Sorolla o la pasión de pintar
Joaquín Sorolla pintó su España luminosa mientras Solana fijaba en sus lienzos la España negra. Son las dos Españas pictóricas, la tercera quizá sea la de Julio Romero de Torres, que por esos mismos años daba cuerpo a la mujer morena.
Estos días he estado trabajando junto con mis compañeros Paola Guerra, Fernando Rodríguez Cano y Jesús París en un reportaje para “Informe Semanal” sobre la exposición antológica de Sorolla en El Prado. Visitar un museo es un placer delicado, a condición de que la estancia no se prolongue más de tres horas. En un bar se puede pasar una tarde estupenda, pero la contemplación estética prolongada conlleva riesgo de mareo. Digo esto como norma general que suelo aplicarme, pero estos días me ha tocado pasar largas jornadas en el Prado y confieso que se me han hecho cortas. Puede que a estas alturas esté haciéndome workahólico, o tal vez, más sencillamente, que sea un privilegio ver los cuadros junto a personas como el pintor Antonio López.
Me comentó el artista manchego la sorpresa que le causó en su primera visita al Museo del Prado comprobar que en toda la gran pintura española clásica, incluido Velázquez, predominaba el negro. Le bastaba salir a la calle para decirse: “La vida no es así, España no es así”. Es verdad que el negro forma parte de la realidad y de nuestro paisaje, pero no hasta el punto de ser el rey de los colores.
Según Antonio López, Sorolla fue uno de los primeros pintores españoles en romper el sostenido discurso de lo oscuro con su paleta de un rico cromatismo. Claro que como también dice el autor de “La Gran Vía”, a los intelectuales más prestigiosos del momento, los de la Generación del 98, les molestaba la visión luminosa de Sorolla. Los Baroja, Unamuno o Valle preferían los brochazos pesimistas de esos otros grandes maestros que fueron Zuloaga o Solana.
De todos modos, el problema de Sorolla no fueron sus compañeros de generación pictórica, sino la coincidencia en el tiempo con ese enorme vendaval creativo que fueron las vanguardias, que condenaron al ostracismo a los pintores figurativos. Tantos años después, concluida la dictadura estética de la vanguardia, que no las realizaciones de sus grandes artistas, la pintura asombrosamente sencilla de Joaquín Sorolla comparte espacio en el Museo del Prado con los grandes maestros clásicos. Recomiendo ver esta exposición antológica, y a ser posible más de una vez.