La matanza
Casi todo salía del cerdo. Hasta el balón con en el que jugar o la zambomba que acompañaba villancicos y otras canciones. También las grasas, necesarias en esa época, para cocinar, para conservar alimentos y para elaborar mantecados y otros dulces. Y, por supuesto, carnes y embutidos. La fotografía de aquella España rural hubiera sido otra sin la matanza. Sin ese animal criado en casa y capaz de convertir en exquisitas proteínas todos los restos, cocidos en una especie de sopas, de un hogar.
El frigorífico nos dejó sin esas necesidades y la vida siguió cambiando hasta arrinconar este rito. Hace 41 años un visionario, Gil Martínez Soto, rec...