Juan Gelman en la memoria
miércoles 15.ene.2014 por Fran Sevilla 6 Comentarios
“Me robaron la infancia de mi nieta; yo nunca pude ser para ella el abuelo que la hiciera cabalgar sobre sus rodillas”. Esta frase formó parte de la última conversación, hace unos meses, de las muchas que me regaló Juan Gelman a lo largo de una vasta geografía de lugares y sentimientos. Con su inigualable capacidad para sorprender, estaba sintetizando, en un gesto cotidiano no vivido, todo el dolor de la pérdida, de las muchas pérdidas que la vida le fue acumulando en el saldo del debe. Y yo sentía que si alguien, que si un hombre bueno como Juan había perdido, todos habíamos perdido algo.
Otra cosa era la desaparición de Marcelo, su hijo, y de su nuera María Claudia. Quizás no lograba domesticar ese dolor, y prefería pasar por él como si lo observara en la distancia, separado de sí mismo.
No es fácil esbozar en unas pocas líneas el recuerdo de un ser humano tan desbordante como Juan Gelman, de un amigo tan entrañable y profundo como este artesano de los versos, de un hombre tan comprometido con su tiempo y su palabra.
La poesía fue, desde niño, la gran pasión, la gran amante de Juan; y le acompañó desde que escribió su primer poema, con ocho años, a lo largo de toda su vida. “La señora”, como solía denominar a la poesía, al arrebato de escribir, se presentaba de repente y había que dejarse tiranizar. Otras veces uno la convocaba pero ella, esquiva, no acudía a la llamada .
Su compromiso con un mundo mejor le supuso el exilio, la persecución, la condena a muerte, la doble condena a muerte: le condenó a muerte la dictadura argentina y le condenaron a muerte sus antiguos camaradas montoneros cuando públicamente denunció la deriva militarista y de violencia sin sentido en que se embarcó la extrema izquierda peronista.
La dictadura no pudo atraparlo a él, pero se llevó a su hijo y a su nuera embarazada. A Marcelo lo torturaron y lo asesinaron en Automotores Orletti, uno de los centros clandestinos de detención y tortura. Sus restos aparecieron en un bidón muchos años después. A María Claudia la trasladaron clandestinamente a Uruguay, la mantuvieron con vida hasta que dio a luz y luego la asesinaron, entregando a la recién nacida en adopción a un policía uruguayo. Sus restos aún no han aparecido. Juan estuvo buscando a su nieta sin descanso hasta que la encontró. Se llama Macarena y nació nuevamente 23 años después de haber nacido.
Recuerdo nuestras conversaciones en mi casa en Jerusalén, junto a Mara, su mujer y compañera imprescindible, los paseos por la Ciudad Santa que no lo era tanto, por una Hebrón ocupada, por una Belén asediada. Y Juan, de familia judía, se indignaba ante tanta injusticia, ante esa contradicción, ante esa cruel ironía histórica de que Israel, el supuesto baluarte del pueblo judío, se hubiera convertido en el opresor, en el ocupante, en el torturador. Sus críticas a Israel y al sionismo le valieron una detención cuando descendió del avión en el viaje a Tel Aviv en el que iba a asistir al entierro de su hermana.
Su vida ha sido el reverso de la vida; como su Gotán era el reverso del Tango. “Daría uno de mis ojos por haber escrito ese poema; no daría los dos porque el otro lo necesitaría para seguir leyéndolo” me comentaba otro amigo y escritor brasileño hablando del poema Gotán. Es uno de los poemas de vida y de muerte, de amor y desamor, más bellos, arrebatadores y tristes que se han escrito en lengua castellana. Como lo era el propio Juan:
Gotán
Esa mujer se parecía a la palabra nunca,
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.
Atención atención yo gritaba atención
pero ella invadía como el amor, como la noche,
las últimas señales que hice para el otoño
se acostaron tranquilas bajo el oleaje de sus manos.
Dentro de mí estallaron ruidos secos,
caían a pedazos la furia, la tristeza,
la señora llovía dulcemente
sobre mis huesos parados en la soledad.
Cuando se fue yo tiritaba como un condenado,
con un cuchillo brusco me maté
voy a pasar toda la muerte tendido con su nombre,
él moverá mi boca por la última vez.
Vamos a pasar toda la muerte, toda tu muerte, echándote de menos, Juan. Mi hijo Jorge no olvida que tú le inspiraste en tu casa su primer poema, a sus ocho años, los mismos que tú tenías cuando escribiste tu primer poema. Vamos a pasar toda la muerte, toda nuestra muerte, con tu poesía, con tu humanidad al lado, Juan.