Mi sobrino escribe a medias, como lo hacen los niños de seis años. Así que mi sobrino suele dictar. Para él las palabras, por ahora, no son más que lo que se dice, y poco o nada tienen que ver con la caligrafía. En su correo electrónico que no es su correo, teclea: te quiero. Sólo llevamos fuera cinco días.
Quiero explicarle que su nostalgia puede que duela, pero que la melancolía puede ser a ratos infinita. Basta mirar el calendario de este buque, El Hespérides, navega durante más de 260 días al año. Quienes le gobiernan, han llegado a pasar 70 días sin acercarse por puerto. Y ni para los de tierra, ni para los de mar adentro ningún día se parece. Ni ninguna madrugada.
Pasadas las once, con una noche clara, por nuestra posición ya casi boca abajo, latitud 56 Sur, suena una canción del colombiano Juanes en el puente, el puesto de control. De esas que se empeñan en sacarle frases al alma.Y uno piensa que con un mar adormilado, para ser el temido Paso de Drake, si uno charla con la dotación, la morriña saldrá en algún momento, pero no.
Aquí sigue habiendo trabajo. Por los rádares no sólo se vigila dónde estamos y se sabe lo que nos espera, como el estado de las corrientes, sino que también conocemos incluso el punto exacto en el que íbamos a encontrarnos con un crucero que ya hemos dejado atrás. En estos momentos, en toda la zona, hay cerca de 41 barcos navegando. Sus rutas se vuelcan en un programa internacional, los cuelga quien quiere. Mientras, cerca de la alta tecnología, sobrevive lo de siempre, se mantiene porque es útil y eficaz: volcar en el cuaderno de bitácora los datos que se han acumulado cada hora durante el día, la posición y la velocidad.
Nada, ni rastro de añoranza. Tal vez haya más suerte en los laboratorios. Allí es casi la una de la mañana, está aún Cristóbal, es uno de los becarios que forman parte del Proyecto Atos. Toma muestras de agua a nuestro paso por Drake. Serán unos 200 litros en total, a cinco metros de profundidad. Con precisión nos detalla su trabajo, y después de una explicación minuciosa, aunque a él es posible que no se lo parezca... ¡ Chas !, lo tenemos: NOSTALGIA.
Una clase de nostalgia en la que no habíamos reparado. Nos cuenta que estas campañas si para algo han de servir es para contarle a alguien que vive en España que lo que hagamos cuenta para todos. Por eso, hasta la Ántártida llegan contaminantes a través de la atmósfera que ella nunca tuvo el gusto de conocer antes, que nuestro estilo de vida afecta al otro esté donde esté... Y eso nos parece nostalgia ...que al fin al cabo es echar en falta algo: no olvidarse que todos vamos en el mismo barco. Ya está. Nunca es tarde para echar de menos.