Cuestión no baladí
jueves 4.feb.2016 por Ignacio Pérez Lorenz 0 Comentarios
Conservación adecuada, temperatura que merezca el mismo adjetivo, un lugar en que no molesten otros aromas y por supuesto una buena compañía. Ya solo falta una copa que permita al vino, o mejor dicho a cada tipo de vino, expresarse. Y al consumidor, apreciarlo; una cuestión no baladí.
Las condiciones generales señalan que la transparencia, la ausencia de color y un cristal fino son fundamentales. Y también la estrechez de la boca para recoger bien los aromas: la preciada primera impresión que nos produce el vino. Es así en casi todas las ocasiones.
Entre las excepciones, los llamados aromas a establo de Borgoña de acuerdo con la expresión utilizada con frecuencia por los catadores. Es la primera y única bofetada merecida al situarse frente a una de esas maravillas en versión tinta. También alcanzan ese mismo nivel, el de maravilla, los blancos de aquellas frías tierras borgoñonas pero sin que compartan semejantes fragancias con los tintos. Por lo demás esa figura retórica, utilizada desde tiempo atrás, parece un poco chauvinista. No está claro que los establos de otras partes del mundo, y los efluvios que desprenden, se diferencien de los situados en las proximidades de Dijon.
La historia, en cualquier caso, tiene final feliz. Ese tufo desaparece pasados unos segundos y de allí surge la mayor o menor grandeza que atesore ese tinto. Le ayuda, - , por eso se utiliza y con el nombre de Borgoña - una copa muy abierta, casi semiesférica, que logra una rápida aireación. Algo que tiene muchas ventajas y un enorme inconveniente: convierte en misión casi imposible apreciar los aromas. Lo que supone afirmar que su utilidad es escasa.
En los últimos años no han sido muchos los aspirantes a lograr la cuadratura del círculo: diseñar una copa grande, que consiga por tanto oxigenar el vino en poco tiempo, pero con la boca tan cerrada como para sentirse trasportado a un paisaje aromático. Y más cuando esa ensoñación reproduce la Côte-d'Or, Côtes de Nuits, Côtes de Beaune o cualquier otro rincón menos conocido del reino (en realidad ducado) de la variedad pinot noir.
Por ello, el último intento por parte de Riedel, el más lujoso fabricante, merece un reconocimiento. Aunque entre las muchas virtudes de sus creaciones – algunas realmente conseguidas, otras especialmente bellas -, no se encuentre la de ser baratas.