Tiago Rodrigues, director del Festival de Aviñón: “El teatro siempre ha sido una forma artística profundamente política y comprometida con su tiempo”
El Festival de Aviñón, uno de los encuentros escénicos más relevantes del mundo, está a punto de celebrar 80 años. Pocas horas antes de iniciarse esta nueva cita con el teatro, hablamos con su máximo responsable, el portugués Tiago Rodrigues, quien nos comparte su visión sobre la memoria, la actualidad, la creación y el futuro del arte teatral.
Rodrigues es una de las figuras más relevantes del teatro europeo contemporáneo. Nacido en Portugal, su aproximación al teatro fue, como él mismo relata, fruto del azar, pero también del deseo profundo de comprender el mundo a través de las palabras, la memoria y la imaginación. Dramaturgo, actor, director y actual responsable del prestigioso Festival de Aviñón, su obra traspasa fronteras y lenguas, abordando con sensibilidad temas tan universales como la transmisión, la identidad y el poder evocador de la palabra.
A lo largo de su carrera, el director portugués ha construido un teatro que no busca tanto representar la realidad como activarla. En sus espectáculos, el espectador es invitado a imaginar, a recordar, a participar de una experiencia colectiva que se nutre tanto de lo íntimo como de lo histórico. Obras como By Heart, Antonio y Cleopatra o En la medida de lo imposible son prueba de un arte que dialoga con los clásicos, pero también con los dilemas contemporáneos, sin renunciar nunca a la emoción ni al pensamiento.
Canal Europa: Realizamos esta entrevista el 2 de julio a muy pocas horas del inicio del festival. ¿Cómo vive esos momentos previos? ¿Más alivio por llegar o más tensión por lo que aún queda por hacer?
Tiago Rodrigues: Son días muy intensos, llenos, pero vividos con mucho placer. Es un momento de efervescencia porque vemos al equipo del festival —más de 700 personas— trabajando ya intensamente en Aviñón. La ciudad se transforma completamente, entra en modo festival. Es algo muy singular: el festival no solo es el evento cultural más importante del año, sino también el más relevante económica y políticamente para la ciudad.
Se convierte en una capital mundial del teatro, de la danza, y empiezan a llegar los artistas. Muchos reencuentros, muchas obras por terminar, ya que más de la mitad son estrenos mundiales. Hay una energía única, una conexión con la creación. También el público empieza a llegar —una mezcla de público local y visitantes que hacen de Aviñón su república teatral por unas semanas. Es una atmósfera de fiesta, de encuentro y de debate.
P: ¿Y cómo se refleja esa dimensión de debate, de una actualidad tan intensa y visceral, en esta edición del festival?
R: El teatro siempre ha sido una forma artística profundamente política y comprometida con su tiempo. Este año, por ejemplo, presentamos “Los Persas” de Esquilo, dirigida por Guénaël Morin. Es la tragedia griega más antigua que conservamos, y ya en su época hablaba del otro, del vencido. Ese gesto de intentar comprender al otro está en el ADN del teatro y también del Festival de Aviñón desde su fundación por Jean Vilar en 1947.
Además, hay muchas propuestas actuales, como la de Caroline Gillet y la artista afgana Kubra Khademi que presentan una obra sobre la mirada de las mujeres afganas bajo el régimen talibán. Milo Rau organiza una lectura pública del proceso judicial de Gisèle Pelicot, víctima de violencia sexual que quiso que su juicio fuera público. También tenemos obras como Affairs familiales, de Émilie Rousset, sobre la violencia intrafamiliar en Europa, o la propuesta del libanés Ali Chahrour, que denuncia el sistema de explotación de trabajadoras africanas en Beirut.
P: También habla de memoria. ¿Es esa otra gran línea de esta edición?
R: Absolutamente. La memoria está muy presente, tanto artística como políticamente. Este año, por ejemplo, presentamos El zapato de raso de Paul Claudel con la Comédie-Française en la Cour d’Honneur. Es imposible no recordar la mítica versión que hizo Antoine Vitez en 1987, y esto es parte del legado que compartimos.
Además, tenemos un proyecto que se llama Transmisión imposible, que reúne a jóvenes artistas de todo el mundo —incluyendo España— con creadores consolidados en una escuela de verano para intercambiar experiencias, ver obras, debatir… Esa idea de transmisión intergeneracional es clave.
Políticamente, la memoria es esencial también. Mucho del crecimiento de las extremas derechas en Europa tiene que ver con un déficit de memoria. Lo abordamos en debates abiertos en nuestro Café de las Ideas, con la participación de directores de festivales europeos.
P: Sobre el futuro del teatro, ¿cómo lo vislumbra?
R: Si algo he aprendido es que siempre nos equivocamos al predecir la muerte del teatro. Con la televisión, con el cine, con lo digital… y sin embargo, el teatro se adapta, absorbe, crece.
Hoy hay mucho interés en la inteligencia artificial, en la digitalización, y sin duda veremos propuestas innovadoras. Pero lo que más me entusiasma es la tendencia de volver a la naturaleza: obras al aire libre, en colinas, en bosques. Desde 2023 hemos presentado varias obras así. Este año, Clara Hédouin lo hace en una colina de Villeneuve-lès-Avignon. Cambia la arquitectura —salir del teatro construido— cambia también el lenguaje escénico. Es un camino muy vivo y poderoso.
P: Hablando de lenguas, este año el festival tiene como invitada a la lengua árabe. ¿Cómo ha influido esto en la programación?
R: Efectivamente, este año la lengua invitada es el árabe, como lo fue el español el año pasado. Eso se nota especialmente en la programación internacional: tenemos muchas obras y artistas de Marruecos, Palestina, Siria, Túnez, Líbano… Pero siempre buscamos un equilibrio. Este año participan 21 países, casi mitad europeos, mitad extraeuropeos. Francia representa cerca del 50% del total, pero una producción francesa no implica que todos los artistas lo sean, porque muchas obras son fruto de colaboraciones internacionales.
Invitar al árabe este año también es un gesto político y cultural. Nos permite contrarrestar prejuicios: el árabe no es una lengua de violencia ni extremismo. Es una lengua de saber, de diálogo, de invención y de belleza. Celebrarla así es también hacer justicia a la memoria.
P: Todos los directores del Festival han legado su trabajo a la maison Jean Vilar. Aunque esperamos que tarde muchos años en hacerlo ¿cuál le gustaría que fuera su legado como director del festival?
R: Dirigir el Festival de Aviñón es interpretar una partitura histórica. Jean Vilar la escribió, y cada director la interpreta a su manera. Yo quiero que esta partitura se actualice con la sensibilidad del presente. Para mí, hay tres pilares fundamentales: la creación, la descentralización y la democratización.
Primero, somos un festival de creación. El 80% de las obras son recientes, muchas creadas aquí. Segundo, la descentralización: el festival nació como un acto de llevar la cultura fuera de París, y hoy Aviñón es el nuevo centro teatral del mundo en julio. Y tercero, la democratización. Queremos que el público venga, pero también que nosotros vayamos al público.
En 2023 trajimos gratuitamente a 5.000 jóvenes al festival. En 2024 fueron 7.000 y este año serán 9.000. También abrimos el festival con una función gratuita en el Palacio de los Papas para asociaciones del ámbito social, educativo y médico. Y llevamos el teatro a pueblos rurales, con obras sencillas técnicamente, pero creadas por grandes artistas. Democratizar hoy significa también ir a la puerta del espectador y decirle: “estamos aquí, con teatro para vosotros”.
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