Sexta etapa en marcha: de Hawai a Colombia
Llegar a un lugar tan remoto como la isla de Oahu, en la que se encuentra la capital del estado insular de Hawai, no resulta fácil ni cómodo.
Cerca de 24 horas desde España, vía París y Los Ángeles, sirven para demostrar lo cansado que resulta el viaje.
No puedo negar mi rubor al reconocerme envidiado por muchos amigos, compañeros y familiares. Varios nombres evocadores están detrás de esa sensación: Hawai, Honolulú, Waikiki, Cartagena de indias, Colombia o el Canal de Panamá.
Acompaña e incrementa ese sentimiento la belleza de los paisajes hawaianos, mermada por una más que discutible proliferación de rascacielos que ensombrecen algo las reminiscencias de las playas de Waikiki, para nada envidiables.
Como en tantos lugares del mundo, sólo hay que alejarse un poco de los bulliciosos centros turísticos para que la perspectiva se torne diferente. Se disfruta en Honolulú de una exuberancia vegetal y una frondosidad extraordinarias.
En sus playas se puede nadar entre tortugas. Es entonces cuando el extraño se convierte en visitante.
El pasado 13 de mayo, el tiempo, más nublado que despejado, mucho más húmedo que seco, permitió que a última hora, en un día claro, pudiéramos salir del muelle del Aloha Tower en Honolulú rumbo al continente americano embarcados en el buque oceanográfico Hespérides.
La expedición Malaspina, que se inició a mediados de diciembre del pasado año, entraba de lleno en la sexta etapa (o leg en lenguaje técnico). Caras nuevas, otras no tanto para algunos de los que participamos en la campaña que sirvió de entrenamiento para la expedición, entre Las Palmas de Gran Canaria y Cartagena (Murcia).
Guardo buenos recuerdos de aquella travesía de hace un año, cuando me embarqué por vez primera. No olvido la salida de puerto, en la que fuimos escoltados por un remolcador que nos deseó buena suerte.
Volviendo a las primeras horas a bordo desde la partida de Honolulú, casi lo primero que hicimos fue participar en varias reuniones informativas, como se hace en cada etapa. En la cena, las caras eran de preocupación por tener todo a punto al día siguiente. Nuestro principal objetivo era que la máquina siguiera al mismo ritmo de la etapa anterior.
El día a día implica engrasar las conexiones entre muchas personas para no retrasar en exceso las maniobras que se suceden cumpliendo el programa establecido de antemano. Un contramaestre de excepción hace que todo sea posible en tiempo y en forma. El tiempo pasa volando, marcado en parte por las órdenes de desayuno, bocadillo, comida y cena. Una vez acabadas las maniobras, hay cierta calma. Al menos exterior, ya que la labor en los laboratorios es intensa y el bullir de personas es constante.
Un momento muy interesante del día es el de las charlas después de la cena. En ellas los científicos a bordo glosamos algún aspecto de la investigación o incidimos en algún detalle de interés general.
Tal aceptación suscita que las charlas posteriores se dilaten en el tiempo en grupos cada vez menores, pero con igual o creciente interés. Zooplanctólogos, fitoplanctólogos, físicos oceanográficos, ictio(planto)logos (sic), estudiosos de la dinámica de los contaminantes químicos, microbiólogos, son, entre otros, protagonistas de este compendio de estudiosos del océano en su conjunto, cada uno con su particular visión y su peculiar punto de vista.
Ciertamente, si el ojo de George Orwell pudiera otear el paisaje sobre y bajo la superficie del océano Pacífico, no sabría en qué parte del inmenso desierto de agua que surcamos encontraría esa fauna que se pretende parte del objeto de este gran proyecto.
Quedan muchos días por delante, pero ya empezamos a vislumbrar en nuestras cabezas el canal de Panamá y la atractiva y sugerente Cartagena de Indias. Sólo nos quedan tres semanas para estar allí.
Mario Fernández Martín
Científico del Instituto de Química Orgánica General del CSIC