UN CUENTO CHINO
A las 7 de la mañana un ruido metálico despierta a Benjamin Willard. Se levanta, se enfunda su uniforme y empieza su jornada laboral. A cumplir. Cree firmemente en lo que hace.
A las 7:15, en la misma ciudad, Saigón, otro ruido metálico, el del despertador, indica a Frank Robinson que también debe empezar a funcionar. Al igual que Willard, viste uniforme y también cree honestamente en su trabajo.
Así empezaba el relato que me contó un tipo en la cafetería del aeropuerto de Tan Son Nhat, en Saigón (Vietnam), durante las dos horas de espera que sufrimos debido a que más que llover, parecía que habían puesto boca abajo el mar. Eso era un monzón y lo demás son chirimiris. Nuestro vuelo de regreso a España no podía despegar así que se me acercó el elemento en cuestión y se presentó como “Scott, un ciudadano libre americano”, añadiendo después de una breve pausa, “de Austin, Texas”.
El caso es que el ciudadano libre había perdido su vuelo y debía tener ganas de hablar. De pronto empezó a narrarme cual Hans Christian Andersen una historia que tengo que reconocer que me acabó enganchando.
48 horas antes, en el distrito 4 de Saigón, un barrio obrero de la ciudad, un joven vietnamita, Loan, nos invitaba a su salón para comer arroz y conocer a su familia. Una vez allí, sentados en el suelo y descalzos, nos contaba otro relato. Empezó así: “En el lapso de cien años que dura una vida humana, qué amarga lucha libran el talento y el destino”. Un inicio, la verdad, bastante desconcertante. Nos dijo que ése era uno de los 3.254 versos que componen el llamado Cuento de Kieu. Es una leyenda (inspirada en una novela china) que conocen todos los vietnamitas y que para ellos tiene un gran valor porque consideran que resume su alma y su identidad nacional. Para ellos es el paradigma de su carácter. Lo que les define. Si entiendes el mensaje del cuento, les entiendes a ellos.
¿Y de qué trata el cuento? os preguntareis. Pues, entre otras cosas, de una prostituta. Sí, así está el tema. Kieu es una joven bellísima y con talento a la que las circunstancias obligan a prostituirse y, básicamente, a sufrir. A final de la velada que compartimos con este joven vietnamita llegamos a comprender cuál era el verdadero significado del Cuento de Kieu. Después os lo desvelo. Antes sigamos con el americano cuenta cuentos del aeropuerto.
Willard trabaja 10, 12 o incluso 14 horas cada día. Recibe instrucciones de sus superiores y se limita a ejecutarlas. Sin preguntarles y sin preguntarse. Cuando finaliza su jornada, consume alguna anfetamina y suele acabar en la cama con una mujer vietnamita.
Robinson hace lo mismo. Trabaja, cobra y no cuestiona nada. Por las noches bebe whisky y, como a Willard, también le gustan las mujeres vietnamitas porque dice que son muy “serviles”.
Ahora vas a entender por qué te cuento la historia de Willard y de Robinson. Vas a ver cómo me das la razón cuando digo que los americanos ganamos la guerra de Vietnam.
A mí me venía de vez en cuando a la mente el recuerdo de la velada con Loan, el joven vietnamita. Qué cuentos tan distintos. Y sobre todo, qué manera tan diferente de contar las cosas. A uno le preocupaba que le escucháramos. Al otro sólo le preocupaba escucharse a sí mismo. También me venían imágenes de nuestro viaje, de los 7 días inolvidables que habíamos pasado en Ho Chi Minh City, el nombre actual de la antigua Saigón, la ciudad más grande de Vietnam.
Me acordaba de la sensación que tuve la primera vez que me vi envuelto por el avispero gigante de motos que recorre las calles de la ciudad. Es una locura, pensé. Pero pronto corregí. No es una locura, es Saigón.
Decenas, centenares, miles, millones de motos por todos lados y en todas las direcciones. Familias enteras subidas en ellas, lavadoras, animales, colchones, armarios… allí todo es susceptible de ser trasportado en una moto. Un vietnamita que trabajaba como chófer para un español nos lo resumió muy bien: “los vietnamitas conducimos igual que vivimos: mirando sólo hacia delante y sin detenernos ante nada”.
También recordaba una de las cosas que más envidio de los vietnamitas. Os la cuento: no sé si sabíais que los vietnamitas tienen superpoderes. Pues sí. Yo tampoco lo sabía pero una sola jornada me bastó para comprobarlo. Les vi utilizándolos en varios sitios: debajo de una mesa, encima de una moto, apoyados en un poste de la luz, en medio de un mercado lleno de gente, en plena calle... los vietnamitas son capaces de dormirse como, donde y cuando quieran! Caen como angelitos. "En realidad la siesta no es española, es un invento vietnamita", me habían avisado ya. Pero no podía imaginar hasta qué punto la ejercen. Impresionante.
Mientras yo me perdía en mis recuerdos, el americano seguía contándome su particular cuento:
Willard y Robinson son en realidad una misma persona. Ambos son soldados pero cada uno trabaja para un tipo de ejército diferente. Los dos son americanos, los dos viven en Saigón, pero con 40 años de diferencia. Uno en el 68 y el otro en 2008. Son sólo ejemplos, joven. Y me decía “joven” con el mismo tono que me diría “ignorante”.
¿Lo entiendes? Imagina que Willard es un capitán de los sevicios de inteligencia del ejército americano. Cada mañana se despierta con los bombardeos. Se calza las botas, coge su fusil M16 y se dispone a disparar a cuantos Vietcongs se crucen en su camino. Es su trabajo y punto. Cuando decía esto, reforzaba sus palabras golpeando con la lata de coca-cola en la mesa. Y punto.
Willard estuvo aquí luchando hasta que tuvo que volver a casa derrotado. Pero ahora está Robinson. Imagina que Robinson es el director financiero de una marca que fabrica ropa deportiva que anuncian futbolistas portugueses y brasileños. También se enfunda su uniforme (de Armani) y también se cruza con unos cuantos asiáticos que trabajan para él por 100 dólares al mes. No dispara, pero manda. Y a él no lo van a echar de aquí, no lo van a derrotar. Nos ganaron la guerra pero en estos momentos las empresas americanas se enriquecen aquí. Ahora su economía depende de nosotros.
Así que dime, joven Luis: ¿quién ha ganado al final la guerra?
Last call for the flight 388 of Qatar Airways!!!!
Uf, ese era mi vuelo. La megafonía me salvó de enzarzarme en un debate con aquel sujeto que tenía todos los visos de acabar muy mal. No sé para quién, pero muy mal.
Mientras corría por la terminal pensaba en si había hecho bien. ¿Debía haberle contestado? Me acordé de una broma que solía hacer un chico que trabajaba en nuestro hotel. "El comunismo ha muerto, viva el comunismo", decía. Y se reía él sólo. Me hubiera gustado ver la cara que ponía el americano.
Pero especialmente me acordé de Loan y de la explicación del Cuento de Kieu, que hubiera sido la mejor respuesta. Uno de sus versos dice: "cuando uno ha sido dotado de talento, no confía en él". Según Loan, en lo más hondo de sus corazones, los vietnamitas saben que tienen talento (tai). Lo que no comprenden es por qué ese talento les ha servido para derrotar a los americanos y no para mantener una paz duradera. Por qué han ganado todas sus guerras (contra los franceses y los chinos) pero no alcanzan la prosperidad para su país y son las empresas extranjeras las que se benefician. Es una paradoja que no saben resolver, decía, y caen en el victimismo. Por eso los vietnamitas se sienten como Kieu, que era bella y tenía talento pero acabó sus días sufriendo.
"Cuando uno ha sido dotado de talento, no confía en él". Ése es el problema. Y me subí al avión deseando que algún día el pueblo vietnamita deje de parecerse a Kieu, que cambie su suerte. Y sobre todo, que llegue el día en que hablar de Vietnam no sea hablar de guerra, sino de talento. El 60% de los vietnamitas tiene menos de 60 años, es decir, son la primera generación que no ha conocido ninguna guerra. Así que ese día está cada vez más cerca.
Hasta pronto, Vietnam.
O como diría el americano: Goodbye Vietnam.