Nuevo presidente en Honduras
miércoles 29.ene.2014 por Fran Sevilla 0 Comentarios
Desde lo alto de la colonia Nueva Capital, en las afueras de Tegucigalpa, se escuchaban, a lo lejos, las salvas de los 21 cañonazos que saludaban la toma de posesión como presidente de Honduras de Juan Orlando Hernández. Los cañonazos también se oían desde la colonia Monterrey, la Popular o la 14 de marzo. Pero sus habitantes apenas se detenían a escuchar aquel fragor lejano que anunciaba un nuevo presidente, conscientes de que, probablemente, nada va a cambiar en su afán cotidiano, en su ardua lucha diaria por la supervivencia.
Estuve por primera vez en Nueva Capital hace cuatro años, visitando el colegio que ACOES, la Asociación Colaboración y Esfuerzo, ha levantado en lo alto de la colina en cuya falda se instalaron familias a las que el huracán Mitch había arrebatado las míseras viviendas que habitaban. Lo de Nueva Capital es puro eufemismo porque no hay nada de nuevo: la miseria es la misma de siempre.
Poco antes de que los cañones retumbaran, el presidente Juan Orlando Hernández había pronunciado un pomposo discurso en el que volvía a prometer, como han prometido durante años sus antecesores, que trabajará para acabar con la pobreza que golpea al 80% de los hondureños.
Pregunto qué opinan del discurso presidencial a los ancianos y no tan ancianos que se juntan en un centro de día de ACOES en la colonia La Popular. “Es lo mismo que prometen todos, pero luego se olvidan de lo que han prometido”. “Nada va a cambiar, nuestra vida va a seguir siendo igual de difícil”. “Seguiremos siendo pobres”. No tienen ninguna esperanza.
Son hombres y mujeres mayores, que se juntan para aprender algo, para compartir su tiempo y combatir la soledad. No intentan labrarse un futuro que, son conscientes, apenas existe para ellos; pero intentan recuperar el pasado que les robaron, aprehender el conocimiento y la solidaridad que les negaron.
En la habitación de al lado son niños, de entre 6 y 12 años, los que, atendidos por un par de maestras voluntarias, reciben clases de escritura y lectura, nociones básicas, un poco de alimento y de atención. Si no fuera por el centro de día, estarían en las calles polvorientas, en los barrizales, abandonados a su suerte; carne de cañón para la explotación y las maras.
A la misma hora, en el Estadio Nacional de Tegucigalpa, la ceremonia de toma de posesión del nuevo presidente transcurre con una parafernalia y un boato rayanos en la pantomima. Hace cuatro años, el presidente Porfirio Lobo prometió lo mismo que promete hoy Juan Orlando Hernández.
Dentro de cuatro años otro presidente prometerá lo mismo que hoy promete el nuevo presidente. Y mientras, la mayoría de los hondureños seguirá viendo como la miseria y la violencia son su única realidad cotidiana, que se mantiene inalterable porque el mundo no se transforma con la retórica florida y hueca de los discursos, ni con el fragor de las salvas de cañón.