Cuarenta y cuatro. Psicoautor en la feria del libro
A una feria del libro suele acudir la gente en tropel a firmar, otros, en menor medida, a que les firmen; unos cuantos a tomar el sol o a montar en triciclo; seis o siete potentados aprovechan su visita a la feria para comprar, normalmente refrescos de cola o botellas de plástico rellenas de agua mineral sin gas, y ya por último, dicen que en todas las ferias hay un viciosillo que, después de manosear el libro, lo paga en la caja y se lo lleva, increiblemente no para regalárselo a nadie, sino para leerlo él mismo ¡él solo!.. Esto debe ser un mito urbano porque, la gente normal, si vamos a comprar un libro, lo primero que hacemos es pedir que nos lo envuelvan "un poco" para regalo, antes siquiera de ir a pagar ni la parte del iva superreducido.
Antaño abundaba en la feria un personaje autóctono de la fauna literaria cuyo habitat natural era el huequecillo de sombra que queda entre un grupo de casetas y el de más allá: el escritor marginal. Era el bohemio, contestatario, juanpalomo de las letras impresas; el se guisaba sus obras, las escribía, las auto-editaba, las intentaba vender y, al final de la jornada las recogía cuidadosamente de su tenderete portable para al día siguiente seguir auto-comprándoselas. El autor marginal, que ahora se sacude la marginalidad gratis escribiendo un blog, llevaba en esa época una
vida muy arrastrada. Tenía que ser necesariamente poeta, luego vanidoso a la par que tímido, y asaltaba a los visitantes susurrando un "disculpe un momentito caballero", mientras que los vendedores de enciclopedias salvat de las grandes casetas usaban el grito subliminal de "al abordaje" para lanzar las garras de la venta a cómodos plazos sobre sus víctimas.
En el Audio Para Recordar de hoy sale un autor marginal con el que los reporteros de la radio se toparon en una esquina tras haber entrevistado a los grandes firmadores de la feria del libro de Madrid de 1980. Su apellido: García del Oso. No tenía negro que le escribiera. El hacía las veces de su propio negro, y su alter ego era un seudónimo, un seudónimo registrado en la SGAE porque si un autor, aunque fuera a la vez auto-editor, auto-vendedor y auto-comprador de sus libros, si un autor no se hacia socio de la sociedad general de autores de España, una de dos: o
es que no era de verdad autor, o es que jamás en su vida había sido socio de sociedad alguna, ni del atleti. Ahí va la radio de 1980 en la feria del libro del momento. Eran tiempos extraños, muy raros, porque los libros solo se leían en papel y la radio no se escuchaba a través de internet, únicamente en transistores.
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