
No hay nada que se le parezca. Es abrazarse durante dos días a una pasión, sin tiempo casi para respirar, hasta llegar a formar parte de ella. Una inmersión en la historia, el origen, las labores del campo, la decisiva influencia de los vientos, la crianza, las levaduras, el trabajo en bodega, la cata y la gastronomía que mejor acompaña a ese universo mágico que es el jerez. Y también un punto sin retorno, un antes y un después para quienes tengan el privilegio o la oportunidad de asistir al Master of Sherry by Tío Pepe. Una experiencia promovida, como su nombre indica, por una empresa – González Byass - y no por una institución.
Una historia que arranca en esa zona milenios atrás con los intercambios de vinos efectuados entre
diversos enclaves fenicios como explicaba, al pie del yacimiento de Doña Blanca, el historiador gaditano Manuel Parodi. Quienes le escuchan, recortada su silueta sobre las salinas que conducen a ese mar de culturas, no dejan de sorprenderse mientras desgrana, entre citas a Aristóteles y Columela, datos sobre la intensa actividad comercial que generaron esos lagares entre los siglos VIII y III antes de Cristo. En ese mismo espacio, golpeado con fuerza por los vientos, se muestran otras joyas casi arqueológicas de la casa. Vinos que en algunos casos, con las necesarias reposiciones del tradicional sistema de criaderas y
soleras, rondan los dos siglos de existencia. Una oportunidad para comprobar además que una sola gota en el pañuelo prolongará aromas y recuerdos durante semanas.
Y allí también, al pie del castillo donde dicen sufrió cautiverio Doña Blanca de Borbón, otro sabio de ese rincón del Sur, el periodista y gastrónomo José Ferrer, deleita y se deleita mostrando las desconocidas (para muchos) salazones que se hacen con casi cualquier parte anatómica del atún rojo de almadraba. Todo ello a golpe de Amontillado AB, un
vino de precio más que discreto (10 euros) que examina a quien lo prueba. Es un diálogo silencioso entre obra de arte y catador que solo pasan con bien quienes se dan cuenta que esa botella merece un puesto entre lo mejor de la bodega y de la denominación de origen.
Los atunes rojos pescados frente al litoral gaditano ya habían ofrecido otra oportunidad de comprobar cómo Oriente y Occidente se unían gracias al jerez. Ingredientes de aquí con técnicas y recetas de allá, explicadas también por José Ferrer, para lamentar todos que tan acertada fusión no se hubiera producido mucho antes. Un disfrute que se multiplica cuando se acompaña de uno o más vinos de Jerez que se añaden a los que ya han servido para elaborar las salsas. Y entre una y otra experiencia, parada entre los apuntes del archivo histórico y tiempo para conocer las labores - fundamentales – del campo y de la bodega (asoleo, injerto, andanas, jarreo…) que hacen posible crear un vino tan diferente a tantos otros.
Y, por supuesto, catas y más catas. Solo, y también al alimón con la sumiller Cristina Losada, el director técnico de la casa fue vaciando una y otra vez décadas de experiencia sobre los tableros llenos de copas. Antonio Flores – como solo podría hacer alguien nacido y criado junto a esas botas – consiguió trasmitir el enorme encanto que esconde el corrido de escalas, la poesía que encierra la evolución de los vinos en cada una de esas paradas y la ciencia y el arte necesarios para conducirlos por los divergentes caminos de la crianza biológica y la oxidativa. Un proceso que, partiendo desde el mismo punto, concluirá con la
creación de vinos tan distintos pero igualmente maravillosos como un fino o un oloroso. Y también, complicando algo más el recorrido, en un amontillado o tal vez un palo cortado.
Una cata exhaustiva y memorable que resume unas jornadas merecedoras de los mismos calificativos. El curso concluía con la entrega de un título que todos los asistentes podrán exhibir como trofeo. Aunque quienes realmente lo sientan en el corazón exhibirán pronto una tarjeta de visita con solo los datos imprescindibles y el más preciado de sus títulos: Sherrry Master by Tío Pepe