Madeira, la isla que siempre se reinventa
miércoles 31.jul.2019 por Ángela Gonzalo del Moral 0 Comentarios
Levada do Furado Foto: Turismo de Madeira
En Madeira hay unos 150 túneles que facilitan el contacto entre los distintos municipios de esta isla portuguesa situada a poco más de 500 kilómetros de Casablanca o Tenerife. Con 57 km. de largo y 20 de ancho, tiene unos 200 kilómetros de carreteras y la mitad transcurren por túneles. Unas obras de ingeniería que se han multiplicado desde inicios de siglo y que también ha mejorado el aeropuerto: hasta hace unos años era uno de los más peligrosos de Europa. Tras una obra de ingeniería que permitió alargarlo en el mar, ha facilitado el desarrollo económico del archipiélago, principalmente por la llegada de turistas. Un sector que se ha convertido en el motor económico de la isla, seguido de la agricultura y la industria.
La industria del azúcar, el vino, el bordado y las actividades turísticas, han marcado la economía de la isla a lo largo de seis siglos. Convirtiendo a Funchal en un ajetreado puerto y un centro importante de comercio. Una imagen muy alejada de la que encontraron los marinos portugueses que llegaron a sus costas en 1419, hace ahora 600 años.
Encontraron una isla cubierta de una vegetación impenetrable: la Laurisilva. Una reliquia del pasado, que todavía se conserva en esta tierra, igual que en Canarias, Azores y Cabo Verde, con las que conforma la Macaronesia, y que forma parte del Patrimonio de la Humanidad, reconocido por la Unesco. Hoy en día queda un 20% de aquella vegetación endémica.
Ante las dificultades para abrirse paso, los descubridores decidieron quemar el bosque durante un año. Convertir una isla volcánica, y casi totalmente montañosa, con profundos valles, y una costa agreste, en un lugar habitable comportó una colonización lenta y complicada. Eso ha marcado sin duda el carácter trabajador de los madeirenses, que tuvieron que empezar por abastecer de agua las primeras plantaciones de trigo.
Levadas, las arterias vitales de la isla
Levada do Rei - Bibeiro bonito Foto: Turismo de Madeira
Este ecosistema vegetal de gran exhuberancia ha marcado el desarrollo de Madeira a lo largo de los siglos. Una tierra sin ríos, que se abastecía de agua gracias a estas plantas, que retienen el agua y la humedad y la almacenan en el subsuelo. La laurisilva es un bosque productor de agua, donde la niebla queda retenida en el follaje de la vegetación, que se condensa, cae al suelo, se filtra y se acumula en la capa freática, abasteciendo a los ríos subterráneos.
Toda esa humedad queda gráficamente palpable en el mes de junio, cuando las nubes cubren la capital de esta región autónoma portuguesa: Funchal. Le llaman el casquete o sombrero de San Juan, un fenómeno que deja bajo la niebla solo el municipio, ya que a diez minutos mar adentro, luce un sol espléndido. Le llaman el jardín flotante, por su clima cálido durante todo el año, que facilita el cultivo de muchas plantas tropicales. No baja de los 13 grados en invierno, ni supera los 26 de verano, con 2.400 horas de sol al año.
Los isleños necesitaban plantar sus tierras, pero el único agua que tenían cerca estaba en el interior de las montañas. Por eso en el siglo XV comenzaron el colosal trabajo de construir canales de agua para regar los campos agrícolas. Las levadas, así se llaman esas canalizaciones que conducen el líquido a lo largo de las pendientes, son excelentes acequias de irrigación. Suelen ir del norte húmedo al sur más seco y permiten cosechas en zonas menos productivas, que con este sistema reciben el agua suficiente para asegurarse frutos abundantes.
Levada dos Balcoes Foto: Turismo de Madeira
El cultivo en terrazas, es visible en las escarpadas laderas de la isla. Según la zona se producen higos, naranjas, limones, uvas, trigo, maíz o cebada, en los valles se cultivan árboles frutales y en las zonas altas, especies tropicales como el plátano, caña de azúcar, chirimoya, mango y maracuyá.
Actualmente hay más de dos mil kilómetros de levadas, que han acabado convertidas en un gran potencial turístico, para realizar rutas a pie, ya sea por caminos tranquilos, moderados o más salvajes, siempre rodeados de exhuberante vegetación, que permiten conocer fauna terrestre, aves marinas y la flora de la isla. Algunas forman parte de la red europea Natura 2000.
Riquezas de una pequeña isla atlántica
Su orografía abrupta y salvaje marca no solo sus microclimas, sino también su vida diaria. Funchal, se asemeja a un anfiteatro natural, rodeado de colinas, que comienza en el puerto y el casco antiguo y va ascendiendo sin parar hasta los 800 metros de altura. Alcanza los 1.800 en las montañas del interior. Para facilitar la subida se han instalado varios funiculares, que además de su uso cotidiano, facilitan las vistas panorámicas a los turistas.
El terreno volcánico, el agua subterránea y el clima han facilitado el cultivo de dos productos que han llevado la riqueza a esta ciudad atlántica a lo largo de los siglos. El primer producto que consiguieron plantar fue el trigo. Se producía tanto que había excedente para exportar al continente y a las colonias portuguesas. Aún así, a finales del siglo XV comenzaron a plantar caña de azúcar.
Caña de azúcar, el oro blanco de Madeira
El nuevo cultivo se adaptó tan bien, que acabó convertido en el oro blanco de la isla. Su fácil implantación, y su bajo coste de producción -mano de obra esclava de África- lo convirtió en un centro comercial de gran importancia. El azúcar de Madeira era conocido en toda Europa y atraía a muchos comerciantes y vendedores, que se establecieron en la isla. En aquellos años, la capital era un ajetreado puerto y un centro importante de comercio, donde se afincaron empresarios que intercambiaban el azúcar por herramientas, carne, sal, aceite de oliva, hierro...
Madeira era uno de los mercados más importantes de azúcar del Atlántico, lo que permitió estrechar relaciones económicas entre Portugal y Flandes. Se exportaba a Flandes, desde donde se redistribuía al resto de Europa. El "oro blanco" era tan valorado, que a mediados del siglo XVI se pagaban con este productos las piezas de los grandes artistas flamencos, trasladando a la isla retablos, aparatosos trípticos, objetos de plata y cobre y piedras preciosas, que se podían ver en la catedral de Funchal, en museos y casas. Las posteriores plantaciones en Brasil y el golfo de Guinea, con extensos terrenos para cultivar, provocó que ese comercio decayera.
El oro rojo: el vino de Madeira
La isla se reinventó y los viejos cultivos de caña se sustituyeron por viñedos, gestionados por una nueva clase social: la burguesía. Las relaciones comerciales de la isla cambiaron de dirección y pasaron a negociar con los comerciantes ingleses, que durante el siglo XVII ampliaban sus mercados con América del Norte, las Indias occidentales y la propia Inglaterra. Pero los británicos pasaron poco a poco a controlar la producción.
El vino de Madeira ha sido uno de los motores económicos de la isla. Comenzó a cultivarse hacia 1420 con cepas cretenses que sustituyeron por la Sercial, Boal, Verdejo y Malvasía. Era un producto básico para las largas travesías de las rutas comerciales a la India. Durante los siglos XV y XVI, los marineros comprobaron que las barricas que viajaban hasta Asia ganaban en calidad, ya que las altas temperaturas, la humedad de las bodegas de las naves y el movimiento de las olas, en lugar de estropearlo, lo convertían en licor.
Ante el aumento de la demanda, decidieron colocar las barricas en la playa y al aire libre, y luego los pasaban a toneles que mantenían los niveles de humedad y aumentaban la temperatura. Actualmente se mantiene durante tres meses a más de 50º y se madura más rápidamente. Esta técnica es conocida como estufagem, pero la más tradicional y lenta es la de Canteiros, que consiste en aislar las barricas del suelo sobre barras de madera y en bodegas cercanas al mar. La fermentación es más lenta y se alarga unos 5 años. La temperatura media de la isla, unos 20º a lo largo de todo el año, le otorga sus cualidades tan particulares proporcionándole mayor calidad y aportándole aromas especiados y notas dulces afrutados. También más ingresos.
Atentos a este proceso, los ingleses popularizaron el vino de Madeira como ya habían hecho con el de Oporto y comenzaron a exportarlo a las Islas Británicas, sustituyendo a los caldos de Burdeos y el resto de vinos franceses y españoles. Era un vino muy reputado y parece que era el preferido de Thomas Jefferson. Se brindó con vino de Madeira para celebrar la Declaración de la Independencia de Estados Unidos y William Shakespeare lo menciona en la obra Enrique IV. Pero la devastadora filoxera provocó una grave crisis vitivinícola, estancó su producción durante varias décadas y la isla entró en un periodo de decadencia.
Primer acuerdo de librecomercio de Europa
En el siglo XVI Portugal y Gran Bretaña firmaron uno de los primeros tratados comerciales del mundo, que permitía intercambiar con aranceles muy bajos los productos de ambos países. Los ingleses estaban interesados en los vinos, tanto de Oporto como de Madeira, y desarrollaron grandes bodegas, convirtiendo a los portugueses en simples productores con el beneplácito de la burguesía local. A cambio, los británicos vendían a Portugal productos de alto valor añadido como manufacturas textiles, herramientas, materias primas y productos industriales.
Muchos historiadores defienden que la pérdida de poder económico de los lusos fue debido a esta balanza comercial tan deficitaria para ellos, que además provocó una gran dependencia económica del Reino Unido. El único sector que se desarrolló fue el del vino, con unos latifundios que se habían desarrollado expoliando al campesinado.
La pobreza en la que históricamente han vivido las clases humildes portuguesas ha comportado una emigración, todavía mayor en Madeira, cuyos habitantes escogieron Brasil, Venezuela y Estados Unidos, para buscarse la vida. Actualmente la crisis venezolana, y el consecuente aumento de la emigración en el país caribeño, ha devuelto a la isla a los descendientes de los emigrantes del siglo XX.
El bordado, un trabajo silencioso
Obras de arte a partir de un simple paño de lino. Una ejecución precisa y patrones exclusivos hacen que el bordado de Madeira sea único. Desde hace 150 años, Madeira borda con tranquilidad, habilidad, esmero y trabajo su historia, como las bordadeiras, que con su trabajo han ingresado dinero en la isla.
Una tradición, que se inició en 1784, cuando la inglesa Elizabeth Phelps montó una pequeña escuela de bordado en su vivienda y enseñó sus diseños a las jóvenes, que conseguían unos ingresos familiares. Aunque en Funchal se abrieron fábricas, ellas preferían tejerlas en sus casas. Allí recibían los patrones marcados con líneas azules, y los materiales específicos: lino, seda, organdí o algodón con las que elaboraban sábanas, toallas, pañuelos, vestidos, camisas o manteles, para devolverlas a las fábricas, encargadas de su venta y exportación.
La tenacidad y la especialización de esta tarea tan delicada, hace que los jóvenes ya no quieran continuar la tradición. Se calcula que a mediados del siglo XIX, había unas 70.000 bordadoras en la isla. A mediados de los ochenta eran 30.000 y en la actualidad quedan unas tres mil. Aun así las 30 fábricas que siguen abiertas, continúan bordando, lavando y planchando cuidadosamente cada prenda a mano, para garantizar su calidad y perfección. Hasta se inventaron el curvímetro, un aparato que contabiliza los puntos que deben unir las trabajadoras para establecer su sueldo. Se calcula que cada bordador recibe unos 20€ por dos mil puntos bordados y un mantel tiene una media de 23.000 puntos. Así que calculen su valor.
Un trabajo artesanal que no ha perdido la autenticidad del proceso manual. Cada pieza es exclusiva y se hereda de generación en generación. El Instituto de Vino, Bordado y Artesanía de Madeira (IVBAM), realiza el control exhaustivo de la perfección y autenticidad de todo el trabajo de bordado y solo entonces el producto obtiene el sello de garantía. Admirados por su belleza, algunos ilustres modistos han diseñado prendas trabajadas por las manos certeras de las bordadoras madeirenses. Estados Unidos, Italia e Inglaterra, son los principales mercados de este delicado producto.
El futuro: turismo y energía renovables
Castanhetas Foto: Turismo de Madeira
En los últimos años, el turismo se ha convertido en la nueva fuente de economía del archipiélago de Madeira, que incluye también a Porto Santo, la primera isla descubierta en 1418. Sus largas playas, casi 9 kilómetros de arena fina, la han convertido en un importante destino de playa para turistas alemanes, ingleses y estadounidenses. Por el contrario Madeira, que tiene pocas playas, ha desarrollado un turismo de naturaleza y deporte, con las levadas como uno de sus principales atractivos.
La pesca de la ballena fue una de las actividades económicas más importantes en las islas en los siglos XVIII y XIX. Hoy, afortunadamente, son un elemento de atracción turística, con el avistamiento de cetáceos y delfines, y es un santuario de ballenas que se pueden ver en las aguas que rodean al archipiélago portugués.
La isla de la eterna primavera, con su vegetación autóctona, y paisajes tan diversos como la montaña o la playa ha obtenido por quinto año consecutivo la categoría de mejor destino insular europeo en los World Travel Awards, lo que demuestra el esfuerzo que se ha realizado para desarrollar un turismo de calidad.
Viaje con VIPDolphins Foto: angelaGonzaloM
Madeira, junto con el Hierro, encabezan la lista de regiones que pueden ser capaces de mantener una autonomía energética, en las que también se encuentran varias ciudades alemanas y la isla danesa de Samso. Para controlarlo debe conseguir un turismo sostenible, un auténtico reto si se tiene en cuenta que este sector es el principal recurso económico en la actualidad. El aeropuerto Cristiano Ronaldo, su figura más internacional -convertido en un ejemplo de la lucha de sus ciudadanos por alcanzar la excelencia-, y la llegada de cruceros, ha facilitado la presencia de británicos y estadounidenses, que la consideran una isla con encanto y la denominan, el Caribe europeo.
Este año Funchal celebra el 600 aniversario de su descubrimiento, seis siglos de azorosas aventuras que le han permitido reinventarse para mantener su esencia. Recordamos unas palabras que recogía el gran poeta portugués Luis de Camões en "Os Lusiadas".
"Passamos a grande Ilha da Madeira,
Que do muito arvoredo assim se chama;
Das que nós povoamos a primeira,
Mais célebre por nome do que por fama.
Mas nem por ser do mundo a derradeira,
Se lhe avantajam quantas vénus ama;
Antes, sendo esta sua, se esquecera,
De Cypro, Guido, Paphos e Cythera."
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