"Quería un billete para..."
Dicen las leyendas que más allá del Estrecho de Gibraltar existía un continente mágico, en paz, próspero y bello llamado Atlántida.
Un paraíso flotando en el océano cuyo amo y señor era Poseidón. En esta tierra de felicidad y abundancia la gente prosperaba y la vida era perfecta pero como toda buena historia; la historia del paraíso perdido también tiene un punto de inflexión: Un día, algo hicieron los atlantes (¡vaya usted a saber el qué!) que enfadaron a los peces gordos del Olimpo.
Como buen dios griego, Poseidón no se andaba con chiquitas y si no que se lo pregunten a Odiseo (el Ulises romano) que tardó toda una vida en regresar a Itaca!!! En esta ocasión, el dueño de los mares decidió soplar un poquito por aquí, otro poquito por allá y zas: huracán, maremoto, cataclismo asegurado y la Atlántida como quien dice a tomar vientos. Se esfumó.
Pasaron los meses, los años, los siglos... hasta que un día la leyenda resucitó. Según ésta, Cabo Verde (junto a Madeira, Canarias y Las Azores) es nada menos que pedacitos de la Atlántida resurgidos de las profundidades del océano. No soy yo quién para juzgar y además, desde pequeña, las películas de la mitología griega me gustaron, tanto o más que robarle los clicks de playmobil a mi hermano! Así que yo, me lo quiero creer y me lo creo. Es más, con el viaje a mis espaldas tras un análisis empírico de la cosa, afirmo: volar a este país significa atravesar una línea peligrosa entre la fantasia, el surrealismo y la realidad. ¿no me dirán ustedes que no son tres elementos de peso para darle significado a esta fábula?
Me desprendo de la ira de los dioses y de las trastadas de los Atlantes para aterrizar en el siglo XXI.
Salimos de Madrid. Escala en Lisboa. Cuatro horas más de vuelo y estamos en Praia.
Praia es la capital del país: caótica y desordenada es la ciudad más poblada del archipiélago. Es de esas ciudades en las, después de conducir 10 minutos, sin darte cuenta, vuelves a estar en el mismo sitio. Está tan concentrada como los detergentes modernos: 123.078 habitantes, algunos con iphone y otros sin comida; un puerto industrial, 6 equipos de fútbol, 3 de baloncesto y más de 20 embajadas, consulados y organismos internacionales. Dato, este último nada desdeñable, teniendo en cuenta que mucha gente no tiene ni idea de situarlo en un mapa. Eso, cuando aparece porque, en ocasiones, Cabo Verde ocupa curiosamente el sitio en el que solemos poner la grapa!
Para describiros la ciudad ya están Marco Antonio, Juan, Nacho y Neus. Os invito a conocerlos. Para describiros el surrealismo, yo.
En Praia los BMW último modelo derrapan mientras esquivan a una gallina o a un cerdo, en el supermercado te encuentras con una ministra en zapatillas, con los rulos, haciendo la compra y tu vecino puede ser el Presidente de la República que, a su vez, comparte calle con el mayor narcotraficante del país (no lo conocí pero por la pinta de su casa me atrevo a dar una opinión: mucho dinero, muy poco gusto, ningún disimulo!) Las niñas no pueden asistir embarazadas al colegio pero muchas se quedan embarazadas con tan sólo 14 o 15 años. Son las abuelas las que cuidan de los nietos y de vez en cuando se ve a un bebé buscar el pecho de su madre, entre los huecos de la verja, a la hora del recreo. La poligamia no existe porque es de mayoría católica pero la infidelidad está a la orden del día y muy bien vista.
El agua se va a cada rato, la luz también y cuando eso sucede la banda sonora de las calles es el zumbido de un generador dando guerra. Los barrios de chalets lindan con las barriadas más pobres y los precios de la comida o del alquiler poco tienen que envidiarle a los de España. El ocio es limitado, muy limitado y eso, a según que tipo de personas: afecta. Pese a todo, el caboverdiano es amable, sonriente, bailarín, hospitalario y por qué no decirlo guapo, muy guapo (ellas y ellos)
Cerca de Praia se encuentra la Cidade Velha (Ciudad Vieja) antigua capital del país y una de las "ciudades" que a mi más me han impresionado en la vida. No por su calles, sus monumentos, sus contrastes o su gente (que también) sino porque allí, en una plaza que no es más grande que una rotonda de estas nuestras tan modernas, se respira y se siente el nacimiento de un país.
Durante más de dos siglos, Cidade Velha fue el mayor mercado de esclavos del mundo. Llegados de toda África hombres y mujeres eran vendidos y embarcados rumbo a Europa y América. De Mali, de Mauritania, Senegal, Guinea... cada uno con sus costumbres, cada uno con su pasado y todos sin entender por qué esos hombres blancos los habían escogido en sus poblados, apresado como animales y separado de sus familias. De su mezcla, de sus miedos y de su necesidad de sentirse vivos nació una lengua: el criollo. De su mezcla, de sus miedos y de su necesidad de sentirse vivos nació una identidad: la caboverdiana.
Cidade Velha tiene el privilegio de ser la primera en muchas cosas: de ser la primera ciudad urbanizada de África, de albergar la primera Catedral del continente, de tener la "Rua Banana" (primera calle recta al sur de Europa)... pero todo eso, no borra la oscuridad de su historia. Una historia de piratas, luchas de poder, latigazos y cadenas. Hoy, Cidade Velha es un reclamo turístico por excelencia. Mientras los turistas hacen fotos del "Pirulinho" las mujeres esperan en la orilla de la playa ver aparecer a sus maridos, hijos y hermanos llegar con los botes cargados, o no, de pescado. No siempre regresan y a veces, cuando lo hacen, traen consigo la experiencia de un viaje que en nada tiene que envidiar al de Ulises (de nuevo las leyendas!) Se han dado casos de pescadores que desorientados, sin brújula y sin provisiones han aparecido en las costas de Brasil.
Cidade Velha es el pasado yo, una vez más, regreso al presente:
Gabi y yo nos levantamos a las cinco de la mañana, tenemos que coger un vuelo destino Boa Vista a las 10 a.m. Tenemos que estar a las 8 a.m en el aeropuerto pero como ya hemos tenido que lidiar con el ritmo del país, decidimos ir con tiempo al aeropuerto.
A las cinco y media, con una café y la legaña puesta (post ducha pero con legaña puesta. ¿Algún problema? Una legaña a esas horas, como que da pena quitarla) nos montamos en el coche recién duchado también. Sí, esa es una costumbre caboverdiana, una de esas sobre las que, aunque preguntes, nunca encontrarás respuesta ¿por qué en un país en el que el agua es un bien preciado, en cada esquina encuentras un coche recién "duchado"? Duchan los suyos y también el nuestro. A los chavales que han tenido la deferencia de darle un chapuzón, les doy unos escudos y una botella de agua (ironías de la vida) que ya se sabe eso de: "De bien nacido es ser agradecido" y yo intento llevarlo a rajatabla.
Salimos a la carretera y se me cae la legaña de un susto cuando veo una orda (no exagero que ahí corriendo había más de ciento) de caboverdianos enfrascados en el culto al cuerpo. ¡Por favor, que aún no ha salido el sol y ya están dale que te pego playa arriba, playa abajo, carretera arriba, carretera abajo! No me extraña que sean tan esbeltos: si yo fuera grasa también me quedaría en la cama mientras ellos se entregan al deporte. Son las seis de la mañana. Para superar el shock nos tomamos otro café.
Entre esquivar hombres y mujeres olímpicos, dar dos o tres vueltas de propina a la única rotonda que hay en busca de la dirección correcta y por supuesto, aún así, perdernos: por fin llegamos al aeropuerto.
Deben ser las siete y media y como vamos sobrados de tiempo nos entretenemos en aparcar el coche y fumar un cigarrillo al estilo Rafaella Carrá, osease; a medias.
Las ocho. Vamos a la ventanilla. Los billetes nos los ha comprado Pedrín, un madrileño biólogo con alma de viajante y espíritu guerrero, afincado en Boa Vista desde hace más de diez años. Tenemos que emitirlos primero.
—"Hola, le doy los resguardos al azafato de tierra, dos billetes para el vuelo de las 10.00 a.m" Levanta la cabeza. Me mira. Sonríe (ya les he dicho que los caboverdianos sonríen, ¿verdad?) y dice no con la cabeza.
—"¿No? ¿Cómo que no?", ingenua de mi, me da por pensar que no nos hemos entendido y le repito la jugada. —"Dos billetes a Boa Vista, en el vuelo de las 10.00". Por su parte, él hace lo propio: vuelve a decir que no, está vez alto y claro, con palabras no sólo con la cabeza: "NO"
—¿Cómo? ¿Se ha anulado?, más ingenua todavía.
—"No"
—"¿Va con retraso?"
—"No"
—"¿Hay overbooking?" Duda un momento pero, al instante, responde con cabeza y con la voz más clara: "No". Empiezo a desesperarme —"¿Me puede decir por qué demonios no puede darnos los billetes caballero?" Teclea en el ordenador. Me mira. Sonríe. "Este vuelo ya ha salido"
¡Ostras! de todas las respuestas posibles esta es la única que no me esperaba. No es que nos hayamos equivocado de vuelo, ni que tengamos mal el cambio horario del reloj. No ha sido fallo nuestro, lo prometo; es tan sólo que ese avión se ha largado del aeropuerto a las 6:00 de la mañana!!! ¿Por qué? Pues como dije al principio de este post sobre la trastada de los atlantes: ¡Vaya usted a saber por qué!Surrealismo caboverdiano una vez más.
Si Cidade Velha, (presentada por Daniel, un arquitecto murciano y uno de los españoles más antiguos de la isla) tiene el record de ser la primera ciudad africana en conseguir muchas cosas, Cabo Verde ostenta el modesto pero para mi importante record de ser el primer y único país del mundo en el que he perdido un vuelo gracias a que el avión ha salido (con o sin viajeros, hasta ahí no llego)¡¡CUATRO HORAS ANTES!!
No tiren la toalla que a Pedrín lo conocimos y también lo conocerán ustedes. A él, a su socio Stravagante, a sus pájaros, sus tortugas y su maravilloso mundo de dunas.
De sus diez islas: Fogo, Santo Antao, Sao Vicente, Sao Nicolau, Sal, Boa Vista, Maio, Santa Luzia y Santiago, nosotros sólo hemos visitado dos: Santiago que es donde se encuentra la capital y Boa Vista, la fantástica isla de las dunas. Me quedo con ganas de conocer y de enseñarles Fogo y su volcán, Sao Vicente y la bohemia, Santo Antao: todo paisaje verde y floresta; las playas de Maio y Sal, la más turística de las islas. No se preocupen. Apuntado queda.