Un gran sueño
miércoles 4.nov.2015 por Ignacio Pérez Lorenz 0 Comentarios
Se refieren a ellos como los hermanos Wertheimer. Son Alain y Gérard, dos grandes desconocidos (también en Francia) que apenas aparecen en público y jamás hacen declaraciones a la prensa. Poseen el imperio Chanel, una enorme fortuna y también algo mucho más interesante: un par de buenas bodegas bordelesas.
Se trata de Château Canon un primer Gran Cru de Saint Emilion y Château Rauzan-Ségla un segundo Cru de Margaux. Dos estilos y orillas muy diferentes de ese puzle que componen las denominaciones (y la variedad mayoritaria en cada una de ellas) de tan prestigioso viñedo. La elegante potencia de Margaux y la elegancia sin paliativos de Saint Emilión. El cabernet sauvignon (con merlot) de una zona y el merlot (con cabernet franc) de la otra.
Se supone que la ausencia de preocupaciones económicas de sus
propietarios ayudó a emprender la renovación del viñedo y de las instalaciones que los Wertheimer adquirieron hace dos décadas. Y que también habrá influido en el fichaje de un enólogo, Nicolas Audebert, que había firmado antes de recalar allí un buen puñado de grandes vinos. De su mano, y gracias a la importadora FAP Grand Cru, fue posible hacer un recorrido por las elaboraciones de las bodegas.
Croix Canon y Ségla, segundas marcas de cada una de estas casas, iniciaron la aproximación al recuerdo del atractivo estilo bordelés. La añada que presentaron, 2011, envolvía con redondez y suavidad una estructura suficientemente encarnada. El salto al 2008 y a las primeras marcas profundizaba en el recuentro con la expresión de esa tierra: Saint Emilion y Margaux casi en estado puro. Y sin ese casi, al llegar al 2010.
Rauzan-Ségla derrocha en esa cosecha recuerdos a frutas rojas y negras, a cassis, a chocolate y a crema de café. Su madurez, acompañada de frescor balsámico, y la suavidad o hasta la delicadeza que viste su estructura firme y poderosa lo convierten en uno de esos buscados trofeos de coleccionistas. Château Canon 2010, que disfruta también de una añada memorable, exhibe una sucesión de recuerdos a fruta que, en su caso, acompaña con apuntes florales. Los claros tonos minerales y su innata predisposición a la elegancia se completan con una admirable y sorprendente presencia. Es largo, redondo, y potente pero también sugerente y voluptuoso.
Los dos tienen en común su previsible evolución: son botellas que no deberían abrirse antes de que alcancen su plenitud en al menos cuatro o cinco años. Encontrarlas entonces no será fácil y comprarlas ahora es probable que no resulte barato pero quien las consiga, de una u otra manera, sabrá como es un gran sueño cuando es realmente grande.