóvenes rusas desproporcionadamente arregladas, maquilladas y entaconadas buscando desesperadamente un tipo duro al que vaciarle la cartera. No estoy hablando de prostitución. Eran jóvenes como las que habíamos visto por la mañana en la Universidad pero completamente disfrazadas. "Aquí la mujer se casa muy pronto para volar del nido y luego tienes que andarte con cuidado porque te despluman en dos días", me dijo un camarero. Las cifras en cambio dicen que es la mujer la que sostiene el país. El 65 % de la población activa son mujeres.

Al día siguiente visitamos el metro de Moscú, el llamado “palacio subterráneo”. Dicen que hay más mármol en este metro que en todo el Taj Mahal. Los rusos son así, exagerados. En ese supuesto palacio para el pueblo (así lo llamó Lenin) encontramos lámparas doradas, esculturas de bronce y el famoso mármol de los Urales. Pero sobre todo lo que encontramos fueron centenares de ancianos decrépitos pidiendo limosna, algunos suplicándola. Gente que tuvo algo, poco, durante el comunismo y que con el cambio de sistema se quedaron sin nada. Vimos vagabundos, borrachos y tullidos. Me llamó especialmente la atención una mujer de unos 70 años, con la mirada (y el alma) perdida, malvendiendo jerseys que ella misma cosía. Me pareció otra paradoja/contraste ver tanta miseria dentro de un palacio.

Más datos: el 20% de la población vive por debajo de la línea de la pobreza, es decir, con 1 € al día. En la Unión Soviética, el salario mínimo era 1,5 veces superior al consumo mínimo requerido. El salario mínimo de la Rusia actual tendría que haberse triplicado para cubrir ese nivel mínimo de consumo. El salario medio es de 500 € al mes pero un café cuesta 4 €. En resumen, la mayoría no tiene ni para comer.

Tercera jornada de trabajo. Acabamos de grabar en un restaurante caro y pijo y nos sentamos a descansar. Se me acerca un joven ruso con un Rolex de oro y una camiseta de licra con las letras "Dolce Gabana" bordadas con brillantes. El tipo había visto nuestra cámara y quería saber qué estábamos grabando. Charlamos unos 15 minutos. Tiempo suficiente para que alardeara de ser el propietario del 25% de una petrolera y de tener dos yates y una colección de Lamborghinis. El elemento en cuestión, mientras enumeraba sus pertenencias, dejó una frase lapidaria con la que resumía su filosofía de vida: “lo que no se puede comprar con dinero, se puede comprar con mucho dinero”.

Míster Dolce Gabana me recordó la otra realidad de Moscú, la ciudad de la opulencia, del lujo obsceno y garrulo. La revista Forbes ha calculado que hay más multimillonarios en Rusia que en cualquier otra parte del mundo. Por eso allí se celebra cada año la fiesta mundial de la ostentación, la “Millionaire Fair”, que es la feria de productos de lujo más cotizada del planeta. Una especie de rastro para los amantes del petrodólar. Allí se reúnen todos los espabilados que amasaron sus fortunas en los años 90 cuando se privatizó la industria rusa y entre cuatro se repartieron el pastel. Allí los millonarios se debaten entre comprarse un móvil de 350 mil euros o una memoria USB de oro con 600 diamantes. O las dos cosas.

Una peculiaridad de los rusos que hace que las desigualdades sociales sean aún más sangrantes, es que no les vale con ser multimillonarios, además se tiene que saber. Se tiene que ver y oler su riqueza. De hecho en la lista de los 10 hombres más ricos del mundo que ha elaborado Forbes en 2010 no hay ningún ruso. Es decir, no es que sean los más ricos, sino los que más presumen. No hay más que ver el ejemplo de uno de los magnates rusos más conocidos: Roman Abramovich. Su fortuna ronda los 20 mil millones de euros (mil millones de euros arriba, mil millones de euros abajo). Hay americanos, indios y sauditas con más dinero que él, pero nadie gasta como Abramovich. Se compró una flota de 5 yates, uno de los cuales, el Eclipse, es el más grande del mundo y tiene 2 helipuertos. Adquirió también un avión Boing 767 con un sistema antimisiles incorporado y hasta 2 submarinos. Y para entretenerse se compró un club de fútbol, el Chelsea, y la casa más cara del mundo, en la Riviera francesa, por 500 millones de euros. Estaréis de acuerdo conmigo en que Amancio Ortega o Ricardo Botín son bastante más discretos.

El caso es que transitando por las calles de Moscú te puedes cruzar con el fulano del rolex de oro y la camiseta de brillantes, y con la anciana arruinada que malvende jerseys; te puedes cruzar con la rubia explosiva vaciacarteras y con la mujer digna y trabajadora; y hasta te puedes cruzar con un capitalista disfrazado de Lenin. ¿Es entonces Moscú una ciudad de contrastes? Pues amigos y amigas, yo me voy a mantener firme en mi tesis: no, no lo es. En todo caso es una ciudad de injusticias y desigualdades, una ciudad esquizofrénica y exagerada. No hay nada de atractivo en estos extremos tan opuestos. No puede ser un reclamo turístico porque convivir con eso es una lucha diaria, un horror. Y como dice Nacho Vegas, “en este horror no hay literatura”.

La Real Academia de la Lengua da 13 acepciones posibles a la palabra "contraste". La más común es la de "oposición, contraposición o diferencia notable que existe entre personas o cosas". Pero si bajamos hasta la número 12, encontramos una definición que a mí me gusta más: "Contienda o combate entre personas o cosas". Así sí. Según eso sí que diría que Moscú es una ciudad de contrastes. O mejor, una ciudad de combate.

GRANDE TORINO

Dicen que Turín es la gran desconocida de Italia. Y tienen razón. Turín no tiene góndolas venecianas, ni coliseos romanos, ni Fontanas de Trevi, ni pasarelas de moda milanesas, ni mujeres napolitanas llamando a sus hijos para cenar mientras tienden la ropa. Turín no aparece en los circuitos turísticos, en esos viajes agotadores del tipo “conozca Italia en 2 dias y medio” que suelen tener nombre de tarta helada, como“Italia Romántica” o Mágica Toscana”. Y es que la imagen de una ciudad industrial ha escondido muchos de los encantos de Torino, un lugar lleno de historia, leyendas, tradiciones y carácter propio.
Turín fue la primera capital de la Italia moderna y los Saboya eran turineses, de ahí la elegante arquitectura barroca de la ciudad. El vermut, esa bebida que yo creía más española que el toro de Osborne, se inventó en una tienda de hierbas turinesa. Alejandro Dumas, Puccini o Niestzche tomaban chocolate en sus cafés (dicen que el filósofo se volvió loco cuando vivió por aquí) y Umberto Eco se inspiró en una abadía cercana para escribir el “El Nombre de la Rosa”. Por el centro de Turín pasa el legendario río Po, ese que, como dice Ana, siempre te preguntan en los crucigramas. Y también dicen que es la ciudad donde se concentra el mayor número de exorcistas del mundo.
Turín está envuelta en un halo de misterio. Aquí se guarda la Sábana Santa, el sudario que supuestamente envolvió el cuerpo de Cristo tras ser crucificado, la reliquia más importante -y también más polémica- del mundo cristiano. Yo soy tirando a descreída pero, aún siendo una tela medieval, ver la cara torturada de un hombre nos puso los pelos de punta. Y hasta planeó la clásica duda del... “¿y si fuese verdad?”...
Lo que poca gente sabe es que Turín está considerada una de las capitales mundiales del esoterismo y de la magia. Marta nos enseñó alguno de los puntos de energía positiva y negativa que hay por la ciudad, las referencias al diablo...
¡hasta Nostradamus vivió aquí!
Turín tiene mil curiosidades pero, más allá de leyendas y de misterios, es una ciudad agradable para vivir. Nos lo decían todos los españoles -un beso, chicos- comparándola con Milán, la otra gran ciudad del norte con la que mantiene la clásica rivalidad que va desde el fútbol a la industria. Y es que Turín es un importante foco industrial, pero Milán acapara todos los flashes. Sergio lo explicaba muy bien cuando nos decía que en Turín se inventan las cosas y que en Milán se enseñan. No os imagináis la cantidad de marcas conocidas que han salido de aquí, de Olivetti a Lavazza o Martini pasando por la mítica Nutella o los Ferrero Rocher. Y, por supuesto, Fiat, durante muchos años el símbolo de la industria italiana. Fue genial conducir por la pista de pruebas que tenían en la azotea de la antigua fábrica. Aunque yo fuese en el maletero, pero esa es otra historia...
También hicimos escapadas porque Turín es la capital del Piamonte. Piamonte significa “a los pies de los Alpes” y limita con Suiza y con Francia. Es una región de vinos, de arrozales (de aquí sale la mayor parte del “risotto” italiano), de preciosos lagos alpinos, de amor por la gastronomía, del “movimiento slow”... Y también de la carisisísima trufa blanca, ese extraño tubérculo que cuesta 6.000 euros el kilo. No estábamos en temporada, pero con Pedro y su familia, ayudados por un buscador de trufas piamontés y de su perro, encontramos trufas negras. ¡20 euritos cada una y se la echamos a la pasta! Nunca había estado en Italia, un país donde las diferencias entre el norte y el sur están tan marcadas como en España. Me ha gustado empezar por el norte, y me apetece volver. Quizá a bailar la tarantella a Sicilia, pero me alegro de haber viajado a Turín, de sorprenderme con cosas y, como siempre, de haber conocido a los españoles que están por allí.
Por cierto, un mensaje: dicen que los italianos nos quieren más que nosotros a ellos. ¿Será que no olvidamos el codazo de Tassotti? ¡Ah!, me olvidaba de que ya no están en el Mundial... Bromas aparte: a pesar de Berlusconi,
¡força Italia!

BOMBAY, ESA MASA DE ENERGÍA

El viaje a Bombay empezó en el número 2 de la calle Sandoval de Madrid. En una taberna del centro. Su nombre parecía una premonición: taberna Acuerdo. Faltaba una semana para que el gran Jesús y yo nos subiéramos a un avión rumbo al lugar que más ganas tenía de conocer del planeta: Bombay. Antes me esperaba para desayunar otro Jesús. Un publicista asturiano que se cansó de vender grandes marcas y empezó a vender sueños. Pero de los que se cumplen. Esos por los que no hay que pagar.

Jesús es un tipo que un día se revolvió en la silla de su despacho de una gran agencia de marketing y se marchó a vivir a Dharavi, el slum o barrio de chabolas más densamente poblado del mundo. Un millón de personas hacinadas en 2’5 kilómetros cuadrados. Sin agua potable, sin un triste colchón donde dormir. Cambió sus 14 pagas anuales por una chabola de 8 metros cuadrados y unos baños públicos. Y todo para hacer reportajes sobre otra cultura, otras gentes, otro universo. En ese momento todavía me costaba entenderle. Era porque yo aún no había estado en Dharavi.

Lo reconocí nada más entrar. Pelo largo recogido en una coleta y el entusiasmo de quien cree en lo que hace. “La India es maravillosa, Luis, si vas de frente se te abren todas las puertas”. Así empezó su relato mientras cada uno pedíamos un cortado, un zumo de naranja y una tostada. 5 euros.

Él estaba casualmente en Madrid pero al día siguiente regresaba de nuevo a Bombay. Hablamos de lo que íbamos a grabar juntos en Dharavi. Sacó su ordenador portátil y me enseñó fotos como éstas…



Yo me estaba empezando a poner nervioso, ansioso, ilusionado, asustado y excitado al mismo tiempo. Bombay ya había empezado a hacer su efecto.

Desayunamos y nos despedimos. “La próxima vez que nos veamos todo será diferente, Luis, ya lo verás”. En ese momento yo no podía ni siquiera imaginar hasta qué punto tenía razón.

Una semana después pisé Bombay por primera vez. Lo primero que sentí es que es una ciudad con una cadencia propia, diferente. Algunos dicen que es un caos. Yo ahora ya no sé si el verdadero caos no es el que vivimos nosotros aquí.

En nuestro segundo día de rodaje me reencontré con Jesús, el “publicista loco”. Quedamos con él a las 5 de la mañana en el corazón del slum. El taxista que nos llevó hasta allí estaba flipando tanto como nosotros. O más. Queríamos grabar el amanecer desde los tejados de Dharavi.

Nos adentramos con Jesús y su linterna por callejuelas de un metro de ancho surcadas por un desagüe oscuro y espeso. La sensación de penetrar en aquel lugar casi de manera furtiva nos dejó sin habla. El slum dormía. Silencioso. Era como un animal agazapado. Una fuerza latente a punto de estallar. El pistoletazo de salida en la carrera por la supervivencia lo marcaría la salida del sol y la llamada a la oración desde las mezquitas. Susurré mis primeras palabras:
- Jesús, me acaba de pasar un gato enorme por encima del pie
- No era un gato, Luis, pero mejor sigue caminando

Trepamos hasta los tejados de chapa de las chabolas por unas cañerías y Jesús nos pidió que lleváramos cuidado con dónde pisábamos. Alumbró con su linterna y vi que estábamos rodeados de cuerpos. Decenas de personas durmiendo a la intemperie, en los tejados, bajo la luna.

Allí sentados esperamos a que despertara Dharavi bebiendo una bolsita de te con clavo. 10 rupias, unos 25 céntimos de euro. Era la segunda vez que desayunaba con Jesús. “Te dije que la siguiente vez todo sería diferente”. Y sonrió.


Media hora después el sol encendió Bombay y la maquinaria vital del slum empezó a funcionar. El espacio condiciona las rutinas en Dharavi. Viven tan juntos que los biorritmos son comunes. Todos se levantan a la misma hora. Desayunan, se asean, ponen música de Bollywood y salen a la calle a la misma hora.

Dharavi se ha hecho famoso en los últimos años porque allí se rodó la famosa película Slumdog Millionaire, que cuenta la historia de unos niños del slum y que ganó 8 Óscars. La traducción literal del título sería “Perro de chabola millonario”. Jesús nos contó que a los habitantes de este lugar les dolió ese título y la imagen que se dio de sus vidas. La prensa india dijo que la película hacía “pornografía de la pobreza”.

Yo no voy a defender la película, pero sí que sentí allí algo parecido a lo que el guionista de Slumdog, Simon Beaufoy, dijo que había percibido: “hemos querido que el espectador sienta la enorme cantidad de diversión, risas, charlas y sentido de comunidad que uno encuentra en este barrio. Lo que percibes en un lugar así es esta masa de energía”.

Estoy de acuerdo: esa masa de energía te envuelve. Se nota que forman una verdadera comunidad a la que no quieren dejar de pertenecer. Por eso muchos de ellos nos confesaron que temen al plan urbanístico del gobierno que pretende derribar el slum y construir apartamentos. No es un mundo ideal. Claro que también hay mafias o delincuencia. Pero ellos no quieren moverse de allí. Dijo Ghandi que “para una persona no violenta, todo el mundo es su familia”. Pues el slum parece eso, una familia de un millón de miembros.

Jesús cuenta en su web (www.100familiasindias.com) que el slum sería como el planeta Gaia que describe Isaac Asimov en su “Fundación”: un conjunto de personas, animales y elementos que forman un sólo ser vivo que se alegra ante las fuerzas del bien y llora cuando algún miembro de la comunidad sufre.

Yo no lo sé. No conozco tanto el espíritu de Dharavi ni me he leído la “Fundación” de Asimov, pero sí sé cómo nos trataron allí. Los niños nos rodeaban y nos seguían. Nos pedían que jugáramos al críquet con ellos. Algunos nos abrazaban. Las mujeres sonreían y los hombres nos daban la mano. Todos nos abrían las puertas de sus casas. Nadie puso ningún inconveniente a que le grabáramos. Nadie quiso aparentar.


Pero durante nuestra estancia en Bombay no sólo grabamos el lado “pobre”. También quisimos conocer el lado opulento de esta ciudad. El otro extremo. Por eso al día siguiente de rodar en el slum visitamos el hotel de 5 estrellas Taj Mahal Palace. No nos dejaron grabar. La relaciones públicas del hotel dijo que el hall estaba en obras y no querían dar una imagen decadente. No supe qué contestarle.

Pasamos 6 días en Bombay. Suficientes para saber que volveré. Cuando regresé a España un amigo me preguntó si merecía la pena viajar a Bombay, si en esa ciudad había "algo que ver". Me puso cara rara cuando le contesté: “No hay nada que ver, Javi, pero sí mucho que vivir. No vayas a verla, ve a vivirla”.

LIBIA... EL GRAN DESCONOCIDO DEL MAGREB

Debo reconocer que antes de ir a Libia conocía bastante poco sobre este país. Solo que estaba cerca de Argelia, que era un país islámico ubicado en el Mediterráneo y que su líder era el carismático Gadaffi.


Poco después descubrí el porqué de mi ignorancia: después de casi 20 años de aislamiento internacional, Libia es el gran desconocido del Magreb. Conseguir un visado para viajar a Libia fue una tarea bastante complicada, de hecho tuvimos mucha suerte ya que poco después, las fronteras se cerraron para la gran mayoría de extranjeros.


Sintiéndonos privilegiados por tener la oportunidad de conocer un país al que my pocos han visitado, Raúl y yo emprendimos nuestro viaje hacia el sol de oriente un frío día de enero.

Poco después Pablo, un entrenador de fútbol sala, nos explicaría que el ocio en Libia es muy diferente a lo que nosotros conocemos, y que está orientado única y exclusivamente hacia el hombre. Tampoco está bien visto que una mujer esté en la calle, a no ser que vaya acompañada de su marido, padre o hermano. Esto puede resultar algo chocante para una mujer occidental. Yo ya había viajado previamente a otros zonas islámicas(Marruecos, Argelia y Sahara Occidental) así que no me sorprendió demasiado, me cubrí la cabeza con respeto e intenté pasar lo más desapercibida posible para poder contemplar todo como siempre, desde la primera línea…


Quizás lo que acabo de contar tire un poquito hacia atrás a quienes tengan intención de visitar Libia, desde aquí les animo para que esto no sea así, ya que se perderían la oportunidad de conocer un país auténtico y desconocido, una tierra casi virgen para el turismo, un diamante en bruto para los amantes de la arqueología y el arte.

Libia esconde tesoros arqueológicos inigualables, ciudades griegas y romanas perfectamente conservadas por las que parece que no han pasado los siglos…un espectáculo sorprendente para todo el que aprecie la historia clásica.

En Libia existen decenas de yacimientos arqueológicos de interés, sin embargo hay cuatro que son de obligada visita para todos los visitantes, tanto por su grandiosidad como por su increible estado de conservación: la ciudad de Leptis Magna (declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco), Sabratha (ciudad romana frente al mar con un coliseo y un anfiteatro escalofriantes), Cirene (que aún conserva los mosaicos que recubrían sus suelos) y Apolonia, junto al mar.


Casi el 85% del territorio del país esta ocupado por el desierto del Sahara. De hecho, todas las principales ciudades se encuentran ubicadas en la línea costera. Sin embargo uno no puede decir que ha estado en Libia sino se adentra en el desierto….Junto a Eloy y Rafa descubrimos la ciudad de Gharian, la perla del desierto, un asentamiento berebere perfectamente conservado, en cuyas calles parece que aún se puede oir el sonido de sus costumbres milenarias…

No era la primera vez que visitaba el desierto del Sahara, pero aún así no deja de asombarme su inmensidad, su mar de dunas….En el desierto de Libia encontramos las ruinas de una fortaleza romana desde donde pueden vislumbrarse los desiertos de tres países: el de Túnez, Argelia y el del mismo Libia.

Fue allí donde grabamos parte de la presentación del programa…


El desierto es uno de esos sitios que te hace sentirte bastante insignificante. Mirar hacia el horizonte y encontrar arena hasta que se pierde la vista te hace pensar en lo que verdaderamente somos en el mundo: un granito de arena más entre dunas…después de esta reflexión tan clarificadora, Raúl y yo decidimos relajarnos y disfrutar sintiéndonos pequeñitos…


En definitiva, Libia es un país auténtico y desconocido, un destino con un potencial deslumbranTe que sin duda merece la pena descubrir, y desde aquí animo a todos los ávidos de experiencias auténticas a que no se lo piensen dos veces….

DIARIOS DE TODOTERRENO

Me siento a escribir el blog de Uganda y, como hago siempre, antes releo las anotaciones con las que suelo manchar mi cuaderno de viajes.

Este cuaderno es la mejor memoria. Leerlo me ha devuelto a Uganda. Por eso hoy voy a compartirlo con vosotros. Creo que es una forma de completar el programa. Son vivencias, digamos, menos televisivas.

Por si a alguien le puede interesar lo que me ronda por la cabecita durante un viaje a Uganda, ahí va…

9 de febrero, Madrid - Kampala, 5.695 km

Nos acaba de recoger en el aeropuerto nuestro conductor, Guzo, que nos va a acompañar toda la semana. Es tanzano y con el abrazo que nos ha dado al vernos sólo puede ser buena gente. Nunca había conocido a nadie que abriera tanto la boca al sonreír. Empezamos bien.

Escribo en el coche camino al hotel. Noche cerrada. Poca iluminación y mucha actividad. Hay decenas de personas caminando por las calzadas. Llamarlo “calzadas” es sin duda utilizar un término europeo para definir una realidad africana. Error.

A dónde irá toda esta gente? Por qué caminan de noche? El vuelo de 8 horas me ha servido, entre otras cosas, para empezarme el libro de Kapuscinski “Ébano” (que recomiendo). Ahora recuerdo una de sus frases: “…riadas humanas inundan los caminos del continente negro guiadas por la esperanza de encontrar un lugar mejor bajo el sol. En África no hay países ni fronteras, sólo tierra quemada en la cual un hermano busca a otro hermano”.

Son las 2 de la madrugada. Llegamos al hotel. Mañana empezamos a grabar.

10 de febrero, Kampala

Hay gente (algunos son españoles) que son santos. Hoy hemos conocido a uno que es de Huelva. Nunca le beatificarán. Ni falta que le hace. Su trabajo y su dedicación es su mejor pasaporte al cielo. Si tal lugar existe, tiene que haber un palco VIP reservado para Fabián y su esposa Elisabeth. Podría contar aquí los milagros que ambos han llevado a cabo, pero he sido listo y he hecho algo mejor, me he anotado su página web. Que nadie se la pierda: www.musicaparasalvarvidas.org


Fabián nos ha contado varias historias. Todas sobrecogedoras. Pero ha habido una que me la guardo especialmente:

“…sus padres eran acholis, una etnia a la que odiaba el dictador Idi Amín. Torturó y mató a miles de ellos. El niño lo vio todo. Vio cómo entraban en casa los hombres de Amín y decapitaban a su padre y violaban a su madre. Le crió su abuela. Con 6 añitos esa criatura no hablaba ni respondía a preguntas. Se metió para adentro en su mundo. Cada vez más aislado, cada vez más hermético. Su abuela decía que estaba endemoniado o no sé qué puta gilipollez. Por eso le tenía encadenado a un árbol. Todo el día bajo el sol. A 40 grados. No le soltaba ni para comer

Fabián me ha contado esto con tanto odio como impotencia. Supongo que a la gente comprometida aún le escuecen más las injusticias.

“…nosotros somos una ONG pequeña, no podemos acoger a todos los chicos que nos gustaría, es inviable, así que me fui a hablar con un responsable de una famosa ONG internacional para que ayudaran a ese niño. Me dijeron que la zona donde vivía el crío no entraba dentro de su “radio de acción”, que no era asunto de ellos y dieron carpetazo al tema..."

Acabo de chequear la web de la organización de la que me ha hablado Fabián. En ella se puede leer: “trabajamos allá donde los niños necesitan nuestra ayuda". Y añaden: "estamos siempre al lado de los más desfavorecidos".

Si escribo esto es para que no se me olvide nunca.

11 de Febrero, Kampala - Jinja

Acabamos de despedir a Paloma.
Madrileña, profesora y valiente.
En un día con ella hemos hecho rafting por el Nilo, hemos visitado un espectacular hotel en una isla privada, hemos paseado por Kampala en moto-taxi y hemos cantado “Mamma mía” en un karaoke.

Conclusión tras 24 horas con ella y su amiga Emma: no hace falta ser un aventurero ni un misionero ni un cooperante para venir a Uganda. Basta con tener inquietudes y ganas de conocer otros mundos/gentes/costumbres/culturas. La recompensa para quien prueba (como ella) es muy elevada. Se la ha ganado.

12 de Febrero, Jinja - Soroti

159 kilómetros hasta Soroti. Con Guzo al volante es un viaje tranquilo.
Llegaremos en media hora.
Allí nos espera Rafa, de Veterinarios Sin Fronteras.
Jesús duerme como un angelito. Tendré que ir despertándole.
Sin él, sin su cámara, es tontería que estemos aquí.

10 horas de rodaje después:
Acabamos de despedir a Rafa. YA BASTA DE MENTIRAS. Ése ha sido su mensaje. Ya basta de clichés, mitos y simplificaciones de la realidad. Él lo ha explicado muy bien durante la grabación: África, Uganda, NO es sólo niños con barrigas hinchadas y moscas en la cara. El comercio internacional NO es la solución para la pobreza. Los problemas de África NO se solucionan en despachos en Washington, Londres o Madrid. NO se negocia la salida de la pobreza. NO se especula con la gente.

Una semana antes de viajar a Uganda, Rafa me envío un mail en el que me hablaba de la idea que quería transmitir durante la grabación del programa. La resumió en una frase: “África no se hunde, esta viva, quiere salir adelante”. Confío en que la gente que vea la entrevista a este cordobés llegue a la misma conclusión.

Hora de dormir.
Voy a apagar la luz ya porque no creo que mi mosquitera pueda frenar por mucho más tiempo al sindicato de mosquitos que se están manifestando en torno a mi cama.
Bona nit.

13 de Febrero, Soroti - Lira

Hay momentos que no podemos registrar con nuestra cámara. Momentos que son sólo para nosotros. Forma parte de este trabajo. Hoy hemos vivido uno que seguro que Jesús y yo no olvidaremos nunca.

Misa de domingo en Lira. Para muchos ugandeses, la cita más importante de la semana. Es un espectáculo incomparable. Como ha dicho Teresa, la monja navarra que nos acompañaba, “aquí el espíritu africano se ve”. Es una mezcla de fervor, colores, música, ritmo, danzas tribales, pasión, esperanza, cariño y hospitalidad. La misa sí la hemos grabado, así que no hace falta que cuente más. Sólo hay que ver el programa.

Sí contaré que a los 20 minutos de empezar, Teresa nos ha confesado que estaban rezando por nosotros y dando gracias porque les habíamos visitado. Contaré que media hora después, Teresa nos ha dicho que teníamos que subir al altar para presentarnos, que en Uganda es costumbre que la comunidad dé la bienvenida a los nuevos. Contaré que me moría de vergüenza, que no sabía qué hacer ni qué decir. Más de 200 personas mirándonos expectantes. Calladas. Observándonos. Esperando algo. Silencio.

He cogido el micro y he pronunciado las dos únicas palabras que me ha dado tiempo a aprender en lango, el idioma local: apwoyo matek. 3 segundos más de silencio. 1 - 2 - 3. Y al final… una carcajada generalizada. Y también una ovación. La iglesia al completo se ha convertido en un estruendo. Risas y aplausos. Y Jesús y yo allí plantados, alucinando. Nos hemos mirado y creo que los dos hemos pensado lo mismo: “esto sólo se puede vivir en África”.

Apwoyo matek significa “muchas gracias”.

14 de Febrero, seguimos en Lira

Los niños somos los mejores soldados: somos obedientes, manipulables, valientes, rápidos y baratos

Poco se puede añadir después de escuchar una frase como ésta. ¿Qué le dices a un niño sin infancia que te habla así?

Son palabras de Toutou, un antiguo niño soldado. Ahora tiene 15 años. Ha pasado 10 secuestrado por los rebeldes del Ejército de Resistencia del Señor, una milicia que ha aterrorizado al país durante dos décadas.

Toutou no quiere hablar del tema. Lógico. Pero sonríe cuando ve entrar en el restaurante a Alberto. Lógico también. Él le abrió la puerta de salida, le enseñó que había otra vida esperándole lejos de los rebeldes. Sin represalias, sin venganzas. La nueva Uganda.

Alberto es de esos españoles que cuando los ves tienes que pellizcarte para asegurarte de que es real antes de entrevistarle.

Desde la emisora de radio que él dirige, Radio Wa, se emitía un programa destinado a los niños soldados. Consiguieron que más de 1.000 niños abandonaran la selva. Toutou, que hace media hora se ha tomado un té con nosotros, es un buen ejemplo. También Alberto lo es. Un ejemplo de que lo importante es encontrar la forma en la que quieres ayudar. Él ha elegido hacerlo desde una radio.

Le acabamos de despedir con un abrazo. A partir de ahora le seguiré la pista a través de su blog. Buenísimo: http://www.elperiodico.com/blogs/mapamundi/blogs/blogkenia/default.aspx

15 de Febrero, Lira - Parque de Murchison Falls

Recorrer Uganda es un placer. Pero si además lo haces con Patxi, se convierte en una experiencia inolvidable. Es un magnífico guía de viajes. El mejor. También es un desastroso contador de chistes.

6:30 de la mañana. Antes de ponernos en marcha quiero escribir estas líneas porque aún estoy flipando con lo que acabo de ver gracias a Patxi.

Estamos acampados junto a las cataratas Murchison, en el parque natural más grande de África. Ayer grabamos toda la fauna de este lugar: leones, elefantes, jirafas, turistas americanos, cocodrilos, rinocerontes… etc. Cenamos junto a una hoguera y contamos batallitas. Un bonito día.

Pero lo de hoy, lo de hace unas horas, ha sido único. Patxi nos ha despertado para grabar el momento más maravilloso de África: el alba. Dicen aquí los lugareños que en Uganda el sol no sale ni se pone, sino que se enciende o se apaga. Es muy rápido. En cuestión de segundos todo se pinta de naranja y se despierta la vida. Es como asistir al día de la creación.

Después me he duchado bañándome en el Nilo con un grupo de hipopótamos observándome a unos 100 metros. Y ahora me llega hasta la tienda de campaña el olor del café que ha preparado Guzo y de las tostadas con Nutella.

Uganda también tiene estas cosas.

16 de Febrero, Kampala - Madrid

Ya en casa.

Me acabo de terminar el libro de Kapuscinski.

Me quedo con una frase suya: “África es hoy contemplada como un objeto, como reflejo de una estrella diferente, terreno de actuaciones de colonizadores, mercaderes, misioneros y toda clase de organizaciones caritativas. Sin embargo, más allá de todo esto, África existe para sí misma y dentro de sí misma, como un continente aparte, eterno y cerrado… como una parte del mundo cargada con una especie de electricidad inquieta y violenta”.

Siendo Carnaval...

Parada en mitad de la calle me escuchaba el corazón latir a mil por hora, a pesar del ruido, la música, los gritos. Estaba sola rodeada de gente que volaba a mi alrededor, sintiendo el Carnaval por vez primera en mi vida.

La fiesta se mete dentro y luego vuelve a salir a través de cada uno de los que asiste a ella. A mi también me poseyó, y a Jesús, el cámara. Y de repente estábamos bailando con el resto, mezclados en el Carnaval, siendo Carnaval. Y ya no te molestaba nada, y ya no te pesaban el calor o el cansancio porque imbuidos de euforia flotábamos con todos, guiados sólo por el sonido del steel pan (instrumento patrio exportado al resto de islas del Caribe) y el soca (música típica deTrinidad y Tobago).

(Dicho lo cual, quiero aclarar que estaba completamente sobria)

Contaban que era uno de los mejores carnavales del mundo y yo, desde aquí, casi sin conocer el destino al que me dirigía, tenía que creérmelo. Ahora me lo creo, lo recomiendo vivamente y, si fuera médico, como señaló uno de los españoles en Salvador, lo prescribiría para aliviar dolencias de ánimo. Ahí es nada.

Pero Trinidad y también Tobago (lugar que sólo sobrevolamos por imperativo temporal y porque en Carnaval se queda bastante vacío) son más que fiesta. Y que conste que no es una frase hecha.

En las ex colonias inglesas se produce un interesante fenómeno de mestizaje derivado del movimiento voluntario e involuntario (impuesto, obligado) de miles de seres humanos. Me explico: Trinidad era una isla poblada por indios caribe, de los que no quedan más que recuerdos y algún que otro nombre, también, quizá, el amor por la tierra. Y eso es difícil en la época que nos ha tocado vivir y en un lugar en el que hay petróleo. Puede, no obstante, que ese petróleo haya provocado que Trinidad no haya necesitado olvidarse de lo que era y perder su personalidad. Trinidad es bastante pura, un calificativo atípico en el s.XXI. Tiene playas vacías de las de verdad, no de las que se paga por ver sin gente; tiene cascadas a las que sólo se accede después de andar en solitario varios Km; tiene personas que decidieron vivir en la arena y no porque se estresaran por culpa de la vida moderna puesto que nunca conocieron el estrés...

Retomo lo del mestizaje... Cuando acabó la esclavitud, los ingleses pensaron que necesitaban gente para que trabajaran sus plantaciones, de modo que ofrecieron la posibilidad de trabajar en Trinidad y Tobago a gente de La India (que por aquel entonces, también era colonia inglesa). A cambio, les garantizaban pequeños terrenos y el pago por sus servicios. Los descendientes de esos indios cuentan que no siempre se cumplieron esos tratos. Sea como fuere, esa idea cambió el rostro del país. Hoy en día cerca del 40% de la población es de origen indio, un porcentaje similar es negro y el resto es blanco, chino o mezcla de todos. Y eso se nota.

Ver a una india, con su shari, con su pelo lacio largo, con sus perforaciones en la nariz; ver las representaciones de sus dioses, sus banderas, sus iconos en general... Llama la atención y más estando, recordando que estás en el Caribe. Sin embargo, no sólo parecen, lo más fuerte es que todavía son: Celebran sus ritos, mantienen sus canciones y un vínculo profundo con la tierra de sus ancestros. Pero... y esto es lo que lo hace verdaderamente potente, son 100% trinitarios. Así que ellos también estaban en el carnaval, guiados por el steel pan, el soca y el corazón latiendo a mil por hora... Y cómo no, si, ya lo dije al principio, todos, TODOS fuimos Carnaval...

BUSCANDO EL DORADO

No suele ocurrir, pero esta vez me dieron la oportunidad de elegir entre dos destinos. Colombia sería el país, pero teníamos que decidir entre viajar a Cartagena de Indias o a Bogotá. Es decir: o Caribe, calorcito, música, bailes, colores... O la capital, una megalópolis de ocho millones de habitantes a 2.600 metros de altura. Me quedé con Bogotá. Contado así suena a mala elección, pero me explico.



Bogotá es el corazón de Colombia, un país rico, diverso, complejo. Un país fascinante y contradictorio a ojos de un extranjero. Un país capaz de inspirar el realismo mágico y la leyenda de El Dorado, esa ciudad mítica hecha de oro que los conquistadores españoles jamás encontraron. Un país que exporta a todo el mundo café, vallenatos, esmeraldas, flores, cumbias, arepas, Shakiras, Macondos, Boteros.


Y todo eso está en Bogotá. Pero Colombia también sufre una guerra desde hace más de 40 años. Cuando grabamos el testimonio de las tres ex-niñas soldado que apoya Bemposta, Raúl y yo sentimos que un programa de televisión como éste se les quedaba pequeño...




De hecho, “El riesgo es que te quieras quedar” es el eslogan de la Oficina de Turismo de Colombia. Un eslogan valiente que asume cuál es el punto débil de la imagen exterior del país.



De eso saben mucho los españoles que viven allí, que han tenido que escuchar cientos de suspiros maternos hasta que sus familias han asumido que Bogotá es su hogar. O que les pregunten a mis colegas colombianos, que soportan con estoicismo chistecitos y comentarios cada vez que dicen de dónde son. O a la mujer de José Luis, que nos contó que no quiere volver a España desde que hace años la tomaron por una “mula” en el aeropuerto de Barajas.


Esto existe pero, obviamente, Colombia es mucho más. Y es que el otro logo de la oficina de turismo es “Colombia es pasión”. Así lo sienten todos los españoles que hemos conocido allí.




Miguel Ángel hasta se ha tatuado el símbolo de la campaña, un corazón del que salen dos hilos de café humeante. La misma pasión con la que vive Rocío, coordinando la revista cultural más importante del pais; o Eva, presentando todos los días el telediario de una cadena de televisión; o José Luis, ayudando a niños a salir de los grupos armados; o Cristina, exprimiendo toda la salsa de la noche bogotana...


Porque Bogotá es una ciudad viva, cultural, caótica, rumbera, luchadora. Una ciudad encajonada entre cerros y vigilada desde lo alto por la basílica de Montserrate, un icono para los colombianos. En Bogotá te cruzas con vendedores callejeros de esmeraldas, con rodajes de telenovela, con llamas paseando por el Mercado de San Victorino, con iglesias coloniales, con tardes de toros y pasodobles, con laderas llenas de casas que por la noches parecen luciérrnagas...

Me he quedado con ganas de conocer Medellín, el Eje Cafetero, la selva, y como no, el Caribe colombiano, con Cartagena, Barranquilla, Santa Marta. Voy a proponer en el trabajo una expedición para que sigamos buscando El Dorado.... E insisto: como dicen por aquí, el riesgo es que te quieras quedar.



UNA SEMANA EN BANGKOK SABE A POCO...

... A LAS PUERTAS DEL PARAÍSO. De todos los países a los que he viajado, Tailandia es sin duda en el que más me gustaría vivir. Allí he encontrado esa isla desierta a la que todos querríamos escaparnos en algún momento de nuestras vidas, y allí he visto también los atardeceres más increíbles



Una mezcla de exotismo, espiritualidad y belleza te envuelven nada más poner los piés en sus tierras. El clima es cálido y agradable, los olores son embriagadores, y cada rincón del país te invita a disfrutar y sonreir…quizás por eso lo llaman el país de la sonrisa. Bueno, por eso y por la encantadora actitud de su gente, siempre sonríen!!! Cristina, una de nuestras españolas, casada con un tailandés, nos contaba que en la religión budista no esta bien visto mostrar los sentimientos, hay que moderarse en todo momento. Las demostraciones de ira y afecto no son nada comunes, y nadie sabe lo se esconde detrás de una sonrisa.



En la parte más tradicional de Bangkok se pueden ver decenas de templos budistas, el palacio real, el Budha de oro…aunque también se pueden visitar manifestaciones artísticas más contemporaneas, como las que disfrutamos junto a Carlos en el Museo de Arte Moderno.



Decenas de canales atraviesan la ciudad. Por ellos circulan los barco-bus y los barco-taxi y constituyen el medio de transporte más rápido para moverte dentro de una ciudad en la que los atascos pueden durar horas.


Los puestos de comida callejeros están en todas las esquinas de la ciudad. Tés helados, brochetas de pollo, sopas, pescados, frutas….los tailandeses comen a todas horas, comen poca cantidad pero muy a menudo. Un sistema que recomiendan muchos nutricionistas y que en Tailandia demuestra su eficiencia, la esperanza de vida es una de las mas altas del planeta y es muy difícil encontrar a un tailandés con problemas de sobrepeso.



Muy cerca de Bangkok pudimos ver una granja de enormes cocodrilos. Hasta ese momento, nunca había visto un animal que me impusiese tanto respeto: reptiles de ocho metros siempre al acecho….Fernando, un empresario catalán que lleva viviendo en Tailandia 17 años, nos contaba que son los animales más peligrosos del mundo, y que hace unos años, durante nas inundaciones que sufrió Bangkok, los cocodrilos se escaparon de la granja y llegaron a través de los canales a toda la ciudad de Bangkok. Para acabar con esta invasión de reptiles, el Ayuntamiento de Bangkok ofreció una recompensa a quien capturase los cocodrilos, y todo Bangkok se echó a los canales….

Bangkok es una ciudad trepidante, con un ritmo frenético, tanto de noche como de día. Y para escaparse de vez en cuando, a menos de una hora se pueden encontrar decenas de islas, a cada cual más paradisiaca y hermosa que la anterior. Nosotros viajamos hasta la isla de Koh Phangan, famosa por sus fiestas de la luna. No coincidimos con el de la luna llena, pero si con la de la media luna, toda una experiencia. Más de dos mil personas de todos los rincones del mundo bailaban en una carpa instalada en medio de la selva, alucinante. Y todo eso en un entorno de playas cristalinas.



Españoles en el Mundo


Laura, Luis, Belén, Tirma y Lucía son los reporteros de 'Españoles en el mundo', el programa de TVE que busca a nuestros compatriotas allá donde estén.
Ver perfil »

Síguenos en...

Últimos comentarios