BACON, LA MIRADA OBLICUA
Margareth Thatcher dijo de Francis Bacon que era “ese artista horrible que pinta asquerosos trozos de carne”. El biógrafo y amigo personal de Bacon, Michael Peppiatt, nos confesaba la semana pasada en Londres que no le extrañaba la reacción de la ex primera dama de hierro, porque había que acostumbrarse al genio del pintor irlandés para extraer toda su belleza. El tiempo ha hecho su trabajo y hoy Francis Bacon no es sólo uno de los pintores más cotizados (el multimillonario ruso Roman Abramovich pagó hace un año 86 millones de dólares por el “Tríptico
En España hay muy poca obra de Bacon. Para ver sus retratos desgarradores hay que pasarse por el Thyssen (“Retrato de George Dyer”) continuar Castellana abajo hasta el Centro Nacional Reina Sofía (“Figura tumbada”) y terminar
A estas alturas del post debería haber dejado claro por qué no hay que perderse la flamante retrospectiva de Bacon en El Prado. Manuela Mena, la Comisaria de la exposición, lleva más de un año inmersa en el dolorido mundo de la pintura de Bacon. El equipo de Informe Semanal (Rosa Alcántara, Ramón Senent, David del Puerto y la arriba firmante) bastante menos, pero suficiente para sentirnos atraídos como si fuera un potente imán por la fuerza del artista. Su vida no le va a la zaga: el libro Anatomía de un enigma de quien fuera su amigo durante más de 40 años, el crítico de arte Michael Peppiatt, se lee como un buen best seller. Peppiatt compartió con Bacon largas noches empapadas en alcohol. Dice que le echa mucho de menos y que está seguro de que le encantaría ver sus cuadros en El Prado, tan cerca de sus maestros. Sobre todo de Velázquez a quien admiraba profundamente y a quien rindió homenaje en varias de sus obras.
El otro gran placer ha sido reconstruir a través de quienes le conocieron la vida y obra de Francis Bacon: un puzzle apasionante que te atrapando y encariñando sin remedio con el personaje. El fiero Bacon escondía muchos miedos y más ternura. Su descreimiento tampoco ayudaba: sabía que esta vida se reducía a un tiempo fugaz que hay que atrapar y exprimir mientras se pueda. Quizás por eso desoyó al médico que le cuidaba y decidió venir a Madrid en abril de 1992 pese a que su salud ya daba señales de alarma. Y aquí murió aunque paradojas de la vida lo hiciera en brazos de una monja. Precisamente él que abominaba, así lo dijo públicamente, de esa posibilidad. Pero su biógrafo Peppiatt asegura que tampoco era para tanto: que su amigo Francis ya conocía esa clínica madrileña y que siempre habló con cariño de las religiosas.
Tirando del hilo y siempre con la ayuda incondicional de María de la Peña (del equipo de comunicación del Museo del Prado) fuimos tejiendo una red alrededor de Bacon, encontrándonos con alguna inédita sorpresa, como las fotografías que el ahora galerista Michel Soskine hizo a Bacon en la segunda mitad de la década de los 70. Soskiat vive en Madrid pero por entonces, el joven hijo de una íntima amiga del pintor, estaba en Paris y fotografió no sólo al artista sino al mundo que le rodeaba. Bacon le pidió fotografías de sus amigos para utilizarlas como modelo (no quería modelos en vivo) y para recuerdo. Soskine humilde y tremendamente crítico con su trabajo como fotógrafo, cambió de registro. Prácticamente se olvidó de aquellos materiales que escondió durante años y cuyo valor no ha dejado de ganar con el tiempo. No se verán en el Prado, pero podrían haber estado perfectamente. Informe Semanal pudo rodarlos. Un privilegio más de esta profesión de contador de historias.